Escrito por Marco Alviz Fernández
Νύμφη ἀριστοπόσεια,
λεχὼ δέ τε καλλιτόκεια,
Ἀσσυρίη Κυθέρεια καὶ οὐ λείπουσα Σελήνη.
Esposa
del más noble de los hombres, madre del más bello de los hijos
Asiria
Citerea, una luna que no se eclipsa.
Opiano, Cinegético I.6-7
Iulia
Domna nació
en una fecha que nos resulta en principio desconocida. Si bien la podemos
deducir denotando la de sus esponsales con Septimio Severo en 187, y sabiendo
que las damas de la alta sociedad del mundo grecolatino se casaban a una edad
media alrededor de los trece años. Sería por tanto circa 174 en la ciudad siria de Emesa —actual Homs. En primer lugar
es necesario comprender el contexto geográfico, histórico-cultural y religioso
de su procedencia, pues se trata de un nuevo fenómeno en la historia del
Imperio Romano el hecho de que llegue al más alto rango social una mujer, no ya
solamente provincial, sino oriental, con las implicaciones que ello tenía en la
mentalidad del pueblo romano.
Nos situamos en Oriente Próximo,
concretamente en una región siria que, a grandes rasgos, se extendía de norte a
sur entre los montes Tauro y Egipto, y de oeste a este entre la costa
mediterránea y el desierto iraní. Constituía un área cosmopolita de influencia
semita, aramea, arábica, hebrea y fenicia —después griega y latina— que formaba
una encrucijada de prósperas rutas comerciales en dirección a ciudades como
Antioquía —una de las más grandes del Imperio—, Tiro y Sidón en la costa,
Damasco, Palmira, Petra o Emesa, emplazada en una fértil llanura junto al río
Orontes. Se trata de una zona que permaneció abierta a influencias de todas
direcciones que adoptó e incorporó en una síntesis que no es puramente griega
ni oriental, cuando Roma la adhirió al imperio, adquirió de esta forma un
cuantioso y rico territorio con una vibrante y multicultural identidad.
Tras el ocaso del legendario imperio
persa con la conquista de Alejandro Magno, tuvo lugar un proceso de
helenización de dicho área, que quedó bajo dominio seléucida, desde el foco de
Palmira —integrado a su vez en el hinterland
de Antioquía. A continuación el territorio no estuvo libre de constantes
conflictos en el ínterin de los cuales llegó a Emesa una dinastía de
procedencia árabe, posible origen de los ancestros de Julia Domna. Será en el
marco de las campañas de Pompeyo Magno de 65-62 a.C. cuando anexione gran parte
de lo que formará parte de la frontera este del Imperio. Se creó así la
provincia de Siria y llevando a su vez una política de vasallaje y dependencia
de Roma con los distintos reinos y ciudades salpicados por la zona —como parece
el caso de Emesa. En adelante destacan las fructíferas conexiones matrimoniales
entre sus gobernadores, convertido en una particularidad casi cultural, que
disfrutaron de un gran desarrollo en todos los ámbitos debido a la Pax Augusta de comienzos del Principado,
prolongada durante la mayor parte del periodo julio-claudio. Vespasiano acabó
definitivamente con la cierta autonomía de la región en 78, si bien parece que
Emesa continuó bajo control de un prestigioso linaje sacerdotal en el que verá
la luz nuestra protagonista.
Y es que el ámbito religioso adquiere
una relevancia decisiva en el devenir de Domna. El culto más importante de la
ciudad de Emesa era el guardado a la antigua deidad solar siria de El-Gabal, que reverenciaba a una piedra
cónica negra —probablemente restos de un meteorito— que se decía procedente del
mismo Zeus a imagen del sol. El término significa El-gobierna, étimo latinizado como Elagabal y mal derivado a
Heliogábalo al pretender la asociación etimológica con la cultual, que no en
vano se desarrollará en Roma después asimilándose a Sol Invictus comenzando una tendencia henoteísta que facilitará el
posterior abrazo del cristianismo.
