Escrito por Marco Alviz Fernández
Busto de Agripina la Menor Museo Arqueológico de Milán |
Versa ex eo civitas et cuncta feminae
oboediebant, non per lasciviam, ut Messalina, (…) adductum et quasi virile
servitium: palam severitas ac saepius superbia; nihil domi impudicum, nisi dominationi
expediret.
Desde
el matrimonio la ciudad entera se inclinó y obedecía a la emperatriz, no
mediante el desenfreno como Mesalina (…) sino en servicio rígido y casi a la
manera de un hombre: en público severa y a menudo soberbia; nada en su casa
deshonesto, a no ser que le conviniese para el gobierno.
Tácito,
Annales XII.7
Iulia Agrippina Minor nació el 6 de noviembre del año 15
d.C. en el asentamiento germano de Ara Ubiorum
—actual Colonia, Alemania. La fortuna hizo que lo hiciera en el seno de la
familia imperial Julio-Claudia y como descendiente directa por vía sanguínea de
los Iulii —bisnieta de Augusto— y no por adopción como sucedía con la
otra gens que formaba parte de la domus imperial, los Claudii, desde su bisabuela Livia. Respecto a ella, como veremos,
existen comportamientos análogos al de otras damas imperiales; fue esposa del princeps en continua búsqueda de elevar
la posición de sus hijos con el objetivo último de la púrpura, para lo que,
según cuentan las fuentes, maquinó toda clase de intrigas que culminaron con
incompleto éxito, pues no fueron correspondidas y su destino resultó trágico.
El contexto histórico-familiar que
rodeó su nacimiento e infancia marcará profundamente su personalidad y con ella
el desarrollo de su vida adulta durante la que tanta relación mantuvo con los
más altos escalafones de poder, por lo que es necesario conocerlo. Su abuelo
por parte de padre, Druso, fallecido trágicamente en 9 a.C., puso los cimientos
de la leyenda de su padre pues sus victoriosas campañas en la frontera
septentrional del Imperio —ampliándola hasta el Elba— le confirieron el
sobrenombre de Germanicus, que
heredará aquél y por el que será conocido a lo largo de la historia. Por la
otra rama, su genealogía está salpicada de tragedia, y es que en el momento de
su nacimiento los tres hermanos varones de su madre habían fallecido de manera
violenta y su tía Julia se encontraba en el exilio, donde había muerto asimismo
su abuela Julia.
Gran Camafeo de Francia. Glorificación de la familia de Augusto presidido por Tiberio y Livia. Bibliothèque Nationale de France, París |
Su madre, Agrippina Maior, única descendiente de
Augusto por línea directa, le dio a Germánico nueve hijos seis de los cuales
superaron la infancia, tres varones mayores —Nerón, Druso y Cayo o Calígula— y
tres muchachas menores —la propia Agripina, Drusila y Livila, nacidas uno y tres
años después. Dama igualmente impasible y
deseosa de poder —aequi impatiens,
dominandi avida—, orgullosa, de grave temperamento e intolerante desarrolló
una obsesión por la necesidad de continuar la línea directa de Augusto que
heredó consigo —junto a gran parte de dicha personalidad— nuestra Agripina,
que, aprendiendo de lo sucedido a aquélla, llevará a cabo una táctica distinta
y a la postre más exitosa. De Germánico, por su parte, heredó su tacto y
diplomacia a pesar de que apenas le conoció, pero siempre mantendrá vivo el
recuerdo de su virtud generando un aura mística de lauda que mantuvo presente
en todo momento.
Durante la
campaña del Rin en la que vino al mundo Agripina, además de su padre, también
se distinguió su propia madre ayudando con los motines que se sucedieron a la
muerte de Augusto. Tomó, dicen los autores antiguos, casi labores de general —munia ducis—, por supuesto algo nada
propio de una mujer —decora feminis.
