Escrito por Maribel Bofill Monés
La
esperanza de vida en la sociedad romana era corta y la muerte era una realidad
muy presente, a la cual le dedicaban un lugar especial heredado de los griegos.
El
alma que no tenía una tumba carecía de morada y vagaba errante en forma de
larva o fantasma. Estas almas se convertirían en malhechoras, atormentando a
los vivos y enviándoles enfermedades para obligarles a darles sepultura a su cuerpo.
El Destino, un dios ciego hijo del Caos y de la
Noche tenía una urna en la que se encontraba la suerte de los mortales. Sus
decisiones eran irrevocables y era cometido de tres Parcas ejecutar sus órdenes.
Cloto,
la más joven daba vueltas en la rueca a los hilos de los que dependía la vida
de los humanos. Laquesis hacia girar el huso enrollando estos hilos, presidia
los matrimonios y Atropos, la mayor, cortaba los hilos cuando llegaba la hora de
la muerte.
Con
la muerte física del cuerpo se creía que las almas iban al mundo subterráneo de
Hades,
que no era ni cielo ni infierno. En los primeros tiempos en Roma existía la
creencia de un dios de la muerte llamado Orcos que vivía rodeado de dioses principales los dioses Manes, difuntos divinizados. Posteriormente con la helenización el inframundo fue gobernado por Plutón
y su esposa Proserpina que vivían en un palacio en los Campos Elíseos. Lugar
iluminado donde habitaban las almas de los héroes y las mujeres y hombres
buenos.
Los
antiguos romanos creían que la localización del más allá se encontraba en la
profundidad de la tierra. En el foro de las ciudades existía una fosa ritual
que se excavaba en la fundación de las ciudades y era conocida con el nombre
de mundus, y ponía en contacto directo
el mundo de ultratumba.
Todas
las almas de los difuntos se dirigían al inframundo para ser juzgados y ser
recompensados o castigados.
Era
necesario desarrollar toda una serie de rituales por parte de los vivos para
facilitar el paso del difunto al mundo de los muertos. El inframundo, situado
bajo tierra, estaba rodeado de dos ríos. El Aqueronte y el Estigio, (la
laguna Estigia).Para llegar allí era necesario atravesarlo, lo cual
debía hacerse en una barca conducida por Caronte. “Guarda aquellas aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte,
cuya suciedad espanta, sobre el pecho le cae desaliñada la barba blanca, de sus
ojos brotan llamas, una sórdida capa cuelga de sus hombros, prendida con nudo :
el mismo maneja su negra barca con un garfio dispone las velas y transporta en
ella los muertos.”
Caronte exigía un pago previo de un óbolo y rechazaba golpeando con sus
remos a quien no pudiera pagarle o a las almas de los insepultos. Al otro lado
un perro tricéfalo con cola de serpiente conocido como Cerbero guardaba las puertas del inframundo. Vigilaba para que
no escapara ninguna sombra o penetrara algún vivo en las regiones inferiores.
Existía
un destino para los héroes, los guerreros que morían con honor y los
emperadores amados por el pueblo llamado Campos
Elíseos. En segundo lugar estaban los prados Asfódelos. Era una llanura de flores Asfódelas que también era la comida favorita de los muertos. Aquí
estaban las personas que habían tenido una vida equilibrada respecto al bien o
al mal. Un lugar donde las almas bebían agua de río Lete que les hacían perder su identidad y memoria. El Tártaro era el tercer lugar reservado para las
personas cuyo juicio era negativo. Consistía en una prisión fortificada,
rodeada de un río de fuego, donde eran conducidos los crimínales que habían
sido condenados. Allí eran castigados hasta que hubieran pagado su deuda con la
sociedad.
A
veces Perséfone, reina del
inframundo, concedía el indulto: tras sobornar a Cerbero, permitía traspasar el espíritu al otro lado de la laguna
en reencarnación. Existían dos moradas más las propias orillas del río Aqueronte, en cuya rivera permanecían
errantes durante cien años los insepultos, suicidas o quienes no tuvieran un
óbolo para pagar el viaje. Y el valle del
Eteo donde se encontraba el
río del olvido que debían cruzar las almas de los que esperaban una nueva vida,
puesto que la suya había sido interrumpida prematuramente.
