dimarts, 13 de setembre del 2016

JULIA DOMNA, UNA DINASTÍA SIRIA EN LA PÚRPURA IMPERIAL



Escrito por Marco Alviz Fernández 




La emperatriz Julia Domna - marmol, 193 d.C. - Museo del Louvre, París


Νύμφη ἀριστοπόσεια, λεχὼ δέ τε καλλιτόκεια,
 Ἀσσυρίη Κυθέρεια καὶ οὐ λείπουσα Σελήνη.

Esposa del más noble de los hombres, madre del más bello de los hijos
Asiria Citerea, una luna que no se eclipsa.

                                                Opiano, Cinegético I.6-7



Iulia Domna nació en una fecha que nos resulta en principio desconocida. Si bien la podemos deducir denotando la de sus esponsales con Septimio Severo en 187, y sabiendo que las damas de la alta sociedad del mundo grecolatino se casaban a una edad media alrededor de los trece años. Sería por tanto circa 174 en la ciudad siria de Emesa —actual Homs. En primer lugar es necesario comprender el contexto geográfico, histórico-cultural y religioso de su procedencia, pues se trata de un nuevo fenómeno en la historia del Imperio Romano el hecho de que llegue al más alto rango social una mujer, no ya solamente provincial, sino oriental, con las implicaciones que ello tenía en la mentalidad del pueblo romano.

Nos situamos en Oriente Próximo, concretamente en una región siria que, a grandes rasgos, se extendía de norte a sur entre los montes Tauro y Egipto, y de oeste a este entre la costa mediterránea y el desierto iraní. Constituía un área cosmopolita de influencia semita, aramea, arábica, hebrea y fenicia —después griega y latina— que formaba una encrucijada de prósperas rutas comerciales en dirección a ciudades como Antioquía —una de las más grandes del Imperio—, Tiro y Sidón en la costa, Damasco, Palmira, Petra o Emesa, emplazada en una fértil llanura junto al río Orontes. Se trata de una zona que permaneció abierta a influencias de todas direcciones que adoptó e incorporó en una síntesis que no es puramente griega ni oriental, cuando Roma la adhirió al imperio, adquirió de esta forma un cuantioso y rico territorio con una vibrante y multicultural identidad.

Tras el ocaso del legendario imperio persa con la conquista de Alejandro Magno, tuvo lugar un proceso de helenización de dicho área, que quedó bajo dominio seléucida, desde el foco de Palmira —integrado a su vez en el hinterland de Antioquía. A continuación el territorio no estuvo libre de constantes conflictos en el ínterin de los cuales llegó a Emesa una dinastía de procedencia árabe, posible origen de los ancestros de Julia Domna. Será en el marco de las campañas de Pompeyo Magno de 65-62 a.C. cuando anexione gran parte de lo que formará parte de la frontera este del Imperio. Se creó así la provincia de Siria y llevando a su vez una política de vasallaje y dependencia de Roma con los distintos reinos y ciudades salpicados por la zona —como parece el caso de Emesa. En adelante destacan las fructíferas conexiones matrimoniales entre sus gobernadores, convertido en una particularidad casi cultural, que disfrutaron de un gran desarrollo en todos los ámbitos debido a la Pax Augusta de comienzos del Principado, prolongada durante la mayor parte del periodo julio-claudio. Vespasiano acabó definitivamente con la cierta autonomía de la región en 78, si bien parece que Emesa continuó bajo control de un prestigioso linaje sacerdotal en el que verá la luz nuestra protagonista.

Y es que el ámbito religioso adquiere una relevancia decisiva en el devenir de Domna. El culto más importante de la ciudad de Emesa era el guardado a la antigua deidad solar siria de El-Gabal, que reverenciaba a una piedra cónica negra —probablemente restos de un meteorito— que se decía procedente del mismo Zeus a imagen del sol. El término significa El-gobierna, étimo latinizado como Elagabal y mal derivado a Heliogábalo al pretender la asociación etimológica con la cultual, que no en vano se desarrollará en Roma después asimilándose a Sol Invictus comenzando una tendencia henoteísta que facilitará el posterior abrazo del cristianismo.

