diumenge, 4 d’octubre del 2015

LIVIA DRUSILA, DE LA REPÚBLICA AL IMPERIO



Busto de Livia Augusta. Museo Nacional de Atenas


Gravis in republicam mater, gravis domui Caesarum noverca

Dura madre para la república, dura madrastra para la casa de los Césares

                                                                                         Tac. Ann. 1.10.5
         

    La figura de Livia siempre ha atraído a los historiadores de la Antigüedad. Algo a lo que ha influido una larga vida como esposa del primer princeps de Roma y como madre del segundo. La polémica en torno a sus deseos de poder camina a su lado debido fundamentalmente a unas fuentes que hacen caso omiso al famoso sine ira et studiosin odio ni parcialidad— de Tácito (Ann. 1.1). Exponemos a continuación una breve muestra de los acontecimientos vitales de una mujer que dejó huella no solo en la historia de Roma, sino también en la del occidente mediterráneo.
El artículo se encuentra dividido en tres secciones, las dos primeras tienen el punto de fractura en la ocasión en que se convierte de facto en consorte imperial —el momento de su proclamación como Augusta—, y la última cuando fallece; para denominarlas hemos utilizado las preposiciones latinas ante, inter y post.
En primer lugar, es preciso situar el contexto histórico de nuestra protagonista. Perteneció a la familia o dinastía Julio-Claudia, que se enmarca entre los años 27 a.C. y 68 d.C. Se trata de un periodo de transformación que marca un hito en la historia de Roma, pues del declinar republicano que venía produciéndose ya desde finales del siglo II y principios del I a.C., y tras superar cerca de veinte años de guerras civiles, se instauró un nuevo régimen político basado en la gracia de la persona de Augusto. Éste puso los cimientos para su perduración prácticamente inmutable por lo menos hasta el siglo III d.C. La familia de Livia tomó parte activa en la serie de acontecimientos políticos que jalonaron el siglo I a.C. y ella mismo contribuyó al asentamiento del Principado dejando atrás su ascendencia republicana.

