Escrito por Ana Sánchez
Escena de banquete. MAN Nápoles |
El convivium romano, es decir, el banquete
romano, es un acto social muy codificado dedicado al placer y a la sensualidad.
Es el momento idóneo para la socialización, el encuentro entre los miembros de
la familia, los amigos, los libertos, los clientes... Es el momento de reunirse
para disfrutar de la compañía mutua y de una buena cena en común: “nosotros no nos invitamos mutuamente por
comer y beber, sino por comer y beber juntos” (Plutarco Quaest. Conv.
II,10). Como todo acto social complejo, está sujeto a múltiples normas. Veamos,
paso a paso, cuál es la gramática del convivium.
Antes del
banquete
Las cenas romanas
no empiezan tarde, sino hacia la hora
octava en invierno o la hora nona
en verano, que se corresponden con las 15 o 16 horas actuales. Previamente, es
frecuente hacer una visita a las termas, donde un baño purificador elimina
todas las tensiones de la jornada de trabajo y prepara para la experiencia
placentera de la cena.
Los comensales
llevan su propia servilleta (mappa) y algún esclavo personal (servus
ad pedes) que los asistirá durante toda la cena. Llevan también la ropa
propia para la ocasión: la vestis cenatoria, una toga ligera de
muselina, por lo general blanca, que puede ser cambiada varias veces a lo largo
del convite y que no puede vestirse si no es en el interior de casa o en los
banquetes.
Vasos de vidrio |
Al llegar a su
destino, los comensales son llevados a presencia del anfitrión y son anunciados
por un esclavo, el nomenclator.
Mientras los convidados van llegando, mientras se hacen las presentaciones o los
saludos, el anfitrión puede aprovechar para hacer cierta ostentación de riqueza y refinamiento. Por ejemplo, puede exponer
la vajilla sobre unos aparadores, cosa que seguro será motivo de admiración por
parte de sus invitados, que aprovechan para romper el hielo con comentarios de
elogio. Una vajilla lujosa se compone de platos, vasos, copas, bandejas…
preferentemente de plata, de cristal, de oro, de electro, de esmalte, todos
materiales muy valiosos. Por supuesto, la exhibición de vajilla puede venir acompañada
de explicaciones del propio anfitrión sobre su valor o su supuesta antigüedad,
que a veces son bastante ridículas a juzgar por los textos conservados: “No hay nada más odioso que las antigüedades
del viejo Eucto (...) cuando el
charlatán cuenta la genealogía de locos de su vajilla de plata y, con su
verborrea, hace que los vinos enmohezcan” (VIII,6). Tras la ceremonia de
ostentación, anfitrión e invitados pasan a
la sala del triclinio, donde tiene lugar un ritual llamado soleas
deponere: los esclavos lavan los pies y cambian las sandalias de los
invitados por otras más ligeras. Para comer en el triclinio los pies y las
manos deben estar limpios, como corresponde a una ceremonia que, en su origen,
tuvo carácter sagrado.
En la sala del
triclinio
Ya en el comedor,
el anfitrión no pierde la ocasión de continuar exhibiendo lujo y poder a través
de todo aquello pensado para el goce y disfrute de los sentidos: los tapices
que decoran la sala, las mesas, las flores, los perfumes, las fuentes, las
lámparas… Lo que en apariencia está pensado para cubrir las necesidades de sus
convidados, en realidad sirve para
reafirmar la imagen social de quien invita, cuyo prestigio también se
consolida por el gran número de servidores que posee. De entre todos, destacan
el nomenclator, que ya hemos visto
presentando a los invitados y que también los posicionará en el triclinio; el
jefe de cocina o archimagirus; el scalcus, que trincha, trocea y reparte
la carne; los cocineros, que pueden ser esclavos o no; y los ministratores, que sirven la cena y el
vino, y son jóvenes, guapos y exóticos, tipo Ganímedes.
En realidad en el
convivium la figura principal es siempre el anfitrión: todo, los platos
servidos, las diversiones preparadas, su conversación y su actitud darán como
resultado una imagen de prestigio reforzada o lo contrario. Un comportamiento
inadecuado en la mesa es imperdonable, lo mismo que un exceso de ostentación.
