Con
la fundación de Constantinopla en el año 330 d.C. Constantino I quiso reunir
una colección de libros digna de una nueva capital. En el 337, año de la muerte
del emperador, la colección no superaba los 6.900 volúmenes y servía para
complementar las estancias de su iglesia. Eusebio de Cesarea nos habla de una
importante transcripción de obras de la Biblioteca de Alejandría a la de
Constantinopla y mucho después Petrus Diaconus nos relata en su “Chronica
Sancti Benedicti Casinensis” del siglo XII como Constantino ordenó traducir y
transcribir en latín y griego numerosas obras de Historia y otros temas de las
colecciones de Roma para Constantinopla. En
muchos casos los mismos volúmenes viajaron con las transcripciones. El
primer paso ya había sido dado. A partir de ese momento surgiría una gran
Biblioteca Imperial destinada a paliar la destrucción de las grandes
bibliotecas de la Antigüedad, como las de Pérgamo y Alejandría.
La
Biblioteca Imperial de Constantinopla conservaba valiosos escritos clásicos que
se remontaban en el tiempo a la Antigua Grecia y Roma. Situada en la capital
del Imperio romano de Oriente, esta biblioteca fue construida físicamente entre
los años 353 d. C y 357 d. C. por orden del emperador Constancio II, quien se
había percatado del deterioro de los antiguos textos escritos sobre papiros.
Busto del emperador Constancio II (337-361 d.C.) |
En el scriptorium de esta biblioteca numerosos escribas se encargaban de la ardua
tarea de copiar los textos de los volúmenes escritos en rollos de papiro a
materiales más estables como pergamino o vitela. Se cree que el director de
este equipo de escribas era Temistio, quien trabajaba directamente a las
órdenes de Constancio II para la supervisión de la biblioteca. Constancio II y
Temistio, trabajaron incansablemente para salvar y copiar de nuevo las obras
perdidas. Y esa misma labor la hicieron la mayor parte de sus sucesores. El emperador Juliano, por su
parte, aportó la construcción del pórtico y trajo algunos manuscritos de la
biblioteca del obispo Jorge de Alejandría.
El emperador Valente, hacia el año 372 d. C., continuó los esfuerzos de sus predecesores empleando a para ello a cuatro calígrafos de griego y tres de latín. Desde entonces, la mayor parte de los clásicos griegos que han llegado hasta nosotros lo han hecho gracias a las copias “bizantinas” realizadas para la Biblioteca Imperial de Constantinopla. Sin embargo, ciertos tomos tenían preferencia respecto a otros. Quienes trabajaban de escribas, copiando los textos de papiro a pergamino, dedicaban una gran cantidad de tiempo y atención a preservar aquellos que creían más valiosos. Las obras más antiguas, como los clásicos de Homero y los escritos de la época helenística, eran prioritarias en comparación con las obras latinas posteriores. De manera similar, los autores más notables como Sófocles y los filósofos de su época, tenían prioridad en comparación con otros nombres menos conocidos.
El emperador Valente, hacia el año 372 d. C., continuó los esfuerzos de sus predecesores empleando a para ello a cuatro calígrafos de griego y tres de latín. Desde entonces, la mayor parte de los clásicos griegos que han llegado hasta nosotros lo han hecho gracias a las copias “bizantinas” realizadas para la Biblioteca Imperial de Constantinopla. Sin embargo, ciertos tomos tenían preferencia respecto a otros. Quienes trabajaban de escribas, copiando los textos de papiro a pergamino, dedicaban una gran cantidad de tiempo y atención a preservar aquellos que creían más valiosos. Las obras más antiguas, como los clásicos de Homero y los escritos de la época helenística, eran prioritarias en comparación con las obras latinas posteriores. De manera similar, los autores más notables como Sófocles y los filósofos de su época, tenían prioridad en comparación con otros nombres menos conocidos.
Algunos
historiadores opinan que la Biblioteca Imperial habría podido albergar hasta
120.000 volúmenes manuscritos, algunos de los cuales quizás procedieran de la
antigua Biblioteca de Alejandría, rescatados del fuego que la destruyó. Sin
embargo, los documentos que dan testimonio de la destrucción de la Biblioteca
de Alejandría son contradictorios, y nuestros conocimientos acerca del
contenido de la Biblioteca Imperial de Constantinopla son escasos. Por poner
sólo un ejemplo, la biblioteca no aparece mencionada en la Notitia Urbis Constantinopolitanae
(regionario de edificios e hitos publicado entre el 425 y la década de los 40
del siglo V d.C.) realizada durante el reinado de Teodosio II. Eso puede
deberse a que en la Notitia Urbis Constantinopolitanae la mayoría de los
edificios inscritos son de factura romana y no helena.
