dissabte, 31 d’octubre del 2015

RITUAL FUNERARIO EN LA SOCIEDAD ROMANA


Escrito por Maribel Bofill Monés





La esperanza de vida en la sociedad romana era corta y la muerte era una realidad muy presente, a la cual le dedicaban un lugar especial heredado de los griegos.

Al inicio de la República romana se comenzó a creer en la metempsícosis o diferencia absoluta entre el cuerpo y el alma. De  este modo, para que el alma permaneciese en la morada subterránea era imprescindible que el cuerpo al que estaba asociado quedase recubierto de tierra, ya que existía la creencia entre los antiguos de que el alma no abandonaba el cuerpo y seguía viviendo junto a él. Así no existía la disolución del ser sino un simple cambio de vida, y la Terra Mater acogía al difunto del mismo modo que lo había engendrado.

El alma que no tenía una tumba carecía de morada y vagaba errante en forma de larva o fantasma. Estas almas se convertirían en malhechoras, atormentando a los vivos y enviándoles enfermedades para obligarles a darles sepultura a su cuerpo.

El  Destino, un dios ciego hijo del Caos y de la Noche tenía una urna en la que se encontraba la suerte de los mortales. Sus decisiones eran irrevocables y era cometido de tres Parcas ejecutar sus órdenes. Cloto, la más joven daba vueltas en la rueca a los hilos de los que dependía la vida de los humanos. Laquesis hacia girar el huso enrollando estos hilos, presidia los matrimonios y Atropos, la mayor, cortaba los hilos cuando llegaba la hora de la muerte.

Con la muerte física del cuerpo se creía que las almas iban al mundo subterráneo de Hades, que no era ni cielo ni infierno. En los primeros tiempos en Roma existía la creencia de un dios de la muerte llamado Orcos que vivía rodeado de  dioses principales  los dioses Manes, difuntos divinizados. Posteriormente con la helenización  el inframundo fue gobernado por Plutón y su esposa Proserpina que vivían en un palacio en los Campos Elíseos. Lugar iluminado donde habitaban las almas de los héroes y las mujeres y hombres buenos.

Los antiguos romanos creían que la localización del más allá se encontraba en la profundidad de la tierra. En el foro de las ciudades existía una fosa ritual que se excavaba en la fundación de las ciudades y era conocida con el nombre de  mundus, y ponía en contacto directo el mundo de ultratumba.

Todas las almas de los difuntos se dirigían al inframundo para ser juzgados y ser recompensados o castigados.

Era necesario desarrollar toda una serie de rituales por parte de los vivos para facilitar el paso del difunto al mundo de los muertos. El inframundo, situado bajo tierra, estaba rodeado de dos ríos. El Aqueronte y el Estigio, (la laguna Estigia).Para llegar allí era necesario atravesarlo, lo cual debía hacerse en una barca conducida por Caronte. “Guarda aquellas aguas y aquellos ríos el horrible barquero Caronte, cuya suciedad espanta, sobre el pecho le cae desaliñada la barba blanca, de sus ojos brotan llamas, una sórdida capa cuelga de sus hombros, prendida con nudo : el mismo maneja su negra barca con un garfio dispone las velas y transporta en ella los muertos.”

Caronte exigía un pago previo  de un óbolo y rechazaba golpeando con sus remos a quien no pudiera pagarle o a las almas de los insepultos. Al otro lado un perro tricéfalo con cola de serpiente conocido como Cerbero guardaba  las puertas del inframundo. Vigilaba para que no escapara ninguna sombra o penetrara algún vivo en  las regiones inferiores.


Existía un destino para los héroes, los guerreros que morían con honor y los emperadores amados por el pueblo llamado Campos Elíseos. En segundo lugar estaban los prados Asfódelos. Era una llanura de flores Asfódelas que también era la comida favorita de los muertos. Aquí estaban las personas que habían tenido una vida equilibrada respecto al bien o al mal. Un lugar donde las almas bebían agua de río Lete que les hacían perder su identidad y memoria. El Tártaro  era el tercer lugar reservado para las personas cuyo juicio era negativo. Consistía en una prisión fortificada, rodeada de un río de fuego, donde eran conducidos los crimínales que habían sido condenados. Allí eran castigados hasta que hubieran pagado su deuda con la sociedad.

