Escrito por Mireia Gallego
En ocasiones basta con observar a los niños en un
parque para saber que no han cambiado tanto las cosas. De hecho, el tema de
conversación entre padres incluye ese recuerdo de infancia en el que nosotros
también jugábamos a la peonza, a las canicas o al escondite.
Cuando los anuncios de televisión nos muestra a un
niño al grito de “¡un palo, un palo!” no deja de ser un reflejo de la
simplicidad de los gustos y de la evolución de lo lúdico en los más pequeños, y
aunque a día de hoy la tecnología ocupa un lugar preferente en las casas, lo
cierto es que convive de forma pacífica con el juego más elemental.
En realidad hay muchos aspectos de la infancia que
substancialmente no han variado tanto, otros en cambio suponen una evolución
lógica debido a un cambio en la mentalidad de la sociedad moderna en relación
al papel del niño y al lugar que ocupan en el mundo desarrollado. No obstante,
las excepciones de los derechos de la infancia siguen persistiendo en muchos
países donde son obligados a casarse y a trabajar desde la más tierna infancia privándoles
de los elementos más básicos para su crecimiento y desarrollo personal.
Estos aspectos tan evidentes y que nadie en su sano
juicio cuestiona, se han de ver en su justo contexto y de manera objetiva en el
periodo del vasto imperio romano, ya que el ser humano no era considerado como
un ente individual, sino como parte de un colectivo social, con un propósito
determinado, propósito que incluye desde consagrar toda una vida al servicio de
un pater familias o como ilustre ciudadano con la capacidad de prorrogar la
gloria del imperio.
El
Alumbramiento
En una época en que la medicina tenía carencias muy
básicas, el alumbramiento era visto como un factor de riesgo tanto para la
madre como para el recién nacido, por tanto un alto porcentaje de los
nacimientos romanos acababan con la pérdida de uno de ellos o con la de ambos.
Aunque los patricios disponían de los servicios pagados de médicos y matronas,
lo cierto es que con ello tampoco se aseguraba la supervivencia, casos como el
de la muerte de la única hija legítima de Julio César, casada con Pompeyo durante
el alumbramiento, da muestra de que nadie podía asegurar un éxito total, y los
desgarros, las pérdidas de sangre y malas praxis desencadenaban fatídicos
finales tanto en casas poderosas como en los cubículos más humildes.
No obstante, en muchos casos las madres lograban
dar a luz en buenas condiciones, disfrutando así de la dicha familiar que
suponía el nacimiento de un nuevo miembro en la unidad familiar, felicidad en
una escala de mayor o menor grado según el sexo del bebé, pues un varón
perpetuaba un apellido y podía alcanzar un estatus de relevancia en una posible
carrera política, militar o comercial, mientras que una hembra quedaba
supeditada al matrimonio que el pater familias considerara más fructífero para
la familia.
En los casos en que el bebé sufriera de alguna
malformación física, era común darles muerte debido a la imposibilidad de que
ofrecieran ningún beneficio en el futuro, y por lo tanto eran considerados como
una lacra social. La aceptación del bebé se reducía a una cuestión
clasificatoria y cruel de “apto” o “no apto”.
Este atroz acto de selección natural venía
precedido por una ancestral costumbre en la que la madre envolviendo a su bebé
en una sábana lo postraba en el suelo de la habitación para que el pater
familias decidiera su inminente destino. Si el padre lo acogía entre sus
brazos, significaba que le otorgaba sus apellidos, si por el contrario se giraba
y le daba la espalda, el bebé era abandonado a su suerte en la puerta de la domus,
expuesto a que alguien decidiera adoptarlo.
La adopción en Roma al igual que el matrimonio era
un acto extremadamente sencillo, simplemente bastaba con dotar al bebé, niño o
adolescente de los apellidos del adoptante, un ejemplo sería el de Octavio,
primer emperador de Roma, que aun siendo familiar de César, y debido a la
ausencia de hijos legítimos, fue adoptado y considerado heredero. En Roma no
era importante la familia entendida por los lazos consanguíneos sino la
perpetuación de un legado familiar.
Pasados 9 días del nacimiento del bebé, una antigua
costumbre etrusca obligaba a colgar sobre el cuello del pequeño la “bulla” o
amuleto. Este colgante tallado en diferentes formas (corazón, saco, etc..) y
con grabados que representaban dioses o símbolos fálicos, contribuía a
garantizar su suerte y evitar el mal de
ojo. En el caso de los niños patricios, la bulla estaba confeccionada en metales
nobles y finamente tallada, en el caso de los niños de menos estatus, sus
bullas estaban realizadas en cuero o en materiales mucho más modestos. Las
bullas se portaban hasta la época en que el niño tomaba la toga viril
convirtiéndose socialmente en adulto, era entonces cuando se entregaba en
ofrenda a los dioses lares.