El padre de Domna era Julio Basiano —Iulius Bassianus—, sacerdote mayor del templo de El-Gabal, casado con Julia Soemias, quien primero dio a luz a su hermana mayor Julia Maesa —ulterior cuñada, tía y abuela de emperadores. Respecto a la onomástica de nuestra protagonista su nomen, Iulia, es heredado por la dinastía sacerdotal desde su adquisición de la ciudadanía romana en época julio-claudia; su cognomen, Domna, no hemos de confundirlo como latinoparlantes con domina —señora— sino que etimológicamente procede del árabe —al igual que los de su hermana Maesa y sobrinas Soemias y Mamaea—, exactamente de la voz dumayna relacionada con el color negro.

La joven Julia Domna creció recibiendo una cuidada educación adecuada a su clase social —hay que tener en cuenta la importancia de las jóvenes en las uniones dinásticas de carácter político típicas de la región—, su lengua materna eran el arameo y el griego, el latín lo dominará posteriormente como consorte imperial si bien poseería ya ciertas nociones del mismo. Antes del matrimonio de Domna, su padre había comenzado ya a tejer una red clientelar o de contactos que le acercara a la élite romana. Con este propósito concertó el matrimonio entre su hija mayor Maesa con el ecuestre C. Julio Avito, que desempeñó distintos gobiernos en provincias asiáticas, cuyas hijas Soemias y Mamaea harán lo propio con sendos equitatus.

Durante su legacía de 181-183 al frente de la Legio IIII Scythica en Siria, Lucius Septimius Severus, natural de la norteafricana Leptis Magna, parece que pudo conocer a algún miembro de la dinastía sacerdotal de Emesa. El peso de la misma debía ser relevante para atraer la atención de una personalidad senatorial como Severo, y ello le conduciría a Domna. Aunque la Historia Augusta habla de que al oír que en Siria había cierta mujer, por supuesto Julia, cuyo horóscopo decía que casaría con un rey, pidió matrimonio a la misma y la recibió por la intervención de sus amigos (1). Septimio Severo era un hombre que superaba los cuarenta, ya senador —era un homo novus— aunque no ostentaba una brillante carrera civil ni militar por lo que no esperaba convertirse en imperator. Se trataba de su segundo matrimonio tras el fallecimiento de Paccia Marciana con quien estuvo unido durante al menos diez años teniendo dos hijas, de las que poco más conocemos.

El enlace se produciría en Lugdunum —actual Lyon—, capital de la provincia Galia Lugdunensis que gobernaba, en el año 187. No tardará en dar a luz a sus hijos, el primero Lucius Septimius Bassianus —futuro Caracalla—, en abril de 188 en la misma ciudad, y en 189, ya en Roma, a su hermano Publius Septimius Geta. En 190 completó Severo su cursus honorum como cónsul suffectus (2), cuando los excesos de Cómodo ya comenzaban a hacer mella —su consulado fue tan solo uno de los veinticinco que se sucedieron aquel año. Algunas fuentes hablan de J. Domna como mera plebeyaδημοτικόν γένος— al no contar con familiares del ordo senatorial, otras como nobilis orientis mulier dada la dignidad de su familia en Oriente. Lo que parece claro, en fin, es que en la Urbs formaba parte de la alta sociedad gracias a la posición de su marido, y no se demoró en unírsele su hermana Maesa, que disfrutó de un estatus similar. Su familia ya no abandonará el Palatino hasta 235.


Áureo de Septimio Severo con su familia, Julia Domna y sus dos hijos

Mientras, entre 191-192, su marido ejerció como propretor en la provincia de Panonia Superior al mando de las tres legiones allí establecidas en lo que fue su último puesto antes de la conjura que acabó con la vida del autócrata Cómodo el último día del año 192. A continuación siguió otro periodo tumultuoso con la proclamación de hasta cinco emperadores que no era sino el preámbulo de una guerra civil que duró cuatro años —algunos establecen analogías con el año 68-69, momento en que el cambio de dinastía también provocó una contienda civil, otros llegan a afirmar que el propio Severo consolidó su legitimación trayendo a colación al primer princeps que, como él, emergió de una guerra civil para fundar su propia dinastía. Cuando en abril las noticias llegaron a orillas del Danubio donde Severo se encontraba, sus legiones le proclamaron emperador y se encaminó en dirección a Roma donde en junio entró triunfante. Domna debió vivir con desazón la coyuntura entre enero y junio ante lo incierto de su futuro y el de sus hijos en el caso de que su marido cayese derrotado.