La elegancia, la mesura, la sorpresa, el toque exacto de diversión y de lujo es
lo que hace que la cena sea un éxito y que el anfitrión aumente su imagen
social.
Convivium |
Llegados a este
punto, los invitados son situados en el
triclinio, compuesto por tres lechos que a su vez tienen capacidad para
tres personas cada uno. Desde que se adoptó la moda de cenar recostados a la
manera griega, no hay cena que no se haga en el triclinio. De acuerdo con las
normas, el número ideal de comensales oscila entre tres y nueve, tal como
aconseja Varrón: “que (el número) no sea
inferior al de las Gracias ni superior al de las Musas” (Macr. Sat. 1,7),
aunque esto no tiene por qué cumplirse siempre. Eso sí, cada invitado es
situado en un lugar concreto del triclinio según la importancia que el
anfitrión le otorga, ya que los puestos del triclinio están muy, muy
jerarquizados.
Llega el momento
de comenzar el convivium. Una cena
romana consta de dos partes: la primera es la cena propiamente dicha, con muchos
platos y un uso moderado de las bebidas; la segunda es la comissatio, una sobremesa donde abunda el vino y la juerga.
La cena
Ya tenemos a
todos los invitados recostados en sus triclinios. Algunos están acompañados de
sus esposas, otros de sus amantes. Incluso alguno se ha traído un amigo por su
cuenta y ha dejado sin sitio al típico convidado que llega siempre tarde, y que
esta vez tendrá que estar sentado en un escabel. La cena da comienzo con la gustatio,
es decir, los aperitivos: alimentos
ligeros y sabrosos que buscan despertar el apetito. La reputación de nuestro
anfitrión depende también de la elección de los platos que se van a servir, que
deberían impresionar de forma positiva a sus invitados. La gustatio es el momento de las verduras bien condimentadas, como los
espárragos o los puerros; de las setas; de las golosinas del mar: las ostras,
los mejillones, los erizos; de los caracoles; de los pollos picantones y de los
lirones con miel… pero también de algunos platos marcados por la tradición, como
los huevos. Era casi obligatorio
comenzar una cena con huevos, y terminarla con manzanas: Ab ovo usque ad mala como reza el dicho popular recogido por
Horacio (Serm. I,3). Y se tomaba vino mulsum, mezclado con miel y
aderezado con pimienta, un vino que se permitían incluso hasta las matronas
defensoras de la máxima moralidad.
El segundo
servicio se llama prima mensa y es el momento en que se sirven los platos más
sofisticados y espectaculares: pescado y carne en abundancia preparados de la
manera más impactante y complicada posible, como corresponde al canon de
elegancia. Abunda la carne, un alimento que antiguamente solo se consumía en
las ceremonias religiosas, en los sacrificios, pero que pronto perdió ese
carácter ritual y se convirtió, simplemente, en un alimento para momentos
extraordinarios -como lo son los banquetes-.
