dissabte, 10 de febrer del 2018

EL INCENDIO DE ROMA: LA CULPA FUE DE NERÓN?



Escrito por Anastassia Espinel Souares




"Seguidamente ocurrió una catástrofe. No se sabe a ciencia cierta si fue obra de la casualidad o de la perfidia del emperador. Los historiadores han informado en ambos sentidos. De cualquier modo, fue la más grave y espantosa y nuestra ciudad quedó asolada por el fuego".
Tácito



Desde que los historiadores se ocuparon del grandioso incendio que asoló a Roma en 64 d.C. bajo el gobierno de Nerón, se formó la arraigada leyenda según la cual el propio emperador había prendido fuego a la ciudad.
A medio siglo de la catástrofe, Tácito escribió que no se sabía a ciencia cierta si Nerón era el verdadero culpable de lo ocurrido. Un par de decenios más tarde, Suetonio hizo un hecho la presunción no confirmada por su antecesor: “Nerón afirmó que las casas viejas y feas, así como las angostas y tortuosas calles, constituían una ofensa para su vista y seguidamente mandó prender fuego a la ciudad”. Un siglo después, Dión Casio señalaba: “Nerón quería llevar a la práctica un plan que siempre tuvo muy presente, destruir toda Roma y el Imperio de por vida”. Finalmente, con el transcurso de tiempo, los historiadores y novelistas convirtieron a Nerón en un completo demente que incendió su propia capital, enarbolando personalmente la antorcha encendida y cantando una triste elegía a la muerte de Roma, acompañándose de la lira.
¿Fue realmente el último emperador de la dinastía Julia–Claudia tan loco como lo muestran la mayoría de los autores? ¿Había prendido fuego a su ciudad natal? ¿Por qué lo hizo? El incendio romano de 64 d.C. continúa siendo uno de los más grandes enigmas de la historia.
En realidad, los incendios, derrumbes y otros desastres no eran extraños en la Roma de los Césares, aquella ciudad de contrastes. Roma, la metrópoli más grande del Mundo Antiguo, la resplandeciente urbe con sus templos y palacios, foros y teatros, ofrecía un panorama inolvidable; en ninguna otra parte del mundo se amontonaba en tan poco espacio una arquitectura tan espléndida y monumental revestida de mármol y oro. Pero aquella Roma imperial, con todo su esplendor y majestuosidad, se encontraba junto a la otra Roma: la de las masas populares. Toda esta gente, proveniente de todo el mundo conocido, convertía a la capital del Imperio en un auténtico hervidero humano. A fin de dar espacio a este tráfago se construían casas arcadas que restaron anchura a las calles, de por sí muy angostas. Debajo de las arcadas se alojaban numerosas tiendas, quioscos, talleres, barberías, tabernas y casas de cita.
Un hedor bestial emanaba de las tabernas y asaderos baratos ennegrecidos por el humo; los vendedores ambulantes anunciaban a gritos sus mercancías; los pilluelos se deslizaban de un lugar a otro para robar cualquier baratija a un transeúnte distraído, las prostitutas de ambos sexos ofrecían sus servicios; todos trataban de venderle algo a alguien.
Los edificios de reducidos apartamentos –cuantas más habitaciones mejor para obtener mayores ingresos– se derrumbaban casi a diario matando a los inquilinos, y con frecuencia estas construcciones eran reducidas a cenizas. Plinio el Viejo, contemporáneo de Nerón, escribió que los incendios eran el justo castigo por el lujo que no cesaba de acumular riquezas para que el fuego devorara la mayor cantidad posible.
En los tiempos de los antecesores de Nerón, Roma ardió en más de una ocasión. En el año 6 d.C. durante el gobierno de Augusto, la ciudad fue víctima de varios incendios simultáneos y el emperador fundó un cuerpo de bomberos de 7 mil hombres, pero la medida no resultó ser muy eficiente. En 27 d.C. bajo Tiberio, ardió todo el distrito edificado en el monte Celio; nueve años más tarde, todo el Aventino y los barrios que limitaban con el Circo Máximo. El emperador se vio obligado a ceder 100 millones de sestercios para reparar los daños causados por el fuego.
Durante los gobiernos de Calígula y Claudio también hubo varios incendios. En el año 54 d.C. el fuego acabó con los arrabales en el Campo de Marte. Claudio se vio obligado a trasladar al puerto de Ostia una cohorte de bomberos para proteger los almacenes de granos, pues de no hacerlo, tendría que sobrellevar las consecuencias de la escasez.
Esta lista de catástrofes puede continuar. Sin embargo, ninguna de ellas había llamado tanta atención de los historiadores como el incendio del año 64 y ninguno de los antecesores de Nerón había ganado la nefasta fama de pirómano.

