dissabte, 15 d’abril del 2017

LA BIBLIOTECA IMPERIAL DE CONSTANTINOPLA



Escrito por Koldo Gondra del Campo





Con la fundación de Constantinopla en el año 330 d.C. Constantino I quiso reunir una colección de libros digna de una nueva capital. En el 337, año de la muerte del emperador, la colección no superaba los 6.900 volúmenes y servía para complementar las estancias de su iglesia. Eusebio de Cesarea nos habla de una importante transcripción de obras de la Biblioteca de Alejandría a la de Constantinopla y mucho después Petrus Diaconus nos relata en su “Chronica Sancti Benedicti Casinensis” del siglo XII como Constantino ordenó traducir y transcribir en latín y griego numerosas obras de Historia y otros temas de las colecciones de Roma para Constantinopla. En  muchos casos los mismos volúmenes viajaron con las transcripciones. El primer paso ya había sido dado. A partir de ese momento surgiría una gran Biblioteca Imperial destinada a paliar la destrucción de las grandes bibliotecas de la Antigüedad, como las de Pérgamo y Alejandría.

La Biblioteca Imperial de Constantinopla conservaba valiosos escritos clásicos que se remontaban en el tiempo a la Antigua Grecia y Roma. Situada en la capital del Imperio romano de Oriente, esta biblioteca fue construida físicamente entre los años 353 d. C y 357 d. C. por orden del emperador Constancio II, quien se había percatado del deterioro de los antiguos textos escritos sobre papiros.

Busto del emperador  Constancio II (337-361 d.C.)
En el scriptorium de esta biblioteca numerosos escribas se encargaban de la ardua tarea de copiar los textos de los volúmenes escritos en rollos de papiro a materiales más estables como pergamino o vitela. Se cree que el director de este equipo de escribas era Temistio, quien trabajaba directamente a las órdenes de Constancio II para la supervisión de la biblioteca. Constancio II y Temistio, trabajaron incansablemente para salvar y copiar de nuevo las obras perdidas. Y esa misma labor la hicieron la mayor parte de sus sucesores. El emperador Juliano, por su parte, aportó la construcción del pórtico y trajo algunos manuscritos de la biblioteca del obispo Jorge de Alejandría.

El emperador Valente, hacia el año 372 d. C., continuó los esfuerzos de sus predecesores empleando a para ello a cuatro calígrafos de griego y tres de latín. Desde entonces, la mayor parte de los clásicos griegos que han llegado hasta nosotros lo han hecho gracias a las copias “bizantinas” realizadas para la Biblioteca Imperial de Constantinopla. Sin embargo, ciertos tomos tenían preferencia respecto a otros. Quienes trabajaban de escribas, copiando los textos de papiro a pergamino, dedicaban una gran cantidad de tiempo y atención a preservar aquellos que creían más valiosos. Las obras más antiguas, como los clásicos de Homero y los escritos de la época helenística, eran prioritarias en comparación con las obras latinas posteriores. De manera similar, los autores más notables como Sófocles y los filósofos de su época, tenían prioridad en comparación con otros nombres menos conocidos.
 
Busto del emperador Valente (364-378 d.C.)
Algunos historiadores opinan que la Biblioteca Imperial habría podido albergar hasta 120.000 volúmenes manuscritos, algunos de los cuales quizás procedieran de la antigua Biblioteca de Alejandría, rescatados del fuego que la destruyó. Sin embargo, los documentos que dan testimonio de la destrucción de la Biblioteca de Alejandría son contradictorios, y nuestros conocimientos acerca del contenido de la Biblioteca Imperial de Constantinopla son escasos. Por poner sólo un ejemplo, la biblioteca no aparece mencionada en la Notitia Urbis Constantinopolitanae (regionario de edificios e hitos publicado entre el 425 y la década de los 40 del siglo V d.C.) realizada durante el reinado de Teodosio II. Eso puede deberse a que en la Notitia Urbis Constantinopolitanae la mayoría de los edificios inscritos son de factura romana y no helena.


