Escrito por Mireia Gallego Verdejo
Las tres gracias - Antonio Canova |
Introducción
Hay
una corriente general que vincula a Roma y Grecia como el paradigma de la
libertad sexual. Esta lectura basada en una distorsionada visión del sexo en la
antigüedad viene condicionada en parte por los clichés mostrados en el propio
cine en el que las orgías parecen rendirse a un placer ilimitado en el que todo
es válido, ahora bien, aunque parcialmente es verdad que existía una cierta
aceptación o al menos un conocimiento social, hay que especificar que esta
sociedad tan excesivamente costumbrista y reservada en cuanto a la reputación
social del apellido no veía con aprobación conductas que derivaran de una
moralidad para ellos más que dudosa, haciendo una clara diferenciación entre
aquello que era público y lo que atañía al ámbito privado o por decirlo de otra
forma, los romanos regularon legalmente el cómo, quién y dónde, para que
quedara patente lo apropiado o no de las prácticas sexuales, incluyendo la
homosexualidad.
Orestes y Pilades - Museo del Prado |
La sexualidad y el placer
A
pesar de que las culturas griegas y romanas fueron avanzadas en muchos campos,
no hay que dejarse llevar por una falsa euforia en cuanto a comportamientos
sociales. No nos engañemos, eran sociedades patriarcales, machistas,
esclavistas y tremendamente selectivas y como tal actuaron en consecuencia, sus
vidas no eran vistas de forma individual sino como parte de un tejido necesario
para su supervivencia colectiva. Basándonos en la premisa que gran parte de
estas sociedades disponían de escasos periodos de paz, viene siendo lógico que
la sexualidad aceptada mayoritariamente fuera la heterosexual, pues ésta
proporcionaba nuevos ciudadanos, nuevos guerreros o en el peor de los casos
nuevos úteros para fertilizar, así de simple, así de práctico, porque la
cuestión no es tanto las preferencias sexuales como el concepto de la
sexualidad en sí misma.
Voy
a explicarme, en la actualidad regimos nuestra percepción de la sexualidad a
través de un bagaje de cientos de años de represión religiosa, nos basamos en
unas normas morales en las que la castidad, la fidelidad y la ausencia de
placer en pro de la reproducción entraban dentro del segmento de lo permitido o
lo prohibido, es decir el sexo como herramienta de placer era sucio y tabú,
pero en las sociedades antiguas el sentido de la sexualidad estaba patente en
casas, fiestas, estatuas, escritos, grafitis o discursos.
En
la antigüedad, no existía la prohibición en la exhibición del falo, es más ¡Se
invitaba a ello!, se premiaba y se aceptaba, porque la sexualidad en sí misma
es el mejor legado para quienes poseen una esperanza de vida reducida, unos
dioses abandonados a los placeres más esenciales o una relación indisoluble
entre sexualidad y la abundancia, es decir eran sociedades vírgenes sin
prohibiciones religiosas.
Ahora
bien, los griegos y especialmente los romanos que todo lo regulaban, debían
estructurar la sexualidad para no convertir su sociedad en amoral o bárbara,
cuando tienes una religión que no es prohibitiva, debes normalizar las
conductas apropiadas socialmente desde la legalidad, desde el derecho de los
hombres.
Si
el cristianismo en su influencia apelaba a la reproducción como motivo
principal de la sexualidad carente totalmente de placer, en las sociedades
grecorromanas había una clara diferenciación entre la sexualidad reproductiva y
la que atañe a la satisfacción sexual.
No
es el mismo concepto, por tanto no debe ser visto de la misma forma.
La homosexualidad en las
sociedades antiguas
Los
romanos en su visión particular de la sociedad griega, destacaban la libertad
sexual con la que los hombres mayores gozaban de los placeres sexuales de los
más jóvenes, todo ello les parecía deleznable y abusivo más propio de la
pederastia que del sexo libre, acusándolos de un libertinaje obsceno y carente
de moral.
Museo Arqueológico de Atenas |
La
griega era una sociedad más férrea, más tradicional, pero ese carácter
inclinado a nuevas corrientes de pensamiento filosófico permitía que ciertos
hombres gozaran de todos los placeres que estaban a su disposición, eso incluía
el goce sexual, no desde un punto de vista de género sino de experimentación
del placer, en este caso habría que hacer referencia a la Escuela Cirenaica o
al Epicureísmo, donde el ser humano se abandonaba al placer de los sentidos sin
disponer de barreras sociales que pudieran entorpecer la búsqueda de la
felicidad plena, asimismo las prácticas sexuales con jóvenes en los ámbitos
académicos eran considerados por sus autores como un aprendizaje de las nuevas
generaciones en el conocimiento de la sexualidad.