El padre de Domna era Julio Basiano —Iulius Bassianus—, sacerdote mayor del
templo de El-Gabal, casado con Julia
Soemias, quien primero dio a luz a su hermana mayor Julia Maesa —ulterior
cuñada, tía y abuela de emperadores. Respecto a la onomástica de nuestra
protagonista su nomen, Iulia, es heredado por la dinastía sacerdotal desde su adquisición de la
ciudadanía romana en época julio-claudia; su cognomen, Domna, no hemos
de confundirlo como latinoparlantes con domina
—señora— sino que etimológicamente procede del árabe —al igual que los de su
hermana Maesa y sobrinas Soemias y Mamaea—, exactamente de la voz dumayna relacionada con el color negro.
La joven Julia Domna creció recibiendo
una cuidada educación adecuada a su clase social —hay que tener en cuenta la
importancia de las jóvenes en las uniones dinásticas de carácter político
típicas de la región—, su lengua materna eran el arameo y el griego, el latín
lo dominará posteriormente como consorte imperial si bien poseería ya ciertas
nociones del mismo. Antes del matrimonio de Domna, su padre había comenzado ya
a tejer una red clientelar o de contactos que le acercara a la élite romana. Con
este propósito concertó el matrimonio entre su hija mayor Maesa con el ecuestre
C. Julio Avito, que desempeñó distintos gobiernos en provincias asiáticas,
cuyas hijas Soemias y Mamaea harán lo propio con sendos equitatus.
Durante su legacía de 181-183 al frente
de la Legio IIII Scythica en Siria, Lucius
Septimius Severus, natural de la norteafricana Leptis Magna, parece que
pudo conocer a algún miembro de la dinastía sacerdotal de Emesa. El peso de la
misma debía ser relevante para atraer la atención de una personalidad
senatorial como Severo, y ello le conduciría a Domna. Aunque la Historia
Augusta habla de que al oír que en Siria
había cierta mujer, por supuesto Julia, cuyo horóscopo decía que casaría con un
rey, pidió matrimonio a la misma y la recibió por la intervención de sus amigos (1). Septimio Severo
era un hombre que superaba los cuarenta, ya senador —era un homo novus— aunque no ostentaba una
brillante carrera civil ni militar por lo que no esperaba convertirse en imperator. Se trataba de su segundo
matrimonio tras el fallecimiento de Paccia
Marciana con quien estuvo unido durante al menos diez años teniendo dos
hijas, de las que poco más conocemos.
El enlace se produciría en Lugdunum —actual Lyon—, capital de la
provincia Galia Lugdunensis que
gobernaba, en el año 187. No tardará en dar a luz a sus hijos, el primero Lucius Septimius Bassianus —futuro Caracalla—, en abril de 188 en la misma
ciudad, y en 189, ya en Roma, a su hermano Publius
Septimius Geta. En 190 completó Severo su cursus honorum como cónsul
suffectus (2), cuando los
excesos de Cómodo ya comenzaban a hacer mella —su consulado fue tan solo uno de
los veinticinco que se sucedieron aquel año.
Algunas fuentes hablan de J. Domna como mera plebeya —δημοτικόν γένος— al
no contar con familiares del ordo senatorial, otras como nobilis orientis mulier dada la dignidad de su familia en Oriente.
Lo que parece claro, en fin, es que en la Urbs
formaba parte de la alta sociedad gracias a la posición de su marido, y no se
demoró en unírsele su hermana Maesa, que disfrutó de un estatus similar. Su
familia ya no abandonará el Palatino hasta 235.