A finales del 16, Tiberio convocó en Roma a Germánico —la mala propaganda tras
su desaparición habla de envidia por sus sonadas conquistas al oeste del Elba—,
allí celebró un triunfo, último recuerdo que Agripina —y los romanos— pudo
guardar sobre su persona en vida. Enseguida partió en una misión diplomática a
Siria con su mujer nuevamente en estado y su hijo Calígula. En dicha empresa
morirá Germánico en el año 19 supuestamente envenenado, fue incinerado y sus
cenizas transportadas a Roma en solemne procesión a la cual no lejos de la
capital se unieron el resto de sus hijos —un trance que la pequeña Agripina
grabará sólidamente en la memoria.
Los años veinte
transcurrieron entre las intrigas de Agripina Maior y un grupo de seguidores —partes
Agrippinae— contra Tiberio y Livia, Sejano y Livila. Agripina sabía de la
necesidad de una nueva unión con un varón que liderara su factio sin el cual se veía apartada de todo poder político, como
correspondía a su condición de mujer, pero un temeroso Tiberio denegó su
petición. Esta información la recoge Tácito directamente de las Memorias que
escribió su hija —comentarii Agrippinae
filiae—, que por desgracia no han llegado hasta nosotros. Desde el 26
amigos cercanos comenzaron a caer atacados por Sejano por vía jurídica y,
aprovechando el retiro del anciano Tiberio a Capri y la defunción de Livia, se
decidió a lanzarse sobre su principal objetivo de Agripina y sus hijos
consiguiendo que fueran condenados Nerón y Druso César por conspiración.
Agripina se dejará morir de hambre en el 33 en su exilio de la isla de
Pandataria, donde ya su madre había sufrido el mismo destino. Antes, la farsa
del prefecto del pretorio había sido destapada por Antonia Minor que abrió los ojos de una vez por todas a Tiberio quien,
temiendo incluso por su propia vida, mandó ejecutar a Sejano en 31.
Entretanto, y
sin duda tras ser educada en las letras —algo habitual entre las clases altas así que no
deben extrañarnos las memorias que sabemos escribió(1)—, se produjo el primer matrimonio de Agripina la Menor,
concretamente en el año 28 a la edad de trece, con Cn. Domicio Ahenobarbo de
unos treinta. Se trataba de un vir
nobilis cuyo cognomen proviene de
barba y ahenea, barba de bronce, procedente de una leyenda de comienzos de
la República y que se convirtió en distintivo de la gens Domitia(2);
su linaje le unía por parte de madre, Antonia la Mayor, a la familia imperial
como hija de Octavia y Marco Antonio. Agripina cambió la residencia de Livia
por la de su esposo desde donde pudo contemplar con perspectiva la sucesión de
amargos acontecimientos que se sucedieron sobre su familia. La unión le proveyó
de cierta protección aprendiendo a manejar con prudencia los asuntos políticos
en los que se inmiscuirá, y es que había asimilado la grandeza de su
ascendencia y no iba a dejar que se ultrajara —explotará el hecho de ser hija
de Germánico de la misma manera que Cornelia hizo lo propio con E. Africano—,
se podría hablar de la génesis de lo que el historiador Aurelio Víctor denomina
su ardor dominandi.
Los
últimos años de reinado de Tiberio
estuvieron dominados por una fiebre de acusaciones y condenas por lesa majestad
hasta el punto que a su muerte en 37 el júbilo fue el sentimiento general entre
la nobilitas senatorial. Considero
preciso exponer la evolución de la ley de lesa majestad, argüida para las
proscripciones e injurias contra la casa imperial de cuyo carácter ciertamente
impreciso se aprovecharon emperadores y sus mujeres llegando a abusar en pro de
sus intereses con juicios intra cubiculum
o in camera. Bajo Sila, la Lex Cornelia de Maiestate prevenía que
los la generales tomasen el poder de los ejércitos de las provincias, la
posterior Lex Iulia de Maiestate cesariana
es poco conocida y después fue remplazada por otra con Augusto que incluía los
delitos verbales —maiestas laesa—
contra el emperador.