No
obstante, no podemos quedarnos en este hecho ya que es meramente referencial y
no constituye una generalidad, seamos sinceros, hombres y mujeres obligados por
la guerra a pasar grandes periodos en la soledad de sus alcobas, buscaron un
refugio en manos de sus iguales para satisfacer sus deseos más primarios, de
hecho las mujeres podían gozar de las visitas de amigas o conocidas pero no de
varones, siendo más fácil sucumbir al amor homosexual. La propia etimología de
Lesbiana proviene de la isla de Lesbos donde una de las poetisas más
importantes del mundo antiguo, Safo, dedicaba odas de amor y pasión a sus
discípulas servidoras de las Musas. Convivir únicamente con la compañía
femenina en claro detrimento masculino debió inclinar la balanza sexual de
Safo.
En
el caso de Roma es ligeramente diferente, la libertad sexual formaba parte del
núcleo estricto del hogar, pero siempre sin aparentar demasiado, sin que el
linaje de tu familia pudiera ser cuestionado o vilipendiado por tu incapacidad
de contener el deseo, eso era lo esencial, haz lo que quieras pero sin que se
vea. En el caso de la infidelidad aunque muy mal vista, fue fuente de bromas y
episodios cómicos hasta en el propio senado, pero eso no ejemplarizaba el
perfecto o perfecta romana, la contención del deseo proporcionaba un plus
añadido al hombre o a la mujer.
Homosexualidad en el ámbito
doméstico
La
legalidad romana dejaba patente esta doble moral en la que se movían sus
ciudadanos y queda totalmente a la vista la importancia y preferencias que su
sociedad regulaba. La ley no prohibía el adulterio masculino pero sí el
femenino, siempre y cuando éste no afectara a la legítima cónyuge de tal forma
que ensombreciera su reputación personal o familiar, es decir, hazlo en la
intimidad y sin ruido, ahora bien esa misma ley no hacía diferenciación entre
el sexo del amante, era totalmente indiferente si era hombre o mujer, lo que sí
era de suma importancia es si en la relación homosexual, el ciudadano adquiría
una posición activa o pasiva. Y este es el punto relevante, en el ámbito
doméstico no era extraño que el dómine dispusiera de esclavos jóvenes a su
servicio en los que fijara una mirada lasciva, pero lo que no podía permitirse
de ninguna de las formas era que el dómine fuera el pasivo, pues en la
mentalidad romana el hombre libre jamás podía estar sujeto a sometimiento de
otro, por tanto, un ciudadano libre no podía mantener relaciones homosexuales
con otro hombre libre pues en este propósito uno de los dos incumpliría la ley.
Safo de Lesbos y Erinna en el jardín - Simeon Solomon |
Hay
documentos escritos en los que se nos relata el particular caso de un hombre
ilustre que abandonado a sus pasiones persigue sin piedad a un liberto (esclavo
liberado). Éste último hastiado por el acoso al que es sometido diariamente lo
denuncia con la esperanza que cese en su empeño, el dómine finalmente es
acusado no por sus preferencias sexuales sino porque aquél a quien intenta
pervertir es un ciudadano libre.
Las
mujeres estaban acostumbradas a los deslices maritales, teniendo en cuenta que
la inmensa mayoría de los matrimonios eran uniones concertadas, no es de extrañar
que ambos cónyuges sucumbieran a sus deseos con esclavos que además no
disponían de opción a réplica pues a ojos de la sociedad no gozaban de ninguna
consideración legal. Así pues los deseos sexuales romanos eran fácilmente
sofocados por las miles de prostitutas, gigolós o esclavos que vendían sus
cuerpos en las calles del barrio de Subura, a la salida de los teatros o circos
o en las termas de Roma, sin que ello supusiera una ilegalidad.
Zeus y Ganimedes |
Homosexualidad en la mitología
La
mitología grecorromana está repleta de amores homosexuales y sorprendentemente
la gran mayoría de ellos protagonizados por las grandes representaciones
icónicas de la masculinidad y el poder, entre ellos Hércules y Abdero, Apolo y
Jacinto, Zeus y Ganímedes o ya en el plano más terrenal pero mítico igualmente,
Aquiles y Patroclo.
