Busto de Livia Augusta. Museo Nacional de Atenas
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Gravis in republicam mater, gravis domui Caesarum noverca
Dura madre para la república, dura madrastra para la casa de los Césares
Tac. Ann. 1.10.5
La figura de
Livia siempre ha atraído a los historiadores de la Antigüedad. Algo a lo que ha
influido una larga vida como esposa del primer princeps de Roma y como madre del segundo. La polémica en torno a
sus deseos de poder camina a su lado debido fundamentalmente a unas fuentes que
hacen caso omiso al famoso sine ira et
studio —sin odio ni parcialidad—
de Tácito (Ann. 1.1). Exponemos a
continuación una breve muestra de los acontecimientos vitales de una mujer que
dejó huella no solo en la historia de Roma, sino también en la del occidente
mediterráneo.
El artículo se encuentra dividido en tres secciones, las dos
primeras tienen el punto de fractura en la ocasión en que se convierte de facto
en consorte imperial —el momento de su proclamación como Augusta—, y la última cuando fallece; para denominarlas hemos
utilizado las preposiciones latinas ante,
inter y post.
En primer lugar, es preciso situar el contexto histórico de
nuestra protagonista. Perteneció a la familia o dinastía Julio-Claudia, que se
enmarca entre los años 27 a.C. y 68 d.C. Se trata de un periodo de
transformación que marca un hito en la historia de Roma, pues del declinar
republicano que venía produciéndose ya desde finales del siglo II y principios
del I a.C., y tras superar cerca de veinte años de guerras civiles, se instauró
un nuevo régimen político basado en la gracia de la persona de Augusto. Éste
puso los cimientos para su perduración prácticamente inmutable por lo menos
hasta el siglo III d.C. La familia de Livia tomó parte activa en la serie de
acontecimientos políticos que jalonaron el siglo I a.C. y ella mismo contribuyó
al asentamiento del Principado dejando atrás su ascendencia republicana.
ANTE
Livia Drusila nació hacia comienzos del año 59 o 58
seguramente en Roma. Todo discurso sobre la retórica del poder en Roma ha de
dar comienzo hablando de la ascendencia familiar. Procedía, pues, de una
familia aristocrática de rancio abolengo republicano como era la de los
Claudios —que hunde sus orígenes en la migración del sabino Attus Clausus en 503 a.C.
y que obtuvo el primer consulado para la familia en 495— por la
rama de los Pulchri, que incluía a
destacados antepasados como Apio Claudio Pulcro, que apoyó la ley agraria de
T.S. Graco; Publio Clodio, un político muy activo en los años cincuenta; o su
abuelo Marco Livio Druso, que enarboló la causa de integrar a todos los
itálicos en la ciudadanía romana en 91 a.C.
Éste último adoptó a su padre, que adquirió su nombre —del cual proviene
el de nuestra protagonista—, y que participará en la facción de los asesinos de
Julio César para suicidarse después de la derrota de Filipos en 42 a.C. La fama de
su familia también tenía puntos negros, de lo que no se libraban algunas de sus
mujeres, muchas veces definidas por su arrogancia.
Recibió
una educación tradicional y conservadora —que posteriormente trataría de
inculcar en la sociedad a través de las anticuadas y rígidas leyes sobre la
moral y el matrimonio que promulgará su esposo Augusto— y, como es natural no
tardó en unirse en primeras nupcias con Tiberio Claudio Nerón —también un
Claudio, aunque por una rama de menor loa como era la de los Nerones— poco después del 44 a.C. Año en
cuyas idus de marzo Julio César
resultó asesinado por una conjura en la que se alineó aquél —quizá por
influencia de su suegro— lo que le acarreó la proscripción. De esta forma inició
junto a Livia una paradójica huida del que será su esposo y predecesor de su hijo
Tiberio, ya nacido, como princeps.
Transcurrido un tiempo le será concedida una amnistía regresando a Roma en el
año 39.