Mientras, entre 191-192, su marido
ejerció como propretor en la provincia de Panonia Superior al mando de las tres
legiones allí establecidas en lo que fue su último puesto antes de la conjura
que acabó con la vida del autócrata Cómodo el último día del año 192. A
continuación siguió otro periodo tumultuoso con la proclamación de hasta cinco
emperadores que no era sino el preámbulo de una guerra civil que duró cuatro
años —algunos establecen analogías con el año 68-69, momento en que el cambio
de dinastía también provocó una contienda civil, otros llegan a afirmar que el
propio Severo consolidó su legitimación trayendo a colación al primer princeps que, como él, emergió de una
guerra civil para fundar su propia dinastía. Cuando en abril las noticias
llegaron a orillas del Danubio donde Severo se encontraba, sus legiones le
proclamaron emperador y se encaminó en dirección a Roma donde en junio entró
triunfante. Domna debió vivir con desazón la coyuntura entre enero y junio ante
lo incierto de su futuro y el de sus hijos en el caso de que su marido cayese
derrotado.
En este punto es preciso mencionar que
se trata de un periodo en el que estaban llegando al Senado una serie de homines novi procedentes de provincias
como África y orientales de lengua griega —muchos de orden ecuestre, equitatus—, por lo tanto, el hecho del
advenimiento de una consorte oriental y un imperator
africano forma parte de esta tendencia que se agudizó desde tiempos de Trajano.
Un fenómeno que, a su vez, se ha llegado a describir por algún animoso
investigador como que tras la conquista final de Roma por parte de Septimio
Severo, un púnico norteafricano, Aníbal podría, al cabo, descansar en paz.
La
primera aparición en público de Domna —ahora Augusta— pudo ser en el funeral y consagración de Pertinax, que
había sucedido a Cómodo en primera instancia para ser asesinado por su guardia
pretoriana a los tres meses. No obstante, la angustia de nuestra dama no
terminó entonces pues la amenaza en ciernes de la proclamación de Pescenio
Níger en Oriente y la rebelión de Clodio Albino en Britania complicaba la
estabilidad del nuevo poder. Así, una vez resuelta la preocupación del segundo
nombrándole César —id est, sucesor
oficial como Augustus, imperator destinatus—, no se demoró
Severo en partir al este y junto a él su inseparable esposa, temerosa ahora por
su familia pues se encontraba en el lado que dominaba el sublevado gobernador
de Siria.
Si hay algo que caracteriza a la nueva
consorte imperial son sus continuos viajes al lado del emperador, quien no permaneció
en Roma más de dos años seguidos a lo largo de sus dieciocho de reinado.
Estamos ante una costumbre que se venía practicando desde los últimos tiempos
de la República por parte de algunas mujeres de altos cargos a quien
acompañaban en sus campañas, desde la Fulvia de Marco Antonio, pasando por
Agripina la Mayor, la Plotina de Trajano o Faustina de Marco Aurelio —no en
vano primera intitulada Mater Castrorum.
Tras la victoria de Issos sobre Níger en la primavera de
194, la pareja imperial viajó por Asia Menor invistiéndose en las ciudades por
las que pasaban, el gozo de la multitud debió de ser considerable debido al
prestigio de la dinastía oriental de la que procedía Domna. Seguramente una de
ellas fue su ciudad natal, a la que regresó por primera vez, ahora como
emperatriz, algo que nunca se hubiera imaginado cuando partió a Occidente siete
años atrás camino de su boda.
La presencia de Domna, en su papel de
fiel acompañante del princeps, en los
campamentos militares elevaba la moral de la tropa, ello hizo que se ganara el
título de Mater Castrorum en 195 —le
asociaron a Venus Victrix, a quien
atribuían sus victorias—, lo que representaba la unión entre la nueva dinastía
y la fuerza de las armas, tan importante para la perduración de la misma en este
incierto periodo. Para consolidarla Severo declaró su adoptio como hijo de Marco Aurelio de suerte que la legitimaba por
completo como continuadora de la grandeza de los Antoninos —incluso serán
depositadas sus urnas funerarias en su mausoleo—, a lo que hay que añadir que
el primogénito Caracalla fue designado princeps
iuventutis y nombrado Caesar en
lo que pudo ser agente su madre —ahora Mater
Caesaris—; un gesto el del apoyo a ultranza de las mujeres de poder para
con sus hijos siempre atribuido a las mismas, así lo atestiguan precedentes de
figuras como Cornelia, madre de los Graco, Aurelia, de Julio César, Livia y
Agripina Minor, de la dinastía
Julio-Claudia.