A veces Perséfone, reina del inframundo, concedía el indulto: tras sobornar a Cerbero, permitía traspasar el espíritu al otro lado de la laguna en reencarnación. Existían dos moradas más las propias orillas del río Aqueronte, en cuya rivera permanecían errantes durante cien años los insepultos, suicidas o quienes no tuvieran un óbolo para pagar el viaje. Y el valle del  Eteo donde se encontraba el río del olvido que debían cruzar las almas de los que esperaban una nueva vida, puesto que la suya había sido interrumpida prematuramente.

Plutón era el dios del inframundo pero no era el Dios de la Muerte esa función la asumía Mors. Plutón lo enviaba para recoger a los muertos una vez las cadenas de la vida  eran cortadas por las Parcas del destino. Si Mors o Plutón no permitían la entrada de las almas al inframundo, estas quedaban en el limbo para toda la eternidad. Por eso se han encontrado cuerpos cortados o con huesos rotos para evitar que los muertos se levantaran de nuevo y persiguieran a los vivos.

En otras ocasiones los sarcófagos fueron cargados con pesadas losas, el no llevar a cabo los ritos funerarios suponía la imposibilidad del alma de llegar al mundo de los muertos. Entonces los dioses Manes se negaban a acoger al alma no purificada, y al mismo tiempo, tampoco el espíritu podía regresar al mundo de los vivos ya que su cuerpo físico estaba degradado o incinerado, y permanecía atrapado entre dos mundos. Si ocurría eso el alma  cobraba  una actitud de venganza contra los vivos.

Existía un complejo y necesario ritual de paso hacia la muerte. La mayor parte de estas creencias y ritos provenían del mundo etrusco. Existía  todo un plan de salvación del alma que no podía ser modificado, la tumba que en principio se cría morada del alma fue relegada a simple lugar donde queda el cuerpo. El mundo romano era distinto y aunque en los primeros siglos practicaban las creencias etruscas, en la Roma clásica existía mayor libertad para que el individuo realizara su propio plan de salvación según sus creencias.

En muchas culturas las concepciones de ultratumba son diferentes y contradictorias y los ritos son complicados. Cicerón deja en un texto las diferentes concepciones que existían sobre que le ocurre al alma y al cuerpo. Algunos defienden que la muerte es la separación del cuerpo y del alma, y otros que no se produce ninguna separación y que el alma desaparece con el cuerpo. Y otros que el alma vive eternamente.

La corriente filosófica más aceptada en Roma, el epicureísmo y el estoicismo se mantuvieron escépticos ante la muerte, Para los primeros era la muerte un miedo más a eliminar, afirmaban que no era el destino quien marcaba la muerte, sino la propia evolución del cuerpo. Aceptaban la existencia del más allá. Lucrecio, intentaba librar al hombre del miedo a los dioses, declaraba que el cuerpo y el alma morían al mismo tiempo.

Para el estoicismo, la muerte era una ley de vida que se debe aceptar y arremetía contra la existencia del más allá.

Conocer la influencia de las dos corrientes es difícil pues se encuentran testimonios diferentes  en epitafios para su convicción del más allá. “Durante tu vida hombre aprovecha, porque después de la muerte no hay nada,” Mientras otros creían en el la supervivencia del alma “Mi cuerpo se ha consumido, mi alma vive, yo soy ya un dios.”

A pesar de ello los romanos se preocupaban de los funerales. Autores como  Cicerón, Virgilio,Ovidio,y Varrón nos dejan muestra de ello. También las instrucciones que dejaron algunos Emperadores y otros personajes destacados de como querían sus exequias. Estos deseos eran verbales o escritos que serían leídos y debatidos  en el senado.