En la noche de 19 de julio del año 64, la residencia del emperador en Antium estaba sumida en un profundo sueño, agobiada bajo el sofocante calor estival, cuando un jinete surgió repentinamente de las sombras y golpeteó la puerta gritando que toda Roma estaba en llamas. Arrancado de su sueño, Nerón se despabiló al instante. La idea de que el Circo Máximo, el Palatino, su propio palacio donde guardaba sus valiosas obras de arte, su vestuario teatral y sus instrumentos musicales eran pasto de llamas no le dejó titubear un momento. Ordenó que prepararan inmediatamente sus caballos y partió a toda carrera en medio de la noche, acompañado de su escolta de guardias pretorianos. La distancia de Antium a Roma es de unos cuarenta y cinco kilómetros, de modo que a caballo tardaría al menos dos horas en llegar. Al cabo de una hora del precipitado galope los jinetes vieron un horizonte teñido de rojo sangre. El emperador fustigó a su caballo y los pretorianos siguieron su ejemplo... Dicha escena es mucho más verosímil que la arraigada imagen de un Nerón demente, con una corona de laurel en la cabeza, cantando la muerte de su capital desde el punto más alto del Palatino (no podía hacerlo por la simple razón de que aquel sitio estaba dominado por las llamas).
La versión de Suetonio que coloca al emperador cantante en una torre del palacio de Mecenas, es un poco menos fantástica ya que dicha edificación, situada en lo alto del monte Esquilino, fue uno de los pocos lugares de Roma que no sufrió el embate de la catástrofe. Sin embargo, ¿dónde había obtenido Nerón su vestimenta escénica? Guardaba todo su vestuario teatral en el palacio del Palatino que había sucumbido en llamas. Además, el hecho de que Nerón en el momento de la catástrofe no se encontrara en Roma sino en Antium desmiente por completo cualquier posibilidad de semejante espectáculo. Tácito se refiere al rumor según el cual Nerón pudo cantar el incendio de Roma "desde su escenario doméstico", lo que admite dos versiones: la residencia veraniega de la corte en Antium y el palacio del Palatino.
Este último, como ya lo mencionamos, ardía en llamas, y Antium se encontraba demasiado lejos para que Nerón pudiera contemplar el incendio o apreciar la magnitud de la catástrofe. De tal modo, la escena predilecta de los novelistas y de los directores de Hollywood se basa en una leyenda inconsistente. La historia del emperador cantante en su capital incendiada tiene una única explicación posible: Nerón, más afín al arte y a la cultura griega que a la romana, realmente podría haber comparado la metrópoli en llamas con la Troya ardiendo en la Ilíada de Homero. Y quizá de allí pudo haber surgido esa famosa, pero inverosímil, escena en que Nerón canta la destrucción de Roma.
Ningún historiador antiguo afirma que Nerón enarbolara personalmente la antorcha encendida y prendiera el fuego en el Circo Máximo. Sin embargo, pudo encargar la ingrata labor a algunos sirvientes suyos. Según Suetonio: "muchos hombres de rango consular descubrieron a los esclavos de Nerón con aros embreados y teas en sus propiedades, pero no se atrevieron a arremeter contra ellos". Dión Casio ofrece una versión diferente: "De forma subrepticia, Nerón mandó un grupo de individuos que debían fingir estar ebrios o pretender gastar a alguien una broma pesada. Unos prendieron fuego aquí, otros allá, en dos o más lugares".
Sin embargo, al hacer un inventario imparcial de los hechos, la teoría de los incendiarios resulta igual de absurda que la de un emperador loco cantando en la cima del Palatino en llamas. Incluso si Nerón se hubiera propuesto prender fuego a su propia capital para luego reconstruirla más bella, como se aseguraba, no habría incendiado el lugar de sus mayores triunfos: el Circo Máximo, ni mucho menos su propio palacio. Y si en verdad hubiera planeado erigir un nuevo palacio más pomposo, seguramente se habría ocupado de poner a salvo sus tesoros artísticos, antes de prenderle fuego al viejo. Pero tal como ocurrieron las cosas, de la noche a la mañana, Nerón se vio despojado de su singular colección de obras de arte griego y oriental. Dos años más tarde, durante su famoso viaje a Grecia, intentó conseguir objetos para una nueva colección. Con ello, se desvirtúa por completo el argumento, según el cual, Nerón ya no tenía interés en sus obras de arte.   
Nerón tampoco era un especulador dispuesto a procurarse nuevos predios para sus ostentosos proyectos arquitectónicos con la ayuda de la catástrofe. En los primeros diez años de su gobierno, anteriores al incendio, el emperador hizo levantar tres edificios públicos: una escuela de púgiles, las termas de Nerón y un pasadizo que facilitaba la comunicación entre las dependencias entre el Palatino y el Esquilino. Después de la catástrofe de 64 no le quedaba al emperador ninguna otra alternativa que dirigir todos sus esfuerzos para la reconstrucción de la ciudad, lo que parece bastante lógico.
Para acelerar la construcción de nuevas casas privadas, Nerón aseguró a cada propietario una suma proporcional a su posición y su fortuna si el edificio era reconstruido dentro del plazo estipulado. La organización de los trabajos fue ejemplar. Con los escombros se rellenaron y cegaron las marismas de Ostia; las escuadras enteras de barcos de carga transportaron granos y otros alimentos a la ciudad damnificada. Para reducir el peligro de pestes, se confió la distribución de agua potable a una autoridad recién constituida y se instalaron una serie de nuevos puestos de aprovisionamiento de agua, perpetuamente custodiados por los pretorianos con el fin de evitar peleas y disturbios. ¿Acaso un emperador demente o preocupado tan sólo por sus ambiciones artísticas sería capaz de organizar una “ayuda humanitaria” tan eficiente?