La designación de un nuevo César
anulaba al anterior, Clodio Albino, que inmediatamente se levantó en armas y
cruzó el Canal de la Mancha con el mayor número de hombres que pudo reunir. La
batalla decisiva se produjo en las inmediaciones de Lugdunum en febrero de 197 con victoria para Severo quien eliminó a
todo seguidor de Albino incluida su familia. Vencido su último rival y
generados los títulos y genealogía que legitimaba su imperium, se daba por finalizada la guerra civil. Decidió
establecer una dinastía hereditaria siguiendo el ejemplo de Vespasiano, por lo
que ese mismo año asoció también a hijo menor Geta al trono nombrándole César,
otorgando el título de Augusto a Caracalla —Domna pasaba a ser Mater Augusti et Caesaris. Toda esta
culminación dinástica fue festejada con la acuñación de monedas con leyendas
como Aeternitas Imperii, Felicitas Saeculi o Bona Spes.
En general, las fuentes nos presentan
una vida de ambos más bien independiente, atendiendo cada uno a sus intereses
personales. Severo dedicado a los asuntos de estado entre el gimnasio, los
baños y los banquetes con sus amigos a los cuales probablemente atendiera con
su esposa, al igual que a las ceremonias formales. No obstante Domna llevó una
vida activa en la corte y debió influir en algunas decisiones de su marido
quien no dudó en aumentar su titulatura como Mater senatus et patriae, no en vano será la consorte imperial con
mayor número de dignidades honoríficas superando a sus predecesoras.
Enseguida emprendieron una nueva
expedición a Oriente donde Severo derrotó a los partos. A continuación destaca
la visita a Egipto desde Alejandría y a través del Nilo en un periplo que sin
duda maravillaría a nuestra protagonista, en un momento en que sus
preocupaciones parecían menguar sin guerras amenazadoras y con la sucesión de
sus hijos asegurada. Tan solo tenía ciertas dudas respecto al prefecto del
pretorio y familiar de su esposo Fulvio Plautiano, personaje que ocupará el
primer plano político en los próximos años.
Nombrado prefecto del pretorio antes de
la batalla de Lugdunum, desde entonces su poder e influencia
sobre el emperador crecieron de manera imparable, según Dion Casio, hasta el
punto de superar la que tuvo Sejano con Tiberio —llegó a obtener el rango de clarissimus vir y vistió las ornamenta consularia. Así, prácticamente
entre 197 y 205 hizo desaparecer a Julia Domna de la escena pública deteniendo
a su vez las carreras políticas de los esposos de su hermana Maesa y su sobrina
Soemias; consiguió incluso concertar hacia 201 el compromiso del joven sucesor
Caracalla con su hija Plautilla, lo que aumentó más si cabe su posición. Tras
una campaña en África, donde Severo visitó su ciudad natal de Leptis Magna
cuyos habitantes le dedicaron el arco todavía hoy en pie, regresaron a Roma en
203; un año de celebraciones pues se correspondía con los diez años de gobierno
—decennalia—, se erigió el famoso
arco en el Forum en honor a su
victoria sobre los partos y se produjo el enlace de Caracalla y Plautilla; a
estas se unió el año siguiente la de los Ludi
Saeculares. Pero dicho matrimonio resultó un desastre, el propio Caracalla
rehuía de su esposa evitando otorgarle un eventual hijo que incrementara las
papeletas para la ascensión del prefecto. La estabilidad dinástica se quebraba
por su creciente omnipresencia, que llegó al punto de ser representado en tal
multitud de estatuas que la tradición afirma superaba en número y magnitud a
las del mismísimo emperador. La suma de indicios finalmente alertaron a Severo
hacia 204 —cuyo mayor temor era de la pérdida de la lealtad de los pretorianos—
y comenzó a sospechar de conspiración. Será Caracalla quien logrará acabar con
su vida y la de sus seguidores en enero de 205 separándose de Plautilla ipso facto. No podemos afirmar que Domna
formara parte del plan de su hijo, pero sí que sus deseos encauzaban la
dimensión que tomaron los acontecimientos. La corte recuperó entonces la
normalidad y se nombró ahora a dos prefectos para evitar la acumulación de
poder sobre uno de ellos y evitar futuras confabulaciones —algo que, como podrá
comprobar el propio Caracalla doce años más tarde, no funcionará.