En Roma existían empresas de pompas fúnebres (libitinarii) Ya que el negocio de la muerte era bastante lucrativo y daba trabajo a muchas personas pese a que los funerales estaban orquestados por los parientes del difunto. Era una ocupación depreciada ya que ejercerla tenía como consecuencia la disminución de los derechos civiles (minima capitis deminutio) .Los numerosos  empleados tenían funciones diferentes: los pollinctores preparaban el cadáver para su exposición, los vespillones transportaban y colocaban el ataúd en la pira, o a la fosa de cadaveressi si era de una familia pobre; los dissignatores, que en los  grandes funerales, ordenaban y dirigían las paradas del cortejo fúnebre; los ustores, se encargaban de las incineraciones; los fosores eran los encargados de cavar las fosas, y por último completaban el gremio los oficiales constructores del monumento funerario que también velaban por su mantenimiento.

Los funerales romanos dependían de la riqueza de la persona y de las circunstancias de su muerte, los delincuentes ejecutados eran enterrados en fosas comunes directamente sin honras, los pobres aspiraban a ser miembros de los collegia funeraticia, una especie de mutua que aseguraba tras una cuota mensual que se cumplirían los ritos funerarios tras la muerte de sus socios, se les aseguraba un lugar en el columbarium. Era la única manera de que las clases inferiores pudieran acceder a un ritual digno, salvo en los periodos que los emperadores se encargaban de asegurarles un funeral correcto a la población.

Fuera de la ciudad se encontraba la industria de la muerte, como los collegia funeraticia y las empresas dedicadas a las pompas fúnebres. De hecho, la sociedad romana solía ahorrar dinero para formar parte de estos collegia y asegurarse recibir una sepultura digna.

Tanto los funerales humildes (funus plebeium) el de los niños (funus acerbum o immaturum) eran rápidos no tenían relieve social y se realizaban discretamente por la noche. El féretro consistía  en una simple caja de madera conocida como sandapíla, Los pobres eran recogidos de las calles de la ciudad y eran llevados por cuatro porteadores en una sandapíla de alquiler por la noche. A menudo eran arrojados en las fosas comunes fuera de las ciudades para dejarlos pudrir y posteriormente eran incinerados ahí mismo. Al  contrario la esmerada preparación de los funerales aristocráticos se celebraban de día y las familias competían  entre sí por la fastuosidad del acontecimiento, a pesar de las protesta de Cicerón de que en la muerte no debieran de manifestarse diferencias sociales y económicas, las hubo tanto o más que en vida.

El traslado del cadáver hacia la tumba se hacían de noche, porque la muerte era impura y así se evitaba que el cortejo se tropezase con algún cargo de magistrado o pontífice, a los que les estaba prohibido ver un difunto para no contaminarse, y tampoco se obstaculizaba la vida ciudadana que era diurna. Tanto en Grecia como en Roma, la presencia de los muertos y su visión producía contagio, del que había que purificarse. En el siglo II d.C, la costumbre de trasladar de noche cayo en desuso a excepción de los entierros de los niños e indigentes.

Los romanos asociaban la muerte con la contaminación, no solo material sino espiritual. Por eta razón los entierros debían realizarse de noche, y fuera de la ciudad. Los porteadores vivían fuera de la ciudad. El emperador Juliano promulgo una ley en febrero de 363 que obligaba a que los funerales se celebraran siempre de noche.

Cuando se desarrollaba  en la oscuridad, era preciso iluminar el paso del cortejo fúnebre. La palabra funeral procede de las antorchas de estopada o junco, conocidas como funalia o funales candelae. Que se utilizaban al efecto.







RITOS FÚNEBRES CIVILES

Preparación del cuerpo

·      Beso supremo
·      Lamentaciones fúnebres (conclamatio)
·      Lavar y perfumar el cuerpo
·      Depositar una moneda en la boca o la mano del difunto

Exposición del cuerpo: el último adiós

·      Exposición del fallecido en un lecho fúnebre ( unctura)
·      Barrido de la casa (suffitio)

Procesión del cadáver

·      Cortejo fúnebre: familiares, músicos, plañideras, actores, praefica. Clientes y vecinos.
·      Laudatio ( discurso )
·      Duelo caracterizado por el dramatismo: llanto intenso, desvanecimientos, rasgados de vestidos, gemidos, golpes en la cabeza y en el pecho, tirarse del cabello y la barba, arañazos en el rostro, gritos agudos, etc.
·      Pira para quemar el cuerpo
·      Recoger los restos para colocarlos en una urna dentro de la tumba, o entierro del cuerpo si es inhumado