Poco
después, posiblemente en una de sus espléndidas fiestas, conocería a Octavio,
entonces casado con Escribonia, la cual daría a luz a su única hija, Julia, ese
mismo año. ¿Qué atrajo a la futura pareja imperial? Las fuentes mencionan la sublime
belleza de Livia que debió impactar al ya próximo princeps —se habla de cupidine
formae y se ha llegado a definir como que Octavio «cayó ciegamente
enamorado» (Fraschetti 1999). No obstante, parece que sería más bien la nobilitas a la que ella pertenecía,
deseoso Octavio de aumentar su estatus pues era visto por la aristocracia
senatorial como un advenedizo; por su parte, más allá de cuestiones físicas,
ella pudo ver las puertas de poder que se le abrirían. De
esta manera, en el 38, T.C. Nerón —antiguo enemigo de Octaviano, que le había
perdonado— se vería obligado a acatar la decisión del matrimonio de éste con su
esposa y la cesión junto a ella de sus dos hijos, el segundo nonato en ese
momento. La cuestión del embarazo de Livia previa al compromiso debió ser algo
muy sonado en la Urbs, parece que
Octavio esperó a que
diera a luz para después desposarse dejando claro así que el hijo —Cl. Druso
Nerón— no era suyo, si bien tras la muerte de su padre hacia el 32 le nombrará tutor por vía testamentaria de sus dos
vástagos.
Daba
comienzo así una larga unión de más de cincuenta años de convivencia durante
los que Livia actuó de leal consejera —complicidad ganada quizá durante los
dilatados viajes que realizaron juntos en los inicios del Principado— y, según
la tradición, complaciente con las infidelidades de su esposo. Sin embargo,
para los primeros treinta años de matrimonio nos encontramos con la falta de
testimonio en las fuentes sobre la consorte imperial. Tan solo algunas
apariciones como la que cuenta la leyenda de su villa Ad Gallinas albas en Primaporta, heredada de su padre, cuyas
gallinas crecerían al son del devenir de la familia imperial. Sabemos por Casio
Dion que, tan pronto como en 35 a.C., se erigieron sus primeras estatuas. Pero
es cierto que durante los primeros años se mantuvo inteligentemente en la
sombra de la primacía de su cuñada Octavia —junto a quien ese mismo año le fue
concedida la sacrosanctitas, símbolo
de protección y seguridad de su persona—, aprendiendo y observando los avatares
del definitivo final de la República con la victoria en Actium sobre Cleopatra y Marco Antonio y la declaración de Augusto a su esposo en el año 27 a.C. En
esa fecha daba comienzo un nuevo periodo de la historia romana del cual se
convertirá en una protagonista indeleble, sobreviviendo al Príncipe y
disfrutando de una longeva y saludable vida en la que conocerá a todos los
emperadores de la dinastía Julio-Claudia salvo a Nerón.
INTER
En el
mismo año 27 daban comienzo dos viajes de Augusto a Occidente —27-24— y a
Oriente —22-19— del Imperio en los que le acompañó Livia, consolidando así la
nueva costumbre de la presencia de las damas imperiales en campaña. En ellos se
dejó notar la principal preocupación del princeps,
algo que podríamos calificar de endémico a lo largo del Imperio, que no es otro
asunto que la sucesión. Casio Dion afirma —no sin cierto escepticismo— que la
ambiciosa Livia ya la tenía como objetivo para su hijo Tiberio, así, establece
al preferido inicial, M. Marcelo —sobrino de Augusto, casado con Julia, su
única hija—, fallecido en el año 23, el primero en la amplia lista de
asesinatos supuestamente auspiciados por aquélla. No obstante, si dicha muerte formaba
parte de un intrincado plan de Livia, éste no salió como esperaba pues, bajo
influencia de Octavia, el elegido para un nuevo enlace resultó ser una persona
cercana al emperador y su brazo derecho en el terreno militar, M.V. Agripa. Al
punto, Augusto le casó con su hija en 21 dándole esta cinco hijos siendo los
dos primeros varones —Gayo y Lucio César—, lo que consolidó de inmediato las
esperanzas sucesoras del régimen.
La
defunción de Agripa en el año 12 a.C., seguida de la de Octavia al año
siguiente, supuso la entrada de Tiberio en la gens
Iulia con su inmediato matrimonio con la hija de Augusto (1),
a la sazón obligado por Livia —pues se encontraba felizmente casado con V.
