Escrito por Francisco Javier Tostado, autor del libro Cómo enfermar y no morir en el intento
Fresco de Pompeya, Siglo I. Museo Arqueológico. Nápoles |
Nunca una dieta de lechuga y unos baños fríos hicieron
tanto por un Imperio
Aunque la medicina practicada en la antigua Roma estaba íntimamente ligada a la griega -en este sentido no fueron mucho más avanzados-, a ellos les debemos los hospitales militares (valetudinarium), organizados de manera similar a los actuales; los acueductos, que transportaban el agua a las ciudades, así como la creación de las cloacas, un eficaz mecanismo de saneamiento que evitarían epidemias; sin olvidarnos de la legislación de la práctica y enseñanza médica.
Los antecedentes...
En lo que a historia de la medicina se refiere hay que
remontarse unos siglos antes del gran Hipócrates -concretamente con la medicina
homérica- para encontrar una medicina un poco más racional que la que se había
practicado hasta entonces. Será Alcmeón de Crotona (finales siglo VI a. C.)
quien escriba el primer libro de medicina conocido hasta la fecha, Peri
physios, donde recogió todo el saber médico y fisiológico, quedando sus
ideas plasmadas en la posterior teoría de los humores con la escuela
hipocrática. Mucho después, ya en el siglo III a. C. con Alejando Magno, se
extendería la cultura y la medicina clásica griega por todo su imperio, y tras
su muerte, uno de sus generales, Ptolomeo, se convertiría en monarca de Egipto
y fundador de una dinastía que lo gobernó hasta que los romanos lo anexionaran.
Los Ptolomeos fijarían su residencia en Alejandría donde confluirían hombres
sabios de todo el mundo conocido. Es allí donde la anatomía avanzaría gracias a
las disecciones realizadas por Herófilo y Erasístrato en animales, cadáveres
humanos y, según Celso, practicando vivisecciones en criminales condenados.
Mientras, entre los siglos III y II a. C., tras el final de la Guerra Púnica,
el gobierno de Roma se consolidaría ampliando su dominio por todo el Mar
Mediterráneo hacia el Oriente, anexionándose Grecia y ocupando Egipto en el
siglo I a. C.
La medicina greco-romana
La medicina romana se encontraba a años luz del saber
griego y ésta no tardaría en imponerse, de hecho, no podemos decir que hubiera
una medicina romana, ya que prácticamente todos los médicos eran de procedencia
helénica. El griego permanecería como lengua científica y Alejandría y otras
ciudades griegas del Mediterráneo oriental como centros del saber médico.
Relieve votivo de Escleptio e Higínia. Museo Británico
|
Apenas nos han llegado textos médicos de los seis siglos
que transcurren entre el Corpus hippocraticum y Galeno, pero gracias a
los comentarios de posteriores escritores sabemos que la medicina hipocrática
sufriría una transformación, apareciendo diversas concepciones de la estructura
de la materia, el cuerpo humano, las enfermedades y los tratamientos. Será
precisamente Galeno quien daría nombre a las escuelas surgidas, que
estimularían las observaciones clínicas y la búsqueda de tratamientos más
eficaces. La primera de ellas sería la dogmática, centrada en el asclepion de
Kos y en la que destacaron Diocles de Karistos y Philistion de Locri; después
aparecería la empírica, con Philino de Kos, Serapión de Alexandría y Glaucias
de Taranto; la metodista, fundada por Themison de Laodicea y con Sorano de
Éfeso como principal representante; y finalmente, la pneumática, fundada por
Atheneo de Attalia. Mención aparte está la escuela ecléctica que seguía la
enseñanza tradicional hipocrática con un sentido empírico.
En tiempos de la República
La primitiva medicina de la península itálica no difería
demasiado de otros pueblos, quizás destacar la medicina etrusca de la que
encontramos testimonios con las prótesis dentales encontradas en algunos
enterramientos y sus primeros sistemas sanitarios y cloacas urbanas. Disponían
de dioses médicos como Salus, Marte, Febris, Príapo, entre muchos otros,
dejándose influir tempranamente por los dioses griegos, y más tarde por
Asclepio, que lo incorporarían como Esculapio.
Durante la República la práctica de la medicina no estaba
bien vista, siendo practicada por el propio pater familias en las zonas
rurales, y en Roma, como en otras grandes ciudades, recurriendo a un servus
medicus, que no era otro que un esclavo con ciertos conocimientos médicos.