Ese mismo año la colegialidad del
consulado fue designada para ambos hermanos. Parece que desde entonces comenzó
a ponerse de manifiesto su enemistad, quizá enraizada en la infancia. En 208,
un anciano Severo que sufría de gota preparó una campaña en Britania frente a
las belicosas tribus de más allá del muro de Adriano; junto a él acudieron su
esposa e hijos —que ejercían de nuevo el consulado—, Geta permaneció con su madre
en Eboracum —actual York—, mientras
que el ambicioso de poder Caracalla acompañaba a su padre con las legiones.
Viendo cercano su final, el emperador decidió nombrar en 209 a su hijo Geta
también Augustus poniendo de
manifiesto su deseo de un gobierno conjunto de los hermanos —Domna se convertía
así en Mater Augustorum.
En febrero de 211 moría Severo en
aquélla ciudad de la provincia britana abriéndose un grave problema de trágico
corolario, al que se tuvo que enfrentar infructuosamente Domna: a semanas de
distancia de la Urbs —cuyos senadores
debían legitimar la sucesión— y con un ejército —elemento vital en esta hora—
que debía alinearse con uno de los hermanos o bien con ambos. En este punto
emprendieron el regreso a Roma con una consorte preocupada por el más que
evidente enfrentamiento entre sus hijos. Hay versiones que ven en el carácter
más pacífico y relajado de Geta el punto por el que se decantaba su madre,
dejando tal vez más de lado al violento Caracalla —para algunos fruto del
primer matrimonio de Severo, lo que aclararía dicha preferencia. Estas
afirmaciones parecen quedar incompletas o superficiales según otros autores que
exponen que las líneas de investigación en el ámbito maternal de mujeres de
alto perfil como Julia Domna deben seguir abiertas y profundizarse en los
estudios dedicados al mismo.
Al llegar, el Senado les reconoció como
co-emperadores y deificó a su difunto padre —ceremonia de consecratio que presidió su viuda. Aquéllos separaron en sendas
secciones el palacio y rechazaron la presencia mutua. Domna trató sin éxito de
reconciliarles, Herodiano nos transmite las emocionadas palabras con que clamó
a sus hijos sobre si también partirían a su persona para dividírsela
instándoles a matarla para ello. Sin embargo, sus desavenencias eran ya
irreconciliables y la tragedia se sucedió ni siquiera transcurrido el infausto
año 211. Geta resultó asesinado por su hermano en un duro episodio que debió
ser traumático para Domna, según Casio presente en la reunión —que había
convocado Caracalla para una supuesta reconciliación— en la que su hijo acabó
refugiándose desesperado corriendo detrás de ella gritando ¡oh madre, que me engendraste, ayúdame, soy asesinado! (3), incluso ella
misma resultó herida en el lance final. No se le permitirá derramar una sola
lágrima por su hijo ni guardarle luto pues fue declarado hostis publicus —con el consiguiente baño de sangre de sus
seguidores — y sufrió la damnatio memoriae, y es que el Senado
aceptó la versión de legítima defensa frente a un intento de envenenamiento y
le ratificó como emperador en solitario agraciando a continuación a las
legiones con un donativum en pos de
su fidelidad.
