Escrito por Maribel Bofill Monés / Gladiatrix
Escenas de lavandería en Pompeya. Museo Archeologico, Nápoles |
En
la antigua Roma el lavado de la ropa y su tinte fue un oficio que tuvo un
notable desarrollo impulsada por las agrupaciones corporativas de artesanos que
constituyeron gremios. Toda ciudad o colonia romana disponía de una o másfullonica
i tinctoria. Se han
hallado restos de estos negocios en Ostia , Barcino y Herculano alguno como la
de Stephanus, en Pompeya en un excelente estado de conservación.
Estos
negocios no solo se ocupaban en teñir y preparar la ropa con la que coser los
nuevos vestidos, sino también en su limpieza posterior y periódica. Tenían la
importante misión, del lavado, secado y planchado de la ropa y, en su caso, el
retintado de la misma cuando ésta perdía su brillo o color.
Se
atendía diariamente a una gran cantidad de clientes y era necesaria por tanto
mucha mano de obra y una infraestructura importante. Este tipo de negocios
requería un alto número de empleados los fullones que eran esclavos
y probablemente el dueño era uno de los patrones más importantes de la
ciudad.
La
típica fullonica necesitaba tanques para el lavado, los tintes y el aclarado de
la ropa, así como espacio para secar y planchar, y, por supuesto, decenas de
pequeñas cubas para los diferentes tintes de uso cotidiano.
Fullonica di Stephanus, Pompeya |
El
proceso era muy sencillo: tras una breve inspección de las prendas y realizados
los remiendos pertinentes, eran dipositadas en una balsa para el intenso
pisoteo de los esclavos. Algo que el filósofo Séneca describió como el saltus fullonicus., y que recuerda el ritual de
aplastado de las uvas para hacer vino. La ropa generalmente se lavaba en orina
humana o de animales (caballo, camello, …), que era recolectada de los
servicios públicos (letrinas) de la ciudad, de vasijas que se encontraban en
las esquinas de las calles o situada justo en la puerta de una fullonica. Una
vez las manchas habían desaparecido, las prendas eran llevadas a una balsa
exterior más grande, llamada iacuna
fullonica, donde se enjuagaban con agua de lluvia recogida en
el impluvium o posiblemente arcilla que ayudaba a eliminar
los residuos de grasa.
Posteriormente
las prendas recibían un buen enjuague para eliminar cualquier mal olor y eran
colgadas en un lugar abierto para que les diera el aire. A veces se colocaba
una cesta con sulfuro por debajo para que los gases ayudaran a blanquear la
ropa. La ropa se colocaba entonces en una cesta denominada “viminea
cavea” que se
colgaba sobre vapores de azufre con el fin de blanquear el tejido. Finalmente
se le aplicaba una tierra o arcilla blanca al tejido para blanquearlo aún más.
Por último se pasaba por el pressorium (planchado).
Para
teñir la ropa, los fullones, introducian la ropa en pequeñas balsas
con el colorante correspondiente, normalmente derivados de plantas, insectos y
crustáceos o mariscos. Se tenía a remojo con el producto el tiempo necesario y
posteriormente se procedía a su lavado, secado y planchado, como en el caso del
lavado normal. En el caso de mal tiempo o para colores que solían desteñir con
una cierta facilidad, estas ropas se tendían mediante cuerdas en zonas
sombreadas de la calle o en el desván de las instalaciones a fin de poder
entregarlas con el mayor brillo y colorido posible.
Después
de lavar y teñir la ropa, se aclaraba en tinajones con agua y luego se pasaba
al secado. La ropa se colgaba en cuerdas o en estantes en la azotea de la
tintorería para secarla al sol. En ciudades con una densa población se
les permitía a las tintorerías secar un poco de ropa a los lados de la calle.
El
sistema de planchado se hacía humedeciendo un poco la ropa y sujetándola en
diferentes marcos de madera y mediante tornillos de madera que la mantenían
tensa hasta su secado total. También había prensas calientes que la dejaban
mejor, aunque se supone que sería un sistema bastante más caro por el tiempo
que precisaba. Tras el nuevo secado de la misma quedaba bastante más alisada y
tras un toque manual sobre mesa al efecto, se doblaba correctamente y se
colocaba en su estante a la espera de la recogida del cliente.
Escenas de lavandería en Pompeya. Museo Archeologico, Nápoles |
Las
fullonicas eran responsables del cuidado de las togas y, si alguna era dañada
durante el proceso de lavado, debían pagar una compensación. Aun así, las
fullonicas eran un buen negocio, tanto que el emperador Vespasiano, al llegar
al poder y encontrarse con las arcas vacías, se inventó un impuesto para gravar
la recolección de orina en los baños públicos, el urinae vectigal, tributo por el que su propio hijo Tito
le reclamó por la naturaleza “asquerosa” del asunto. El historiador romano
Suetonio nos cuenta que Vespasiano colocó una moneda de oro bajo las narices de
Tito y le preguntó si olía a algo, dijo -¡No! – a lo que su padre
respondió – Atqui ex
lotio est (y eso
que viene de la orina) – dejando para el futuro el llamado Axioma de
Vespasiano, Pecunia non olet (el dinero no apesta), para referirse a que el
dinero es válido sin importar su procedencia.
Casi
todas las fullonicas tienen más o menos una estructura similar, una sala con
una pila o varias pilas recubiertas de opus signinum (mortero hidráulico) y un peristilo o
terraza donde se ponía a secar la ropa ya aclarada con el agua. Las únicas
referencias de su funcionamiento que tenemos son de Plinio el Viejo (23-79
d.C.) en su Historia Natural.
Los tintes
Los
romanos utilizaban alumbre de hierro como agente de fijación de la base y
se sabe que el gasterópodo, Haustellum
brandaris, fue
utilizado como un tinte rojo, debido a su colorante púrpura-rojo, el color del
emperador. El tinte se importó de Tiro, Líbano y fue utilizado sobre todo por
las mujeres ricas. Versiones más baratas también fueron producidas por los
falsificadores. El tinte más ampliamente utilizado fue índigo, permitiendo
tonos de color azul o amarillo, mientras que otro, una angiosperma dicotiledónea, producia un tono de rojo y era uno de
los colorantes más baratos disponibles. Según Plinio el Viejo, un color
negruzco se prefirió a rojo. El amarillo obtenido de azafrán, era caro y
reservado para la ropa de las mujeres casadas o las vírgenes vestales. Había
mucho menos colores que hoy en día.
Para
obtener tonos azules: uno de origen vegetal, la indigotina y otro de origen mineral, azul egipcio/azul pompeyano. Sobre
el azul egipcio o azul pompeyano tenemos referencias gracias a Vitrubio
que refería su uso como pigmento.
Los
romanos también empleaban la lavanda para perfumar sus baños y para
mantener la ropa ya que las ramas de espliego alejan la polilla y los
insectos actuando como antiséptico a la vez que perfuman la ropa.
Fuentes:
El
oficio de tintorero C.S.I.E. C Madrid 1982
Tintoreria
en la antigua roma Artifex
ALFARO,
C. (1997): El tejido en época romana. Cuadernos
de
Historia 29, Arco/Libros, Madrid