Todos
ellos son mostrados desde una vertiente de estimación personal y/o de la
exaltación de una belleza física basada en la juventud y la fidelidad al
amante. La relación homosexual lleva implícito el entendimiento de los amantes
y un enamoramiento físico instantáneo en la que el componente lascivo de la
sexualidad queda en un segundo plano, eso sí todos ellos son heterosexuales en
sus relaciones maritales poniendo de nuevo sobre la mesa la tensa y delgada línea
que separa la idoneidad del deseo carnal.
Homosexualidad en el poder
Este
es el apartado que establece la mayor controversia, hay innumerables ejemplos
en los que el poder del imperio más importante de occidente sucumbió al deseo
homosexual, casi podríamos enumerar a todos los emperadores para asociarlos a
un joven de piel tersa y torso apolíneo, ahora bien debemos ser cautos en
cuanto a lo que se considera apropiado o no.
Uno
de los ejemplos que escenifica perfectamente de lo que hablamos es Julio César.
Con escasos 19 años, en los inicios de su carrera senatorial fue enviado como representante del senado de
Roma a Bitinia, donde reinaba el Rey Nicomedes IV. A su regreso y con un gran
número de senadores en su contra se filtró el rumor de un affaire de César con
el regente, llegando a ser proclamado con sorna y ante todos como “Reina de
Bitinia”, la respuesta de César ante tal acusación fue la de iniciar relaciones
sexuales con las mujeres de los senadores, se cree que más de cinco
sucumbieron, dejando en ridículo a los ilustres hombres que le habían
insultado.
Este
ejemplo demuestra que aunque no existía una legislación que prohibiera tales
prácticas, la homosexualidad no era contemplada con la paridad ética de la
heterosexualidad sirviéndose de ella para ser utilizada como desprestigio
social.
En
el caso de la época imperial, dependerá del emperador del que hablemos y de la
época de su gobierno. Augusto, en este campo, legisla los valores del buen
hacer romano e insta a su familia a que se convierta en ejemplo a través de la
austeridad, la contención y la virtud. Nerón en cambio, sucumbió a todos los
placeres de la vida, consumado amante de las artes y la música, sufrió un revés
con la muerte de su esposa Popea Sabina, a la que sustituyó por jóvenes esclavos
y libertos con cierto parecido a su difunta mujer. En un delirio de pasión
llegó a casarse con uno de ellos, Esporo, al que llamaba cariñosamente mi
“Popeíta”, previamente lo castró (ya que no estaban permitidas las bodas
homosexuales) y le colocó las suntuosas ropas de su mujer. Ese acto excéntrico
y desconcertante no hizo sino que empañar, más si cabe, la ya maltrecha imagen de Nerón.
Adriano y Antínoo - British Museum |
Adriano
es otro de los ejemplos de amor, pasión y devoción homosexual, centrada en la
figura de Antinoo, un hermoso joven al que conoce en Bitinia y al que convierte
en su amante. Tras una vida truncada por un trágico final por ahogamiento en
las aguas del Nilo, pasa a ser divinizado y su efigie se localizará no sólo en
la villa Adriana sino en más de 200 estatuas halladas por todo el imperio,
todas ellas con caracterizaciones variadas: como dios egipcio, como sacerdote,
como Apolo o simplemente como ideario de belleza. Antinoo representó el
perfecto compañero del emperador, consagrado a complacer los deseos de su amante
pero tras la atenta mirada de esposa y conspiradores imperiales, tarea nada
fácil, por cierto.
No
obstante hay que hacer hincapié en un hecho importante, Adriano era un
admirador de la cultura helénica, hecho que constató a lo largo de sus
innumerables viajes. Uno de los aspectos que han sido argumentados en esta
línea, es la necesidad de Adriano de
vivir bajo el modelo tutelar griego o lo que es lo mismo, la pederastia, que
como hemos comentado anteriormente, se basaba en la enseñanza del menor en las
prácticas sexuales y de pensamiento.
Un
emperador que escandalizó a Roma fue sin duda Heliogábalo, un joven que
sucumbió a una vida de extravagancias notables. Tras un gobierno algo caótico
en que modificó la antigua religión por la ejercida en su infancia en Siria,
Heliogábalo empezó a cometer actos totalmente reprobables e impensables para
Roma, como su idea de casarse con una Vestal, algo totalmente prohibido, o la de extirparse los
genitales y vestirse de mujer para poder casarse con sus amantes.