En este punto es preciso mencionar que se trata de un periodo en el que estaban llegando al Senado una serie de homines novi procedentes de provincias como África y orientales de lengua griega —muchos de orden ecuestre, equitatus—, por lo tanto, el hecho del advenimiento de una consorte oriental y un imperator africano forma parte de esta tendencia que se agudizó desde tiempos de Trajano. Un fenómeno que, a su vez, se ha llegado a describir por algún animoso investigador como que tras la conquista final de Roma por parte de Septimio Severo, un púnico norteafricano, Aníbal podría, al cabo, descansar en paz.

Áureo de Julia Domna como Augusta junto a sus hijos Caracalla y Geta

         La primera aparición en público de Domna —ahora Augusta— pudo ser en el funeral y consagración de Pertinax, que había sucedido a Cómodo en primera instancia para ser asesinado por su guardia pretoriana a los tres meses. No obstante, la angustia de nuestra dama no terminó entonces pues la amenaza en ciernes de la proclamación de Pescenio Níger en Oriente y la rebelión de Clodio Albino en Britania complicaba la estabilidad del nuevo poder. Así, una vez resuelta la preocupación del segundo nombrándole César —id est, sucesor oficial como Augustus, imperator destinatus—, no se demoró Severo en partir al este y junto a él su inseparable esposa, temerosa ahora por su familia pues se encontraba en el lado que dominaba el sublevado gobernador de Siria.

Si hay algo que caracteriza a la nueva consorte imperial son sus continuos viajes al lado del emperador, quien no permaneció en Roma más de dos años seguidos a lo largo de sus dieciocho de reinado. Estamos ante una costumbre que se venía practicando desde los últimos tiempos de la República por parte de algunas mujeres de altos cargos a quien acompañaban en sus campañas, desde la Fulvia de Marco Antonio, pasando por Agripina la Mayor, la Plotina de Trajano o Faustina de Marco Aurelio —no en vano primera intitulada Mater Castrorum.

Tras la victoria de Issos sobre Níger en la primavera de 194, la pareja imperial viajó por Asia Menor invistiéndose en las ciudades por las que pasaban, el gozo de la multitud debió de ser considerable debido al prestigio de la dinastía oriental de la que procedía Domna. Seguramente una de ellas fue su ciudad natal, a la que regresó por primera vez, ahora como emperatriz, algo que nunca se hubiera imaginado cuando partió a Occidente siete años atrás camino de su boda.

La presencia de Domna, en su papel de fiel acompañante del princeps, en los campamentos militares elevaba la moral de la tropa, ello hizo que se ganara el título de Mater Castrorum en 195 —le asociaron a Venus Victrix, a quien atribuían sus victorias—, lo que representaba la unión entre la nueva dinastía y la fuerza de las armas, tan importante para la perduración de la misma en este incierto periodo. Para consolidarla Severo declaró su adoptio como hijo de Marco Aurelio de suerte que la legitimaba por completo como continuadora de la grandeza de los Antoninos —incluso serán depositadas sus urnas funerarias en su mausoleo—, a lo que hay que añadir que el primogénito Caracalla fue designado princeps iuventutis y nombrado Caesar en lo que pudo ser agente su madre —ahora Mater Caesaris—; un gesto el del apoyo a ultranza de las mujeres de poder para con sus hijos siempre atribuido a las mismas, así lo atestiguan precedentes de figuras como Cornelia, madre de los Graco, Aurelia, de Julio César, Livia y Agripina Minor, de la dinastía Julio-Claudia.

Áureo con Julia Domna como Mater Castrorum

La designación de un nuevo César anulaba al anterior, Clodio Albino, que inmediatamente se levantó en armas y cruzó el Canal de la Mancha con el mayor número de hombres que pudo reunir. La batalla decisiva se produjo en las inmediaciones de Lugdunum en febrero de 197 con victoria para Severo quien eliminó a todo seguidor de Albino incluida su familia. Vencido su último rival y generados los títulos y genealogía que legitimaba su imperium, se daba por finalizada la guerra civil. Decidió establecer una dinastía hereditaria siguiendo el ejemplo de Vespasiano, por lo que ese mismo año asoció también a hijo menor Geta al trono nombrándole César, otorgando el título de Augusto a Caracalla —Domna pasaba a ser Mater Augusti et Caesaris. Toda esta culminación dinástica fue festejada con la acuñación de monedas con leyendas como Aeternitas Imperii, Felicitas Saeculi o Bona Spes.