ANTE

Livia Drusila nació hacia comienzos del año 59 o 58 seguramente en Roma. Todo discurso sobre la retórica del poder en Roma ha de dar comienzo hablando de la ascendencia familiar. Procedía, pues, de una familia aristocrática de rancio abolengo republicano como era la de los Claudios —que hunde sus orígenes en la migración del sabino Attus Clausus en 503 a.C. y que obtuvo el primer consulado para la familia en 495— por la rama de los Pulchri, que incluía a destacados antepasados como Apio Claudio Pulcro, que apoyó la ley agraria de T.S. Graco; Publio Clodio, un político muy activo en los años cincuenta; o su abuelo Marco Livio Druso, que enarboló la causa de integrar a todos los itálicos en la ciudadanía romana en 91 a.C.  Éste último adoptó a su padre, que adquirió su nombre —del cual proviene el de nuestra protagonista—, y que participará en la facción de los asesinos de Julio César para suicidarse después de la derrota de Filipos en 42 a.C. La fama de su familia también tenía puntos negros, de lo que no se libraban algunas de sus mujeres, muchas veces definidas por su arrogancia.
Recibió una educación tradicional y conservadora —que posteriormente trataría de inculcar en la sociedad a través de las anticuadas y rígidas leyes sobre la moral y el matrimonio que promulgará su esposo Augusto— y, como es natural no tardó en unirse en primeras nupcias con Tiberio Claudio Nerón —también un Claudio, aunque por una rama de menor loa como era la de los Nerones— poco después del 44 a.C. Año en cuyas idus de marzo Julio César resultó asesinado por una conjura en la que se alineó aquél —quizá por influencia de su suegro— lo que le acarreó la proscripción. De esta forma inició junto a Livia una paradójica huida del que será su esposo y predecesor de su hijo Tiberio, ya nacido, como princeps. Transcurrido un tiempo le será concedida una amnistía regresando a Roma en el año 39.
Poco después, posiblemente en una de sus espléndidas fiestas, conocería a Octavio, entonces casado con Escribonia, la cual daría a luz a su única hija, Julia, ese mismo año. ¿Qué atrajo a la futura pareja imperial? Las fuentes mencionan la sublime belleza de Livia que debió impactar al ya próximo princeps —se habla de cupidine formae y se ha llegado a definir como que Octavio «cayó ciegamente enamorado» (Fraschetti 1999). No obstante, parece que sería más bien la nobilitas a la que ella pertenecía, deseoso Octavio de aumentar su estatus pues era visto por la aristocracia senatorial como un advenedizo; por su parte, más allá de cuestiones físicas, ella pudo ver las puertas de poder que se le abrirían. De esta manera, en el 38, T.C. Nerón —antiguo enemigo de Octaviano, que le había perdonado— se vería obligado a acatar la decisión del matrimonio de éste con su esposa y la cesión junto a ella de sus dos hijos, el segundo nonato en ese momento. La cuestión del embarazo de Livia previa al compromiso debió ser algo muy sonado en la Urbs, parece que Octavio esperó a que diera a luz para después desposarse dejando claro así que el hijo —Cl. Druso Nerón— no era suyo, si bien tras la muerte de su padre hacia el 32 le nombrará tutor por vía testamentaria de sus dos vástagos.