Sacrificio y primer banquete funerario

·      Sacrificio de una cerda (porca praesentanea)
·      Banquete fúnebre (silicernium) en la tumba con los familiares del fallecido

Purificación de la familia

·      Ofrenda de cabellos a los dioses Manes
·      Segundo banquete funerario ( novendiale sacrificium ) para purificar a la familia del difunto. Esta no participa activamente del ágape
·      Duelo propiamente dicho con una duración variable de hasta un año

Cuando una persona fallecía, la persona más allegada a él recogía en un vaso su último suspiro. Se creía que el alma al desprenderse del cuerpo salía por la boca, y este era un modo de retener su espíritu antes de abandonar definitivamente el mundo de los vivos. La persona allegada le daba entonces el beso supremo (osculus supremus), le cerraba los ojos ( oculos premere) y le quitaba los anillos ( anulus detrahere ) para evitar hurtos en las sepulturas.

A continuación se certificaba la muerte mediante el rito de la conclamatio, ritual por el que todos los presentes llamaban al finado tres veces por su nombre a voz de grito. Este rito tenía doble función: comprobar la muerte real y, a la vez retener el alma cerca del cuerpo hasta que el cuerpo fuera enterrado y evitar, así que errara buscando su tumba.

Hoy en día este ritual se sigue haciendo cuando el Santo Padre muere los cardenales y el camarlengo que lo acompañan en sus últimos momentos, lo llaman tres veces para asegurarse de su partida. También se destruye el anillo del Pescador.

En mundo romano tenían la costumbre de llevar anillos sello, como prestigio y en ocasiones eran verdaderas joyas. Podían pasar de generación a generación y también podrían destruirse para evitar usurpaciones de personalidad.

Confirmado el óbito, la familia acudía al templo de la diosa Libitina en cuyo santuario se guardaban todos los objetos relacionados con los funerales. A partir de aquí, comenzaban los ritos preparatorios del funeral. En Grecia eran las mujeres las que preparaban el cadáver lavándolo con agua caliente y perfumándolo con ungüentos de miel sal y mirra. En Roma los pollintores o esclavos domésticos se encargaban de esta tarea. Se amortajaba el cadáver con las  vestiduras de ceremonia que les correspondiesen en la vida pública: la toga blanca, si era ciudadano, la praexta si había sido magistrado, la purpurea si había sido censor, o la picta si había celebrado algún triunfo. Si era pobre, tanto si era mujer como hombre, lo envolvían con un lienzo de tela negra grueso. Después de purificados y vestidos, el pollinctor embalsamaba el cuerpo con una mezcla de yeso y depositaba bajo la lengua una moneda para Caronte.

Otra costumbre era colocar perlas de cera de abeja en las fosas nasales para evitar que los malos espíritus se apoderaran del cuerpo, y se colocaba sobre el rostro la máscara del difunto, elemento de las familias pudientes que se lo podían costear.  La máscara estaría mientras duraran los funerales.

Después de la preparación del cuerpo  se procedía a la unctura. Se depositaba al fallecido en un lecho fúnebre ( lectus), se le colocaba de rodillas para comprobar de nuevo que la vida le había abandonado ( supra genua tollere), luego ya se le situaba para que pudieran abrirse las puertas de la domus para que  las personas se pudieran acercar a darle el último adiós. El lecho estaba flanqueado por las imágenes maiorum, imágenes de los antepasados, flores y guirnaldas, cuatro incensarios en cada una de las esquinas, que proporcionaba un fuerte aroma que camuflaba el hedor de la putrefacción. Los incensarios eran recargados continuamente por los esclavos de la casa.

La duración de la exposición del cadáver dependía de la condición social del difunto: los pobres eran sepultados el mismo día de la muerte o al siguiente, con una breve o nula exposición ; las clases medias y altas se trataban de tres a seis días y durante este tiempo se empleaban plañideras profesionales para mantener una vigilia permanente. Los emperadores quedaban expuestos toda una semana.

