Es Gimnasia, uno de los personajes de la Cistellaria, quién establece en esta obra la diferencia más básica
entre los tipos existentes de prostitutas en el mundo romano al decir que va a
meterse dentro de su casa ya que “estar en la calle es más de puta barata”, por
que ella, como cortesana, o prostituta de lujo, trabaja en su casa. Pero hay
también un tercer tipo, como bien establece José Luis Ramírez Sadaba(1):
las que trabajan como prostitutas a cuenta de locales tales como termas,
tabernas o posadas ya sea por ser esclavas, dueñas del negocio, o cobrar un sueldo
por su oficio.
Son tres tipos diferentes de prostitutas, pero en latín no existe un
único termino para designarlas, como en español-independientemente de sus
variantes peyorativas-, ni siquiera tres, uno para cada grupo, sino que, en
latín, hay decenas de términos para referirse a una prostituta dependiendo de
cuánto cobre, cuál sea su especialidad, donde trabaje, quienes sean sus
clientes, su belleza…Entre otros, podemos citar:
-Aelicarae: chicas que
trabajan en panaderías y ofrecían allí sus servicios sexuales.
-Copae: camareras que
ejercían la prostitución en las tabernas.
-Blitidiae: recibían
su nombre de una de las bebidas más baratas de las tabernas.
-Diobolaris: término
que alude a los dos míseros óbolos (moneda griega) que cobraban.
-Forariae: ejercían a
los alrededores de las ciudades para atraer a los viajeros.
-Gallicanae:
prostitutas que robaban a sus clientes.
-Noctivae: ejercían de
noche.
-Schanicullae: las que
alquilaban su cuerpo a soldados y esclavos.
-Ambulatarae:
trabajaban en la calle o el circo.
-Bustuariae:
trabajaban en los cementerios.
-Cymbalistriae, ambubiae, mimae o citharistriae:
designadas por sus habilidades artísticas.
-Dorae: iban desnudas y pintadas.
-Dorae: iban desnudas y pintadas.
-Delicatae: de la más alta categoría, con clientes entre senadores,
negociantes, generales…
-Prostibulae: ejercían
su profesión donde podían, librándose del impuesto.
-Meretrices:
registradas en las listas públicas.
-Fellatrix: experta en
felaciones.
Otra gran diferencia entre los romanos y nosotros con respecto a la
prostitución, es que ésta estaba no sólo legalizada, sino también perfectamente
integrada en la vida social. Los romanos, al igual que los griegos,
consideraban la prostitución como una necesidad, un remedio para la seguridad
de las matronas, ya que al existir la posibilidad de acudir a una profesional,
no era necesario seducir a las esposas de otros hombres.
“Nada te impide ir a casa del proxeneta ni comprar lo que allí está en venta... Siempre que no te aventures por un territorio privado, siempre que no toques a una mujer casada, a una viuda, una virgen, a un joven o a niños que son libres de nacimiento ¡ama a quién quieras!”(2)
“Nada te impide ir a casa del proxeneta ni comprar lo que allí está en venta... Siempre que no te aventures por un territorio privado, siempre que no toques a una mujer casada, a una viuda, una virgen, a un joven o a niños que son libres de nacimiento ¡ama a quién quieras!”(2)
El propio Horacio (3),
en una de sus primeras Sátiras, también predica las bondades de esta práctica:
“¿El
cuerpo de una princesa es acaso más hermoso, más deseable, que el de una
cortesana? ¿Por qué arriesgarse a recibir un terrible castigo atacando a
matronas cuyos encantos están siempre ocultos por un traje largo?...Resulta más
satisfactorio y menos peligroso para el patrimonio y para el honor ir a buscar
fortuna en los callejones donde una belleza poco huraña ofrece a todo el que
llega sus encantos”
En este sentido, se veía la prostitución como una forma de preservar
tanto la moralidad como la fidelidad de las matronas, así como una de las
mayores garantías para el honor y la familia. Es por este motivo por el que un
padre -según una anécdota recogida por Valerio Máximo(4)-
recomienda a su hijo, enamorado de una mujer casada, que antes de visitar a su
amante acuda a un prostíbulo; el joven obedece, y este remedio parece surtir
efecto: el primer día el joven llega a casa de su amante muy cansado. Al cabo
de varios días, satisfecho de sus visitas al lupanar, acaba por abandonar definitivamente a su amante casada.