En el caso de las niñas existía un amuleto parecido
llamado “lúnula” de similar estilo y con
mismo propósito, garantizar la suerte durante su infancia, en este caso
las pequeñas debían portarlo hasta el día antes de su matrimonio, momento en que
era entregado simbólicamente junto a sus muñecas y a sus ropas infantiles.
Hijos
de diferente signo
Para entender la infancia la antigua Roma se ha de
hacer, imperativamente, una doble distinción entre los bebés nacidos en
familias patricias acomodadas y los bebés de familias plebeyas o esclavas.
Hijos
de esclavos
Los hijos de un esclavo, nacían con la misma
condición que sus padres por lo tanto pasaban a ser propiedad del pater
familias a la que sus progenitores ofrecían sus servicios, hasta tal punto es
de su propiedad que su condición de esclavo se mantenía aunque sus padres
fueran liberados a posteriori, por el contrario si un bebé nacía de un liberto
(esclavo liberado) era considerado ciudadano libre de pleno derecho.
La infancia de estos pequeños discurría paralela a
la de otros niños de la familia y aunque las condiciones sociales fueran tan
dispares, muchos de estos niños crecían entre juegos con los hijos del dómine.
Con los años estos esclavos pasarían a ser propiedad del heredero legítimo de
la familia, por lo que los lazos eran estrechos y en algunos casos de profunda
estima y lealtad.
Hay que tener en consideración el hecho que algunos
de estos esclavos fueran hijos ilegítimos del mismo dómine y que por lo tanto
pervivieran con sus hermanastros patricios en unas condiciones substancialmente
dispares. A pesar de ello, socialmente se asumía la condición de ilegítimo de
una forma natural y resignadamente aceptada en el núcleo familiar.
Hijos
de libertos
Como ya hemos comentado el hijo de un liberto era
ciudadano libre, así pues las condiciones en las que vivía este niño serían las
equivalentes a las que actualmente vive cualquier pequeño de familia media.
Los libertos en la mayoría de los casos desarrollaban
actividades comerciales o administrativas, algunos de ellos llegaron a
convertirse en auténticos nuevos ricos, pero lo normal es que éste siguiera
ofreciendo sus servicios para el dómine desde su nueva condición, bien como
contable, como recadero o controlando los negocios, las tierras o propiedades
de su antes, propietario.
Hijos
de patricios
Los niños patricios quedaban durante la etapa de
lactante al cuidado de una nodriza, o ama de leche, con ello la dómina quedaba
libre de los quehaceres del niño en su época más dependiente, centrándose en
otras obligaciones familiares o domésticas. Estos bebés sentían un gran aprecio
por estas mujeres ya que veían en ella a una auténtica madre y por tanto los
lazos sentimentales entre niños y sus amas de leche se perpetuaban durante tiempo.
El Juego
Los yacimientos arqueológicos han dejado al
descubierto grandes descubrimientos en relación a los juegos de niños y
adultos.
En las etapas de lactante los bebés disponían de
sonajeros de muy diversos estilos con los que entretenían al pequeño, algunos
de ellos confeccionados en metal, portaban en su interior granos o pequeñas
piedras que simularían en forma y sonoridad a los que tenemos actualmente.
Ya con unos años más, los pequeños disfrutaban de
juegos tan familiares para nosotros como las canicas, las cometas, el aro, las
peonzas, el carrete (muy parecido a nuestro yo-yo) o el juego del escondite. Esa
cultura callejera, permitía a los pequeños relacionarse con otros niños y
establecer juegos de simulación adulta, como la fabricación de carros tirados
por perros, o las luchas a través de pequeños gladius hechos de madera. Figuras
talladas con formas de animales también formaban parte de los juguetes romanos.
En el caso de las niñas, se han hallado muñecas
articuladas de madera para las clases patricias, así como de otras confeccionadas en tela para
las clases menos favorecidas. Otros elementos como pequeñas ollas, platos o
vasos permitían a las pequeñas jugar a las cocinitas y familiarizarse con las
tareas que desarrollarían en su madurez.
Resulta curioso el hecho de que se haya dilatado en
el tiempo el uso de juegos tan comúnmente utilizados como pares o nones, la
gallinita ciega, o cara y cruz. Todo ello permite argumentar el hecho que la
evolución de la infancia hasta nuestros días ha incidido principalmente en los
aspectos relacionados con la defensa de los derechos fundamentales pero no en
su comportamiento lúdico y social.
La
vestimenta
Los romanos disponían de una peculiar forma de
clasificar según sus ropajes, era tan simple como unificar criterios de
tamaños, colores y tejidos para que a simple vista cualquiera pudiera saber qué
cargo ocupaba o el estatus social al que pertenecía.