Al difunto se le presentaba limpio bien vestido y perfumado. En cambio sus familiares iban vestidos con los peores trajes que tenían los  desgarraban y manchaban de ceniza. Las mujeres de la casa recibían a los invitados con los cabellos sueltos y enredados, ofreciendo una imagen deplorable. La belleza incorruptible del fallecido se oponía al aspecto descuidado de los vivos que mostraban así, su pena.

Cuando era posible costearlo, la familia contrataba músicos para magnificar el dolor y plañideras a sueldo durante los días que duraba la exposición del cadáver.

En la puerta de entrada a la casa se ponían ramas de ciprés para advertir que en esa residencia se celebraba un óbito y que la familia se preparaba para realizar una ceremonia fúnebre. De esta manera se dispensaba la entrada a los sacerdotes para evitar la mácula de la muerte considerada  impura.

Cuando se iniciaba la translatio del cadáver se hacía una primera limpieza (suffitio) de la casa de la familia, para dejarla libre de impurezas (everriae) porque había la creencia de que las almas de los difuntos quedaban en algún lugar de la casa y era necesario hacerlas salir. La suffitio consistía en esparcir agua por la casa con una rama de laurel y hacer pasar a los asistentes por encima de un pequeño fuego.

A continuación se iniciaban las exequias. El cortejo fúnebre (pompa) seguía un orden establecido. Solía preceder al lecho mortuorio todo un séquito de músicos que tocaban instrumentos de viento. Seguían los portadores de antorchas, luego las praeficae o plañideras acompañaban al féretro gritando, llorando y lanzando gritos de dolor. En los intervalos una de ellas cantaba la nenia, cántico fúnebre al son de la tibia. Esta procesión era toda una exhibición pública de la clase de vida que había tenido el difunto: bailarines y mimos danzaban y se comportaban como había sido el difunto.

Después venían las imágenes de los antepasados. Las familias patricias y los más nobles conservaban en las casas las mascarillas de los antepasados que habían ejercido cargos públicos. Cada antepasado estaba representado en el funeral por un hombre que  se ponía la máscara al rostro, se vestía con las  ropas de ceremonia y llevaba las insignias del mayor grado que había logrado en vida. Cónsul, pretor, etc. Tras los antepasados  desfilaba  el ataúd, donde el muerto iba descubierto, a la vista de todos, precedido de líctores portando fasces y ropas negras, seguido de los familiares enlutados.


Las mujeres, debían ir sin joyas y con los cabellos sueltos, solían proferir gritos de dolor. Los hijos caminaban con la cabeza tapada y el resto de los familiares seguían la procesión en carro. Durante la traslatio los familiares y plañideras realizaban muestras de dolor.

Los parientes varones que participaban en el funeral vestían la toga pulla. La viuda y el resto de mujeres llevaban ropa especial de duelo: el ricinium, de color negro, y la praetexta, de tela exterior cuadrada colocada encima del hombro. Con la pulla se comunicaba que el portador sufría la pérdida del ser querido. Si el enlutado era un senador, el resto de senadores lucían la toga praetexta con las dos franjas de púrpura estrechas en acto de humildad.

Si el difunto era una figura importante, la procesión se  detenía en el Foro y se mostraba el cuerpo en posición vertical, mientras el pariente masculino más anciano realizaba una oración o discurso fúnebre laudatio. En las laudationes se debían recordar a  los antecesores del difunto y relatar sus acciones. No eran solo sus acciones, cotidianas sino sus altius gesta, para que los jóvenes se pudieran mirar para imitarlas.En ese lugar se comunicaba públicamente la muerte de alguien importante y se comunicaba el día y la hora de los funerales.

Tras la parada en el Foro, el cuerpo era llevado fuera de la ciudad, ya que existía una norma que prohibía enterrar a los muertos dentro del pomerium.


En las afueras se erigía la pira para quemar el cuerpo. Se llamaba ustrinum el lugar donde se encendía la hoguera, y sepulcrum donde se depositaban las cenizas.

La pira se preparaba de diferentes maneras. La forma más sencilla era el bustum, consistía en cavar una fosa, llenarla de leña, y poner el cadáver encima. Luego lo que quedaba se cubría con tierra. Otra manera era elevar un túmulo de madera para colocar el cuerpo encima. Más tarde se construyó la pira en forma de altar.