De esta suerte
a Tiberio siguió Cayo César —Caligula, diminutivo de caligae, el calzado del soldado romano—,
quien inspiró henchida esperanza en el Senado como hijo del gran Germánico.
Enseguida demostró su pietas honrando
a sus padres y hermanos —depositó sus restos en el mausoleo familiar—, a su abuela Antonia —a
quien otorgó los honores de Livia, si bien rehusó utilizarlos en vida— y a su
tío Claudio con el consulado. Pero los mayores honores, algunos sin
precedentes, los reservó para sus tres hermanas —de cuya cercana relación las
fuentes difaman con el incesto— con privilegios de vestales como asientos
reservados en primera línea en los juegos o el derecho a usar el carpentum además de su representación en
monedas asociadas a virtudes como la securitas
o su mención en los vota publica
anuales de lealtad al emperador.
Tenemos la
ventura de que las fuentes nos permiten hacer un seguimiento de los
acontecimientos políticos relacionados con nuestra protagonista prácticamente
anual en los años que se suceden hasta el 42. El 15 de diciembre del mismo 37
Agripina dio a luz a su hijo Lucio Domicio Ahenobarbo —futuro emperador Nerón.
Para los astrólogos determinados augurios y la propia fecha no se manifestaban
favorables así como la manera en que le dio a luz, de nalgas, una experiencia
tan dolorosa que, además de anotarlo en sus memorias, le llevó a no querer más
hijos pese a desposarse dos veces más. Oprobios originados a consecuencia de su
póstuma damnatio memoriae afirman
gratuitamente que cometerá incesto con su hijo. Incluso la tradición cuenta, en
esta misma línea, que un arúspice vaticinó que gobernaría en Roma pero que a su
vez mataría a su madre, a lo que Agripina respondió con su inconfundible coraje
¡que me mate, mientras gobierne! —occidat
dum imperet!
Moneda de Agripina la Manor con su hijo Nerón (RIC I, 6) |
En el año
siguiente murió su hermana Drusila, cuya cercanía con el emperador llegó al
punto, según Suetonio, de haberla nombrado heredera de los bienes y del Imperio —bonorum
atque imperii— durante el delirio de su enfermedad el año anterior. Algo
por completo implausible, por lo que algunos sugieren que quizá se refiriera a
su segundo esposo M. Emilio Lépido, lo que tal vez avivara su ambición y
explique su participación en la conjura del año siguiente. No en vano fue
consagrada como diosa, nuevamente algo sin precedente en el ámbito femenino.
Calígula impuso una monarquía al modo
helenístico, se intituló dominus et deus
en vida y obligó a la proskynesis
ante su persona. Además, en 39 recuperó las persecuciones y comenzó a cometer
una serie de excesos que acabaron levantando suspicacias sobre su idoneidad en
el cargo. Asociado a ello observamos el punto de inflexión del protagonismo
político de Agripina, cuyos ideales aristocráticos eran antagónicos a los
autocrático-orientales de su hermano, pues se vio inmersa en una conspiración
junto a su hermana y M.E. Lépido, a la sazón amante de ambas, quizá decididos
por el matrimonio de aquél con la embarazada Caesonia, con lo que verían
reducidas sus posibilidades de sucesión. Sin embargo, el complot fue
desenmascarado y Lépido ejecutado, Agripina fue obligada a transportar sus
restos a Roma para después acudir al destierro junto a su hermana a la
recurrente isla de Pandataria y sus propiedades requisadas.
En el año 40
moría su enfermizo esposo Domicio y poco después, en 41, Calígula cayó preso de
otra conjura cuyo corolario —además de su asesinato junto a su mujer e hija—
fue la proclamación de su tío Claudio. Comenzó entonces un pretendido periodo
de conciliación en el que, si seguimos a Suetonio, todos los actos de gobierno
expresaban más bien la voluntad de sus mujeres y libertos que la suya propia.