Incluso el propio Catón felicita a un muchacho por visitar a las prostitutas y no molestar a las casadas (5), y Terencio llega a declarar que “no es vergonzante para un adolescente beber y frecuentar a las prostitutas”(6)
Incluso el propio Catón felicita a un muchacho por visitar a las prostitutas y no molestar a las casadas (5), y Terencio llega a declarar que “no es vergonzante para un adolescente beber y frecuentar a las prostitutas”(6)
Pero, aunque a los jóvenes se les recomendaba las prostitutas, no es
éste el caso de los ancianos:
“Será
preciso que a tu edad te abstuvieras de esta clase de desorden... Como cada
estación, cada edad tiene sus ocupaciones. Si se permite a los viejos perseguir
a las muchachas… ¡donde irá el Estado! ¡Son los jóvenes los que deben
entregarse a los placeres!”(7)
Es obvio, por tanto, que la prostitución se consideraba en Roma con
gran tolerancia Ahora bien, aunque la prostitución era aceptada, las mujeres
que la ejercían eran despreciadas como parte de los infames, junto a actores, gladiadores, proxenetas, condenados…,
personas que constituían el paradigma del deshonor, que atentaban contra la dignitas propia de un ciudadano, contra
la gravitas que debe adornar a todo
romano, y por lo tanto eran excluidas de la sociedad. Reflejo de esta
discriminación son la serie de prohibiciones que el Estado romano impuso a la
prostituta: en primer lugar, y a fin de que nunca pudiera ser confundida con
una matrona, no podía vestir la stola
ni recogerse el cabello sino que debía llevar una túnica corta a la vez que
oscura y el pelo suelto; así mismo, se prohibió el matrimonio de un ciudadano
romano con cualquier prostituta o con los parientes y descendientes de ésta; de
hecho sus hijos eran considerados como infames,
careciendo por ello de derechos cívicos, y la inmensa mayoría de ellos estaba
abocada a la prostitución.
También tenían prohibido el uso de carros, carrozas o literas, para
obligarlas a desplazarse siempre a pie, y, aunque podían participar en la vida
religiosa, no se les permitió mezclarse con el resto de los creyentes; tampoco
con las mujeres honestas y, al contrario que éstas, podían ser juzgadas en los
tribunales públicos.
Por último, en el Imperio, se las obligó a registrarse en un registro
especificando el nombre, la edad, lugar de nacimiento, pseudónimo si iban a
usarlo y su tarifa, tras lo cual recibían la licentia stupri. Pero una vez inscritas, debían pagar un impuesto
diario equivalente a lo que cobraban por uno de sus servicios y nunca podrían
borrarse, por lo que quedaban inhabilitadas, ellas y sus descendientes, para el
matrimonio y para llevar en el futuro una vida honesta.
Encontramos entre las prostitutas romanas a adolescentes abandonadas al nacer, a las esclavas, huérfanas, mujeres pobres e hijas de prostitutas. Los proxenetas recogen a los niños abandonados-especialmente del sexo femenino, pero también del masculino-para dedicarlos a la prostitución hasta el siglo IV d.C., fecha en la que se prohíbe definitivamente en Roma el abandono y la exhibición de niños.
Así mismo-al contrario de lo que sucedía en Grecia-apenas había
prostitutas menores de catorce años, con la excepción de las niñas que sus
propios padres prostituían para alimentar al resto de la familia, ya que su
condición social les había privado ya de sus derechos cívicos. Esa práctica
será cada vez más frecuente, en especial a finales de la República, para
intensificarse con los primeros emperadores. Un diálogo de Plauto muestra lo
orgullosas que se sentían las madres al convertir a sus hijas en prostitutas:
-Nos hemos convertido en prostitutas, tu madre y yo,
porque somos ambas mujeres emancipadas. Nosotras mismas hemos educado a las
hijas que hemos tenido de padres de ocasión. Si yo he convertido a mi hija en
prostituta, no es por indiferencia, sino para evitar morir de hambre.
-¿No hubiera sido mejor casarla?