En general, las fuentes nos presentan una vida de ambos más bien independiente, atendiendo cada uno a sus intereses personales. Severo dedicado a los asuntos de estado entre el gimnasio, los baños y los banquetes con sus amigos a los cuales probablemente atendiera con su esposa, al igual que a las ceremonias formales. No obstante Domna llevó una vida activa en la corte y debió influir en algunas decisiones de su marido quien no dudó en aumentar su titulatura como Mater senatus et patriae, no en vano será la consorte imperial con mayor número de dignidades honoríficas superando a sus predecesoras.

Enseguida emprendieron una nueva expedición a Oriente donde Severo derrotó a los partos. A continuación destaca la visita a Egipto desde Alejandría y a través del Nilo en un periplo que sin duda maravillaría a nuestra protagonista, en un momento en que sus preocupaciones parecían menguar sin guerras amenazadoras y con la sucesión de sus hijos asegurada. Tan solo tenía ciertas dudas respecto al prefecto del pretorio y familiar de su esposo Fulvio Plautiano, personaje que ocupará el primer plano político en los próximos años.

Nombrado prefecto del pretorio antes de la batalla de Lugdunum, desde entonces su poder e influencia sobre el emperador crecieron de manera imparable, según Dion Casio, hasta el punto de superar la que tuvo Sejano con Tiberio —llegó a obtener el rango de clarissimus vir y vistió las ornamenta consularia. Así, prácticamente entre 197 y 205 hizo desaparecer a Julia Domna de la escena pública deteniendo a su vez las carreras políticas de los esposos de su hermana Maesa y su sobrina Soemias; consiguió incluso concertar hacia 201 el compromiso del joven sucesor Caracalla con su hija Plautilla, lo que aumentó más si cabe su posición. Tras una campaña en África, donde Severo visitó su ciudad natal de Leptis Magna cuyos habitantes le dedicaron el arco todavía hoy en pie, regresaron a Roma en 203; un año de celebraciones pues se correspondía con los diez años de gobierno —decennalia—, se erigió el famoso arco en el Forum en honor a su victoria sobre los partos y se produjo el enlace de Caracalla y Plautilla; a estas se unió el año siguiente la de los Ludi Saeculares. Pero dicho matrimonio resultó un desastre, el propio Caracalla rehuía de su esposa evitando otorgarle un eventual hijo que incrementara las papeletas para la ascensión del prefecto. La estabilidad dinástica se quebraba por su creciente omnipresencia, que llegó al punto de ser representado en tal multitud de estatuas que la tradición afirma superaba en número y magnitud a las del mismísimo emperador. La suma de indicios finalmente alertaron a Severo hacia 204 —cuyo mayor temor era de la pérdida de la lealtad de los pretorianos— y comenzó a sospechar de conspiración. Será Caracalla quien logrará acabar con su vida y la de sus seguidores en enero de 205 separándose de Plautilla ipso facto. No podemos afirmar que Domna formara parte del plan de su hijo, pero sí que sus deseos encauzaban la dimensión que tomaron los acontecimientos. La corte recuperó entonces la normalidad y se nombró ahora a dos prefectos para evitar la acumulación de poder sobre uno de ellos y evitar futuras confabulaciones —algo que, como podrá comprobar el propio Caracalla doce años más tarde, no funcionará. 