Agripina— bajo el argumento de la necesidad de un tutor para Gayo y Lucio. A
esta sucesión de importantes acontecimientos se unió la dolorosa muerte de su
hijo Druso en 9 a.C. —quien había iniciado la afamada titulatura de Germanicus. Las acusaciones de las
fuentes se vierten ahora sobre Augusto por el alegado republicanismo de aquél,
si bien parecen infundadas. Con todo, estamos ante el punto de inflexión para
el auge del poder a nivel público de la futura diva Livia: en el grandioso funeral que se celebró, las imágenes de
las familias Claudia y Julia desfilaron juntas, símbolo de la unión que tanto
buscaba Livia y que resultará definitiva con su inclusión en el seno la gens Iulia a la muerte de Augusto en 14
d.C. Además, aquél mismo año le fue concedido a Livia, por decreto especial
—pues solo tuvo dos hijos, aunque Suetonio narra que concibió uno pero nació
prematuro (2)—,
el ius trium liberorum, el cual
modificó la Lex Voconia de 169 a.C.
que impedía a las mujeres heredar de forma que desde este momento lo pudieran
hacer aquellas que hubiesen tenido tres o más hijos.
Gran Camafeo de Francia. Glorificación de la familia de
Augusto presidido por Tiberio y Livia. Bibliothèque
Nationale de France, Paris
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Sin embargo,
las intenciones de Livia volvieron a parecer truncadas por el inesperado retiro
del desdichado Tiberio a la isla de Rodas —donde permanecería desde el 6 a.C.
al 2 d.C.— alegando motivos de reflexión filosófica y para dejar sitio a los
sucesores. Sin embargo, a las fuentes no se les escapa la razón de la huida de
su mujer Julia, cuyos affairs
comenzaban a ser conocidos en toda Roma. Rumores que llegaron finalmente a
oídos de un furioso Augusto —Syme (1989) alega que pudo ayudar a ello la propia
Livia— que no tuvo piedad con su hija y la desterró —relegatio ad insulam—, acompañada por su madre, denegándole incluso
que sus restos mortales fueran depositados en el mausoleo familiar. Otra
tradición alude que fue más bien una conjura desarticulada de un grupo de
seguidores de Julia —grex Iuliae—,
componentes de una facción favorable de una política de estilo oriental.
Al regreso
de Tiberio, por el que tanto rogó Livia ante las negativas de su esposo,
sucedieron más desgracias pues los nietos de Augusto fallecieron en 2 y 4 d.C.
en respectivas campañas militares. Una coincidencia que para algunas fuentes no
deja de levantar sospechas sobre si resultó por voluntad divina o astucia de la madrastra Livia (3).
El camino a la púrpura quedaba expedito ahora para su hijo con un Agripa
Póstumo —último nieto varón— sin aparentes facultades para ser candidato. Así,
no le quedó más remedio al emperador que adoptar a Tiberio —en el mismo año 4
d.C.—, que a su vez hizo lo propio con su sobrino Germánico por indicación del princeps, que dispuso el matrimonio al
año siguiente con su nieta Agripina Maior
asegurando de esta manera una firme línea de sucesión —algo que será confirmado
por su indiscutible fertilidad pues le dio nueve hijos, seis de los cuales
alcanzaron edad adulta entre ellos el futuro Calígula y Agripina Minor, siguiente turbulenta generación
de la Domus Augusta.
En el año 14
d.C. el fundador del Principado expiraba de manera natural. Se suele rechazar
la tradición del envenenamiento de Livia con los higos, otra más de las obscuris artibus taciteas para lo que
arguye sus supuestos últimos pensamientos favorables a Póstumo. Murió, se dice,
en los brazos de su esposa a quien dedicó sus últimas palabras: Livia, que se recuerde nuestra unión, adiós
y cuídate! (4)
En su testamento le adoptó como miembro de la gens Iulia —lo que para algunos investigadores suponía el auténtico
reconocimiento institucional de su figura— convirtiendo su onomástica en Iulia Augusta —que encontramos por
primera vez en la famosa Tabula
Siarensis— y le legó un tercio de su fortuna —dos tercios para Tiberio. El
hecho de que aguardara a su fallecimiento para otorgarle los mayores honores a
su mujer habla de lo restrictivo que había sido Augusto a lo largo de su vida
para proveerlos públicamente al género femenino, de la misma manera que lo será
el hispano Trajano (Fantham et al.
1994).