Daba comienzo así una larga unión de más de cincuenta años de convivencia durante los que Livia actuó de leal consejera —complicidad ganada quizá durante los dilatados viajes que realizaron juntos en los inicios del Principado— y, según la tradición, complaciente con las infidelidades de su esposo. Sin embargo, para los primeros treinta años de matrimonio nos encontramos con la falta de testimonio en las fuentes sobre la consorte imperial. Tan solo algunas apariciones como la que cuenta la leyenda de su villa Ad Gallinas albas en Primaporta, heredada de su padre, cuyas gallinas crecerían al son del devenir de la familia imperial. Sabemos por Casio Dion que, tan pronto como en 35 a.C., se erigieron sus primeras estatuas. Pero es cierto que durante los primeros años se mantuvo inteligentemente en la sombra de la primacía de su cuñada Octavia —junto a quien ese mismo año le fue concedida la sacrosanctitas, símbolo de protección y seguridad de su persona—, aprendiendo y observando los avatares del definitivo final de la República con la victoria en Actium sobre Cleopatra y Marco Antonio y la declaración de Augusto a su esposo en el año 27 a.C. En esa fecha daba comienzo un nuevo periodo de la historia romana del cual se convertirá en una protagonista indeleble, sobreviviendo al Príncipe y disfrutando de una longeva y saludable vida en la que conocerá a todos los emperadores de la dinastía Julio-Claudia salvo a Nerón.

INTER

En el mismo año 27 daban comienzo dos viajes de Augusto a Occidente —27-24— y a Oriente —22-19— del Imperio en los que le acompañó Livia, consolidando así la nueva costumbre de la presencia de las damas imperiales en campaña. En ellos se dejó notar la principal preocupación del princeps, algo que podríamos calificar de endémico a lo largo del Imperio, que no es otro asunto que la sucesión. Casio Dion afirma —no sin cierto escepticismo— que la ambiciosa Livia ya la tenía como objetivo para su hijo Tiberio, así, establece al preferido inicial, M. Marcelo —sobrino de Augusto, casado con Julia, su única hija—, fallecido en el año 23, el primero en la amplia lista de asesinatos supuestamente auspiciados por aquélla. No obstante, si dicha muerte formaba parte de un intrincado plan de Livia, éste no salió como esperaba pues, bajo influencia de Octavia, el elegido para un nuevo enlace resultó ser una persona cercana al emperador y su brazo derecho en el terreno militar, M.V. Agripa. Al punto, Augusto le casó con su hija en 21 dándole esta cinco hijos siendo los dos primeros varones —Gayo y Lucio César—, lo que consolidó de inmediato las esperanzas sucesoras del régimen.
La defunción de Agripa en el año 12 a.C., seguida de la de Octavia al año siguiente, supuso la entrada de Tiberio en la gens Iulia con su inmediato matrimonio con la hija de Augusto (1), a la sazón obligado por Livia —pues se encontraba felizmente casado con V. Agripina— bajo el argumento de la necesidad de un tutor para Gayo y Lucio. A esta sucesión de importantes acontecimientos se unió la dolorosa muerte de su hijo Druso en 9 a.C. —quien había iniciado la afamada titulatura de Germanicus. Las acusaciones de las fuentes se vierten ahora sobre Augusto por el alegado republicanismo de aquél, si bien parecen infundadas. Con todo, estamos ante el punto de inflexión para el auge del poder a nivel público de la futura diva Livia: en el grandioso funeral que se celebró, las imágenes de las familias Claudia y Julia desfilaron juntas, símbolo de la unión que tanto buscaba Livia y que resultará definitiva con su inclusión en el seno la gens Iulia a la muerte de Augusto en 14 d.C. Además, aquél mismo año le fue concedido a Livia, por decreto especial —pues solo tuvo dos hijos, aunque Suetonio narra que concibió uno pero nació prematuro (2)—, el ius trium liberorum, el cual modificó la Lex Voconia de 169 a.C. que impedía a las mujeres heredar de forma que desde este momento lo pudieran hacer aquellas que hubiesen tenido tres o más hijos. 

