dissabte, 4 d’abril del 2015

LA OFTALMOLOGÍA EN LA ANTIGUA ROMA




Lápida del Museo Nacional de Arte Romano de Mérida

Q(uintus) Aponius Rusticus, medicus ocular(ius) patriciensis / Aponia Q(uinti) l(iberta) Mandata / Eucharidi sororii / hic sit(i) sunt et tu et tibi”.



     La capacidad de interpretar el entorno que nos rodea a través de la visión permitió a los hombres y mujeres de Roma conformar uno de los mayores imperios de la Antigüedad a lo largo de varios siglos. Por supuesto, en ello jugó un papel clave la vista, uno de los principales sentidos de todo ser humano, que los romanos trataron de preservar y cuidar al máximo para prolongar su hegemonía. Y al igual que los griegos, los habitantes de la capital del Imperio otorgaron a la medicina un papel clave dentro de su sociedad. Les iba la vida en ello, en sentido literal. La clasificación por especialidades concedía a los oculistas (medici ab oculis) un estrato peculiar, pues los había médicos (ocularii clinici) y quirúrgicos (ocularii chirurgi), según fueran sus prácticas.

     Las inscripciones en túmulos, instrumentos y otros objetos hallados en las excavaciones vienen a demostrar la relevancia que la oftalmología adquirió en Roma. En especial en los sellos de piedra que han perdurado hasta nuestros días. Sobre ellos vienen grabados el nombre del facultativo, el colirio que empleó, las principales sustancias de su composición y la indicación médica de las enfermedades para que eran utilizados, incluso la dosificación de su uso. Sirva uno de ellos a modo de ejemplo: "Colirio divino de Cayo Dedemon contra el lagrimeo sintomático de la oftalmía; se harán tres aplicaciones, diluyéndolo en clara de huevo".

     Los colirios podían ser líquidos o sólidos. Si eran líquidos se pulverizaban con agua de rosas, aceite, vino ligero o vinagre sobre los ojos, y si se les quería dar consistencia de pasta se les adicionaba con goma, agua o alguna otra sustancia con propiedades aglutinantes. Una vez hecha la masa, se moldeaba en forma de pequeñas barras que, antes de que solidificasen se grababa en ellas una inscripción con el sello del oculista que había ideado la fórmula. Se transformaba así en un colirio seco que se colocaba alrededor del ojo. Cuando se quería suavizar su acción astringente, se daba entonces la preferencia a la clara de huevo o a la leche de mujer. Otro tipo de colirios tomaban forma de pomadas o ungüentos que se conservaban en cajas metálicas.

     Cuando los colirios se disolvían se introducían dentro del ojo del paciente con la ayuda de pinceles o espátulas. Los colirios secos también se aplicaban en el interior del ojo en forma de polvo fino mediante insuflación (soplando) o con una cucharilla. Dioscórides cita como ejemplo el uso de la jibia calcinada y reducida a polvo, “molido con sal y echado, consume las uñas que en los ojos se engendran”. Antes de suministrarse el colirio, los ojos se lavaban cuidadosamente con una cocción de mirra o de hojas de rosa. Eran muy usados los que se preparaban con sales de cobre.
Sello de oculista o de colirios
     El primer hallazgo de este tipo de colirios tuvo lugar en 1606 cerca de Mandeure (Francia) y llama la atención que la gran mayoría de estos sellos medicinales fueran encontrados en zonas del Imperio Romano con un fuerte substrato céltico y en muchas ocasiones se hayan asociado al hallazgo de campamentos militares.
     La gran mayoría de los sellos que nos ha legado la arqueología son de tipo cuadrangular o rectangular con dimensiones que oscilan entre los 3 y 6 centímetros de longitud, de 1 a 5 cm de anchura y 1 centímetro de espesor. Sin embargo, en la Colonia Caesarina Norba (Cáceres) se halló uno de forma triangular. Precisamente, al encontrado en la localidad cacereña se le suman otros dos colirios excavados en la Península Ibérica.
     Una buena parte de los oculistas romanos eran libertos, otros esclavos. Epitafios hallados en las antiguas Galias, Britania o Germania dan fe de ello: "Marco Geminio Felice, liberto de Marco, médico oculista, en la encrucijada de los ajos”, o “Aquí yace para siempre Ilustrio? Celadiano, esclavo de Tiberio César Augusto, médico oculista, afectuoso para sus padres. Vivió treinta años”. O bien este otro localizado en Chiclana de la Frontera (Cádiz), de tiempos de Augusto: “Consagrado a los Dioses Manes. Aquí yace Albanio Artemidoro, médico oculista, de 46 años, querido de los suyos. Séale la tierra ligera”.

     Los romanos no eran ajenos a los problemas que acarreaba una vista deteriorada, y las gafas, que aún no se habían inventado, no podían solucionarlos. Marco Tulio Cicerón le escribía a su amigo Atico Cicerón que en su vejez ya no podía casi leer teniendo que hacer esta tarea sus esclavos. Por su parte, Plinio relataba que el emperador Nerón observaba las luchas de los gladiadores a través de una esmeralda con el fin de disfrutar de una visión más agradable gracias a su filtro, aunque no le mejoraba la vista, desde luego.


Instrumental médico

     Mientras, los romanos importaron de la India y el África Subsahariana una técnica médica para eliminar las cataratas. Consistía en intentar reclinar el cristalino hacia la zona interior del ojo. Con una aguja o bisturí el oculista realizaba una pequeña incisión en la unión corneoescleral y empujaba el cristalino del paciente; a continuación se tapaba el ojo con un parche empapado en clara de huevo y leche de vaca o en mantequilla, lo que derivaba en un elevado porcentaje de infecciones. Antes de utilizar dicha técnica, los cirujanos solían girar un punzón en la propia catarata desplazándola hasta la parte inferior de la pupila sin demasiado éxito.

     Para calmar el dolor que producían las dolencias de los ojos, los oculistas romanos llevaban siempre consigo una tableta médica con elementos naturales como aceite de oliva, zinc, almidón, resina de pino o grasas animales. Los científicos coinciden en afirmar que se trataba de remedios empleados contra diversas afecciones oftalmológicas. Y de su existencia dan fe unos cuantos restos de estas características hallados en pecios hundidos en la costa italiana.





Bibliografía

'La oftalmología en la Antigüedad'; Parte III (La Oftalmología en Roma); Rafael José Pérez Cambrodí.

'La Oftalmología en tiempos de los romanos'; R. Del Castillo Cuartiellers (Masnou-Barcelona: Laboratorios del Norte de España, 1956);

‘Contribución al estudio de los sellos de panadero’; Memorias de Historia Antigua, 5 (1981), 187-94; P. Lillo Carpio.