-¿Por qué? ¡Mi hija tiene un marido a diario! Tuvo uno
ayer; tendrá otro esta noche. ¡Jamás he permitido que pasara una noche como
viuda, ya que, sin marido, nos haría morir de hambre en casa!(8)
Las cortesanas están obligadas a vestir con elegancia, y por ello
dedican infinidad de tiempo a su aseo. La joven Adelfasia cuenta a su hermana
sus preparativos la mañana de la fiesta de Venus:
“Desde el alba, tú y yo solamente hemos tenido una ocupación: bañarnos, frotarnos, equiparnos,
secarnos, pulirnos, repulirnos, pintarnos, componernos; y, además, ellos nos
habían dado a cada una dos criadas que se han dedicado todo el tiempo a
lavarnos, a relavarnos; sin contar los dos hombros que se han derrengado
llevándonos agua”(9)
Sin embargo, a todas las prostitutas se las reconoce por su forma de
vestirse, obligatoria por ley con el fin de diferenciarlas de las matronas: la
matrona viste túnica larga, o stola,
mientras a las prostitutas sólo se las permiten llevar una túnica corta y
oscura, el cabello sin recoger, e, incluso, se las obligó a ir descalzas en
algunas épocas. Con todo, las prostitutas pronto desafiaron la prohibición y
comenzó a imponerse cada año una moda nueva, llevándose la palma el vestido más
excéntrico: se inventaban “camisas a la reina, a la pobreza, o al impluvium, una túnica ligera, un túnica
tupida, el lino blanco, la camisola con cenefas, el vestido amarillo caléndula
o azafrán, el vestido real o exótico, verde agua o recamado, color cáscara de
la nuez, miel o paja”(10).
Pero el vestido no es suficiente. Se completa con joyas o con un
maquillaje de dudoso gusto, se perfuman cada parte del cuerpo con aromas
distintos, y pronto se pone de moda el cabello teñido, especialmente el color
rubio. Obtienen el tinte con el sapo
galo, compuesto a base de cenizas de haya y de sebo de cabra, o con la ayuda de
una infusión de nogalina, de vinagre de heces de vino y de aceite de lentisco.
Si quieren recuperar el color oscuro de un día para otro, a fin de complacer a
un cliente, utilizan un licor extraído de semillas de saúco, vino negro y una
decocción de sanguijuelas. Aunque todas se cuidan mucho el cabello, ya que su
pérdida supone una ignominia, esto suele sucede a menudo dado los productos que
usaban, por lo que las pelucas están a la orden del día. En cuanto a los
peinados, son muy sencillos: a las prostitutas se las
obligaba a lucir el cabello suelo a fin de diferenciarlas de las matronas,
quienes debían por el contrario llevarlo recogido; sin embargo, al igual que
las medidas relativas a la vestimenta, a medida que aumentaba la categoría
social y riqueza de la prostituta solía ignorarse también esta prohibición”
Colorean con carmín la punta de los senos y se sujetan el pecho con
unas redecillas de hilos dorados. Así mismo, se depilan todas las partes del
cuerpo. Para disimular su edad, las más mayores se fijan en la boca dientes de
oro o de marfil con hilos de oro, o se esmaltaban los dientes con un compuesto
del asta molida. Se lavan varias veces al día las manos, las orejas y los
dientes, pues temen que les invada el sarro, y hacen gárgaras con agua
aromatizada, ligeramente perfumada, que sirve para conservar el frescor del
aliento, o bien, chupan pastillas de mirto y de lentisco amasadas con vino
rancio, mastican perejil o raíces de iris…
Las prostitutas se aclaraban el rostro con linimento extraído de
excrementos de cocodrilo, con albayalde o con un residuo de plomo preparado en
forma de pasta y que se produce en Rodas. A veces utilizan como alternativa
tiza, disuelta en un ácido. Colorean las mejillas con minio, producto muy
tóxico que provoca estragos en la piel o con un tono rojo obtenido de espuma de
salitre rojo. Subrayan la forma del párpado y de la ceja con carbón, o con
pasta de hollín y sebo, que se aplican sirviéndose de una aguja. Disimulan los
granos y verrugas con lunares postizos.