Heliogábalo
fue odiado por su pueblo y considerado indigno de su cargo, no era merecedor
del gran honor que suponía el gobierno del imperio y dejaba patente la gran
animadversión que en Roma producía el mostrar públicamente una sexualidad que
debía reservarse al ámbito estrictamente privado. Heliogábalo fue asesinado al
igual que muchos de los emperadores de su época, pero nadie lloró su pérdida.
Tras él, se volvieron a instaurar los antiguos cultos de la religión
tradicional romana y se borró su nombre de la memoria colectiva.
Homosexualidad en el ejército
Simplemente
aplicando el sentido común, entenderemos que las prácticas homosexuales también
entraron en el ámbito militar. Hombres que pasaban años en duras campañas lejos
de sus hogares y del reconfortante calor de sus mujeres, debían poseer una
férrea integridad moral para no sucumbir al deseo de sus iguales. Con la
adrenalina en su punto más álgido y con la incertidumbre de morir en cualquier
barrizal, es lógico pensar que los lazos con sus compañeros de tienda y
contienda fueran más que estrechos.
Copa Warrem - British Museum |
¿Habían
relaciones homosexuales en el ejército? Por supuesto, ¿Las hay ahora? La
respuesta sigue siendo afirmativa, pero al igual que antaño, la imagen de
soldado fuerte, organizado, defensor del
honor de la patria y de un modelo de sociedad no podía dejarse ver en actitud
poco masculina donde se vislumbraran
debilidades muy humanas. Para ejemplificar este hecho hay un episodio esclarecedor que el propio Plutarco nos
relata: Cayo Lucio, oficial del ejército y sobrino de Mario, no cesaba en su
empeño de mantener relaciones con Trebonio, un soldado raso. Ante la negativa
constante de éste último, Lucio decide llamar al muchacho a su tienda con la
intención de forzarle, pero hastiado por el acoso, Trebonio desenvainó su
gladius y lo mató sin piedad, con la incertidumbre posterior de si sus actos
acabarían en una acusación de asesinato. Mario, que había estado ausente
durante ese episodio, no sólo no condenó a Trebonio por la muerte de su
sobrino, sino que públicamente fue laureado con una corona ante las legiones
para que quedara patente con su ejemplo que las buenas costumbres romanas eran
más importantes que los lazos afectivos o familiares y que ese episodio jamás
debía repetirse pues la condena para tal acción era la muerte. Aun así, hay
cientos de episodios que relatan como las grandes autoridades militares
obligaban a sus soldados a satisfacer sus deseos sexuales a pesar de la dureza
con la que se condenaban tales infracciones legales. Pero hay que aclarar también,
que así como se penaba la homosexualidad entre hombres libres, no se aplicaba
la ley en el supuesto que las relaciones se mantuvieran con uno de los cientos
de esclavos que acompañaban a las tropas, en este caso, aunque no era
contemplado con agrado, estaba permitido, pues con ello muchos de estos hombres
apaciguaban sus deseos sexuales y quedaban alejados de posibles actos de
rebeldía o insubordinación debido a la
satisfacción y complacencia de sus ahora aliviadas pasiones.
Como
hemos visto, Roma aunque antigua y poderosa, no fue más fuerte que la
naturaleza del ser humano. El sexo al igual que la sangre, formaban parte de la
vida pública y privada mostrando sus miedos, sus preferencias o sus
excentricidades. Las pasiones humanas han forjado y destruido emperadores e
imperios, pero sin duda la libertad sexual con la que el hombre experimentó
durante siglos quedó condenada bajo el
yugo de la religión que aplacó el deseo para instaurar un periodo de
procreación organizada, medida y segmentada. La homosexualidad no dejó de
existir, porque simplemente siempre ha estado ahí, mostrarla en público es la
constatación de que las libertades están por encima de moralidades, aunque aun
en nuestros días se tache, clasifique y estigmatice en algunos sectores conservadores.
Aun así, decir que la sociedad romana aceptaba, sin condiciones, la plena
libertad sexual, es referir con demasiada holgura un hecho que no está
justificado de ningún modo y aunque se quiera idealizar el sexo en Roma como si de una gran orgía se tratara, lo
cierto es que sus hombres y mujeres antepusieron la virilidad y la feminidad
social muy por encima de las pasiones sexuales de cualquier índole o
naturaleza.
Bibliografía
- El
Amor en la antigua Roma Autor: Pierre
Grimal. Ed. Planeta
- La
imagen del sexo en la antigüedad:
Tusquets editores
- El sexo divinod. Dioses hermafroditas, bisexuales y travestidos en la Antiguedad Clásica: Autor: Sabino Perea. Ed. Alderaban