Ese mismo año la colegialidad del consulado fue designada para ambos hermanos. Parece que desde entonces comenzó a ponerse de manifiesto su enemistad, quizá enraizada en la infancia. En 208, un anciano Severo que sufría de gota preparó una campaña en Britania frente a las belicosas tribus de más allá del muro de Adriano; junto a él acudieron su esposa e hijos —que ejercían de nuevo el consulado—, Geta permaneció con su madre en Eboracum —actual York—, mientras que el ambicioso de poder Caracalla acompañaba a su padre con las legiones. Viendo cercano su final, el emperador decidió nombrar en 209 a su hijo Geta también Augustus poniendo de manifiesto su deseo de un gobierno conjunto de los hermanos —Domna se convertía así en Mater Augustorum

En febrero de 211 moría Severo en aquélla ciudad de la provincia britana abriéndose un grave problema de trágico corolario, al que se tuvo que enfrentar infructuosamente Domna: a semanas de distancia de la Urbs —cuyos senadores debían legitimar la sucesión— y con un ejército —elemento vital en esta hora— que debía alinearse con uno de los hermanos o bien con ambos. En este punto emprendieron el regreso a Roma con una consorte preocupada por el más que evidente enfrentamiento entre sus hijos. Hay versiones que ven en el carácter más pacífico y relajado de Geta el punto por el que se decantaba su madre, dejando tal vez más de lado al violento Caracalla —para algunos fruto del primer matrimonio de Severo, lo que aclararía dicha preferencia. Estas afirmaciones parecen quedar incompletas o superficiales según otros autores que exponen que las líneas de investigación en el ámbito maternal de mujeres de alto perfil como Julia Domna deben seguir abiertas y profundizarse en los estudios dedicados al mismo.

Al llegar, el Senado les reconoció como co-emperadores y deificó a su difunto padre —ceremonia de consecratio que presidió su viuda. Aquéllos separaron en sendas secciones el palacio y rechazaron la presencia mutua. Domna trató sin éxito de reconciliarles, Herodiano nos transmite las emocionadas palabras con que clamó a sus hijos sobre si también partirían a su persona para dividírsela instándoles a matarla para ello. Sin embargo, sus desavenencias eran ya irreconciliables y la tragedia se sucedió ni siquiera transcurrido el infausto año 211. Geta resultó asesinado por su hermano en un duro episodio que debió ser traumático para Domna, según Casio presente en la reunión —que había convocado Caracalla para una supuesta reconciliación— en la que su hijo acabó refugiándose desesperado corriendo detrás de ella gritando ¡oh madre, que me engendraste, ayúdame, soy asesinado! (3), incluso ella misma resultó herida en el lance final. No se le permitirá derramar una sola lágrima por su hijo ni guardarle luto pues fue declarado hostis publicus —con el consiguiente baño de sangre de sus seguidores  — y sufrió la damnatio memoriae, y es que el Senado aceptó la versión de legítima defensa frente a un intento de envenenamiento y le ratificó como emperador en solitario agraciando a continuación a las legiones con un donativum en pos de su fidelidad.

Algunas teorías apuntan que la muerte pudo ser resultado más bien de que la reunión de reconciliación, que era franca, saliera mal, más que consecuencia de un plan de asesinato, habiendo maneras más sutiles que la utilizada. Con todo, en pocos meses, de la presencia de tres Augusti —más la potente figura materna— se pasó a la de uno solo emergiendo la pregunta de hasta qué punto alcanzaba ahora el poder de Domna. Quizá solo se sustentaba en la necesidad que de ella tuviera Caracalla por su significación y nexo para con las provincias orientales así como símbolo de la unión con su padre, fundador de la dinastía. Además, como soldado que era, dedicó la mayor parte de su reinado a las campañas bélicas, dejando probablemente asuntos de índole político-administrativa en manos de su madre.

Pintura en disco de Julia Domna con su familia. Geta aparece borrado tras su "dammatio memoriae". Staatliche Museus. Berlín

Es ahora cuando sobresale la acción de Domna como gran administradora del Estado y consejera política hasta el punto, según se dice, de llegar a desear, una vez asesinado su hijo en 217, ser elegida única gobernante para lo que hilaría intrigas que finalmente no fraguaron. Al tiempo su titulatura siguió aumentando: Mater Augusti/imperatoris et castrorum et senatus et patriae y poco después et populi Romani y Pia Felix. Todo ello ha sido utilizado por ciertos investigadores como connotaciones de su marcado orientalismo, algunos han sobrevalorado su poder en la línea de verla como una nueva Cleopatra, siguiendo el paradigma de reina oriental. 