Así mismo, abusan de las cremas y los polvos: polvo astringente para
evitar la exudación, pomada depilatoria y pasta de alubia para teñir la piel y
borrar las arrugas.
Todas las noches, así mismo, se aplican en el rostro una mascarilla a
base de flor de harina y de miga de pan diluida, de huevos secos y de harina de
cebada que machacan en el mortero con asta de ciervo, bulbos de narciso
triturados, arenilla de vino, harina de trigo candeal y miel, para evitar la
vejez. Otras optan por un ungüento de sebo extraído de la lana de un gran
cordero seboso y que, aún derretido por dos ocasiones y blanqueado al sol,
despide un fuerte olor. Pero nada es mejor que la leche de burra.
Las cortesanas, las únicas que pueden permitirse todos estos productos
y cuya clientela se encuentra entre la nobleza más alta de Roma, no se pueden
permitir ni un grano ni una erupción. La harina de cebada con mantequilla borra
las manchas rojizas; los excrementos de bueyes, el aceite y la goma, el mal
aliento, y la grasa de oca, las grietas(11)
En cuanto a las joyas, el diamante se utiliza poco, ya que se desconoce
como tallarlo; las perlas, el ópalo, la aguamarina y la esmeralda son los más
utilizados y se utilizan para adornarlo todo, hasta las sandalias. Los
brazaletes de oro macizo y con forma de serpiente son muy utilizados y los
anillos-ligeros en verano, recargados en invierno-pueden llegar adornar todas
las falanges.
El salario.
Como bien establece Gimnasia en la Cistellaria,
existían dos categorías básicas de prostitutas: las baratas, que vivían en
los bajos fondos, y las de lujo, en barrios privilegiados. Plauto nos presenta
a las primeras como desechos escuálidos, sucios y enfermos que se sostienen de
pie, casi desnudos, delante de una celda mugrienta, cuya entrada apenas tapa un
resto de cortina:
“¿Quieres mezclarte con estas miserables prostitutas que
esperan al cliente, estas amantes de los mozos de panadería, estos desechos que
sólo sirven para criados cubiertos de harina, estas desgraciadas famélicas,
empapadas de perfume barato, placeres repulsivos que huelen a burdel y cerrado
solo para el esclavo? Lo único que saben es permanecer en sus taburetes durante
horas, a las que un hombre libre no toca ni lleva a su casa ¡Cuantas pieles
viejas! Los esclavos más hediondos las comprar por dos óbolos”(12)
Este tipo de prostituta cobraba muy poco, aunque variaba dependiendo
del servicio y de la prostituta. Dos ases es el precio mínimo de una relación
sexual, lo mismo que costaba una hogaza de pan, pero a veces el precio podía
llegar a los cuatro, seis, ocho o dieciséis ases, dependiendo de factores tales
como la belleza, el poco deterioro físico, la experiencia(13) o que trabajaran en condiciones más cómodas para el cliente, por ejemplo,
realizando su trabajo en una habitación alquilada, situadas en las arcadas de
los anfiteatros, en el circo, en los templos u otros edificios públicos o en
cualquier otro lugar donde hubiera un mínimo espacio y oportunidad. La noche
completa, por su parte, costaba entre 48 y 60 ases, lo mismo que un sola ánfora
de vino, si bien muy pocos clientes de este tipo de prostitutas podían pagar
tal cantidad de dinero, ya que la mayoría eran esclavos, libertos, extranjeros,
soldados…
Un modio de trigo costaba alrededor de doce ases, y, por lo tanto, los
sesenta modios que el Estado daba a sus ciudadanos costarían alrededor de 720
ases, precio que constituiría el coste más mínimo para lograr la subsistencia.