El difunto
emperador fue deificado, en lo que parece que tuvo un importante papel su esposa,
como cuenta Casio Dion, pues hizo que un senador testificara haber visto al
emperador subir a los cielos —τὸν
Αὔγουστον ἐς τὸν οὐρανόν—, algo que se convertirá en un condicionante
necesario para toda siguiente consecratio.
Además, se creó un colegio sacerdotal —sodales
Augustales— con un flamen divi
Augusti y una flaminica, la
propia Livia, dando comienzo el culto imperial. Ahora como sacerdotisa tenía
derecho a ser acompañada por un lictor,
también fue incluida en los vota pro
salute reipublicae de principios de año
así como intitulada por el Senado Mater
Patriae. Asunto este último que no consintió el ahora emperador Tiberio
—que insistía en la moderación para con los honores concedidos a las mujeres, feminarum honores—, como tampoco
añadirse a la nomenclatura de su madre Iulae
filius, propuesta igualmente por el Senado quizá para hacerle consciente de
la procedencia de su poder. Y es que no deseaba ser visto como mero deudor del
solio a su madre, si bien era una realidad que no se le escapaba al pueblo
romano.
Barrett
(2002) expone en su obra monográfica el debate —cuya conclusión mantiene como enigma— en torno a la adopción del
título de Augusta por parte de Livia.
Por un lado está la opinión de que el difunto emperador quiso otorgarle cierto
grado de poder político y tal vez asociarle como colega de Tiberio. Otros, en
cambio, hablan de un título meramente honorífico sin ninguna otra atribución —esta
era la opinión de propio sucesor. En respuesta al enigma de Barrett, y mediante el análisis de la literatura
contemporánea —concretamente las Epistulae
ex Ponto de Ovidio—, se han confeccionado hipótesis como la de que dicha
concesión póstuma reflejaba el grado de maiestas
que ella mantenía mientras reinaba Tiberio (Luisi y Berrino 2010).
De tal
manera pasó de esposa a madre de un príncipe cuya concepción de gobierno era
distinta a la de su predecesor. Se cuenta que Tiberio trataba de no tener
demasiados encuentros con su madre para no parecer controlado por ella, y es
que para él —como en general para la patriarcal sociedad romana— la política
era algo reservado exclusivamente para los hombres. No en vano, y a pesar de
sus reticencias, siguió contemplándola como natural aliada y consejera y
supieron aunar pareceres en contra de quienes consideraban sus verdaderos
obstáculos políticos. Así, enseguida cayeron Póstumo y Julia Maior, presentándose a continuación el
problema de Germánico para el que de nuevo se cree —creditur, opinio fuit—
que Livia articuló sus planes —occultis
artibus— para solventarlo de manera efectiva y en pro de sus intereses.
La gloriosa
actuación de Germánico —de quien se creía había heredado los sentimientos
republicanos de su padre— en la frontera septentrional del Imperio, le habían
reportado, además del apoyo más que fiel de sus legiones, un esplendoroso
triunfo durante el que se denotó que tenía ganado al pueblo romano por su
carisma y virtud. Se lo había otorgado a regañadientes un receloso emperador
que, de la mano de Livia, prepararía su final de manera sutil al enviarle de
campaña en el año 19 a Oriente. Allí se encontraban el gobernador de Siria Cn.
Calpurnio Pisón y su mujer Plancina, no en vano amiga cercana de la Augusta. La pareja, como agentes del
mandato imperial, se encargará de envenenar mortalmente al joven y amado general
quien, en sus últimas palabras, transmitidas por Tácito, se muestra conocedor
de los culpables directos de su infausto destino y clama justicia —sentencia
que su esposa Agripina Maior, su
eterna acompañante, ciertamente no olvidará. Los rumores sobre su enfermedad no
tardaron en llegar a la Urbs y el
impacto de su muerte conmocionó a toda Italia; se pidió una justicia que
resultará, al cabo, poco satisfactoria pues se resolvió con la condena del
Senado a Pisón y la condonación de Plancina por la intercesión de Livia. Una
protección a la que se había acogido con ruegos pero que no sería sino algo
meramente temporal, pues cuando ésta falleció, las acusaciones revertieron
sobre aquélla y terminó con su vida.