Las cenas romanas
están llenas de capones, ocas, pavos reales, tórtolas, tordos, jabalíes,
jamones, tetas de cerda, cabritos, liebres, lenguas de flamenco, salmonetes,
morenas, lubinas, rodaballos, ventrescas de atún… en cualquier formato: asados,
estofados, en salsas diversas, en albóndigas, guisados, rellenos… Recordemos
que en los triclinios se comía en
posición recostada. Esto quiere decir que el peso corporal recae sobre un
brazo -el izquierdo- con el que se sostiene el plato, mientras que con la mano del
otro brazo -el derecho- se toman los alimentos con los dedos. Apenas se usan
cubiertos, alguna cuchara y poco más, porque las manos no están libres. Para
eso están los esclavos: para trocear y servir. Aun así hay que tener cierta
gracia en la mesa, lo cual revelará la educación de los comensales: “Toma los manjares con la punta de los dedos
y no embadurnes toda la cara con las manos manchadas”, recomienda Ovidio
(Ars Amandi 750-770). Y aunque el vino se servía con parsimonia, justo para
degustar los alimentos y no acelerar la borrachera, lo cierto es que las formas y la buena educación podían
peligrar. No sería raro ver a algún comensal molestando a otro que se ha
quedado dormido en el lecho, o eructando o limpiándose el sudor de mala manera,
o lanzándose apresuradamente sobre la comida para guardarse parte de la misma
en la servilleta o, como vemos en las pintadas de los muros de la Casa del
Moralista de Pompeya, buscando pelea y tirando los tejos lascivamente a la
mujer de otro (CIL IV,7698). Pese a todo, lo más valorado en una cena es
siempre la conversación agradable entre amigos, quienes ríen y disfrutan de la
compañía mutua. Nos dice Cicerón que lo más adecuado a los banquetes son los
temas ligeros, agradables, sugestivos, que llenen el espíritu, y que no sean
inquietantes ni tristes (Ad fam. 9,26). Y hasta podemos encontrar quien celebra
durante la cena una representación teatral o de mimos, una actuación musical o
una lectura de textos literarios. Y tan malo es quien llena sus cenas con
cotilleos y escenas de mal gusto como quien las llena con exceso de literatura,
y hasta Marcial promete una cena agradable a un amigo: “no te recitaré nada, aunque tú nos vuelvas a leer de punta a cabo tus
Gigantes o tus Geórgicas, próximas al inmortal Virgilio” (XI,52).
Lares |
Entre el último
servicio de la prima mensa y la secunda mensa, que corresponderá a los
postres, se cambian las mesas y se trae la imagen de los Lares, los dioses del hogar. A ellos se les brindan libaciones
de vino y ofrendas como forma de gratitud por los alimentos. También en este
momento los esclavos scoparii barren
el suelo y lo purifican cubriéndolo con azafrán en un acto llamado lustratio.
Se consideraba que todo aquello que durante la cena había caído al suelo
pertenecía al mundo de los Manes, los muertos familiares que viven en el
inframundo. Así, los restos de comida que habían caído no se recogen cuando
caen sino que se ofrecen a las divinidades y se recogen solo durante la lustratio. Junto a la religión, también
está presente la superstición,
mezclada con las creencias populares. Cualquier cosa puede interpretarse como
presagio: no conviene el silencio si el número de invitados no es par; si
alguien habla de incendios se tiene que derramar agua bajo la mesa; no se deben
apagar las lámparas tras la comida porque el fuego está consagrado a los Lares
y representa la prosperidad doméstica… Supersticiones que son una muestra del
antiguo sentido sagrado de los banquetes, cuando tanto los alimentos como el
fuego que los hacía posibles eran sagrados, y el banquete servía para renovar
los lazos entre humanos y dioses.
Entre
conversaciones amenas y platos suculentos, se cuela en el banquete el recuerdo de la muerte, una costumbre
heredada de los egipcios. La memoria de la muerte en forma de esqueletos que
bailan o que participan del convite se aprecia en la decoración de la vajilla,
en los mosaicos del pavimento o bien en forma de figuritas móviles (larvae convivialis) como la que traen
los esclavos durante la cena de Trimalción: “un esqueleto de plata construido de modo que las extremidades y la
columna vertebral mantenían el juego de las articulaciones y se doblaban en
todos los sentidos” (Petr. Sat. XXXIV). Este memento mori permite reflexionar sobre la brevedad de la vida e
invita a los convidados a aprovecharla al máximo.
A la cena solo le
queda el tercer servicio, la secunda mensa, que corresponde a los
dulces y la fruta. Está a punto de acabar la cena propiamente dicha, y en las
mesas circulan uvas, higos, dátiles, peras, manzanas, melocotones, granadas,
castañas asadas, pastelitos, queso fresco… Se hace tarde y está a punto de
empezar la comissatio, dedicada a la
conversación, la bebida y la juerga. Se hacen las últimas libaciones a los
Lares antes de dar por finalizada la cena. Algunos invitados aprovecharán ahora
para marcharse, como los abstemios o las matronas, o quienes quieren mantener
cierta reputación. Otros llegarán justo ahora, procedentes de otras cenas, de
otras fiestas. La comissatio, adaptación del simposium griego, está a punto de
comenzar.