Agripina —que contaba ya con veinticinco años— y Livila retornaron de su exilio
y, pese al trato recibido, ofrecieron en un acto de pietas un digno funeral a su hermano Calígula, que no fue declarado
enemigo público —hostis publicus—
quizá por superstición pues se decía que su fantasma era visto por las calles
de la ciudad.
Como digo, cabe
señalarse la prominencia que logró el grupo social de los libertos ya desde la
administración de Calígula debido a la cantidad de gestión burocrática que
necesitaba el Imperio. De esta suerte, se convertirán en protagonistas nombres
como Palas —afín a Agripina, jefe del fiscus,
que controlarán en comunión—, Narciso —su acérrimo adversario— o Calisto.
Hasta el año 47 las fuentes ofrecen lagunas, se trata
del periodo en que la esposa del emperador, Valeria Mesalina, domina la escena
con sus intrigas sexuales —reconocida ninfómana, Juvenal le define con la
famosa meretrix Augusta— y políticas.
Desposada con Claudio en 38 por sus lazos con la familia Julia como nieta de
Octavia, se convirtió en lo que Roldán Hervás (2008) denomina el Sejano de Claudio y su primera
víctima no tardó en llegar. Livila, al poco de regresar de su exilio y bajo la tapadera de adulterio con el
filósofo Séneca y por aludida falta de respeto hacia la consorte, resultó
desterrada para después caer asesinada en 42. En este tiempo le fue concedido
el título de Augusta pero, por lo
contrario, denegada por Claudio la propuesta senatorial de acuñar moneda en su
honor.
Por
su parte, siguiendo el ejemplo de su madre la dama Agripina buscó el apoyo de un hombre, un nuevo
esposo que sustentara sus ambiciones políticas —algo que aquélla no había
podido conseguir. El futuro emperador Galba se barajó como primera opción,
desechada por el mismo. El elegido como su segundo esposo fue finalmente Cn.
Pasieno Crispo en 41, acudiendo quizás con él a su proconsulado en Oriente al
año siguiente permaneciendo ahora lejos de la Urbs. A lo largo de estos años parece que Agripina se decidió a
suplantar a Mesalina al lado de Claudio e inició movimientos. De talante
similar, la gran diferencia entre ambas era el uso que hacían del sexo,
mientras que la primera lo practicaba por mero vicio personal —per lasciviam—, la segunda lo canalizó
por cauces políticos. Muy pronto Agripina y su hijo Nerón se convirtieron en
los mayores rivales de una hostil —infesta—
Mesalina, quien ya había dado a luz a un futurible heredero, que pasó a la
historia como Británico. La tradición narra la anécdota, ya en 47, de que en
los Juegos Seculares de ese año la entrada al graderío de Nerón, de 9 años, fue
muy aplaudida mientras que la de Británico, de 6 años, fue recibida con
apreciable menor entusiasmo, lo que irritó sobremanera a Mesalina. El desenlace
llegó con un inesperado matrimonio —fingido para Suetonio— con uno de sus
amantes, el cónsul C. Silio, junto a la adopción de Británico, en un movimiento
casi desesperado ante la tendencia de la facción de su rival hacia el poder;
trató de transferir la legitimación imperial convirtiendo a su nuevo cónyuge capax imperii (Kolb 2010). Pero el
liberto Narciso —destacado burócrata estatal junto a Palas— desentrañó la trama
siendo los culpables ejecutados. Oportunamente Pasieno había expirado antes de
47 —cuando regresa la narración de Tácito— e inevitables rumores de asesinato
apuntaron a la propia Agripina por las artes tan habituales del envenenamiento,
y es que es ahora cuando de nuevo el purpurado se encontraba disponible para el
matrimonio por ella pretendido.
Claudio
comprendió la necesidad de contar con una esposa y que, por añadidura,
estuviera relacionada con la familia imperial. La mejor posicionada no era otra
que nuestra protagonista —unida por sangre con ambas ramas de la domus imperial y con un nieto del gran
Germánico como impecable candidato a la sucesión—, favorecida por el liberto
Palas —tal vez su amante. Entre otras candidatas encontramos a Elia Petina —su
segunda esposa, aconsejada por Narciso— y a Lolia Paulina —otra ex, en este
caso de Calígula, a la que posteriormente Agripina mandó ejecutar—, opciones
que Claudio rehusó. La unión entre tío y sobrina se celebró en 49 tras un
dispendio senatorial para permitirlo —ante las acusaciones de Tácito de total
degradación moral.