Algunas teorías apuntan que la muerte
pudo ser resultado más bien de que la reunión de reconciliación, que era
franca, saliera mal, más que consecuencia de un plan de asesinato, habiendo
maneras más sutiles que la utilizada. Con todo, en pocos meses, de la presencia
de tres Augusti —más la potente
figura materna— se pasó a la de uno solo emergiendo la pregunta de hasta qué
punto alcanzaba ahora el poder de Domna. Quizá solo se sustentaba en la necesidad
que de ella tuviera Caracalla por su
significación y nexo para con las provincias orientales así como símbolo de la
unión con su padre, fundador de la dinastía. Además, como soldado que era,
dedicó la mayor parte de su reinado a las campañas bélicas, dejando
probablemente asuntos de índole político-administrativa en manos de su madre.
Pintura en disco de Julia Domna con su familia. Geta aparece borrado tras su "dammatio memoriae". Staatliche Museus. Berlín |
Es ahora cuando sobresale la acción de
Domna como gran administradora del Estado y consejera política hasta el punto,
según se dice, de llegar a desear, una vez asesinado su hijo en 217, ser
elegida única gobernante para lo que hilaría intrigas que finalmente no
fraguaron. Al tiempo su titulatura siguió aumentando: Mater Augusti/imperatoris et castrorum et senatus et patriae y poco
después et populi Romani y Pia Felix. Todo ello ha sido utilizado
por ciertos investigadores como connotaciones de su marcado orientalismo,
algunos han sobrevalorado su poder en la línea de verla como una nueva
Cleopatra, siguiendo el paradigma de reina oriental.
En 212 Caracalla sancionó la
fundamental Constitutio Antoniniana,
que concedía la ciudadanía romana a todos los habitantes libres del Imperio, si
bien no tiene fundamentos la teoría de la influencia sobre la misma de Domna.
Al año siguiente abandonaron Roma para una nueva campaña contra los tenaces
partos de la que ninguno de los dos retornaría. El emperador se hizo
representar para la ocasión como un nuevo Alejandro Magno, lo que dejaba el
majestuoso lugar de Olimpia para su madre. Ambos visitaron Alejandría en 215. Después
se instaló Domna en Antioquía desde donde se encargó de la correspondencia —a libellis et ab epistulis— mientras
su hijo inició las acciones bélicas en 216-217 para caer asesinado en abril de
este último año por oficiales al mando del prefecto Macrino —que había sido uno
de los protegidos de Plautiano— en el camino de Edesa a Carrhae siendo éste proclamado por los legionarios. No tardaron en
llegar las noticias a Antioquía y más tarde a Roma, donde el Senado no recibió
de mal grado la noticia, reacción que imaginaba la dama siria.
La cuestión de la sucesión era algo por
lo que Caracalla había prestado todavía escasa atención, y ahora la dinastía
parecía que llegaba a su fin. Domna sabía que si hubiera estado con su hijo en
el momento del regicidio probablemente hubiera sufrido el mismo destino. De
esta suerte intuía lo que sucedería cuando se encontrara con Macrino, pues no
podría dejar que sobreviviera una mujer que había estado asociada al más alto
poder dinástico durante más de veinticinco años —aunque lo hiciera, la idea de
ver rebajado su poder a la mínima expresión era lo que acababa con ella. Así,
una vez cerciorada de la bienvenida del nuevo emperador por parte del Senado
romano —hacia mediados de julio—, puso fin a su vida —Herodiano duda si fue por
propia decisión o por la del nuevo emperador y Casio describe además a una ya
debilitada mujer debido a un cáncer de pecho.