Amigos y parientes tiraban al fuego objetos que pertenecían al muerto, comida y flores. Los trajes de luto estaban adornados con lazos o nudos de purpura, las mujeres llevaban muchos y los arrojaban a las llamas.

Un rito antiguo prescribía que al muerto sobre la pira se le abriesen los ojos y se le volvieran a cerrar. Y como última señal de despedida se le diese un beso. Después un pariente o amigo encendía el fuego.

Los presentes tras una ceremonia de purificación, volvían a sus casas. Los familiares permanecían  junto a los despojos. Hasta que se efectuase el sepelio, la familia recogía los huesos, los ponía con un ungüento  o miel, a la espera de depositarlos en una urna de mármol, metal, vidrio o cerámica. Ésta se ponía en un columbario con una pequeña inscripción que recordaba los datos del difunto : nombre, profesión, edad, familiar que se lo dedicaba y en la que se ruega al caminante que la lee que diga “ que la tierra te sea leve”, el nicho donde estaba la urna se llamaba nido (nidus).

En caso de inhumaciones, raramente los cuerpos tocaban la tierra, se colocaban dentro de ataúdes en bóvedas de piedra o mármol. Los ricos preferían sarcófagos dentro de mausoleos. Solía haber una olla grande enterrada en el suelo en la entrada de los mausoleos donde se depositaban ofrendas. Estas tumbas, mausoleos columbarios eran construidos con acceso al público para que les pudieran presentar respetos, daba mala suerte mencionar el nombre del difunto. Después también era costumbre destruir todas las posesiones del finado.

Con el tiempo los mausoleos fueron muy elaborados, tenían representaciones de la vida del difunto, una influencia del Asia Menor.

El banquete fúnebre (silicernium) seguía al funeral. Se realizaba en las cercanías de la sepultura o en la misma tumba. Se celebraba una comida familiar en el transcurso de la cual se inmolaba una cerda  (Porca praesentanea).

Los alimentos eran: huevos, apio, habas, lentejas pan, sal y aves de corral. Los alimentos para el fallecido eran colocados sobre su tumba: aceite, leche la cabeza de la cerda y su sangre. Con estos manjares se preparaba al difunto para el viaje a su nueva morada.

Luego se purificaba  a los dioses de los Lares del hogar, que habían estado en contacto con la muerte contaminante. Se sacrificaba una oveja macho castrada,  (vervex).Se hacían ofrendas a los dioses Manes y a Perséfone, para que acogiesen bien al difunto. Esta ofrenda era de cabellos.

Nueve días después se celebraba un segundo banquete parecido al anterior conocido como novendiale sacrificium, era para purificar a la familia. Se celebraba el noveno día tras el fallecimiento, sobre la sepultura se realizaba una libación de vino, leche, agua y sangre como alimento destinado al difunto. En ese momento la familia se separaba del mundo de los muertos y dejaba de ser funesta.

La duración del duelo después del entierro ( dies denicales )solía ser corta , de 1 7 o 9 días y la más largo un año, dependiendo de la edad y la relación con el fallecido.

La muerte se convierte en un ejemplo paradigmático, que puede llamarse un “hecho comunitario”. Se consideraba de vital importancia recordar las almas de los difuntos durante las fiestas Parentalia, del 13 al 21 de febrero y las Lemuria el 9, 11 y 13 de mayo. Por eso se hacían ofrendas con regularidad en tumbas y santuarios.

La despedida de un ciudadano, especialmente los que habían sobresalido en sus cargos, tenía un fin no solo para congraciarse con la familia presente sino con el difunto, para apaciguar sus ánimos y que no se vengara desde el más allá. En Roma hubo gran número de ceremonias, cuya práctica se ha perdido en su mayoría. Las podemos conocer gracias a Varron y Polibio que nos han dejado una muy gran e interesante descripción de cómo se celebraba el funeral romano.





Fuentes:

Ritos funerarios en la tradición literaria Blazquez j.m
Los funerales y los servicios de pompas fúnebres en Roma Del hoyo j.
Costumbres  religiosas y prácticas funerarias romanas Galeno G
Los dioses olímpicos Ediciones del Orto Madrid 1999
Memoria de los antepasados, Electra, Madrid 2000