Gemm Claudia, representa al amperador Claudio y Agripina la Menor, a la izquierda, frente a Germánico y Agripina la Mayor. Kunsthistoriches Museum, Viena |
En este momento
en que Agripina había alcanzado la más alta posición social y desde la que
—afirma de nuevo Tácito— ejerció un poder quasi
virile servitium(3),
comenzó la nueva e incansable labor de acrecentar la posición de su hijo sobre
la de Británico, si bien ya algo mermada. Para ello lo presentaba astutamente
ante el pueblo como un segundo Germánico y, por tanto, ideal para la sucesión;
al mismo tiempo, persuadió ese mismo año a un senador para que se concertara en
la cámara el matrimonio entre Nerón y Octavia, primera hija de Claudio y
Mesalina. Igualmente consiguió que se restituyera de su exilio a Séneca —de nuevo
hay informaciones de posibles affaires—
para nombrarle tutor de su hijo, resentida de su estancia con su ex cuñada y
madre de su archienemiga Mesalina, Domicia Lépida —quien no tardó en ser
ejecutada muliebribus causis—,
durante su exilio de 39-41.
Espléndido año
el que concluía para nuestra protagonista, pero sus éxitos no se detendrían
ahí, en 50 obtuvo el título de Augusta —Iulia
Augusta Agrippina—, primera consorte imperial en conseguirlo en vida del
emperador —de la misma manera sucederá con Popea, esposa de Nerón,
convirtiéndose desde Domiciano en el título oficial de la mujer del princeps—, recibía junto a Claudio la salutatio matutina —destaca el homenaje
que dedicó a ambos el derrotado jefe británico Carataco—, hizo erigir todo un
aparato iconográfico de su persona y auspició el otorgamiento del grado de
colonia a su lugar de nacimiento, Ara
Ubiorum, que tomó su nombre y el de
su esposo como Colonia Claudia Ara
Augusta Agrippinensium. Aún más, la muestra más decisiva de su nuevo e
influyente estatus fue el hecho de la adopción de Nerón por Claudio, lo que le
convirtió en principal candidato a la sucesión; la cuestión se confirmó al año
siguiente cuando al futuro césar se le otorgó la toga virilis, la magistratura del consulado para cuando cumpliera
los veinte y el título princeps
iuventutis —antes concedido a Cayo y Lucio César por Augusto con la
intención de oficializar su potencialidad como sucesores. Respecto a Británico
—quien, tal vez por costumbre, había llamado Domitius a Nerón a lo largo de un convite, agraviando a Agripina—,
se encargó de sustituir a sus consejeros, tutores y a los miembros de la
guardia pretoriana que le tenían simpatía, asegurándose que el resto le eran
favorables nombrando prefecto al leal Burro.
El ascenso de
su retoño resultó ya imparable. En 53 Claudio cayó enfermó y Agripina lo
aprovechó para posicionar a Nerón —introducido ese mismo año en la vida pública
romana— a las puertas de tomar el solio desplegando pietas pública con el patrocinio de unos juegos por su recuperación
y celebrándose el matrimonio entre los hermanos políticos Nerón y Octavia —para lo que tuvo que procesar
previamente al esposo de esta, L. Julio Silano, nieto de Julia Minor—, quien de manera artificial se vio adoptada por otra
familia para evitar la ilegalidad. A finales de año pues, su hijo estaba
formalmente preparado para ocupar el trono imperial, tan solo quedaba un único
obstáculo.