Consecuentemente, teniendo en cuanta esa cantidad y el número de días al año,
la prostituta que cobrara dos ases por su servicio necesitaría un cliente
diario para cubrir ese mínimo tan mínimo, sino tenemos en cuenta los posibles
demás gastos(14)
En primer lugar, a los pocos ingresos que lograra deben restárseles el impuesto que, en algunas períodos históricos, estaban obligadas a pagar al Estado romano-la cantidad correspondiente al precio cobrado por un servicio-, así como el dinero que se llevaba el leno, o proxeneta, en caso de tenerlo-que, en la mayoría de casos, era la totalidad de lo recaudado-, el propietario de la posible habitación alquilada para ejercer su oficio, y el dueño de la insula donde podían vivir, en caso de que no fuera en un lupanar: se desconoce el precio exacto de alquiler de una habitación en una insula, pero debía ser altísimo, aún más en Roma, pues eran frecuentes los subarrendamientos, con lo que el cuarto era compartido por gran número de personas. Muchas prostitutas no podían permitírselo, más si tenían hijos que mantener, por lo que muchas acababan por vivir en la calle. De hecho, las calles era el destino de la inmensa mayoría de prostitutas, debido a que el bajo salario y los enormes gastos, unido a que el período activo de esas profesionales era muy corto, no permitía ahorro alguno para asegurar el futuro.
Obviamente, era mejor el nivel de vida de las prostitutas cuyo servicio
costaba entre ocho y 16 ases, pero no debía de ser muy diferentes de la que
sólo recibían dos ases, y por lo general, vivían en la miseria.
Las prostitutas de lujo, por el contrario, no trabajaban en la calle ni
en un lupanar, sino que recibían en su propia casa; tampoco cobraban una tarifa
por mantener relaciones sexuales, sino que pedían a sus amantes regalos y
dinero en una cantidad variable y, hasta cierto punto, pueden llegar a estar
mantenidas por éstos. Para obtener el máximo de regalos posibles, todos los
remedios eran buenos: dar celos a un amante, fingir cierta apatía, una negativa
o, como Fronesia en el Truculentus de
Plauto, timar al amante haciéndole creer que se espera un hijo suyo y luego
amenazarle con abortar.
De hecho, Plauto se ríe de los jóvenes y viejos que dilapidan su
fortuna con las prostitutas:
“Desde el momento en que un enamorado es atravesado por las flechas del
amor, toda su fortuna queda de inmediato distribuida y se le escapa: “dame
esto, por favor, amor mío, si me amas”
“Y nuestro hermoso palomo responde:”
“Pues claro, niña de mis ojos. Tómalo, y, si quieres más,
dímelo” Entonces la fulana le pide más. Nada le basta. Tiene que pagas la
bebida, la comida, y todos los gastos de la casa ¿Le concede al joven una
noche? Entonces se presenta con toda su plantilla doméstica: doncella,
masajista, guardián de joyas, portadoras de cofres, mensajeros, saqueadores del
aparador y de la despensa. Al obsequiar a todos y a cada uno ¡nuestro enamorado
se arruina!”(15)
En época de Plauto aún no era frecuente ver a una cortesana participar
en un banquete, acompañar a unos políticos o a un artista, pero, gracias a la
influencia de la moda griega, pronto se daría este paso, para en el siglo
siguiente encontrárnoslas como músicas, bailarinas o concubinas. Esas
cortesanas valoran mucho su rango: no quieren que se las considere igual que a
una puta barata. Pero, sin embargo, su forma de vida y sus recursos no eran
mucho mejores, aunque aparenten tener un nivel de vida elevado contratando
varios servicios de numerosas sirvientas, a fin de atraer más clientes. Son
elegantes con todos sus amantes, pero “hay que ver su suciedad, su ropas
descuidada, su pobreza en casa. Son repugnantes y están hambrientas. Devoran un
mendrugo de pan negro mojado en salsa de la víspera”(16),
mientras que, cuando están con sus amantes, apenas tocan la comida con la punta
de los dedos.
La miseria, por tanto, ronda a todas las prostitutas. No se trata pues,
de conceder crédito a ningún cliente, ni siquiera al joven sin dinero que fue
generoso en el pasado:
DIÁBOLO:
Por Pólux, ¡te voy a hacer comprender lo que eras antaño! Antes de conocer a tu
hija y de enamorarme de ella, no erais más que dos mendigas vestidas de harapos
y os alimentabais del trozo de pan recogidos en un montón de basura ¡Dabas
gracias a todos los dioses, cuando
encontrabas uno!... ¿Y si ahora estoy pelado?
CLEERETA: Ya me doy cuenta. Mi hija irá a casa de otro
hombre.
DIÁBOLO: ¿Qué has hecho con el dinero que te he dado?