Gran Camafeo de Francia. Glorificación de la familia de Augusto presidido por Tiberio y Livia. Bibliothèque Nationale de France, Paris

Sin embargo, las intenciones de Livia volvieron a parecer truncadas por el inesperado retiro del desdichado Tiberio a la isla de Rodas —donde permanecería desde el 6 a.C. al 2 d.C.— alegando motivos de reflexión filosófica y para dejar sitio a los sucesores. Sin embargo, a las fuentes no se les escapa la razón de la huida de su mujer Julia, cuyos affairs comenzaban a ser conocidos en toda Roma. Rumores que llegaron finalmente a oídos de un furioso Augusto —Syme (1989) alega que pudo ayudar a ello la propia Livia— que no tuvo piedad con su hija y la desterró —relegatio ad insulam—, acompañada por su madre, denegándole incluso que sus restos mortales fueran depositados en el mausoleo familiar. Otra tradición alude que fue más bien una conjura desarticulada de un grupo de seguidores de Julia —grex Iuliae—, componentes de una facción favorable de una política de estilo oriental.
Al regreso de Tiberio, por el que tanto rogó Livia ante las negativas de su esposo, sucedieron más desgracias pues los nietos de Augusto fallecieron en 2 y 4 d.C. en respectivas campañas militares. Una coincidencia que para algunas fuentes no deja de levantar sospechas sobre si resultó por voluntad divina o astucia de la madrastra Livia (3). El camino a la púrpura quedaba expedito ahora para su hijo con un Agripa Póstumo —último nieto varón— sin aparentes facultades para ser candidato. Así, no le quedó más remedio al emperador que adoptar a Tiberio —en el mismo año 4 d.C.—, que a su vez hizo lo propio con su sobrino Germánico por indicación del princeps, que dispuso el matrimonio al año siguiente con su nieta Agripina Maior asegurando de esta manera una firme línea de sucesión —algo que será confirmado por su indiscutible fertilidad pues le dio nueve hijos, seis de los cuales alcanzaron edad adulta entre ellos el futuro Calígula y Agripina Minor, siguiente turbulenta generación de la Domus Augusta.
En el año 14 d.C. el fundador del Principado expiraba de manera natural. Se suele rechazar la tradición del envenenamiento de Livia con los higos, otra más de las obscuris artibus taciteas para lo que arguye sus supuestos últimos pensamientos favorables a Póstumo. Murió, se dice, en los brazos de su esposa a quien dedicó sus últimas palabras: Livia, que se recuerde nuestra unión, adiós y cuídate! (4) En su testamento le adoptó como miembro de la gens Iulia —lo que para algunos investigadores suponía el auténtico reconocimiento institucional de su figura— convirtiendo su onomástica en Iulia Augusta —que encontramos por primera vez en la famosa Tabula Siarensis— y le legó un tercio de su fortuna —dos tercios para Tiberio. El hecho de que aguardara a su fallecimiento para otorgarle los mayores honores a su mujer habla de lo restrictivo que había sido Augusto a lo largo de su vida para proveerlos públicamente al género femenino, de la misma manera que lo será el hispano Trajano (Fantham et al. 1994).
El difunto emperador fue deificado, en lo que parece que tuvo un importante papel su esposa, como cuenta Casio Dion, pues hizo que un senador testificara haber visto al emperador subir a los cielos —τὸν Αὔγουστον ἐς τὸν οὐρανόν—, algo que se convertirá en un condicionante necesario para toda siguiente consecratio. Además, se creó un colegio sacerdotal —sodales Augustales— con un flamen divi Augusti y una flaminica, la propia Livia, dando comienzo el culto imperial. Ahora como sacerdotisa tenía derecho a ser acompañada por un lictor, también fue incluida en los vota pro salute reipublicae de principios de año así como intitulada por el Senado Mater Patriae. Asunto este último que no consintió el ahora emperador Tiberio —que insistía en la moderación para con los honores concedidos a las mujeres, feminarum honores—, como tampoco añadirse a la nomenclatura de su madre Iulae filius, propuesta igualmente por el Senado quizá para hacerle consciente de la procedencia de su poder. Y es que no deseaba ser visto como mero deudor del solio a su madre, si bien era una realidad que no se le escapaba al pueblo romano.
Barrett (2002) expone en su obra monográfica el debate —cuya conclusión mantiene como enigma— en torno a la adopción del título de Augusta por parte de Livia. Por un lado está la opinión de que el difunto emperador quiso otorgarle cierto grado de poder político y tal vez asociarle como colega de Tiberio. Otros, en cambio, hablan de un título meramente honorífico sin ninguna otra atribución —esta era la opinión de propio sucesor. En respuesta al enigma de Barrett, y mediante el análisis de la literatura contemporánea —concretamente las Epistulae ex Ponto de Ovidio—, se han confeccionado hipótesis como la de que dicha concesión póstuma reflejaba el grado de maiestas que ella mantenía mientras reinaba Tiberio (Luisi y Berrino 2010).
De tal manera pasó de esposa a madre de un príncipe cuya concepción de gobierno era distinta a la de su predecesor. Se cuenta que Tiberio trataba de no tener demasiados encuentros con su madre para no parecer controlado por ella, y es que para él —como en general para la patriarcal sociedad romana— la política era algo reservado exclusivamente para los hombres. No en vano, y a pesar de sus reticencias, siguió contemplándola como natural aliada y consejera y supieron aunar pareceres en contra de quienes consideraban sus verdaderos obstáculos políticos. Así, enseguida cayeron Póstumo y Julia Maior, presentándose a continuación el problema de Germánico para el que de nuevo se cree —creditur, opinio fuit— que Livia articuló sus planes —occultis artibus— para solventarlo de manera efectiva y en pro de sus intereses.
La gloriosa actuación de Germánico —de quien se creía había heredado los sentimientos republicanos de su padre— en la frontera septentrional del Imperio, le habían reportado, además del apoyo más que fiel de sus legiones, un esplendoroso triunfo durante el que se denotó que tenía ganado al pueblo romano por su carisma y virtud. Se lo había otorgado a regañadientes un receloso emperador que, de la mano de Livia, prepararía su final de manera sutil al enviarle de campaña en el año 19 a Oriente. Allí se encontraban el gobernador de Siria Cn. Calpurnio Pisón y su mujer Plancina, no en vano amiga cercana de la Augusta. La pareja, como agentes del mandato imperial, se encargará de envenenar mortalmente al joven y amado general quien, en sus últimas palabras, transmitidas por Tácito, se muestra conocedor de los culpables directos de su infausto destino y clama justicia —sentencia que su esposa Agripina Maior, su eterna acompañante, ciertamente no olvidará. Los rumores sobre su enfermedad no tardaron en llegar a la Urbs y el impacto de su muerte conmocionó a toda Italia; se pidió una justicia que resultará, al cabo, poco satisfactoria pues se resolvió con la condena del Senado a Pisón y la condonación de Plancina por la intercesión de Livia. Una protección a la que se había acogido con ruegos pero que no sería sino algo meramente temporal, pues cuando ésta falleció, las acusaciones revertieron sobre aquélla y terminó con su vida.