Plutón
era el dios del inframundo pero no era el Dios de la Muerte esa función la asumía
Mors. Plutón lo enviaba para recoger a los muertos una vez las cadenas de
la vida eran cortadas por las Parcas del destino. Si Mors o Plutón no permitían la entrada de las almas al inframundo, estas
quedaban en el limbo para toda la eternidad. Por eso se han encontrado cuerpos
cortados o con huesos rotos para evitar que los muertos se levantaran de nuevo
y persiguieran a los vivos.
En
otras ocasiones los sarcófagos fueron cargados con pesadas losas, el no llevar
a cabo los ritos funerarios suponía la imposibilidad del alma de llegar al
mundo de los muertos. Entonces los dioses Manes
se negaban a acoger al alma no purificada, y al mismo tiempo, tampoco el
espíritu podía regresar al mundo de los vivos ya que su cuerpo físico estaba
degradado o incinerado, y permanecía atrapado entre dos mundos. Si ocurría eso
el alma cobraba una actitud de venganza contra los vivos.
Existía
un complejo y necesario ritual de paso hacia la muerte. La mayor parte de estas
creencias y ritos provenían del mundo etrusco. Existía todo un plan de salvación del alma que no
podía ser modificado, la tumba que en principio se cría morada del alma fue
relegada a simple lugar donde queda el cuerpo. El mundo romano era distinto y
aunque en los primeros siglos practicaban las creencias etruscas, en la Roma
clásica existía mayor libertad para que el individuo realizara su propio plan
de salvación según sus creencias.
En
muchas culturas las concepciones de ultratumba son diferentes y contradictorias
y los ritos son complicados. Cicerón deja
en un texto las diferentes concepciones que existían sobre que le ocurre al
alma y al cuerpo. Algunos defienden que la muerte es la separación del cuerpo y
del alma, y otros que no se produce ninguna separación y que el alma desaparece
con el cuerpo. Y otros que el alma vive eternamente.
La
corriente filosófica más aceptada en Roma, el epicureísmo y el estoicismo
se mantuvieron escépticos ante la muerte, Para los primeros era la muerte un
miedo más a eliminar, afirmaban que no era el destino quien marcaba la muerte,
sino la propia evolución del cuerpo. Aceptaban la existencia del más allá. Lucrecio, intentaba librar al hombre
del miedo a los dioses, declaraba que el cuerpo y el alma morían al mismo
tiempo.
Para
el estoicismo, la muerte era una ley
de vida que se debe aceptar y arremetía contra la existencia del más allá.
Conocer
la influencia de las dos corrientes es difícil pues se encuentran testimonios
diferentes en epitafios para su
convicción del más allá. “Durante tu vida hombre aprovecha, porque después
de la muerte no hay nada,” Mientras otros creían en el la supervivencia
del alma “Mi cuerpo se ha consumido, mi alma vive, yo soy ya un dios.”
A
pesar de ello los romanos se preocupaban de los funerales. Autores como Cicerón,
Virgilio,Ovidio,y Varrón nos dejan muestra de ello.
También las instrucciones que dejaron algunos Emperadores y otros personajes
destacados de como querían sus exequias. Estos deseos eran verbales o escritos
que serían leídos y debatidos en el
senado.
En
Roma existían empresas de pompas fúnebres (libitinarii)
Ya que el negocio de la muerte era bastante lucrativo y daba trabajo a muchas
personas pese a que los funerales estaban orquestados por los parientes del
difunto. Era una ocupación depreciada ya que ejercerla tenía como consecuencia
la disminución de los derechos civiles (minima capitis deminutio) .Los
numerosos empleados tenían funciones
diferentes: los pollinctores
preparaban el cadáver para su exposición, los vespillones transportaban y colocaban el ataúd en la pira, o a la
fosa de cadaveressi si era de una
familia pobre; los dissignatores, que
en los grandes funerales, ordenaban y
dirigían las paradas del cortejo fúnebre; los ustores, se encargaban de las incineraciones; los fosores eran los encargados de cavar
las fosas, y por último completaban el gremio los oficiales constructores del
monumento funerario que también velaban por su mantenimiento.