Entre los primeros, encontramos a Marco Porcio Catón (siglos III-II a. C.) que
escribió una obra para utilizar en su propia finca donde recomendaba la col,
describía algunas intervenciones quirúrgicas simples e incluía oraciones a los
dioses. Entre los segundos encontramos el nombre de uno de esos primeros
médicos libertos griegos que ejercieron en Roma, Arcagato de Peloponeso (siglo
III a. C.), el primero en recibir la ciudadanía romana, aunque no debió de
hacerlo muy bien porque no tardaría en dejar de ejercerla...
Julio César en el año 46 a. C. ofrecería a todos los
médicos griegos nacidos libres el derecho a la ciudadanía romana:
Julio César concedió el derecho de ciudadanía a cuantos
practicaban la medicina en Roma o cultivaban las artes liberales, con la
intención de fijarlos de este modo en la ciudad y atraer los que estaban fuera
(Suetonio, Julio César, 42).
En tiempos del Imperio
Llegados a este punto me permitiréis que os explique el
porqué del título. Todo tiene que ver con el emperador Augusto y más
concretamente con su frágil salud. Se sabe que padeció de tiña, tifus,
resfriados, artritis, colitis, bronquitis, eccemas, cálculos biliares... Pero
el mayor de sus males le sorprendió en plena campaña contra los cántabros en
Hispania, concretamente cuando se encontraba en Tarraco, el año 23 a. C. Se
desconoce cuál fue su dolencia, algunos dicen que una enfermedad del hígado o
del estómago, pero lo cierto es que también presentó dolores articulares
generalizados. Probó sin fortuna los tratamientos habituales, encontrándose
cada vez más débil. Fue entonces cuando llamó a su médico personal, Antonio
Musa, quien le recomendaría baños fríos en las zonas doloridas y una estricta
dieta de lechuga. Para sorpresa de todos el emperador sanó y en agradecimiento
le recompensó con una elevada suma de dinero, además de colmarle de honores y
erigirle una estatua junto a la de Esculapio en la Isla Tiberina de Roma. El
Senado le otorgaría el derecho de quedar exento del pago de impuestos -un
beneficio que con el tiempo se extendería a todos los médicos- así como del
servicio militar.
Antonius Musa. Médico de Augusto |
En el siglo I aparecen dos personajes que por lo que se
desprende de los textos clásicos presentaban una profunda aversión contra esos
médicos griegos que "se atrevían" a ejercer la medicina en Roma. Uno
fue, Aulo Cornelio Celso -sorprendentemente todo apunta que no era médico- y a
él se debe la revisión de los conocimientos médicos helénicos y de la cirugía
alejandrina, de hecho, es la principal fuente que tenemos de la medicina
helenística comprendida durante los tres siglos anteriores a nuestra era. El
otro, Plinio El Viejo, y su obra Historia Natural, un compendio del conocimiento,
escrito con poca crítica, todo hay que decirlo. Otros médicos destacables de
ese tiempo son Areteo y Dioscórides, que sirvieron en época de Nerón,
destacando éste último con su obra De materia médica en la que
describiría más de medio millar de plantas medicinales y venenosas, además de
productos animales y minerales, una obra que influiría en la farmacopea hasta
el siglo XVIII.
Y es en el siglo II que aparece la figura de Galeno de
Pérgamo, quien triunfaría en Roma como médico de cámara de los emperadores
Marco Aurelio, Cómodo y Septimio Severo. Según él mismo relata, con 16 años se
le apareció en sueños Asclepio aconsejándole seguir los estudios de medicina en
Pérgamo según la escuela dogmática. Este gran médico caería en desgracia en el
año 192 cuando un gran incendio en el Templo de la Paz en Roma le destruyera su
biblioteca y escritos, hecho que lejos de desanimarle, los rehizo -en parte- y
escribió otras nuevas. Con él se iniciaría el conocimiento sistemático de la
anatomía humana aplicada tanto al diagnóstico como al tratamiento de las
enfermedades. En su legado se cuentan más de cuatrocientas obras, de las que se
conservan ciento cincuenta, donde sistematizaría la medicina clásica griega
además de añadir sus propias aportaciones, convirtiéndose en la máxima
autoridad médica a lo largo de la Edad Media y parte de la Moderna, siendo
pocas veces cuestionado.
La legislación de la práctica médica
A mediados del siglo II, en tiempos de Antonino Pío,
comenzaría a regularse la profesión de manera más evidente. Se limitaría a un
número determinado de médicos por ciudad -según el número de habitantes- y para
obtener ese rango (vale doctis) se debía demostrar que poseían los
conocimientos necesarios. Las villas pequeñas podían tener hasta cinco médicos,
las grandes siete, las mayores diez, y en Roma (sin contar los barrios),
catorce.