Año 54, las
fuentes hablan de un Claudio(4) receloso de su destino y temeroso ante las intrigas de palacio urdidas por su
mujer. En virtud de ello pudo haber iniciado una aproximación a la figura de su
hijo Británico, próximo a recibir su toga
virilis, en lo concerniente a la cercana sucesión —un quiebro análogo al
llevado a cabo por Augusto con Agripa Póstumo y que supuestamente también
condujo a Livia a poner fin a su vida. La determinación de Agripina era firme y
tan solo quedaba aguardar un momento idóneo, este se avino cuando el liberto
Narciso, hombre más cercano al emperador, abandonó Roma para acudir a unos baños
por cuestiones de salud. El recurso del veneno sale al alza una vez más de la
mano de Locusta, quien le proporcionó un producto que confundiera su mente pero de efectos diluidos —quod turbarem mentem et mortem diferret— rociado,
según una velada tradición, sobre las setas que ingirió en la cena del 12 de
octubre. El anuncio de la defunción lo hicieron esperar hasta el mediodía
siguiente con el fin de preparar la sucesión de Nerón, que se desarrolló bajo
la dirección de Séneca quien definió el día como initium saeculi felicissimi en su obra denigratoria del emperador Apocolocyntosis divi Claudii(5) —pues nunca olvidó el deshonor de su destierro por la cuestión de Livila.
Durante la toma de poder Agripina permaneció en palacio junto a Británico y las
hijas de Claudio y se deshizo del probablemente desfavorable testamento. Como
colofón de la maniobra y tras un espléndido funeral, el Senado elevó a la
categoría de dios al difunto princeps,
con Agripina como flaminica para su
culto —al modo de Livia— y promotora de su propio templo como Divus Claudius.
Nos encontramos
ahora en el punto álgido del poder de Agripina —potentia matris(6)—,
se podría decir que era la persona más poderosa de Roma. Nerón sabía que debía
a su madre la púrpura y le definió como Optima
Mater. Asistía a las sesiones del Senado —con las dosis de irritación que
ello suponía para los patres— e
incluso, como símbolo de su autoridad y poder, se le concedió ser acompañada
por dos lictores —Livia, e incluso la primera de las Vestales solo llevaron
uno. Nuevos excesos que hacían presagiar que su privilegiada posición no podía
durar mucho, y es que la obstinada avidez del joven príncipe por tomar las
riendas hizo menguar la guía de su madre apoyándose en el prefecto Burro, para
el ámbito militar, y en Séneca, para el político. De igual manera, las medidas
tomadas para desvincularse de la gestión de Claudio —entre ellos la destitución
de Palas en el fiscus— debieron
consternar a Agripina.
Tres lustros de ascenso para conseguir
los objetivos que se había propuesto estuvieron a punto de concluir súbitamente
por sus discrepancias sobre el romance de Nerón con la liberta oriental Acte. Y
es que ello dejaba en mal lugar uno de los más significativos logros de la mater caesaris como era el del
matrimonio con Octavia —que representaba la unión entre Claudios y Julios. En
la disputa una enfurecida Agripina llegó a proferir amenazas sobre secundar a
un apartado Británico cuyo corolario resultó el asesinato del mismo a
principios de 55. Tácito afirma que Agripina vio de esta manera abierto el
camino para su propio óbito. Su cambio de actitud no le bastó para que Nerón le
sacara de palacio a la vez que una nueva normativa sobre la guardia pretoriana
le retiraba los soldados asignados a acompañarla. No acabaron ahí sus
contratiempos pues en ese año Agripina salió indemne de una acusación de
conspiración por parte de una de sus rivales, Julia Silana, para llevar al
poder a Rubelio Plauto, bisnieto de Tiberio, enemigo político del emperador que
años después será ajusticiado.
En los cuatro años siguientes, entre 55
y 59, año de su muerte, apenas mencionan las fuentes a nuestra protagonista. Se
podría inferir que quizá, amedrentada por los anteriores acontecimientos,
desapareciera de la vida pública y se retirara a palacio, pero más bien las
líneas apuntan a que siguió una actuación menos intrusiva en el campo político
—res publica— evitando toda
confrontación; por otro lado Syme (1958) refiere que la falta de noticias
podría ser una técnica narrativa de Tácito dejando unos años en suspense su
figura para comparecer en el dramático final, de la misma manera que el
historiador latino hizo con Sejano.