Los
funerales romanos dependían de la riqueza de la persona y de las circunstancias
de su muerte, los delincuentes ejecutados eran enterrados en fosas comunes
directamente sin honras, los pobres aspiraban a ser miembros de los collegia funeraticia, una especie de
mutua que aseguraba tras una cuota mensual que se cumplirían los ritos funerarios
tras la muerte de sus socios, se les aseguraba un lugar en el columbarium. Era la única manera de
que las clases inferiores pudieran acceder a un ritual digno, salvo en los
periodos que los emperadores se encargaban de asegurarles un funeral correcto a
la población.
Fuera
de la ciudad se encontraba la industria de la muerte, como los collegia funeraticia y las empresas
dedicadas a las pompas fúnebres. De hecho, la sociedad romana solía ahorrar
dinero para formar parte de estos collegia
y asegurarse recibir una sepultura digna.
Tanto
los funerales humildes (funus plebeium) el
de los niños (funus acerbum o immaturum)
eran rápidos no tenían relieve social y se realizaban discretamente por la noche.
El féretro consistía en una simple caja
de madera conocida como sandapíla, Los
pobres eran recogidos de las calles de la ciudad y eran llevados por cuatro
porteadores en una sandapíla de
alquiler por la noche. A menudo eran arrojados en las fosas comunes fuera de
las ciudades para dejarlos pudrir y posteriormente eran incinerados ahí mismo.
Al contrario la esmerada preparación de
los funerales aristocráticos se celebraban de día y las familias competían entre sí por la fastuosidad del
acontecimiento, a pesar de las protesta de Cicerón
de que en la muerte no debieran de manifestarse diferencias sociales y
económicas, las hubo tanto o más que en vida.
El
traslado del cadáver hacia la tumba se hacían de noche, porque la muerte era
impura y así se evitaba que el cortejo se tropezase con algún cargo de
magistrado o pontífice, a los que les estaba prohibido ver un difunto para no
contaminarse, y tampoco se obstaculizaba la vida ciudadana que era diurna. Tanto
en Grecia como en Roma, la presencia de los muertos y su visión producía contagio, del que había que
purificarse. En el siglo II d.C, la costumbre de trasladar de noche cayo en
desuso a excepción de los entierros de los niños e indigentes.
Los
romanos asociaban la muerte con la contaminación, no solo material sino
espiritual. Por eta razón los entierros debían realizarse de noche, y fuera de
la ciudad. Los porteadores vivían fuera de la ciudad. El emperador Juliano promulgo una ley en febrero de
363 que obligaba a que los funerales se celebraran siempre de noche.
Cuando
se desarrollaba en la oscuridad, era
preciso iluminar el paso del cortejo fúnebre. La palabra funeral procede de las
antorchas de estopada o junco, conocidas como funalia o funales candelae. Que se utilizaban al efecto.
RITOS FÚNEBRES CIVILES
Preparación del cuerpo
·
Beso supremo
·
Lamentaciones
fúnebres (conclamatio)
·
Lavar y perfumar el
cuerpo
·
Depositar una
moneda en la boca o la mano del difunto
Exposición del cuerpo: el último adiós
·
Exposición del
fallecido en un lecho fúnebre ( unctura)
·
Barrido de la casa
(suffitio)
Procesión del cadáver
·
Cortejo fúnebre:
familiares, músicos, plañideras, actores, praefica. Clientes y vecinos.
·
Laudatio ( discurso
)
·
Duelo caracterizado
por el dramatismo: llanto intenso, desvanecimientos, rasgados de vestidos,
gemidos, golpes en la cabeza y en el pecho, tirarse del cabello y la barba,
arañazos en el rostro, gritos agudos, etc.
·
Pira para quemar el
cuerpo
·
Recoger los restos
para colocarlos en una urna dentro de la tumba, o entierro del cuerpo si es
inhumado
Sacrificio y primer banquete funerario
·
Sacrificio de una
cerda (porca praesentanea)
·
Banquete fúnebre (silicernium) en la tumba con los
familiares del fallecido
Purificación de la familia
·
Ofrenda de cabellos
a los dioses Manes
·
Segundo banquete
funerario ( novendiale sacrificium )
para purificar a la familia del difunto. Esta no participa activamente del
ágape
·
Duelo propiamente
dicho con una duración variable de hasta un año
Cuando
una persona fallecía, la persona más allegada a él recogía en un vaso su último
suspiro. Se creía que el alma al desprenderse del cuerpo salía por la boca, y
este era un modo de retener su espíritu antes de abandonar definitivamente el
mundo de los vivos. La persona allegada le daba entonces el beso supremo (osculus supremus), le cerraba los ojos
( oculos premere) y le quitaba los
anillos ( anulus detrahere ) para
evitar hurtos en las sepulturas.