CLEERETA: Ya no me queda. Si me quedase, te enviaría a mi
hija y no te pediría más. El día, el sol, el agua, la luna y la noche son
gratuitos; no necesito dinero para obtenerlos…Pero, para lo demás, es imposible
conseguirlo a crédito. Cuando pido pan al panadero, o vino al tabernero,
solamente me los dan después de haberlos pagado. Pues bien, nosotras
compartimos esos mismos principios.(17)
Para una prostituta, por lo tanto, una clientela fija constituía un
valor inapreciable, y aunque las prostitutas baratas deben conformarse con
encuentros de paso, ya que su clientela no tiene bastante dinero como para
alquilarlas toda una noche o un día, este no es el caso de las cortesanas, que
consiguen bastante a menudo contratos de un mes, y también para todo un año,
con romanos ricos o extranjeros pudientes. Plauto, en su Asinaria recoge con todo detalle el contrato de alquiler de una
prostituta por Diábolo a través de Cleereta, una alcahueta; su amigo toma toda
clase de precauciones para evitar que nadie utilice su propiedad:
“Diábolo, hijo de Glauco, ha entregado a la lena Cleerete
veinte minas de plata para disponer de Filenia noche y día durante un año. Le
está prohibido dejar entrar en casa a cualquier extraño diciendo que se trato
de un amigo, de su patrón, o del amante de una de sus amigas. Que cierre todas
las puertas-excepto a ti, Diábolo-y que coloque un cartel indicando que no está
disponible. Que no conserve en toda la casa ninguna carta ni ninguna tablilla
de cera pretendiendo que se trata de una carta llegada desde el extranjero. Si
tiene algún cuadro pintado sobre cera, que lo venda-para que no escriba en él a
cualquier otro amante-, y si no lo hace en el plazo de los cuatro días siguientes
a la firma de este contrato, tú debes actuar como te plazca, Diábolo; tirarás
dicho cuadro al fuego para que no tenga cera en la que escribir”
“Que no invite a nadie a cenar en su casa; serás tú quien
invites. Que no mire a ningún comensal. Que beba al mismo tiempo que tú, de la
misma copa, y lo mismo que tú. Que reciba esa copa de tu mano y que beba a tu
salud, y luego bebes tú. Le está prohibido dar la mano a quien quiera que sea
para subir o bajas de su cama de mesa. Que no enseñe sus sortijas a nadie”
“Que sólo te haga a ti entrega de los dados de juego. Que
no se contente con decir “tú” al tirar si no que diga tu nombre. Que invoque a
todas las diosas que desee, pero a ningún dios, y si tiene escrúpulo religioso,
que te diga a ti el nombre del dios, y tú elevarás en su lugar las oraciones
propiciatorias. Así mismo, le queda prohibido hacer un gesto con la cabeza o un
guiño en el ojo a un comensal si la lámpara deja de alumbrar en la oscuridad.
Que no pronuncie palabras ambiguas y que no conozca ningún idioma extranjero.
Si se pone a toser, que no lo haga sacando la lengua a alguno, o, si finge
estar muy resfriada y tener la nariz acatarrada, que no se limpie con la lengua
¡pretexto para enviar un beso a otro hombre! Que no se consienta ni a su madre
ni a su patrona beber nuestro vino. Si ordena que se llevan coronas o perfumes
a Venus o Amor, que un esclavo vigile si se las da a Venus o a un hombre”(18)
En el caso de que la prostituta no cumpla con su contrato hasta el
final, el amante que la contrato, puede presentar una denuncia y recibir una
indemnización. Por desgracia, aunque un alquiler mensual o anual le da la
oportunidad a la prostituta de abandonar la calle y una larga sucesión de
amantes, acotan su libertad y apenas la dejan beneficiarse del dinero, que el
proxeneta, o leno, le retiene
inmediatamente.
El leno o la
lena.
El leno no es más que un
comerciante de esclavas, casi siempre extranjero. Regenta un prostibulum, o un lupanar, es decir, una casa de tráfico de mujeres, y desempeña el
oficio de alcahuete, o lenocidium. Es
un sujeto despreciado, sin posibilidad alguna de acceder a funciones públicas,
y no puede esperar ni la ayuda ni la protección de las leyes. Cualquier trato
con un leno es considerado indigno de
un ciudadano romano, ya que carece de derechos cívicos; al igual que sus
prostitutas, es un infame.