Apenas un año duró el reinado de
Macrino, la hermana de Domna, Julia Maesa, adalid del honor y los derechos
legítimos de su familia para detentar la púrpura, organizó una exitosa
conjuración junto a la clientela emesia para llevar al trono a su nieto,
conocido como Heliogábalo. Aunque las extravagancias religiosas —tan opuestas
al intento de Domna de compatibilizar el culto emesio con el panteón
grecorromano— y la ostentosidad oriental del nuevo emperador supondrán su
perdición y la de su madre Soemias en tan solo cuatro años, sucediendo el hijo
de su hermana Mamaea, Alejandro Severo, a la postre último soberano de la
dinastía. Sobre los cimientos instalados por Domna se levantó el edificio de
control político de estas mujeres sirias durante los más de quince años que
sobrevivió el linaje tras su fallecimiento. La dinastía finalizará con el
asesinato de madre e hijo en el limes
del Rin por el propio ejército romano, descontento ante su estrategia de pagar
numerosas sumas de dinero a los jefes germanos para que concedieran las
treguas. En torno a esta dinastía subyacen teorías como la que ante la falta de
una sólida figura paterna, la materna puede proporcionar temporalmente la
autoridad necesaria para transmitir el poder simbólico de una generación a la
siguiente.
Las cenizas de Domna, tras un breve
tiempo en el Mausoleo de Augusto, fueron trasladadas junto a las de Geta al de
Adriano —actual Castel Sant’Angelo. Al mismo tiempo tanto a ella como a su
hermana les fueron concedidas sendas consecrationes
en el año 226 convirtiéndose en divae
en la línea que inició Livia, siguiéndole el respectivo culto imperial con templo
propio y colegio de sacerdotisas.
Si nos preguntamos cuál es la imagen
que ha quedado de Julia Domna en la historia, la respuesta podría ser que ante
todo resultó ser una mujer de cultura.
De letrada educación que, no hay duda, continuó una vez casada empapándose de
los clásicos y adquiriendo especial entusiasmo por la filosofía. Esto se
manifiesta durante sus años de ostracismo ante el predominio de Plautiano —circa 200-205—, que le odiaba e
instigaba para hacerla declinar ante Severo a quien manejaba a su parecer, por ello entonces ella se dedicó a la
filosofía y pasaba los días en compañía de sofistas (4). Así, parece que
desde el primer viaje a África la corte itinerante severa se colmó de filósofos,
sofistas, artistas e intelectuales de toda clase —quizá iniciado como medio
para educar a sus hijos y sobrinas—, entre los que se encontraba el reconocido
sofista Filóstrato de Atenas que no la abandonó hasta la muerte de su señora.
Gracias a él conocemos la existencia del círculo — κύκλος— de eruditos que reunió a su alrededor:
soy partícipe del círculo reunido
alrededor de ella, pues se complace y elogia toda discusión de retórica (5). Era seguidora del filósofo Esquines el
Socrático y, sobre todo, de Apolonio de Tyana, de quien mandó a Filóstrato
escribir una Vida de Apolonio donde
encontramos dicha significativa referencia, donde le menciona como Julia la emperatriz o reina —Ἰουλίᾳ τῇ βασιλίδι.
Algunos académicos han comparado a
Domna con la Aspasia de Pericles, y es que se trata de la primera mujer que
estudió retórica después de Cornelia, madre de los Graco, y las evocaciones que
el círculo erudito provocó desde el Renacimiento al Romanticismo conllevaron
que gratuitamente se fueran incorporando al círculo personalidades de todo
ámbito de su tiempo: poetas —Opiano—, juristas —Ulpiano—, geómetras, físicos o
médicos —Galeno—, historiadores —Dion Casio, Diógenes Laercio—, matemáticos,
astrólogos, etc. Se trata, en fin, de un mundo donde los filósofos no podían
ser dirigentes, sino meros consejeros, pero los dirigentes en ocasiones eran
filósofos.
El advenimiento del linaje sirio supuso
una cierta orientalización del arte y la religión, reflejo sin duda del inicio
de un siglo III también de sincretismo y transformación. Pese a los prejuicios
del pueblo romano hacia el exotismo del este, que relacionaban con la lengua
semítica, el despotismo persa, lo judío y púnico-fenicio, el panteón romano
estaba inclinándose paulatinamente a favor de ciertos monoteísmos. Hablamos,
así, de la cada vez mayor presencia del judaísmo, cristianismo, mitraismo, el
culto a Isis o Serapis —que Caracalla trajo a Roma de Alejandría—, el principal
culto importado de Emesa, el Sol, que se asimiló al ya adorado Apolo-Helios y Sol Invictus, así como el culto al
emperador y a sus consortes —todo ello incrementaba la imagen cosmopolita de la
Urbs.
