diumenge, 2 d’octubre del 2016

FULLONICAE Y TINCTORIAE EN LA ROMA CLÁSICA


  
Escrito por Maribel Bofill Monés / Gladiatrix



Escenas de lavandería en Pompeya. Museo Archeologico, Nápoles


En la antigua Roma el lavado de la ropa y su tinte fue un oficio que tuvo un notable desarrollo impulsada por las agrupaciones corporativas de artesanos que constituyeron gremios. Toda ciudad o colonia romana disponía de una o másfullonica i tinctoria. Se han hallado restos de estos negocios en Ostia , Barcino y Herculano alguno como la de Stephanus, en Pompeya en un excelente estado de conservación.

Estos negocios no solo se ocupaban en teñir y preparar la ropa con la que coser los nuevos vestidos, sino también en su limpieza posterior y periódica. Tenían la importante misión, del lavado, secado y planchado de la ropa y, en su caso, el retintado de la misma cuando ésta perdía su brillo o color.

Se atendía diariamente a una gran cantidad de clientes y era necesaria por tanto mucha mano de obra y una infraestructura importante. Este tipo de negocios requería un alto número de empleados  los fullones que eran esclavos  y probablemente el dueño era uno de los patrones más importantes de la ciudad.

La típica fullonica necesitaba tanques para el lavado, los tintes y el aclarado de la ropa, así como espacio para secar y planchar, y, por supuesto, decenas de pequeñas cubas para los diferentes tintes de uso cotidiano.


Fullonica di Stephanus, Pompeya


El proceso era muy sencillo: tras una breve inspección de las prendas y realizados los remiendos pertinentes, eran dipositadas en una balsa para el intenso pisoteo de los esclavos. Algo que el filósofo Séneca describió como el saltus fullonicus., y que  recuerda el ritual de aplastado de las uvas para hacer vino. La ropa generalmente se lavaba en orina humana o de animales (caballo, camello, …), que era recolectada de los servicios públicos (letrinas) de la ciudad, de vasijas que se encontraban en las esquinas de las calles o situada justo en la puerta de una fullonica. Una vez las manchas habían desaparecido, las prendas eran llevadas a una balsa exterior más grande, llamada iacuna fullonica, donde se enjuagaban con agua de lluvia recogida en el impluvium o posiblemente arcilla que ayudaba a eliminar los residuos de grasa.

Posteriormente las prendas recibían un buen enjuague para eliminar cualquier mal olor y eran colgadas en un lugar abierto para que les diera el aire. A veces se colocaba una cesta con sulfuro por debajo para que los gases ayudaran a blanquear la ropa. La ropa se colocaba entonces en una cesta denominada “viminea cavea” que se colgaba sobre vapores de azufre con el fin de blanquear el tejido. Finalmente se le aplicaba una tierra o arcilla blanca al tejido para blanquearlo aún más. Por último se pasaba por el pressorium (planchado).


Escenas de lavandería en Pompeya. Museo Archeologico, Nápoles
Para teñir la ropa, los fullones, introducian la  ropa  en pequeñas balsas con el colorante correspondiente, normalmente derivados de plantas, insectos y crustáceos o mariscos. Se tenía a remojo con el producto el tiempo necesario y posteriormente se procedía a su lavado, secado y planchado, como en el caso del lavado normal. En el caso de mal tiempo o para colores que solían desteñir con una cierta facilidad, estas ropas se tendían mediante cuerdas en zonas sombreadas de la calle o en el desván de las instalaciones a fin de poder entregarlas con el mayor brillo y colorido posible.

Después de lavar y teñir la ropa, se aclaraba en tinajones con agua y luego se pasaba al secado. La ropa se colgaba en cuerdas o en estantes en la azotea de la tintorería para secarla al sol. En ciudades con una densa población  se les permitía a las tintorerías secar un poco de ropa a los lados de la calle.

El  sistema de planchado se hacía humedeciendo un poco la ropa y sujetándola en diferentes marcos de madera y mediante tornillos de madera que la mantenían tensa hasta su secado total. También había prensas calientes que la dejaban mejor, aunque se supone que sería un sistema bastante más caro por el tiempo que precisaba. Tras el nuevo secado de la misma quedaba bastante más alisada y tras un toque manual sobre mesa al efecto, se doblaba correctamente y se colocaba en su estante a la espera de la recogida del cliente.


Escenas de lavandería en Pompeya. Museo Archeologico, Nápoles
Las fullonicas eran responsables del cuidado de las togas y, si alguna era dañada durante el proceso de lavado, debían pagar una compensación. Aun así, las fullonicas eran un buen negocio, tanto que el emperador Vespasiano, al llegar al poder y encontrarse con las arcas vacías, se inventó un impuesto para gravar la recolección de orina en los baños públicos, el urinae vectigal, tributo por el que su propio hijo Tito le reclamó por la naturaleza “asquerosa” del asunto. El historiador romano Suetonio nos cuenta que Vespasiano colocó una moneda de oro bajo las narices de Tito y le preguntó si olía a algo,  dijo -¡No! – a lo que su padre respondió – Atqui ex lotio est (y eso que viene de la orina) – dejando para el futuro el llamado Axioma de Vespasiano, Pecunia non olet (el dinero no apesta), para referirse a que el dinero es válido sin importar su procedencia.

Casi todas las fullonicas tienen más o menos una estructura similar, una sala con una pila o varias pilas recubiertas de opus signinum (mortero hidráulico) y un peristilo o terraza donde se ponía a secar la ropa ya aclarada con el agua. Las únicas referencias de su funcionamiento que tenemos son de Plinio el Viejo (23-79 d.C.) en su Historia Natural.


Reconstrucción fullonica

Los tintes

Los romanos utilizaban alumbre de hierro como  agente de fijación de la base y se sabe que el gasterópodo, Haustellum brandaris, fue utilizado como un tinte rojo, debido a su colorante púrpura-rojo, el color del emperador. El tinte se importó de Tiro, Líbano y fue utilizado sobre todo por las mujeres ricas. Versiones más baratas también fueron producidas por los falsificadores. El tinte más ampliamente utilizado fue índigo, permitiendo tonos de color azul o amarillo, mientras que otro, una angiosperma dicotiledónea, producia un tono de rojo y era uno de los colorantes más baratos disponibles. Según Plinio el Viejo, un color negruzco se prefirió a rojo. El amarillo obtenido de azafrán, era caro y reservado para la ropa de las mujeres casadas o las vírgenes vestales. Había mucho menos colores que hoy en día.

Para obtener tonos azules: uno de origen vegetal, la indigotina y otro de origen mineral, azul egipcio/azul pompeyano. Sobre el azul egipcio o azul pompeyano tenemos referencias gracias a Vitrubio  que refería su uso como pigmento.

Los romanos también  empleaban la lavanda para perfumar sus baños y para mantener la ropa  ya que las ramas de espliego alejan la polilla y los insectos actuando como antiséptico a la vez que perfuman la ropa.



Fuentes:

El oficio de tintorero C.S.I.E. C Madrid 1982
Tintoreria en la  antigua roma Artifex
ALFARO, C. (1997): El tejido en época romana. Cuadernos
de Historia 29, Arco/Libros, Madrid