En 212 Caracalla sancionó la fundamental Constitutio Antoniniana, que concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio, si bien no tiene fundamentos la teoría de la influencia sobre la misma de Domna. Al año siguiente abandonaron Roma para una nueva campaña contra los tenaces partos de la que ninguno de los dos retornaría. El emperador se hizo representar para la ocasión como un nuevo Alejandro Magno, lo que dejaba el majestuoso lugar de Olimpia para su madre. Ambos visitaron Alejandría en 215. Después se instaló Domna en Antioquía desde donde se encargó de la correspondencia —a libellis et ab epistulis— mientras su hijo inició las acciones bélicas en 216-217 para caer asesinado en abril de este último año por oficiales al mando del prefecto Macrino —que había sido uno de los protegidos de Plautiano— en el camino de Edesa a Carrhae siendo éste proclamado por los legionarios. No tardaron en llegar las noticias a Antioquía y más tarde a Roma, donde el Senado no recibió de mal grado la noticia, reacción que imaginaba la dama siria. 

La cuestión de la sucesión era algo por lo que Caracalla había prestado todavía escasa atención, y ahora la dinastía parecía que llegaba a su fin. Domna sabía que si hubiera estado con su hijo en el momento del regicidio probablemente hubiera sufrido el mismo destino. De esta suerte intuía lo que sucedería cuando se encontrara con Macrino, pues no podría dejar que sobreviviera una mujer que había estado asociada al más alto poder dinástico durante más de veinticinco años —aunque lo hiciera, la idea de ver rebajado su poder a la mínima expresión era lo que acababa con ella. Así, una vez cerciorada de la bienvenida del nuevo emperador por parte del Senado romano —hacia mediados de julio—, puso fin a su vida —Herodiano duda si fue por propia decisión o por la del nuevo emperador y Casio describe además a una ya debilitada mujer debido a un cáncer de pecho.

Apenas un año duró el reinado de Macrino, la hermana de Domna, Julia Maesa, adalid del honor y los derechos legítimos de su familia para detentar la púrpura, organizó una exitosa conjuración junto a la clientela emesia para llevar al trono a su nieto, conocido como Heliogábalo. Aunque las extravagancias religiosas —tan opuestas al intento de Domna de compatibilizar el culto emesio con el panteón grecorromano— y la ostentosidad oriental del nuevo emperador supondrán su perdición y la de su madre Soemias en tan solo cuatro años, sucediendo el hijo de su hermana Mamaea, Alejandro Severo, a la postre último soberano de la dinastía. Sobre los cimientos instalados por Domna se levantó el edificio de control político de estas mujeres sirias durante los más de quince años que sobrevivió el linaje tras su fallecimiento. La dinastía finalizará con el asesinato de madre e hijo en el limes del Rin por el propio ejército romano, descontento ante su estrategia de pagar numerosas sumas de dinero a los jefes germanos para que concedieran las treguas. En torno a esta dinastía subyacen teorías como la que ante la falta de una sólida figura paterna, la materna puede proporcionar temporalmente la autoridad necesaria para transmitir el poder simbólico de una generación a la siguiente.

Las cenizas de Domna, tras un breve tiempo en el Mausoleo de Augusto, fueron trasladadas junto a las de Geta al de Adriano —actual Castel Sant’Angelo. Al mismo tiempo tanto a ella como a su hermana les fueron concedidas sendas consecrationes en el año 226 convirtiéndose en divae en la línea que inició Livia, siguiéndole el respectivo culto imperial con templo propio y colegio de sacerdotisas.

Si nos preguntamos cuál es la imagen que ha quedado de Julia Domna en la historia, la respuesta podría ser que ante todo resultó ser una mujer de cultura. De letrada educación que, no hay duda, continuó una vez casada empapándose de los clásicos y adquiriendo especial entusiasmo por la filosofía. Esto se manifiesta durante sus años de ostracismo ante el predominio de Plautiano —circa 200-205—, que le odiaba e instigaba para hacerla declinar ante Severo a quien manejaba a su parecer, por ello entonces ella se dedicó a la filosofía y pasaba los días en compañía de sofistas (4). Así, parece que desde el primer viaje a África la corte itinerante severa se colmó de filósofos, sofistas, artistas e intelectuales de toda clase —quizá iniciado como medio para educar a sus hijos y sobrinas—, entre los que se encontraba el reconocido sofista Filóstrato de Atenas que no la abandonó hasta la muerte de su señora. Gracias a él conocemos la existencia del círculo — κύκλος— de eruditos que reunió a su alrededor: soy partícipe del círculo reunido alrededor de ella, pues se complace y elogia toda discusión de retórica (5). Era seguidora del filósofo Esquines el Socrático y, sobre todo, de Apolonio de Tyana, de quien mandó a Filóstrato escribir una Vida de Apolonio donde encontramos dicha significativa referencia, donde le menciona como Julia la emperatriz o reinaἸουλίᾳ τῇ βασιλίδι.

Algunos académicos han comparado a Domna con la Aspasia de Pericles, y es que se trata de la primera mujer que estudió retórica después de Cornelia, madre de los Graco, y las evocaciones que el círculo erudito provocó desde el Renacimiento al Romanticismo conllevaron que gratuitamente se fueran incorporando al círculo personalidades de todo ámbito de su tiempo: poetas —Opiano—, juristas —Ulpiano—, geómetras, físicos o médicos —Galeno—, historiadores —Dion Casio, Diógenes Laercio—, matemáticos, astrólogos, etc. Se trata, en fin, de un mundo donde los filósofos no podían ser dirigentes, sino meros consejeros, pero los dirigentes en ocasiones eran filósofos.

El advenimiento del linaje sirio supuso una cierta orientalización del arte y la religión, reflejo sin duda del inicio de un siglo III también de sincretismo y transformación. Pese a los prejuicios del pueblo romano hacia el exotismo del este, que relacionaban con la lengua semítica, el despotismo persa, lo judío y púnico-fenicio, el panteón romano estaba inclinándose paulatinamente a favor de ciertos monoteísmos. Hablamos, así, de la cada vez mayor presencia del judaísmo, cristianismo, mitraismo, el culto a Isis o Serapis —que Caracalla trajo a Roma de Alejandría—, el principal culto importado de Emesa, el Sol, que se asimiló al ya adorado Apolo-Helios y Sol Invictus, así como el culto al emperador y a sus consortes —todo ello incrementaba la imagen cosmopolita de la Urbs

En lo concerniente a la imagen de la princesa siria y de su culto, los precedentes muestran a unas mujeres flavias de efímero eco cultual más allá de Italia. La consolidación del culto imperial femenino llegó con los Antoninos desde Plotina en adelante, de lo que se sirvieron las divinizadas Domna y su hermana Maesa —Soemias y Mamaea al sufrir la damnatio memoriae quedaron fuera del culto. Si bien su proyección fue menor, y es que estamos en un marco de ruptura previo a la gran crisis del siglo III con lo que elementos de cohesión del Imperio como este se estaban desarticulando a pasos agigantados. Encontramos pues la adoración a Domna —θεά— en distintas ciudades minorasiáticas que es probable que visitara en vida, en la zona fue asociada con la Fortuna del mundo habitadoΤύχη τῆς οἰκουμένης—, destacando a su vez en Atenas, representada como Atenea PoliasΑθηνά Πολιάς—, defensora de la ciudad. 

La vemos también representada en arcos —como el de Argentarii o Leptis Magna— con atributos orientales y griegos. Se trata de la emperatriz con mayores acuñaciones monetales con su representación y titulaturas, además nos ha llegado el busto más grande de todas las mujeres imperiales. Se le suele mostrar tomando parte en ceremonias formales de tenor político y religioso, no exenta de la belleza oriental que describen las fuentes perceptible en su característico estilo de peinado y simétrica tez.

A diferencia de otras damas imperiales, Domna no formó parte de las endémicas intrigas palatinas —algunos le exceptúan la actuación con Plautiano. Ello contribuyó al excepcional legado en la memoria de sus contemporáneos y de ahí su reflejo en la literatura. Si bien tampoco se libró de arbitrarios ataques de adulterio e incesto y volvemos a encontrar advertencias de la peligrosidad de que una mujer se haga cargo de asuntos políticos —transgrediendo así la esfera tradicional de la sociedad romana. Aunque no llegó a traspasar la línea que sí hicieran Agripina la Menor o Mesalina respecto del trato al Senado, de quien la historiografía siempre fue benefactor. Contó con un favorable Dion Casio que solo relacionó la autocracia sirio-oriental con el feroz Caracalla, si bien a partir del siglo IV ya le asociaron a los recuerdos que dejó la dinastía de sus excesos político-religiosos y como predecesores del periodo de turbulencias que siguió.