Los deseos de Livia de tomar parte activa en la vida política —potentiae (5) vindicantem— que, en efecto, llevó a cabo en ocasiones como verdadera agente de poder, incomodaron —gravatus— a Tiberio motivando enfrentamientos que le decidieron a apartarla de los asuntos públicos relegándola a los domésticos. Por tanto, los años veinte se presentaban, por un lado, con un princeps —que había tenido nietos gemelos— cada vez con mayor desazón de la vida en Roma y, por otro lado, una anciana Livia —extremam senectutem— que entraba ya en sus ochenta —paradigmático vigor que la tradición atribuye al vaso de vino diario. Una salud que quebró en 22, pero por poco tiempo pues logró recuperarse tras lo que el Senado decretó acciones de gracia —supplicia—, grandes juegos —ludi magni— en su honor y la acuñación de monedas con la leyenda salus Augusta asociando su vitalidad a la del Estado.


Moneda dedicada a Livia Augusta por el Senado


En el horizonte nuevas intrigas asomaban, como la presencia del poderoso adalid en las tareas de gobierno —socius laborum—, el prefecto del pretorio Sejano, cuya presencia en las fuentes eclipsa los últimos años de nuestra protagonista; y los rescoldos de las pasadas refulgían, como la incansable Agripina Maior en lucha por la justicia y honor de su familia, y es que veía a la pareja palatina implicados en el asesinato de su esposo así como en el destierro de su madre y hermana. Esta brava mujer constituirá el modelo a seguir de su hija Agripina Minor, futura esposa del emperador Claudio y madre de Nerón.
Tiberio dejó Roma para no volver en 26 instalándose en su lujosa villa de Capri. Los motivos aducidos por las fuentes son variados: por influencia de Sejano, la azarosa vida de la Urbs, su ya mermada apariencia física, razones psicológico-filosóficas de búsqueda de paz interior, deseos de alejarse de las ansias de poder de su madre —matris impotentia— o de las luchas internas con Agripina. Syme (1989) describe la situación hablando de una apesadumbrada domus imperial en la que estaba rodeado de viudas con Livia, Antonia, Agripina y Livila. Sejano, cuya ambición había alcanzado los límites de la conspiración, se vio entonces libre de actuar contra sus principales obstáculos de Agripina y sus hijos, aunque la presencia de Livia parece que le reprimió en sus actuaciones. No será por mucho tiempo pues la primera Augusta falleció el año 29 d.C. de extrema vejez —aetate extrema.
  
POST

Tal era el desdén del emperador Tiberio para con su madre que, excusándose por carta en el excesivo trabajo (6) de su retiro de Capri, ni siquiera acudió a su sepelio. Se celebró un funeral modesto en el mausoleo familiar —mandando construir por Augusto en los años 20 a.C.— con Calígula en la lectura del elogio fúnebre —laudatio funebris. El Senado decretó todo un año de luto oficial y la construcción de un arco en su honor, algo de lo que perspicazmente se encargó su hijo que no sucediera ofreciéndose para erigirlo bajo su patrocinio, cosa que nunca hizo.
En lo concerniente culto imperial a la diva Iulia Augusta, Tiberio siguió esa misma línea y denegó la apoteosis —consecratio— solicitada por el Senado, un proceso ya comenzado en Oriente en vida, pero que en ese momento tendría que esperar; ya cuatro años antes había rehusado la construcción de un templo —delubrum— dedicado a ambos como pidió una embajada enviada desde Hispania Ulterior (7). Será finalmente trece años después —año 42— cuando el emperador Claudio procederá a su divinización que situó en la fecha de su boda con Augusto, el 17 de enero. Se erigió una estatua junto a la de su esposo en el Templo de Augusto del Palatino y se encargó a las Vestales que realizaran los respectivos sacrificios. Los ritos en su honor se seguirían celebrando más allá del periodo dinástico julio-claudio trascendiendo a los Antoninos e incluso a los Severos, y es que el recuerdo y la fuerza de su figura prevalecieron en las mentes de los romanos hasta el final del Imperio de Occidente. Se podría decir que el culto imperial femenino en Roma —irradiado desde los reinos helenísticos destacando el Egipto ptolemaico— lo inició Julio César de manera indirecta con el culto que rindió a la diosa Venus Genetrix, de la que se consideraba descendiente a la familia Iulia y a la que erigió un templo en su foro. Sin embargo, el tardío ascenso a los cielos de Livia hizo que fuera la amada hermana de Calígula, Julia Drusila, la que figura como primera princesa imperial divinizada —en 38—, aunque su culto desapareció tras el asesinato de aquél tres años después.