La
biblioteca de Alejandría poseyó una gran cantidad de volúmenes a lo largo de un
extenso período de tiempo pero su colección fue trasladada a diversos lugares
en diferentes momentos. Parte de la colección alejandrina fue entregada,
destruida o perdida a lo largo de los siglos. Finalmente, cuando la Biblioteca
de Alejandría fue saqueada y destruida en el 391 d.C. parece lógico que muchos
de los volúmenes fueran rescatados con anterioridad. Si la Biblioteca Imperial
de Constantinopla realmente albergó los 120.000 volúmenes de los que se habla,
sin duda fue el mayor conjunto de conocimientos escritos del mundo occidental a
principios de lo que denominamos Edad Media y sin duda debió poseer muchos de
los volúmenes de la colección alejandrina.
De
forma similar a la Biblioteca de Alejandría, la historia de la destrucción de
la Biblioteca Imperial de Constantinopla está envuelta en brumas y cabos
sueltos. Según algunas fuentes, la mayor parte (o incluso la totalidad) de los
volúmenes que formaban parte de ella fueron destruidos en un incendio en el año
477 d. C.. Entre las obras que fueron pasto de las llamas, según la
tradición, estaría un manuscrito
precioso de Homero escrito sobre piel de serpiente y letras doradas. Posiblemente
la Biblioteca Imperial tuvo que ser reconstruida de nuevo.
Las crónicas informan de incendios posteriores que provocaron un deterioro aún
mayor de la colección a lo largo del milenio en el que la biblioteca permaneció
en pie. De forma similar, algunos historiadores han sugerido (sin prueba
documental alguna) que parte de la colección que se encontraba en el interior
de la biblioteca fue adquirida más tarde por Carlomagno en el siglo VIII.
Aunque volúmenes similares dieron pie a un renacimiento cultural en los siglos
VIII y IX en la corte de Carlomagno, no está claro si estos volúmenes habían
formado parte de la Biblioteca Imperial de Constantinopla o si se trataba de
simples copias realizadas en la Biblioteca de Aquisgrán, lo parece más probable.
La
Biblioteca soportó incendios y destrucciones muy variadas. Desde terremotos a
incendios. El saqueo cruzado en 1204, desde luego, tuvo que afectar a la
colección y al propio edificio. Se sabe que algunos libros fueron a parar a
Italia. Los humanistas helenos del siglo XV que sobrevivieron a la muerte
política del Estado, por ejemplo Constantino Láscaris, dan fe que en la
Biblioteca Imperial de Constantinopla aún en 1453, antes de la inminente caída
de la ciudad, estaba la colección completa de Diodoro Sículo (unos cuarenta
volúmenes, de los que sólo han sobrevivido hasta la actualidad quince) por
poner un sólo ejemplo. Con el advenimiento de la Dinastía Paleólogo hubo un
nuevo y último renacimiento cultural helénico que posiblemente afectase de forma
positiva a la Biblioteca. Con la conquista turco otomana en 1453 la Biblioteca desaparece físicamente,
muchos de sus volúmenes se perdieron, otros tantos fueron destruidos y otros se
salvaron gracias a los humanistas helenos e italianos y numerosos mecenas que
en su afán de conocimiento y coleccionismo posibilitaron la creación de
colecciones particulares (dándose también algunas donaciones públicas a
diferentes ciudades estado italianas) que con el tiempo acabaron formando parte
del fondo público y temático de muchas de nuestras bibliotecas nacionales.
Bibliografía
-
Westfall Thompson, James. “Ancient Libraries”. Thompson Press (2007).
-
Wilson, Nigel G.. “The Libraries of the Byzantine World”. Greek, Roman, and
Byzantine Studies 8 (1), pág. 53-80 (2003).
-
Harris, Michael H.. “History of Libraries of the Western World” (1999).
- Martínez
Manzano, Teresa. “Constantino Láscaris. Semblanza de un humanista bizantino”
Nueva Roma 7. pág. 5 (1998)