FUENTES
Dio Cassius, Roman History (ed., trad. E. Cary), London, Loeb Classical Library, 1970, 9 vols.
Filóstrato, Vida de Apolonio de Tiana (trad. de A. Bernabé Pajares), Madrid, Gredos, 1970.
Filostrato, Vidas de los sofistas (trad. M. C. Giner Soria), Madrid, Gredos, 1982.
Herodiano, Historia del Imperio Romano después de Marco Aurelio (trad. J. J. Torres Esbarranch), Madrid, Gredos, 1985.
Historia Augusta (trad. A. Cascón y V. Picón), Madrid, Akal clásica, 1989.

BIBLIOGRAFÍA

BALL, W. 2000: Rome in the East. The transformation of an empire. Routledge, London.
DEMOEN, K. y PRAET, D. (ed.) 2009: Theios Sophistes: Essays on Flavius Philostratus' Vita Apollonii. Mnemosyne Supplements 305, Brill. Leiden/Boston.
ELSNER, J., HARRISON, S. y SWAIN S. 2007: Severan Culture. Cambridge University Press, Cambridge.
FANTHAM, E.; FOLEY, H. P.; KAMPEN, N. B.; POMEROY, S. B. y SHAPIRO, H. A. 1994: Women in the classical World. Oxford University Press, New York.
FRASCHETTI, A. (ed.) 1999: Roman Women. Translated by Linda Lappin. University of Chicago Press, Chicago.
HEMELRIJK, E. A. 1999: Matrona Docta: Educated Women in the Roman Elite from Cornelia to Julia Domna. Routledge, London / New York.
HIDALGO DE LA VEGA, M. J. 2012: Las emperatrices romanas: sueños de púrpura y poder oculto. Ediciones Universidad de Salamanca, Salamanca.
LEVICK, B. 2007: Julia Domna: Syrian Empress. Routledge, London.
MIRÓN PÉREZ, M. D. (ed.) 1996: Mujeres, religión y poder: el culto imperial en el occidente Mediterránea. Universidad de Granada, Granada.
PETERSEN, L. H. y SALZMAN-MITCHELL, P. (ed.) 2012: Mothering and Motherhood in Ancient Greece and Rome. University of Texas Press, Austin.
POMEROY, S. B. 1990: Diosas, rameras, esposas y esclavas. Akal, Madrid.
ROSS, S. K. 2001: Roman Edessa. Politics and Culture on the Eastern Fringes of the Roman Empire, 114-242 CE. Routledge, London/New York.
TAKÁCS, S. A. 2009: The Construction of Authority in Ancient Rome and Byzantium: The Rhetoric of Empire. Cambridge University Press, Cambridge/New York.





[1] Historia Augusta, Severus, III.9: cum audisset esse in Syria quandam quae id geniturae haberet ut regi iungeretur, eandem uxorem petiit, Iuliam scilicet, et accepit interventu amicorum.
[2] Cuando un consul ordinarius, que iniciaban su magistratura las kalendas Ianuarias y daban nombre al año, era destituido del cargo, renunciaba al mismo o fallecía, otro ocupaba su lugar elegido por el propio emperador —o la Comitia Centuriata en la República—, el consul suffectus o sustituto.  
[3] Dion Casio, Ρωμαϊκή ‘Ιστορία LXXVIII.2.3: «μῆτερ μῆτερ, τεκοῦσα τεκοῦσα, βοήθει, σφάζομαι»
[4] Dion Casio, Ρωμαϊκή ‘Ιστορία LXXVI. 15: καὶ ἡ μὲν αὐτή τε φιλοσοφεῖν διὰ ταῦτ᾽ ἤρξατο καὶ σοφισταῖς συνημέρευεν.
[5] Filóstrato de Atenas, Vita Apolonii I. 3: μετέχοντι δέ μοι τοῦ περὶ αὐτὴν κύκλου, καὶ γὰρ τοὺς ῥητορικοὺς πάντας λόγους ἐπῄνει καὶ ἠσπάζετο.