La consecuencia directa que siguió a su desaparición fue la definitiva puesta en marcha de los planes de Sejano. Finalmente, logró acabar con Agripina Maior y sus dos primogénitos hasta que su trama quedó destapada por Antonia Minor que consiguió hacer ver al emperador que la púrpura corría peligro.
A lo largo de su vida, Livia llevó a cabo un importante papel de patrona y benefactora. Como sabemos, las mujeres no tenían en principio ningún tipo de acceso al poder político, pero podían utilizar su influencia en el ámbito de la alta sociedad romana. En el mismo resultaban de gran importancia las relaciones familiares —amicitia—, lo que estaba a su vez relacionado con las redes clientelares —caben mencionarse sus conexiones desde el lejano Bósforo o Judea hasta la propia Roma con el futuro efímero emperador Galba, o con el abuelo de uno de los protagonistas de la crisis del año 68-69, Otón. Mostró magnanimidad y generosidad —beneficia— ayudando a familias con pocos recursos, a víctimas de fuegos y a familias ricas empobrecidas colaborando en las dotes y la educación de sus hijos. Todo ello se recompensó en las provincias con ciudades que tomaron su nombre —Livias, Augusta o Liviopolis, todas en Oriente—; numerosas dedicatorias, esculturas y monumentos que le asociaban con divinidades como Vesta, Juno, Venus o Ceres; festivales poéticos o musicales, etc. En la propia Roma, Augusto le dedicó el Porticus Liviae, que seguramente ella —siguiendo acaso a Octavia y su patrocinio de Vitruvio— colaboró a diseñar y del que nada ha sobrevivido; también restauró el Fortuna Muliebris, en lo que se evidencian motivaciones de imagen política de servicio al Estado pues se trata del lugar en que el legendario Coriolano fue detenido por su madre de su avance hacia Roma (8).
En el imaginario colectivo también perduró su figura física como parte de las representaciones monumentales que de ella se realizaron. Para ello se siguió la línea que impuso Augusto de modestia y simplicidad —reflejado en sus declaraciones de que toda su ropa era fabricada por las mujeres de su domus— que pretendía supusiese el modelo a seguir por el resto de las mujeres romanas. La tradición nos habla del poder de seducción que tuvo la belleza de Livia, si bien hemos de tomarlo con prudencia debido a su frecuente recurso a la idealización; lo mismo cabría decir a la hora de examinar sus bustos y esculturas, de ellos podemos inferir de manera general unos rasgos caracterizados por sus grandes ojos, nariz aquilina, pelo estilo nudus y boca pequeña (9).
A nivel numismático asimismo observamos la solidez moral fiel a la gravitas y al honor y dignidad imperial —maiestas. Fulvia, primera esposa de Marco Antonio, fue la primera mujer no diosa representada en una moneda romana, si bien algunos expertos lo encuentran cuando menos dudoso (Severy 2003); en cuanto a las damas palatinas las primeras fueron Octavia y Julia, la hija de Augusto; más tarde Livia aparecerá con mayor frecuencia y variedad de tipología asociada a diversas virtudes —salus, concordia, fecunditas, pudicitia— y diosas.
En definitiva, Livia encarna un carácter complejo que vivió más que ninguna otra mujer en el seno del poder romano y por todo ello será recordada siglos después de su muerte como una personalidad única, bien modelo de la traición femenina tacitea —muliebris fraus— bien como última virtuosa matrona.

FUENTES
Dión Casio, Historia Romana (trad. J. P. Oliver Segura), Madrid, Gredos, 2011, vol. 4.
Dión Casio, Historia Romana (trad. D. Plácido Suárez), Madrid, Gredos, 2004, vol. 3.
Suetonio, Vida de los Césares (trad. V. Picón), Madrid, Cátedra, 2011.
Tácito, Anales (trad. J. L. Moralejo), Madrid, Gredos, 1980, 2 vols.