De la misma forma que un senador portaba su blanca
toga praetexta y un esclavo una túnica corta hasta las rodillas, el niño romano
también tenía asignado un ropaje diferencial que no cambiaba de aspecto hasta que no alcanzaba la
edad adulta (16-17 años), momento en el que se celebraba su paso a la madurez cambiando
los ropajes infantiles por el uso de la toga viril. Este acto festivo consagrado
a la Diosa Juventus, era muy importante por varias razones, la primera porque
el pequeño ciudadano pasaba a ser considerado adulto socialmente, el segundo
porque su nuevo estatus le permitía decidir si optaba por una carrera política
o militar.
Esta forma de clasificación en la vestimenta
permitía que cualquier hombre, mujer o niño que pasara por la calle pudiera
establecer a simple vista si una persona era ciudadano libre o esclavo, si
ocupaba cargo público y si era mayor de 16 años.
Los niños romanos patricios hasta la edad adulta
vestían una modalidad de la toga praetexta (blanca con franja de color)
mientras que los niños esclavos portaban una túnica corta que facilitara sus
quehaceres diarios. En el caso femenino sería similar ya que en la infancia de
una niña patricia se hacía uso de la toga infantil femenina que cambiaba por
ropajes adultos cuando ésta se casaba (aproximadamente a los 16-17 años).
La
educación
En la etapa infantil los niños vivían bajo un
estricto control parental que les iniciaban en aspectos de buenas costumbres y
correcto comportamiento social, el hecho de perpetuar un estilo de vida basado
en el arraigado apego a lo romano permitió que los niños fueran instruidos en
un primer momento con las grandes hazañas de los ilustres hombres de Roma,
anidando en ellos el sentimiento de pertenencia colectiva.
Muchos niños romanos aprendieron los elementos más
básicos del conocimiento: la lectura, la escritura y las matemáticas simples a
través de las clases impartidas por sus propias familias en casa, no obstante
en las clases patricias o económicamente solventes los padres contrataban los
servicios de un esclavo, preferiblemente griego, encargado de la educación del
niño/a. Estas clases particulares diarias, se realizaban en una de las
estancias de la casa y se impartían preferiblemente durante la mañana.
Otra opción igualmente practicada era la asistencia
diaria a una escuela mixta, para ello los dómines encargaban a un esclavo
denominado (Paedagogus) el acompañamiento del niño hasta el centro (scholae)
donde, un “ludi magister” les iniciaba en la educación más básica. Una vez
finalizada la clase diaria, el Paedagogus le ayudaba en casa con las tareas que
debía reforzar.
Este primer nivel de enseñanza se realizaba entre
aproximadamente los 6 y 12 años, momento en el que el estudio elemental
obligatorio finalizaba para las niñas, pasando al siguiente nivel únicamente los
niños varones. Hay que puntualizar, no obstante que las niñas podían recibir
educación superior en el ámbito doméstico.
Esta segunda parte de la educación equivaldría a nuestra secundaria y lo impartía el Ludi Grammaticus, en él se iniciaba al niño en el estudio de los clásicos griegos y romanos y la mitología, materias que permitían abarcar otras asignaturas más amplias como el conocimiento de la historia o la geografía. Principalmente el estudio de estas materias proporcionaba al niño un mayor conocimiento del entorno y de las costumbres romanas.
A partir de los 14 años, los adolescentes podían
continuar con sus estudios superiores impartidos por el Ludi Rhetor. En este
caso la finalidad era proporcionar al joven herramientas para una prolífera carrera
política, para ello se centraba en el conocimiento de la retórica, el derecho y
la filosofía.
Una vez finalizados los estudios, los varones de
16-17 años pasaban a su edad adulta, iniciando entonces su carrera profesional.
Establecer paralelismos entre un segmento temporal
que abarca 2000 años sería inapropiado y substancialmente arriesgado, no
obstante, sí que se debería considerar como aspecto destacable las escasas
variaciones sobre los gustos y preferencias de los más pequeños, que en su
naturaleza no han variado en absoluto.
El cambio real, el de fondo, reside en la manera en
que el adulto actual percibe la figura del niño y su entorno, si bien antes era
educado y formado como futuro ciudadano, actualmente se reduce al estricto
control en el núcleo familiar, primando por encima de su vertiente social, el
bienestar individual del niño. Afortunadamente, el establecimiento legal de los
derechos del niño ha marcado un antes y un después en la evolución de la
infancia.
Bibliografia
- IRÉNÉE HENRI, Historia de la educación en la antiguedad. Ed. Akal
2004
- JUSTEL VICENTE, DANIEL Niños en la antigüedad. Estudios sobre la
infancia en el mediterráneo antiguo. Ed. Prensas Universitarias de Zaragoza
2012.
- GALINO, M.A., Historia de la Educación. Ed. Gredos, 1982.
- CARCOPINO, J., La vida cotidiana en Roma, en el apogeo del
Imperio. Ed. Temas de Hoy 1989
- BONNER, S., La educación en la Roma antigua, desde Catón el Viejo
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