Los privilegios que obtenían los médicos debían ser
compensados de alguna forma, así, como contrapartida, debían asistir gratis a
los pobres y enseñar la medicina a los aspirantes a médico, ya que solo había
en todo el Imperio una escuela de medicina, la de Alejandría. Se promulgó la Lex
de decretis ab ordini faciendi, que exigía la aprobación por el colegio de
los médicos como condición para ejercer la medicina. Los médicos públicos
municipales eran elegidos por los ciudadanos con derecho a voto, debiendo pasar
un examen de sus colegas y recibir un mínimo de siete votos, entonces el
prefecto de la ciudad comunicaría el nombre al emperador.
El servicio médico público proporcionaba a los médicos (archiatri)
un local, generalmente de grandes dimensiones para poder albergar un
laboratorio, salas de operaciones, de consulta, de hospitalización e incluso la
propia vivienda del médico, así como instrumentos. No existían las
especialidades como las entendemos ahora pero si alguno tenía más experiencia a
la hora de aplicar un tratamiento determinado, las gentes acudían a él. No
obstante, proliferaron médicos inexpertos que para poder seguir ejerciendo
rebajaron sus tarifas respecto a otros más reconocidos, dejando muchos de ellos
la medicina para terminar dedicándose a otra profesión mejor remunerada.
Ahora eres gladiador, antes habías sido oculista. Hiciste
de médico lo que estás haciendo de gladiador (Marcial, Epig. VIII,74).
Con el emperador Alejandro Severo (siglo III) se
construirían las primeras aulas oficiales para la enseñanza de la medicina,
dejando de ser un asunto particular entre maestro y alumno.
Al servicio del emperador había siete médicos de cámara (archiatri
palatini), aunque solo uno de ellos era el que le asistía, recibiendo su
sueldo en metálico mientras que a los otros se les pagaba con cereales y
aceite.
Instrumental mèdico |
Las mujeres en la medicina
Siguiendo el ejemplo de Grecia también se tiene
constancia de mujeres que practicaban la medicina (normalmente tenían algún
parentesco con otros médicos) como Antioquis de Tlos, hija de Diodoto, o
Metilia Donata. En Roma, se dedicaban principalmente a atender a los problemas
y enfermedades de las mujeres, aunque algunas también trataron afecciones
oculares o de otro tipo, sin llegar a alcanzar la misma consideración social
que los hombres.
Llegada del Cristianismo
El decreto de Constantino del año 335 terminaría con el
culto a Esculapio, y tras la adopción del cristianismo como religión oficial
del Imperio, el declive de la cultura romana y la elevada mortalidad que
ocasionaban las epidemias, crecería la desconfianza hacia los médicos. Así fue
como la religión cristiana se presentó como la única forma de salvar a los
humildes y desesperados, pues Cristo aparecía como el médico de cuerpos y
almas.
Tras la división del Imperio Romano en el año 395 por el
emperador Teodosio el Grande, el imperio Bizantino pasaría a convertirse en el
depositario de los textos griegos de la cultura clásica y sus médicos no
pasarían de ser simples transmisores de esa medicina. Esto no quiere decir que
en Constantinopla no hubieran escuelas médicas, pero nunca llegaron a rivalizar
con las de Alejandría, Atenas y otros lugares de Asia Menor.
Como podéis ver, en la antigua Roma no fueron originales
a la hora de practicar la medicina, pero sus aportaciones a la profesión médica
y a la sanidad fueron relevantes. Y sí, también el emperador Augusto influyó en
la profesión médica, bueno, en parte gracias a la dieta de lechuga y los baños
fríos que le aconsejó su médico personal, Antonio Musa.
Bibliografía:
López Piñero, José María. Antología de clásicos
médicos. Ed. Triacastela, 1998.
Guerra, Francisco. Historia de la Medicina. Ed.
Norma, 1989.
Cuervo Escobar, Julio Enrique: Alcmeon de Crotona.
http://www.bdigital.unal.edu.co/30242/1/29023-104129-1-PB.pdf
Nutton, Vivian. Archiatri y la profesión médica en la
Antigüedad. Documentos de la Escuela Británica en Roma. Vol. 45 (1977), pp.
191-226.
Francisco Javier Tostado es también autor de los siguientes libros:
Francisco Javier Tostado es también autor de los siguientes libros: