Escrito por Federico Romero Díaz
Pasemos a analizar algunas de las perspectivas que a lo largo
de la Antigüedad se han tenido sobre este problema de salud, centrándonos en
concreto, en la visión que, sobre el trastorno mental, se tenía durante el
periodo de dominio romano.
ANTECEDENTES.
La concepción de la locura como una posesión por parte de
los dioses o demonios tuvo una larga pervivencia. Aún hoy, en muchos pueblos
primitivos perdura esa idea de que la enfermedad mental es provocada por
voluntad divina o demoniaca. Esa era la visión predominante en las culturas
antiguas en Oriente Medio.
Mesopotamia:
De las tablillas de escritura cuneiforme de esta área se pueden extraer datos.
Se hacen numerosas referencias a la epilepsia. Hay dos vocablos referidos a
esta enfermedad utilizados en función de la intensidad del ataque que sufre el
enfermo: bêl ûri y antassubu. Hay un tratado sumerio,
llamado E-gal-tu-ra, que traducido literalmente significa “entrar en palacio”,
en el que se hace referencia a algunos estados de enfermedad mental. De manera
general pueden extraerse dos rasgos fundamentales dentro de las psicopatologías
comentadas en fuentes babilónicas: en primer lugar, el influjo de la hechicería
y la magia unidas a ciertos estados psicóticos y en segundo término la
intervención de ciertos dioses como origen de ataques y episodios de locura.
Israel:
La lectura del Antiguo testamento revela que para los hebreos y pueblos
vecinos, los trastornos mentales eran provocados por ruach (espíritus) o por la ira de alguna divinidad como castigo
ante las ofensas y sacrilegios humanos. Estos seres se introducían en el cuerpo
de sus víctimas provocándoles la enfermedad mental. El propio Moisés advierte
que si alguien no obedece la voz de Yaveh, “acabará
herido de locura, de ceguera y de delirio” (Deuteronomio, 28,15-29).
En el Nuevo Testamento las descripciones de enfermedades mentales resaltan
sobre todo la magnitud del milagro de su curación, realizando el propio
Jesucristo numerosas curaciones y exorcismos a enfermos de locura considerados
de acuerdo a la mentalidad de la época como poseídos (Mat, 8,28-34; Marc.,
5,1-13; Luc, 8,26-33).
A un nivel puramente social debemos decir que en Israel
consideraban la enfermedad mental como un asunto privado, siempre que la
seguridad pública no fuera puesta en peligro. Solo aquellos enfermos
pertenecientes a las clases sociales más desfavorecidas o sin familia,
circulaban por las calles, siendo lo habitual que fueran confinados en el
ámbito doméstico. El loco era considerado intelectualmente incompetente e
irresponsable desde un punto de vista legal, al igual que sordomudos o menores
de edad. Se entendía como locura aquellos comportamientos diferentes a los que
socialmente aceptado. Para curarla se trataba de expulsar al demonio que poseía
al enfermo mediante terapias como la música, empleo de raíces de plantas, mediación
de hechiceros y curanderos, etc.
Egipto: La concepción del
trastorno mental era muy similar a la que se tenía en Mesopotamia o en Israel,
aunque debemos destacar que se adelantaron a los griegos al reconocer el
cerebro como el lugar del cuerpo en el que se localizaba la mente.
Grecia:
Aquí se comparte la misma concepción sobre estas enfermedades hasta los
estudios del famoso médico Hipócrates (460-377 a.C). Hasta ese momento, se
pensaba que la locura era una enfermedad sagrada, obra de los dioses y demonios
que se apropiaban del cuerpo de los pacientes como castigo o venganza. Por la
misma época, ya Platón llega a la conclusión de que, si bien la locura podría
ser puramente psíquica, también podía tener un origen físico.
Según la escuela hipocrática, predominante a lo largo de
toda la Antigüedad, el cuerpo humano estaba configurado por la mezcla de cuatro
humores: la sangre, la flema, la bilis negra y la bilis amarilla, que a su vez
guardaban una íntima conexión con el temperamento de cada persona. La salud
dependía del equilibro entre estos cuatro humores (crasia). Por el contrario la enfermedad llegaba cuando alguno de
ellos se descompensaba con respecto a los demás (discrasia).
Hipócrates comenta:
“A
propósito de la llamada enfermedad sagrada, he aquí lo que ocurre: me parece
que no es en modo alguno más divino ni más sagrado que las demás enfermedades,
sino que tiene una causa natural. Pero los hombres creyeron que su causa era
divina por ignorancia o por el carácter maravilloso de la dolencia, que no se
parece en nada a otras enfermedades”.
(Hipócrates. Sobre la enfermedad sagrada. Tratados hipocráticos. Vol. I.)
EL
TRANSTORNO MENTAL EN ROMA.
En el Siglo I a. C Roma ya ha ocupado Egipto, tras
anexionarse tiempo atrás Grecia y los demás territorios del Mediterráneo
oriental, muy helenizados culturalmente. Debemos indicar que la medicina
romana, antes de esta expansión tenía un carácter muy primitivo en relación con
la griega, que tras la conquista, acabará imponiéndose en el territorio
dominado por el estado romano. Los médicos romanos serán entonces deudores de
la medicina griega que penetra en la capital de manos de médicos helenos; a
veces esclavos, a veces hombres libres, pero casi siempre de condición humilde.
Solo unos pocos elegidos pudieron llegar a integrarse en un estrato socialmente
superior, gracias al prestigio y fama ganada en su labor profesional y
académica.
En cuanto a la legislación romana en relación al enfermo
mental, tiene muchas similitudes con las desarrolladas por los israelitas o los
propios griegos. Las leyes son escasas y tienden a asegurar la propiedad, el
bienestar y seguridad pública. Según la Ley de las XII tablas el enfermo es
incapacitado legalmente, su tutela la asume su familia y a falta de ésta, su gens. El enajenado no tiene capacidad
alguna de ejecutar acciones legales; sus delitos (robo, asesinato, etc.) no se
juzgaban como infracciones y, por lo tanto no tenían que pagar daños y
perjuicios o multas.
Cicerón hizo unas interesantes reflexiones sobre el tema. Afirma
que los romanos diferencian entre insania,
que sería una locura o desequilibrio mental y furor, en el sentido de delirio o frenesí.
Galeno |
Temperamento sanguíneo: una persona alegre, optimista, etc
Temperamento colérico: voluntarioso, productivo, etc.
Temperamento flemático: sería una persona tranquila, práctica, etc.
Temperamento melancólico: analítica, trabajadora, diplomática, etc.
Dioscórides, fue un médico griego que ejerció en época de Nerón, siglo
I d.C. en Roma. Era algo más intervencionista en este tema que muchos de sus
colegas y aplicaba sangrías partiendo de la idea de que si la sangre estaba
mal, al regenerarse, la persona volvía a la salud. También practicaba baños de
agua caliente y fría, purgas estomacales mediante la provocación del vómito, etc.
Aulo
Cornelio Celso que también
desarrolló su labor en la época de Cesar Augusto, en la primera mitad del siglo
I d.C. hace interesantes reflexiones sobre el tema. Clasificaba las
enfermedades mentales en tres tipos:
En la manía se produce un exceso
del humor de la sangre o de la bilis amarilla. Se entiende por manía síntomas
que se corresponden con trastorno bipolar (alternancia de estados de euforia y
periodos de depresión), actuaciones extremas e incontroladas, paranoia, ideas
delirantes, alucinaciones, etc.
En la melancolía se produce un exceso de bilis negra y se corresponde con
lo que conocemos hoy por depresión. Su tratamiento podía llegar a ser brutal: a
los pacientes se les obligaba a pasar hambre, se les encadenaba y se les
apaleaba en el caso de mostrarse violentos, etc.
La frenesis
podía corresponderse con síntomas de las dos anteriores, pero con la particularidad
de la fiebre que asaltaba al enfermo. Se relacionaba con cualquier enfermedad
cerebral actual y si la fiebre desaparecía, normalmente también lo hacían los
síntomas del trastorno.
A pesar de la toma de medidas encaminadas a la salud pública
como la construcción de acueductos que abastecieran de agua las ciudades,
cloacas que evacuaran de forma higiénica las aguas fecales, cierto control de
alimentos y que se esbozara la organización de lo que en el futuro serían los
hospitales, en el tratamiento de los trastornos mentales se seguirá con la
costumbre anterior de tratarlos como un tema íntimo que se queda en el seno de
cada familia.
Se hacía mucho hincapié en el diagnóstico y en el pronóstico
que podía ser leve, moderado o severo. No abogaban mucho por la intervención y
en general tenían una actitud muy prudente y conservadora, aunque trataban de
restablecer el equilibrio de los humores mediante medidas como el consumo de
aguas limpias, higiene, dieta sana, ejercicio, etc, válidas hoy en día aunque de
poca efectividad.
LA
LOCURA Y EL CRISTIANISMO
Tas la instauración del cristianismo como religión de estado
y el retroceso de la vida urbana, todo este saber se va perdiendo y
fragmentando, a la vez que se produce un profundo retroceso en la manera de
tratar el trastorno mental. Ahora y siguiendo las enseñanzas de la Biblia, se
pasa de considerar la locura como una enfermedad que responde a causas
naturales a un castigo que Dios envía para expiar los pecados de los enfermos o
como un problema de posesión causado por demonios que se introducen en las
personas. Por lo tanto, ya no será el médico el que las trate, sino el
sacerdote, siguiendo el ejemplo del propio Jesucristo en el Nuevo testamento
donde exorciza, como ya hemos comentado al principio del artículo, en varias
ocasiones a enfermos mentales. Un retroceso del que la humanidad
desgraciadamente, tardará siglos en recuperarse.
BIBLIOGRAFIA
Fernando Espí.—Una historia de locura. (“Memoriasdeun
tambor.com)
Hipócrates.
Sobre la enfermedad sagrada. Tratados hipocráticos. Vol I. Madrid: Gredos;
1990.p.399-400.
Ballester, L.G.—Galeno. Madrid, Alianza, 1971.
Julio López Saco.—Una aproximación a la demencia en Roma y
el Oriente Antiguo. Universidad de Caracas.