A continuación se certificaba la muerte mediante el rito de la conclamatio, ritual por el que todos los presentes llamaban al finado tres veces por su nombre a voz de grito. Este rito tenía doble función: comprobar la muerte real y, a la vez retener el alma cerca del cuerpo hasta que el cuerpo fuera enterrado y evitar, así que errara buscando su tumba.
A continuación se certificaba la muerte mediante el rito de la conclamatio, ritual por el que todos los presentes llamaban al finado tres veces por su nombre a voz de grito. Este rito tenía doble función: comprobar la muerte real y, a la vez retener el alma cerca del cuerpo hasta que el cuerpo fuera enterrado y evitar, así que errara buscando su tumba.
Hoy en día este ritual se sigue haciendo cuando el
Santo Padre muere los cardenales y el camarlengo que lo acompañan en sus
últimos momentos, lo llaman tres veces para asegurarse de su partida. También
se destruye el anillo del Pescador.
En
mundo romano tenían la costumbre de llevar anillos sello, como prestigio y en
ocasiones eran verdaderas joyas. Podían pasar de generación a generación y
también podrían destruirse para evitar usurpaciones de personalidad.
Confirmado
el óbito, la familia acudía al templo de la diosa Libitina en cuyo
santuario se guardaban todos los objetos relacionados con los funerales. A
partir de aquí, comenzaban los ritos preparatorios del funeral. En Grecia eran
las mujeres las que preparaban el cadáver lavándolo con agua caliente y
perfumándolo con ungüentos de miel sal y mirra. En Roma los pollintores o esclavos domésticos se
encargaban de esta tarea. Se amortajaba el cadáver con las vestiduras de ceremonia que les
correspondiesen en la vida pública: la toga blanca, si era ciudadano, la praexta si había sido magistrado, la
purpurea si había sido censor, o la picta si había celebrado algún triunfo. Si era pobre, tanto si era
mujer como hombre, lo envolvían con un lienzo de tela negra grueso. Después de
purificados y vestidos, el pollinctor
embalsamaba el cuerpo con una mezcla de yeso y depositaba bajo la lengua una
moneda para Caronte.
Otra
costumbre era colocar perlas de cera de abeja en las fosas nasales para evitar
que los malos espíritus se apoderaran del cuerpo, y se colocaba sobre el rostro
la máscara del difunto, elemento de las familias pudientes que se lo podían
costear. La máscara estaría mientras
duraran los funerales.
Después
de la preparación del cuerpo se procedía
a la unctura. Se depositaba al
fallecido en un lecho fúnebre ( lectus),
se le colocaba de rodillas para comprobar de nuevo que la vida le había
abandonado ( supra genua tollere),
luego ya se le situaba para que pudieran abrirse las puertas de la
domus para que las personas se
pudieran acercar a darle el último adiós. El lecho estaba flanqueado por las
imágenes maiorum, imágenes de los
antepasados, flores y guirnaldas, cuatro incensarios en cada una de las
esquinas, que proporcionaba
un fuerte aroma que camuflaba el hedor de la putrefacción. Los incensarios eran
recargados continuamente por los esclavos de la casa.
La
duración de la exposición del cadáver dependía de la condición social del
difunto: los pobres eran sepultados el mismo día de la muerte o al siguiente,
con una breve o nula exposición ; las clases medias y altas se trataban de tres
a seis días y durante este tiempo se empleaban plañideras profesionales para
mantener una vigilia permanente. Los emperadores quedaban expuestos toda una
semana.
Al
difunto se le presentaba limpio bien vestido y perfumado. En cambio sus
familiares iban vestidos con los peores trajes que tenían los desgarraban y manchaban de ceniza. Las
mujeres de la casa recibían a los invitados con los cabellos sueltos y
enredados, ofreciendo una imagen deplorable. La belleza incorruptible del
fallecido se oponía al aspecto descuidado de los vivos que mostraban así, su
pena.