De cualquier
manera, parece claro que durante esos años Nerón retomó los sentimientos
negativos respecto a su madre, imbuido ya en el círculo de paranoia clásico del
tirano que sospecha de todo y teme las intrigas de sus más cercanos
colaboradores. Así, en 59 decidió asesinar a su madre. Los motivos permanecen
en un oscuro misterio si bien Tácito —seguramente tan perdido como nosotros— se
apoya en unos similares al desencuentro con Acte en 55, esta vez con una mujer
de más alta alcurnia y casada con el futuro fugaz emperador Otón, Popea Sabina.
Sugiere que resultó determinante para que Nerón tomara la funesta decisión ya
que Agripina nunca permitiría el enlace entre ambos en detrimento de Octavia.
Sin embargo, el hecho de que transcurrieran tres años en producirse el mismo
desde la muerte de aquélla nos lleva a pensar que Tácito simplemente introdujo
la explicación que consideró más plausible.
El ardid de
Nerón para acabar con la vida materna consistió en la preparación en Baiae —bahía de Nápoles—, con ocasión de
las fiestas de Minerva en el mes de marzo, una ceremonia de reconciliación a la
que invitó a su madre, que aceptó dubitativa. Mientras cenaban animadamente sus
hombres prepararon la barca en la que había acudido para que su muerte
pareciese un accidente. Después del convite le despidió en la orilla con la mirada fija y adherido a su pecho, ya
fingiendo con disimulo ya viendo desvanecerse la grandeza de su madre, aunque
mantenía su insensible espíritu(7),
el resto de la noche veló con gran
consternación esperando el éxito de la operación(8).
No obstante el intento de asesinato fue un fracaso y Agripina consiguió escapar
—evavisse— y llegar a su villa. Ahora
conocía las verdaderas intenciones de su hijo, decidió fingir que había
sobrevivido gracias a la bondad y el azar
de los dioses —benignitate deum et
fortuna eius— al terrible accidente pero no le sirvió y, a pesar de la
falta de consenso con Burro y Séneca —enterados en ese momento de la
inconveniente situación—, fue enviado para finalizar la tarea Aniceto, jefe de
la armada de Miseno. Tras irrumpir en su habitación y darle un primer golpe en
la cabeza, Agripina, desde el suelo, se desnudó la tripa donde había gestado a
su asesino e invitó a que clavaran su daga al grito de ventrem feri!
Nerón se
aseguró del fallecimiento acudiendo él mismo a la villa, allí se le atribuye
haber alabado —vituperasse, laudaverit— la
belleza del cuerpo materno. Será cremado en el mismo lecho que utilizaba para
los banquetes —convivali lecto— y no se
permitió su depósito en el mausoleo familiar —su dies natalis fue declarado nefasto—,
sus sirvientes le levantaron un pequeño túmulo —levem tumulum— en la vía del monte Miseno. Sin embargo, los
sentimientos de amargura arreciaban y, a la manera de Orestes en Las Coéforos,
se dice que Nerón veía las Furias persiguiéndole por su terrible matricidio, lo
que trató de aplacar mediante un rito expiatorio —magos sacro.
Frente al
Senado —ayudado por la elocuencia de Séneca— le acusó de conspiración y este
decretó acciones de gracia a los dioses —supplicationes, que Dion Casio hace acompañar con un
eclipse—, se celebraron juegos en dichas fechas para conmemorar la salvación
del princeps del complot y —siguiendo
el ejemplo de otras mujeres odiadas como Livila y Mesalina— sus estatuas fueron
destruidas y su nombre borrado de las
inscripciones —la denominada damnatio
memoriae. Todo ello acompañado de una amnistía a las víctimas exiliadas de
su madre.