La comissatio
Tras lavarse las
manos y quizá cambiarse la vestis
cenatoria, se queman perfumes y se
reparten coronas de flores a los participantes. Estas coronae convivialis tienen la función de retrasar los efectos de la
borrachera y se componen de plantas conocidas por sus efectos beneficiosos para
el portador: violetas, laurel, hiedra, rosas, mirto, nardos y hasta perejil y
apio. Para Isidoro de Sevilla el origen del uso de la corona convivialis “proviene
de un tal Liber” (Or. XIX,30), que es un dios itálico de la fertilidad y el
vino que acabó asimilándose a Baco. Coronados de flores, los participantes dan
inicio a la comissatio honrando a Liber y haciendo libaciones
en su honor.
Se necesita, sin
embargo, un árbitro que regule el ritmo de los brindis y las libaciones: es el magister
bibendi o rex convivii. A menudo es el propio anfitrión y es el
responsable de que la fiesta mantenga cierta moderación o acabe en borrachera,
ya que es quien determina la proporción de agua y vino que debe mezclarse en la
crátera y quien dicta el número de copas que han de beber los convidados. El
vino, elemento de civilización, requiere siempre sus propias normas.
Durante la comissatio se bebe, se bebe mucho:
Falerno, Cécubo, Albano... Los brindis se alternan con la conversación, los
cánticos patrióticos y la diversión preparada por nuestro anfitrión: músicos,
cantantes, lecturas literarias, bufones bromistas (derisores), representaciones de cómicos, acróbatas, enanos, juegos
de dados, cotilleos, bailarinas provocativas de Cádiz… De nuevo se bebe, se
hacen libaciones a Liber, se brinda por las mujeres amadas, se beben tantas
copas como letras tiene el nombre de la amada: “Por Laevia tengo que beberme seis copas, siete por Justina, cinco por Licis,
cuatro por Lide y tres por Ida” (Marcial I,71), se brinda por un convidado
presente, al grito de “bene tibi, N.,
feliciter!”, vaciando el contenido de la copa y volviendo a llenarla para
el homenajeado. Beber vino en compañía da chispa a la conversación y hace
placentera la sobremesa: “me gustan las
noches que entre copas alegres se prolongan” (Marcial XI,104); está pensado
para tomarlo en compañía y solo es peligroso si se bebe en solitario.
El vino se
acompaña de nuevos aperitivos, platillos salados para despertar la sed: en el
banquete de Trimalción los servidores traen a los ebrios participantes ostras,
vieiras y caracoles a la parrilla (Petron. 70); pero también circulan
aceitunas, pescaditos, quesos y frutos secos. El protagonismo en la comissatio es la bebida, es la
borrachera bajo ciertas reglas, no la comida.
Se reparten
también regalos a los invitados (apophoreta),
regalos que pueden ser muy dispares: un perfume, un cuchillo, un vaso de
cristal, una caja de marfil, unos dados, un mondadientes, un peine, una
lámpara, un pájaro, unas sandalias, un colador de nieve, unas nueces, un
esclavo…
El convivium finaliza avanzada la noche.
Los invitados piden sus sandalias y se llevan los regalos y las sobras del
convite. El anfitrión ha representado su papel, con más o menos éxito. El
espectáculo ha finalizado.
BIBLIOGRAFÍA:
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organizzazione. L’Alimentazione
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Culturali. http://www.beniculturali.it/mibac/multimedia/MiBAC/minisiti/alimentazione/sezioni/etastorica/roma/index.html
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Dosi, A; Schnell F. (1986): Le abitudini alimentari dei romani. Roma, Quasar
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Fernández Vega, P. (2003): La casa romana. Madrid, Akal.
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Guillén, José (1986): Urbs Roma. Vida y costumbres de los romanos II. La vida pública.
Salamanca, Ediciones Sígueme.