Los deseos de Livia de tomar parte activa en la vida política —potentiae (5) vindicantem— que, en efecto, llevó a cabo en ocasiones como verdadera
agente de poder, incomodaron —gravatus—
a Tiberio motivando enfrentamientos que le decidieron a apartarla de los
asuntos públicos relegándola a los domésticos. Por tanto, los años veinte se
presentaban, por un lado, con un princeps
—que había tenido nietos gemelos— cada vez con mayor desazón de la vida en Roma
y, por otro lado, una anciana Livia —extremam
senectutem— que entraba ya en sus ochenta —paradigmático vigor que la
tradición atribuye al vaso de vino diario. Una salud que quebró en 22, pero por
poco tiempo pues logró recuperarse tras lo que el Senado decretó acciones de
gracia —supplicia—, grandes juegos —ludi magni— en su honor y la acuñación
de monedas con la leyenda salus Augusta
asociando su vitalidad a la del Estado.
Moneda dedicada a Livia Augusta por el Senado |
En el
horizonte nuevas intrigas asomaban, como la presencia del poderoso adalid en
las tareas de gobierno —socius laborum—,
el prefecto del pretorio Sejano, cuya presencia en las fuentes eclipsa los
últimos años de nuestra protagonista; y los rescoldos de las pasadas refulgían,
como la incansable Agripina Maior en
lucha por la justicia y honor de su familia, y es que veía a la pareja palatina
implicados en el asesinato de su esposo así como en el destierro de su madre y
hermana. Esta brava mujer constituirá el modelo a seguir de su hija Agripina Minor, futura esposa del emperador
Claudio y madre de Nerón.
Tiberio dejó
Roma para no volver en 26 instalándose en su lujosa villa de Capri. Los motivos
aducidos por las fuentes son variados: por influencia de Sejano, la azarosa
vida de la Urbs, su ya mermada
apariencia física, razones psicológico-filosóficas de búsqueda de paz interior,
deseos de alejarse de las ansias de poder de su madre —matris impotentia— o de las luchas internas con Agripina. Syme (1989)
describe la situación hablando de una apesadumbrada domus imperial en la que estaba rodeado de viudas con Livia,
Antonia, Agripina y Livila. Sejano, cuya ambición había alcanzado los límites
de la conspiración, se vio entonces libre de actuar contra sus principales
obstáculos de Agripina y sus hijos, aunque la presencia de Livia parece que le
reprimió en sus actuaciones. No será por mucho tiempo pues la primera Augusta falleció el año 29 d.C. de
extrema vejez —aetate extrema.
POST
Tal era el
desdén del emperador Tiberio para con su madre que, excusándose por carta en el
excesivo trabajo (6) de su
retiro de Capri, ni siquiera acudió a su sepelio. Se celebró un funeral modesto
en el mausoleo familiar —mandando construir por Augusto en los años 20 a.C.—
con Calígula en la lectura del elogio fúnebre —laudatio funebris. El Senado decretó todo un año de luto oficial y
la construcción de un arco en su honor, algo de lo que perspicazmente se
encargó su hijo que no sucediera ofreciéndose para erigirlo bajo su patrocinio,
cosa que nunca hizo.
En lo
concerniente culto imperial a la diva
Iulia Augusta, Tiberio siguió esa misma línea y denegó la apoteosis —consecratio— solicitada por el Senado,
un proceso ya comenzado en Oriente en vida, pero que en ese momento tendría que
esperar; ya cuatro años antes había rehusado la construcción de un templo —delubrum— dedicado a ambos como pidió
una embajada enviada desde Hispania Ulterior (7).
Será finalmente trece años después —año 42— cuando el emperador Claudio
procederá a su divinización que situó en la fecha de su boda con Augusto, el 17
de enero. Se erigió una estatua junto a la de su esposo en el Templo de Augusto
del Palatino y se encargó a las Vestales que realizaran los respectivos
sacrificios. Los ritos en su honor se seguirían celebrando más allá del periodo
dinástico julio-claudio trascendiendo a los Antoninos e incluso a los Severos,
y es que el recuerdo y la fuerza de su figura prevalecieron en las mentes de
los romanos hasta el final del Imperio de Occidente. Se podría decir que el culto imperial femenino en Roma —irradiado
desde los reinos helenísticos destacando el Egipto ptolemaico— lo inició Julio
César de manera indirecta con el culto que rindió a la diosa Venus Genetrix, de la que se consideraba
descendiente a la familia Iulia y a
la que erigió un templo en su foro. Sin embargo, el tardío ascenso a los cielos de Livia
hizo que fuera la amada hermana de Calígula, Julia Drusila, la que figura como
primera princesa imperial divinizada —en 38—, aunque su culto desapareció tras
el asesinato de aquél tres años después.