El leno de Plauto está bien
organizado: ha repartido a sus prostitutas en categorías atribuyendo a cada una
de ellas la tarea de ocuparse de un oficio concreto. Busca, sobre todo, a los
comerciantes romanos o, bien, de origen extranjero que pagan en especie,
proporcionándole así alimentos y bienes: Herdilia se entiende con los tratantes
de grano; Aeschorodora mima a los carniceros, a los charcuteros y a los
figoneros: de los vendedores de aceite se encarga Xytilis, y Fenicia se ocupa
de los grandes comerciantes de paso en Roma.
El leno se muestra
particularmente exigente y cruel con sus esclavos: los pega y los golpea, y para
lograr más dinero y regalos, ya que es particularmente codicioso, anima a todas
sus prostitutas con el señuelo de la emancipación; pero si no son lo bastante
dóciles, o no logra de ellas beneficios suficientes, es capaz de abandonarlas
en la calle o una pergula, donde se
juntan las prostitutas feas o demasiado viejas, al fin y al cabo, con la compra
y posterior venta de esclavas en subastas, los propietarios de los lupanares
pueden así asegurarse una continua renovación de las mujeres:
“Vosotras, las mujeres, escuchad mis órdenes. Vosotras
que lleváis una vida muelle en el lujo, la suavidad y la voluptuosidad con
hombres importantes, quiero saber ahora quién de vosotras trabaja por comprar
su libertad, quién para su vientre, quién para sus bienes y quién para su
tranquilidad. Hoy voy a decidir a quién emancipar y a quién vender o
abandonar…Que vuestros amantes me llenen hoy con todos sus regalos Porque, si
no me traen provisiones para todo un año, mañana seréis mujeres públicas (…)”(19)
El leno suele apostarse en el
umbral de la puerta. Es el quién negocia con los clientes, y nadie puede pasar
sin antes haber pagado. De hecho, ejerce una autoridad idéntica con los
clientes y con las prostitutas. Si el cliente no ha pagado suficiente dinero,
se muestra inflexible:
-Si estuvieras enamorado, tendrías que pedir prestado,
acudir al usurero, prometer un interés más elevado, robar a tu padre…Compra
aceite a crédito y véndelo al contado.
-¡La moral me lo prohíbe!
Sin embargo, pagar por una prostituta no te asegura ésta. Un leno carece de honradez hasta en el
instante de rematar sus asuntos: promete una muchacha y la vende a otro que
ofrece más.
Con todo, si el leno intenta
robar a sus clientes, a veces éstos intentan a su vez robar comida o bebida del
lupanar. Plauto recomienda al leno
que se ponga al acecho delante de la puerta “y que vigile bien la casa, para
que ningún cliente salga de ella más cargado de lo que iba al entrar y que si
había llegado allí con las manos vacías, no se marchara con ellas llenas. Sabe
muy bien como se las gastan los jovencitos de hoy Se presentan cinco o seis en
casa de las prostitutas para divertirse después de haber trazado todos sus
planes. En cuanto entran en la casa, uno cubre de besos a la muchacha mientras
los demás actúan. Si, de repente, advierten que les observan, bromean o hacen
chistes para engañar a la vigilancia Muy a menudo se comen la cena de los lenones y beben como cubas. ¡Se pelean
realmente con coraje de verdad cuando saquean a los piratas! Y, por Cástor, los
lenones pagan con la misma moneda a
estos pillastres, ya que acumulan sus riquezas después de habérselas apropiado”(21)
En cuanto a los lupanares,
resulta bastante fáciles reconocerlos por un enorme falo pintado de rojo
fuerte, que servía de aldaba de la puerta y que también podía encontrarse en
las puertas de ciertas tabernas, en las que las camareras también se
prostituían. Dichos falos, además, se iluminaban por la noche mediante las lucernas.
Otros reclamos eran las prostitutas que se exhibían en los alrededores y las
pinturas alusivas.