En lo concerniente a la imagen de la
princesa siria y de su culto, los precedentes muestran a unas mujeres flavias
de efímero eco cultual más allá de Italia. La consolidación del culto imperial
femenino llegó con los Antoninos desde Plotina en adelante, de lo que se
sirvieron las divinizadas Domna y su hermana Maesa —Soemias y Mamaea al sufrir
la damnatio memoriae quedaron fuera
del culto. Si bien su proyección fue menor, y es que estamos en un marco de
ruptura previo a la gran crisis del siglo III con lo que elementos de cohesión
del Imperio como este se estaban desarticulando a pasos agigantados.
Encontramos pues la adoración a Domna —θεά—
en distintas ciudades minorasiáticas que es probable que visitara en vida,
en la zona fue asociada con la Fortuna
del mundo habitado —Τύχη τῆς οἰκουμένης—,
destacando a su vez en Atenas, representada como Atenea Polias —Αθηνά Πολιάς—,
defensora de la ciudad.
La vemos también representada en arcos
—como el de Argentarii o Leptis
Magna— con atributos orientales y griegos. Se trata de la emperatriz con
mayores acuñaciones monetales con su representación y titulaturas, además nos
ha llegado el busto más grande de todas las mujeres imperiales. Se le suele
mostrar tomando parte en ceremonias formales de tenor político y religioso, no
exenta de la belleza oriental que describen las fuentes perceptible en su
característico estilo de peinado y simétrica tez.
A diferencia de otras damas imperiales,
Domna no formó parte de las endémicas intrigas palatinas —algunos le exceptúan
la actuación con Plautiano. Ello contribuyó al excepcional legado en la memoria
de sus contemporáneos y de ahí su reflejo en la literatura. Si bien tampoco se
libró de arbitrarios ataques de adulterio e incesto y volvemos a encontrar
advertencias de la peligrosidad de que una mujer se haga cargo de asuntos
políticos —transgrediendo así la esfera tradicional de la sociedad romana. Aunque
no llegó a traspasar la línea que sí hicieran Agripina la Menor o Mesalina
respecto del trato al Senado, de quien la historiografía siempre fue
benefactor. Contó con un favorable Dion Casio que solo relacionó la autocracia
sirio-oriental con el feroz Caracalla, si bien a partir del siglo IV ya le
asociaron a los recuerdos que dejó la dinastía de sus excesos
político-religiosos y como predecesores del periodo de turbulencias que siguió.
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[1] Historia Augusta, Severus, III.9: cum audisset esse in Syria quandam quae id geniturae haberet ut regi
iungeretur, eandem uxorem petiit, Iuliam scilicet, et accepit interventu
amicorum.
[2] Cuando un consul ordinarius, que iniciaban su
magistratura las kalendas Ianuarias y
daban nombre al año, era destituido del cargo, renunciaba al mismo o fallecía,
otro ocupaba su lugar elegido por el propio emperador —o la Comitia Centuriata en la República—, el consul suffectus o sustituto.
[3] Dion
Casio, Ρωμαϊκή ‘Ιστορία LXXVIII.2.3: «μῆτερ μῆτερ, τεκοῦσα τεκοῦσα, βοήθει,
σφάζομαι»
[4] Dion Casio, Ρωμαϊκή
‘Ιστορία LXXVI. 15: καὶ ἡ μὲν αὐτή τε
φιλοσοφεῖν διὰ ταῦτ᾽ ἤρξατο καὶ σοφισταῖς συνημέρευεν.
[5] Filóstrato de Atenas, Vita Apolonii I. 3: μετέχοντι δέ μοι τοῦ περὶ αὐτὴν
κύκλου, καὶ γὰρ τοὺς ῥητορικοὺς πάντας λόγους ἐπῄνει καὶ ἠσπάζετο.