La
consecuencia directa que siguió a su desaparición fue la definitiva puesta en
marcha de los planes de Sejano. Finalmente, logró acabar con Agripina Maior y sus dos primogénitos hasta que
su trama quedó destapada por Antonia Minor
que consiguió hacer ver al emperador que la púrpura corría peligro.
A lo largo
de su vida, Livia llevó a cabo un importante papel de patrona y benefactora.
Como sabemos, las mujeres no tenían en principio ningún tipo de acceso al poder
político, pero podían utilizar su influencia en el ámbito de la alta sociedad
romana. En el mismo resultaban de gran importancia las relaciones familiares —amicitia—, lo que estaba a su vez
relacionado con las redes clientelares —caben mencionarse sus conexiones desde
el lejano Bósforo o Judea hasta la propia Roma con el futuro efímero emperador
Galba, o con el abuelo de uno de los protagonistas de la crisis del año 68-69,
Otón. Mostró magnanimidad y generosidad —beneficia—
ayudando a familias con pocos recursos, a víctimas de fuegos y a familias
ricas empobrecidas colaborando en las dotes y la educación de sus hijos. Todo
ello se recompensó en las provincias con ciudades que tomaron su nombre —Livias, Augusta o Liviopolis,
todas en Oriente—; numerosas dedicatorias, esculturas y monumentos que le
asociaban con divinidades como Vesta, Juno, Venus o Ceres; festivales poéticos
o musicales, etc. En la propia Roma, Augusto le dedicó el Porticus Liviae, que seguramente ella —siguiendo acaso a Octavia y
su patrocinio de Vitruvio— colaboró a diseñar y del que nada ha sobrevivido;
también restauró el Fortuna Muliebris,
en lo que se evidencian motivaciones de
imagen política de servicio al Estado pues se trata del lugar en que el
legendario Coriolano fue detenido por su madre de su avance hacia Roma (8).
En el imaginario colectivo
también perduró su figura física como parte de las representaciones
monumentales que de ella se realizaron. Para ello se siguió la línea que impuso
Augusto de modestia y simplicidad —reflejado en sus declaraciones de que toda
su ropa era fabricada por las mujeres de su domus—
que pretendía supusiese el modelo a seguir por el resto de las mujeres romanas.
La tradición nos habla del poder de seducción que tuvo la belleza de Livia, si
bien hemos de tomarlo con prudencia debido a su frecuente recurso a la
idealización; lo mismo cabría decir a la hora de examinar sus bustos y esculturas,
de ellos
podemos inferir de manera general unos rasgos caracterizados por sus grandes
ojos, nariz aquilina, pelo estilo nudus
y boca pequeña (9).
A nivel numismático asimismo observamos la
solidez moral fiel a la gravitas y al
honor y dignidad imperial —maiestas.
Fulvia, primera esposa de Marco Antonio, fue la primera mujer no diosa
representada en una moneda romana, si bien algunos expertos lo encuentran cuando
menos dudoso (Severy 2003); en cuanto a las damas palatinas las primeras fueron
Octavia y Julia, la hija de Augusto; más tarde Livia aparecerá con mayor
frecuencia y variedad de tipología asociada a diversas virtudes —salus, concordia, fecunditas, pudicitia— y diosas.
En definitiva,
Livia encarna un carácter complejo que vivió más que ninguna otra mujer
en el seno del poder romano y por todo ello será recordada siglos después de su
muerte como una personalidad única, bien modelo de la traición femenina tacitea
—muliebris fraus— bien como última
virtuosa matrona.
FUENTES
Dión Casio, Historia Romana (trad. J. P. Oliver Segura), Madrid, Gredos, 2011,
vol. 4.
Dión Casio, Historia Romana (trad. D. Plácido Suárez), Madrid, Gredos, 2004, vol. 3.