El interior se hallaba igualmente cubierto de imágenes eróticas: falos
con forma de pájaros, de insectos, o de peces, con dientes y zancos, o bien
distintas escenas sexuales para que sirvieran de inspiración a todos los
clientes. En las puertas de las habitaciones, además, era habitual que hubiera
una lista de los precios y los servicios, así como pinturas con las
especialidades de las ocupantes.
En cada celda, una alfombrilla usada cubierta de varios cojines y con
varias mantas remendadas llenas de manchas, o un camastro de obra con un viejo
colchón, esperaba al cliente. El mobiliario consistía además en una mesita y
una lámpara al lado de una jarra de agua colocada en un rincón. Muchas
prostitutas usan pizarras en las que por un lado estaba escrito su nombre y
precio, y por otro la palabra occupata.
Cuando estaban con un cliente, colgaban esa pizarra para indicar que no estaban
disponibles.
El cobro siempre se realizaba por adelantado Si la prostituta trabajaba
por libre o en un burdel barato, ella misma cobraba, pero si trabajaba en un lupanar de mayor categoría, reservado
para los patricios y mucho más espacioso, elegante y limpio, el visitante
pagaba al leno que dirigía el negocio
una vez escogida a la prostituta deseada A cambio de su dinero los clientes
podían obtener una moneda con el número de cuarto que ocupaba la mujer elegida.
Así mismo, en estos burdeles de lujo, trabajaban scrupelae, que recibían en la entrada a las prostitutas y sus
clientes, bacarii que se encargaban
de rellenar las jarras y ornatrices
para embellecer a las prostitutas entre cliente y cliente, conciliatrices que negociaban entre las prostitutas que trabajan
por libre y sus clientes, o los aquarioli,
destinados a servir las bebidas y la comida.
Uno de los máximos acontecimientos de un lupanar tenía lugar cuando el leno conseguía a una muchacha virgen.
Para hacérselo saber a los clientes, colocaba varias lámparas en las entradas
de su establecimiento, adornaba la puerta con ramas de laurel y ponía una tabla
en la que anunciaba la adquisición de una virgen. Tras el acto, el hombre que
la había desflorado era obsequiado con una corona de laurel, que se colocaba
sobre su cabeza, igual que a los generales triunfadores.
Bibliografía.
Plauto, Comedias
Jean Nobel Robert, Eros romano:
sexo y moral en la antigua Roma.
Ovidio, Ars Amandi
Violaine Vayoneke, La
prostitución en Grecia y Roma
(1) José Luis Ramírez Sadaba: La prostitución, ¿un medio de vida bien retribuido?, Estudios sobre la mujer en el mundo antiguo, Universidad Autónoma de Madrid.
(2) Plauto, El gorgojo, versos 33-38
(3) Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pags. 99-100
(4) Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pag. 101
(2) Plauto, El gorgojo, versos 33-38
(3) Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pags. 99-100
(4) Cf. Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pag. 101
(5) Cf. Catón, Schol. Ad horat.serm, 1, 2, 31 en Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pag. 100
(6) Cf. Terencio, Las Adelfas, 101 en Violaine Vayoneke, La prostitución en Grecia y Roma, pag. 101
(7) Plauto, El mercader, versos 983-967
(8) Plauto, Cistellaria, versos 38-41
(9) Plauto, Poenulus, verso 217
(10) Plauto, Epidicus, versos
224-233
(11) Ovidio, El arte de amar
(12) Plauto, Poenulus, versos
265-270
(13) Marcial menciona a una prostituta que cobraba 16 ases por ser “una
experta capaz de satisfacer a tres al mismo tiempo”
(14) Cálculos realizados por José Luis Rámirez Sadaba en “La prostitución:
¿un medio de vida bien retribuido?”, Estudios
sobre la mujer en el mundo antiguo, Universidad Autónoma de Madrid.
(15) Plauto, Trinummus, versos
242-255
(16) Cf. Terencio, El eunuco, v. 934-939, en Violaine
Vayoneke, La prostitución en Grecia y
Roma, páginas 106-107
(17) Plauto, Asinaria
(18) Plauto, Asinaria, verso 758
y siguientes
(19) Plauto, Pseudolus, versos
134-138
(20) Plauto, Pseudolus, verso 172
(21) Plauto, Truculentus, versos
95-112