El emperador
Nerón, al fin libre de las trabas interpuestas incesantemente por su madre, se
casó tres años después, en 62, con Popea. Para ello tuvo que eliminar —influido
por los ruegos de esta— a su popular actual esposa Octavia, de quien se
divorció bajo la causa de esterilidad y exilió por la de adulterio para luego sentenciarla
a muerte provocando el clamor del pueblo romano y no pocas pesadillas que se
unieron a las de su madre. Su nueva cónyuge le dio una hija en 63, Claudia
—otorgando a ambas el título de Augusta—,
que tan solo vivió cuatro meses. No obstante, dos años después, Popea,
embarazada de nuevo, resultó muerta tras una disputa doméstica con Nerón. Con
este inestable emperador dio a su fin la dinastía Julio-Claudia, ningún vástago
varón fue capaz de sobrevivir a las confabulaciones que se urdieron en su seno.
Así, autores como Santoro (2006) han declarado, siguiendo a Tácito, que el
camino destructivo que sigue la domus Julio-Claudia
es similar a aquel seguido por la de los Átridas en la Orestía esquílea.
Si hacemos una
revisión cuantitativa de las fuentes nos encontramos con que Agripina contó con
tres esposos pero con unos diez amantes. Las víctimas de sus maquinaciones,
alegadas por aquéllas, llegan al número de once, entre las que se encuentran
dos de sus maridos así como prefectos, senadores y demás enemigos u obstáculos políticos. Con una lista de
agravios de tal calibre no es de extrañar pues que la tradición historiográfica
le haya tachado como una de las malas de la historia, la mulier semper atrox tacitea.
El nombre de Agrippina Minor fue postergado y nadie trató de recuperar su honor en
adelante. Tan solo parece que Trajano efectuó un juicio positivo de los hechos
pues, al querer desmarcarse de la política neroniana, honró a su madre con una
estatua colosal en su foro. Único gesto en dos mil años, al que se unió el de
los habitantes de Colonia hace dos décadas, que colocaron una estatua en el
ayuntamiento. Una lección la de Agripina de la que aprenderán las mujeres de la
casa imperial durante el próximo siglo y medio, pues no encontramos una homónima
con tanto poder como el que ella alcanzó.
FUENTES
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2 vols. Oxford.
(1) Una discusión sobre las perdidas
memorias la encontramos en la obra de Emily Ann Hemelrijk (1999), en la que
hace un repaso por la educación de las mujeres de clase alta durante el periodo
central de la historia de Roma.
(2) Suetonio cuenta —Nero I— cómo dos jóvenes gemelos —iuvenes gemini—, Cástor y Pólux, le
hicieron brotar barba de color cobrizo —aerique
similem— a L. Domicio para demostrarle su divinidad y así les hiciera caso
en ir a anunciar al senado y al pueblo romano una victoria bélica.
(3) Vd.
el texto taciteo Annales XII.7 que
abre el artículo.
(4) En la obra póstuma de Judith Ginsburg
(2006), la autora observa cómo varias de las más importantes figuras del texto
taciteo —del que fue erudita— están asimiladas al elenco de personajes de la
comedia como Pallas, servus fallax;
Agripina, matrona imperiosa; o
Claudio, senex stultus.
(5) Título que refleja la sátira de la obra
que se podría traducir por La
calabacificación del divino Claudio en un juego de palabras griegas con ἀποθέωσις —consecratio— y κολοκυνθίς—calabaza—
atribuido al filósofo cordobés por Dion Casio.
(6) Usado por
Tácito para Agripina en XIII.12.1, para Judith Ginsburg (2006) puede significar el poder de la madre
sobre su hijo o bien el que la Agripina ostentaba en la sociedad romana en
virtud de su posición como madre del emperador.
(7) Tácito, Annales XIV.4: artius oculis et pectori haerens, sive explenda simulatione, seu
pe[ri]turae matris supremus adspectus quamvis ferum animum retinebat.
(8) Suetonio, Nerón XXXIV: reliquum
temporis cum magna trepidatione vigilavit opperiens coeptorum exitum.