Suetonio, Vida de los Césares (trad. V. Picón), Madrid, Cátedra, 2011.
Tácito,
Anales (trad. J. L. Moralejo),
Madrid, Gredos, 1980, 2 vols.
BIBLIOGRAFÍA
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Orwigsburg.
BARTMAN, E. 1998: Portraits
of Livia: Imaging the Imperial Woman in Augustan Rome. Cambridge University
Press. Cambridge.
GARDNER, J. 1986: Women
in Roman law and society. Routledge. London.
FANTHAM et al. 1994:
Women in the classical World. New
York.
FRANCESCA BERRINO, N. 2006: Mulier potens: realtà femminili nel mondo
antico. Historie: Collana di Studi e monumenti per le scienze dell'antichità. Congedo
Editore. Lecce.
FRASCHETTI, A. (ed.) 1999: Roman Women. Translated by Linda Lappin. University of Chicago
Press. Chicago.
HEMELRIJK, E. A. 1999: Matrona Docta: Educated Women in the Roman Elite from Cornelia to Julia
Domna. Routledge. London and New York.
HIDALGO DE LA VEGA, M. J. 2012:
Las emperatrices romanas: sueños de
púrpura y poder oculto. Ediciones Universidad de Salamanca. Salamanca.
MIRÓN PÉREZ, M. D. (ed.) 1996: Mujeres, religión y poder: el culto imperial
en el occidente Mediterráneo. Universidad de Granada. Granada.
SANTORO L'HOIR, F. 2006: Tragedy, Rhetoric, and the Historiography of Tacitus' Annales. Ann
Harbor. The University of Michigan Press.
SEVERY, B. 2003: Augustus
and the Family at the Birth of the Roman Empire. Routledge. New York and
London.
SYME, R. 1989 (1ª ed. 1958): Tacitus. 2 vols. Oxford.
(1) Es de mencionar
que en esta tardía fecha Augusto se convirtió por fin en Pontifex Maximus, y es que se trataba de un cargo vitalicio por lo
que para no contravenir las tradiciones republicanas decidió no arrancárselo a
su poseedor, el antiguo triunvir Marco
Emilio Lépido, y aguardó hasta su óbito.
(2) Suet. Aug. 53: Infans, qui conceptus erat, immauturus est editus.
(3) Tac. Ann. 1.3: ut Agrippa vita concessit, Lucium Caesarem euntem ad Hispaniensis
exercitus, Gaium remeantem Armenia et vulnere invalidum mors fato propera vel
novercae Liviae dolus abstulit.
(4) Suet.
Aug. 99: Livia, nostri coniugii memor vive, ac vale!
(5)
En una cuestión filológica, es
preciso diferenciar y aclarar el significado de potens —en griego δυνατός—
y potentia del de potestas —equivalente a ἐξουσία—, que no
hemos de confundir. El campo semántico de las primeras se refiere a la
capacidad de obtener lo que uno desea y actuar con αὐτάρκεια, mientras que la
segunda tiene un trasfondo legal que autoriza para realizar determinados actos
y está relacionado con la autoridad de los magistrados, con lo que queda fuera
del alcance de toda mujer (Francesca 2006).
(6) Tac. Ann. 5.2: magnitudinem negotiorum per litteras excusavit.
(7) Tac. Ann. 4.37: per idem tempus
Hispania ulterior missis ad senatum legatis oravit ut exemplo Asiae delubrum
Tiberio matrique eius extrueret.
(8)
Gaius Marcius Corolianus
fue un ilustre general romano de inicios de la República vencedor de los
volscos, que al ser desterrado se puso a su frente conduciéndoles contra la Urbs, serán su madre, Veturia y su
mujer, Volumnia quienes le detendrán y convencerán para su retirada; los
volscos le condenaron a muerte por traidor (Livy Epit. 2.33.3-40; Dion. Hal. 7, 8). Fue la asociación del servicio
al Estado realizado por dichas mujeres lo que quiso simbolizar Livia reparando
el monumento de la diosa Fortuna
Muliebris, culto
instituido desde aquel entonces.
(9)
En el ámbito
del uso de la imagen de Livia como un símbolo visual de la tan decisiva
política legislativa y económica del periodo augústeo profundiza el trabajo de
Bartman (1998).