A diferencia de sus antecesores, Nerón se negó a reconstruir Roma basándose en el antiguo plan de calles angostas y tortuosas. En vez de esto, los arquitectos imperiales diseñaron unas calles rectas, cortadas en ángulo recto a través del centro de la ciudad y con hileras de casas de la misma altura. Además, a partir de entonces, cada edificio nuevo debía contar con un equipo de instrumentos adecuados contra incendios.
Hoy día se puede afirmar que la teoría de Suetonio del incendio intencionado fue lanzada al mundo por un autor que no registraba, ni investigaba los hechos históricos, sino que divulgaba las historias, rumores y anécdotas que llegaban a sus oídos sin ser comprobados, ni desmentidos. La ciencia actual se muestra mucho más cautelosa reconociendo que, a pesar de todos sus excesos y crueldad, Nerón era, sin lugar a dudas, un hombre inteligente, capaz, culto, con inclinaciones por las artes y los deportes, un hombre más que normal en el entorno romano del primer siglo de la era cristiana.

 
Bibliografia:
·      Fernández Uriel, Pilar y Palop, Luis (2000). Nerón: la imagen deformada. 
    Madrid: Aldebarán Ediciones.
·      Gálvez, Pedro. (1998). Nerón: diario de un emperador. 
    Barcelona: Grijalbo Mondadori.
·      Suetonio Tranquilo, Cayo. (1992). Vida de los doce césares. 
    Madrid: Editorial Gredos
·      Tácito, Cayo Cornelio (2013). Historias. Obra completa. 
    Madrid. Editorial Gredos. 
·      Vandenberg, Philipp. (200%9. Nerón: el emperador artista. 
    Barcelona: Ediciones B.
·      Warmington, Brian Herbert 1(969). Nero: Reality and Legend.  
    London: Chatto & Windus

Otros artículos de la autora:

Los hermanos

También escrito por la autora y publicado por DSTORIA y Arraona Romana

http://dstoria.com/los-derrotados-por-roma-cuentos/