La biblioteca de Alejandría poseyó una gran cantidad de volúmenes a lo largo de un extenso período de tiempo pero su colección fue trasladada a diversos lugares en diferentes momentos. Parte de la colección alejandrina fue entregada, destruida o perdida a lo largo de los siglos. Finalmente, cuando la Biblioteca de Alejandría fue saqueada y destruida en el 391 d.C. parece lógico que muchos de los volúmenes fueran rescatados con anterioridad. Si la Biblioteca Imperial de Constantinopla realmente albergó los 120.000 volúmenes de los que se habla, sin duda fue el mayor conjunto de conocimientos escritos del mundo occidental a principios de lo que denominamos Edad Media y sin duda debió poseer muchos de los volúmenes de la colección alejandrina.

De forma similar a la Biblioteca de Alejandría, la historia de la destrucción de la Biblioteca Imperial de Constantinopla está envuelta en brumas y cabos sueltos. Según algunas fuentes, la mayor parte (o incluso la totalidad) de los volúmenes que formaban parte de ella fueron destruidos en un incendio en el año 477 d. C.. Entre las obras que fueron pasto de las llamas, según la tradición,  estaría un manuscrito precioso de Homero escrito sobre piel de serpiente y letras doradas. Posiblemente la Biblioteca Imperial tuvo que ser reconstruida de nuevo.
 


Las crónicas informan de incendios posteriores que provocaron un deterioro aún mayor de la colección a lo largo del milenio en el que la biblioteca permaneció en pie. De forma similar, algunos historiadores han sugerido (sin prueba documental alguna) que parte de la colección que se encontraba en el interior de la biblioteca fue adquirida más tarde por Carlomagno en el siglo VIII. Aunque volúmenes similares dieron pie a un renacimiento cultural en los siglos VIII y IX en la corte de Carlomagno, no está claro si estos volúmenes habían formado parte de la Biblioteca Imperial de Constantinopla o si se trataba de simples copias realizadas en la Biblioteca de Aquisgrán, lo parece más probable.

La Biblioteca soportó incendios y destrucciones muy variadas. Desde terremotos a incendios. El saqueo cruzado en 1204, desde luego, tuvo que afectar a la colección y al propio edificio. Se sabe que algunos libros fueron a parar a Italia. Los humanistas helenos del siglo XV que sobrevivieron a la muerte política del Estado, por ejemplo Constantino Láscaris, dan fe que en la Biblioteca Imperial de Constantinopla aún en 1453, antes de la inminente caída de la ciudad, estaba la colección completa de Diodoro Sículo (unos cuarenta volúmenes, de los que sólo han sobrevivido hasta la actualidad quince) por poner un sólo ejemplo. Con el advenimiento de la Dinastía Paleólogo hubo un nuevo y último renacimiento cultural helénico que posiblemente afectase de forma positiva a la Biblioteca. Con la conquista turco otomana en  1453 la Biblioteca desaparece físicamente, muchos de sus volúmenes se perdieron, otros tantos fueron destruidos y otros se salvaron gracias a los humanistas helenos e italianos y numerosos mecenas que en su afán de conocimiento y coleccionismo posibilitaron la creación de colecciones particulares (dándose también algunas donaciones públicas a diferentes ciudades estado italianas) que con el tiempo acabaron formando parte del fondo público y temático de muchas de nuestras bibliotecas nacionales. 

 
 
Bibliografía
 
- Westfall Thompson, James. “Ancient Libraries”. Thompson Press (2007).
- Wilson, Nigel G.. “The Libraries of the Byzantine World”. Greek, Roman, and Byzantine Studies 8 (1), pág. 53-80 (2003).
- Harris, Michael H.. “History of Libraries of the Western World” (1999).
- Martínez Manzano, Teresa. “Constantino Láscaris. Semblanza de un humanista bizantino” Nueva Roma 7. pág. 5 (1998)