Cuando
era posible costearlo, la familia contrataba músicos para magnificar el dolor y
plañideras a sueldo durante los días que duraba la exposición del cadáver.
En
la puerta de entrada a la casa se ponían ramas de ciprés para advertir que en
esa residencia se celebraba un óbito y que la familia se preparaba para
realizar una ceremonia fúnebre. De esta manera se dispensaba la entrada a los
sacerdotes para evitar la mácula de la muerte considerada impura.
Cuando
se iniciaba la translatio del
cadáver se hacía una primera limpieza (suffitio)
de la casa de la familia, para dejarla libre de impurezas (everriae) porque había la creencia de que las almas de los difuntos
quedaban en algún lugar de la casa y era necesario hacerlas salir. La suffitio consistía en esparcir agua por
la casa con una rama de laurel y hacer pasar a los asistentes por encima de un
pequeño fuego.
A
continuación se iniciaban las exequias. El cortejo fúnebre (pompa) seguía un orden establecido.
Solía preceder al lecho mortuorio todo un séquito de músicos que tocaban
instrumentos de viento. Seguían los portadores de antorchas, luego las praeficae o plañideras acompañaban al
féretro gritando, llorando y lanzando gritos de dolor. En los intervalos una de
ellas cantaba la nenia, cántico
fúnebre al son de la tibia. Esta procesión era toda una exhibición pública de
la clase de vida que había tenido el difunto: bailarines y mimos danzaban y se
comportaban como había sido el difunto.
Después
venían las imágenes de los antepasados. Las familias patricias y los más nobles
conservaban en las casas las mascarillas de los antepasados que habían ejercido
cargos públicos. Cada antepasado estaba representado en el funeral por un
hombre que se ponía la máscara al
rostro, se vestía con las ropas de
ceremonia y llevaba las insignias del mayor grado que había logrado en vida.
Cónsul, pretor, etc. Tras los antepasados
desfilaba el ataúd, donde el
muerto iba descubierto, a la vista de todos, precedido de líctores portando fasces y ropas negras, seguido de los familiares
enlutados.
Las
mujeres, debían ir sin joyas y con los cabellos sueltos, solían proferir gritos
de dolor. Los hijos caminaban con la cabeza tapada y el resto de los familiares
seguían la procesión en carro. Durante la
traslatio los familiares y plañideras realizaban muestras de dolor.
Los
parientes varones que participaban en el funeral vestían la toga pulla. La viuda y el resto de mujeres
llevaban ropa especial de duelo: el ricinium,
de color negro, y la praetexta, de
tela exterior cuadrada colocada encima del hombro. Con la pulla se comunicaba
que el portador sufría la pérdida del ser querido. Si el enlutado era un
senador, el resto de senadores lucían la toga praetexta con las dos franjas de púrpura estrechas en acto de
humildad.
Si
el difunto era una figura importante, la procesión se detenía en el Foro y se mostraba el cuerpo en
posición vertical, mientras el pariente masculino más anciano realizaba una
oración o discurso fúnebre laudatio. En
las laudationes se debían recordar a los
antecesores del difunto y relatar sus acciones. No eran solo sus acciones,
cotidianas sino sus altius gesta, para que los jóvenes se pudieran mirar para
imitarlas.En ese lugar se comunicaba públicamente la muerte de alguien
importante y se comunicaba el día y la hora de los funerales.
Tras
la parada en el Foro, el cuerpo era llevado fuera de la ciudad, ya que existía
una norma que prohibía enterrar a los muertos dentro del pomerium.
En
las afueras se erigía la pira para quemar el cuerpo. Se llamaba ustrinum el lugar donde se encendía la hoguera,
y sepulcrum donde se depositaban las
cenizas.
La
pira se preparaba de diferentes maneras. La forma más sencilla era el bustum, consistía en cavar una fosa,
llenarla de leña, y poner el cadáver encima. Luego lo que quedaba se cubría con
tierra. Otra manera era elevar un túmulo de madera para colocar el cuerpo
encima. Más tarde se construyó la pira en forma de altar.
Amigos
y parientes tiraban al fuego objetos que pertenecían al muerto, comida y
flores. Los trajes de luto estaban adornados con lazos o nudos de purpura, las
mujeres llevaban muchos y los arrojaban a las llamas.
Un
rito antiguo prescribía que al muerto sobre la pira se le abriesen los ojos y
se le volvieran a cerrar. Y como última señal de despedida se le diese un beso.
Después un pariente o amigo encendía el fuego.
Los
presentes tras una ceremonia de purificación, volvían a sus casas. Los
familiares permanecían junto a los
despojos. Hasta que se efectuase el sepelio, la familia recogía los huesos, los
ponía con un ungüento o miel, a la
espera de depositarlos en una urna de mármol, metal, vidrio o cerámica. Ésta se
ponía en un columbario con una pequeña inscripción que recordaba los datos del
difunto : nombre, profesión, edad, familiar que se lo dedicaba y en la que se
ruega al caminante que la lee que diga “ que la tierra te sea leve”, el nicho
donde estaba la urna se llamaba nido (nidus).
En
caso de inhumaciones, raramente los cuerpos tocaban la tierra, se colocaban
dentro de ataúdes en bóvedas de piedra o mármol. Los ricos preferían sarcófagos
dentro de mausoleos. Solía haber una olla grande enterrada en el suelo en la
entrada de los mausoleos donde se depositaban ofrendas. Estas tumbas, mausoleos
columbarios eran construidos con acceso al público para que les pudieran presentar
respetos, daba mala suerte mencionar el nombre del difunto. Después también era
costumbre destruir todas las posesiones del finado.
Con
el tiempo los mausoleos fueron muy elaborados, tenían representaciones de la
vida del difunto, una influencia del Asia Menor.
El
banquete fúnebre (silicernium) seguía
al funeral. Se realizaba en las cercanías de la sepultura o en la misma tumba.
Se celebraba una comida familiar en el transcurso de la cual se inmolaba una
cerda (Porca praesentanea).
Los
alimentos eran: huevos, apio, habas, lentejas pan, sal y aves de corral. Los
alimentos para el fallecido eran colocados sobre su tumba: aceite, leche la
cabeza de la cerda y su sangre. Con estos manjares se preparaba al difunto para
el viaje a su nueva morada.
Luego
se purificaba a los dioses de los Lares
del hogar, que habían estado en contacto con la muerte contaminante. Se
sacrificaba una oveja macho castrada, (vervex).Se hacían ofrendas a los dioses
Manes y a Perséfone, para que acogiesen bien al difunto. Esta ofrenda era de
cabellos.
Nueve
días después se celebraba un segundo banquete parecido al anterior conocido
como novendiale sacrificium, era
para purificar a la familia. Se celebraba el noveno día tras el fallecimiento,
sobre la sepultura se realizaba una libación de vino, leche, agua y sangre como
alimento destinado al difunto. En ese momento la familia se separaba del mundo
de los muertos y dejaba de ser funesta.
La
duración del duelo después del entierro ( dies
denicales )solía ser corta , de 1 7 o 9 días y la más largo un año,
dependiendo de la edad y la relación con el fallecido.
La
muerte se convierte en un ejemplo paradigmático, que puede llamarse un “hecho
comunitario”. Se consideraba de vital importancia recordar las almas de los
difuntos durante las fiestas Parentalia,
del 13 al 21 de febrero y las Lemuria el
9, 11 y 13 de mayo. Por eso se hacían ofrendas con regularidad en tumbas y
santuarios.
La
despedida de un ciudadano, especialmente los que habían sobresalido en sus
cargos, tenía un fin no solo para congraciarse con la familia presente sino con
el difunto, para apaciguar sus ánimos y que no se vengara desde el más allá. En
Roma hubo gran número de ceremonias, cuya práctica se ha perdido en su mayoría.
Las podemos conocer gracias a Varron y
Polibio que nos han dejado una muy gran e interesante descripción de cómo
se celebraba el funeral romano.
Fuentes:
Ritos funerarios en la tradición literaria Blazquez j.m
Los funerales y los servicios de pompas fúnebres en Roma
Del hoyo j.
Costumbres religiosas
y prácticas funerarias romanas Galeno G
Los dioses olímpicos Ediciones del Orto Madrid 1999
Memoria de los antepasados, Electra, Madrid 2000