BIBLIOGRAFÍA

BARRETT, A. A. 2002: Livia: First Lady of Imperial Rome. Yale University Press. Orwigsburg.
BARTMAN, E. 1998: Portraits of Livia: Imaging the Imperial Woman in Augustan Rome. Cambridge University Press. Cambridge.
GARDNER, J. 1986: Women in Roman law and society. Routledge. London.
FANTHAM et al. 1994: Women in the classical World. New York.
FRANCESCA BERRINO, N. 2006: Mulier potens: realtà femminili nel mondo antico. Historie: Collana di Studi e monumenti per le scienze dell'antichità. Congedo Editore. Lecce.
FRASCHETTI, A. (ed.) 1999: Roman Women. Translated by Linda Lappin. University of Chicago Press. Chicago.
HEMELRIJK, E. A. 1999: Matrona Docta: Educated Women in the Roman Elite from Cornelia to Julia Domna. Routledge. London and New York.
HIDALGO DE LA VEGA, M. J. 2012: Las emperatrices romanas: sueños de púrpura y poder oculto. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca.
MIRÓN PÉREZ, M. D. (ed.) 1996: Mujeres, religión y poder: el culto imperial en el occidente Mediterráneo. Universidad de Granada. Granada.
SANTORO L'HOIR, F. 2006: Tragedy, Rhetoric, and the Historiography of Tacitus' Annales. Ann Harbor. The University of Michigan Press.
SEVERY, B. 2003: Augustus and the Family at the Birth of the Roman Empire. Routledge. New York and London.
SYME, R. 1989 (1ª ed. 1958): Tacitus. 2 vols. Oxford.






(1) Es de mencionar que en esta tardía fecha Augusto se convirtió por fin en Pontifex Maximus, y es que se trataba de un cargo vitalicio por lo que para no contravenir las tradiciones republicanas decidió no arrancárselo a su poseedor, el antiguo triunvir Marco Emilio Lépido, y aguardó hasta su óbito.
(2) Suet. Aug. 53: Infans, qui conceptus erat, immauturus est editus.
(3) Tac. Ann. 1.3: ut Agrippa vita concessit, Lucium Caesarem euntem ad Hispaniensis exercitus, Gaium remeantem Armenia et vulnere invalidum mors fato propera vel novercae Liviae dolus abstulit.
(4) Suet. Aug. 99: Livia, nostri coniugii memor vive, ac vale!
(5) En una cuestión filológica, es preciso diferenciar y aclarar el significado de potens —en griego δυνατός— y potentia del de potestas —equivalente a ἐξουσία—, que no hemos de confundir. El campo semántico de las primeras se refiere a la capacidad de obtener lo que uno desea y actuar con αὐτάρκεια, mientras que la segunda tiene un trasfondo legal que autoriza para realizar determinados actos y está relacionado con la autoridad de los magistrados, con lo que queda fuera del alcance de toda mujer (Francesca 2006).
(6) Tac. Ann. 5.2: magnitudinem  negotiorum per litteras excusavit.
(7) Tac. Ann. 4.37: per idem tempus Hispania ulterior missis ad senatum legatis oravit ut exemplo Asiae delubrum Tiberio matrique eius extrueret.
(8) Gaius Marcius Corolianus fue un ilustre general romano de inicios de la República vencedor de los volscos, que al ser desterrado se puso a su frente conduciéndoles contra la Urbs, serán su madre, Veturia y su mujer, Volumnia quienes le detendrán y convencerán para su retirada; los volscos le condenaron a muerte por traidor (Livy Epit. 2.33.3-40; Dion. Hal. 7, 8). Fue la asociación del servicio al Estado realizado por dichas mujeres lo que quiso simbolizar Livia reparando el monumento de la diosa Fortuna Muliebris, culto instituido desde aquel entonces.
(9) En el ámbito del uso de la imagen de Livia como un símbolo visual de la tan decisiva política legislativa y económica del periodo augústeo profundiza el trabajo de Bartman (1998).