diumenge, 17 de juny del 2018

EL CONVIVIUM ROMANO




Escrito por Ana Sánchez

Escena de banquete. MAN Nápoles

El convivium romano, es decir, el banquete romano, es un acto social muy codificado dedicado al placer y a la sensualidad. Es el momento idóneo para la socialización, el encuentro entre los miembros de la familia, los amigos, los libertos, los clientes... Es el momento de reunirse para disfrutar de la compañía mutua y de una buena cena en común: “nosotros no nos invitamos mutuamente por comer y beber, sino por comer y beber juntos” (Plutarco Quaest. Conv. II,10). Como todo acto social complejo, está sujeto a múltiples normas. Veamos, paso a paso, cuál es la gramática del convivium.


Antes del banquete

Las cenas romanas no empiezan tarde, sino hacia la hora octava en invierno o la hora nona en verano, que se corresponden con las 15 o 16 horas actuales. Previamente, es frecuente hacer una visita a las termas, donde un baño purificador elimina todas las tensiones de la jornada de trabajo y prepara para la experiencia placentera de la cena.

Los comensales llevan su propia servilleta (mappa) y algún esclavo personal (servus ad pedes) que los asistirá durante toda la cena. Llevan también la ropa propia para la ocasión: la vestis cenatoria, una toga ligera de muselina, por lo general blanca, que puede ser cambiada varias veces a lo largo del convite y que no puede vestirse si no es en el interior de casa o en los banquetes.

Vasos de vidrio
Al llegar a su destino, los comensales son llevados a presencia del anfitrión y son anunciados por un esclavo, el nomenclator. Mientras los convidados van llegando, mientras se hacen las presentaciones o los saludos, el anfitrión puede aprovechar para hacer cierta ostentación de riqueza y refinamiento. Por ejemplo, puede exponer la vajilla sobre unos aparadores, cosa que seguro será motivo de admiración por parte de sus invitados, que aprovechan para romper el hielo con comentarios de elogio. Una vajilla lujosa se compone de platos, vasos, copas, bandejas… preferentemente de plata, de cristal, de oro, de electro, de esmalte, todos materiales muy valiosos. Por supuesto, la exhibición de vajilla puede venir acompañada de explicaciones del propio anfitrión sobre su valor o su supuesta antigüedad, que a veces son bastante ridículas a juzgar por los textos conservados: “No hay nada más odioso que las antigüedades del viejo Eucto (...)  cuando el charlatán cuenta la genealogía de locos de su vajilla de plata y, con su verborrea, hace que los vinos enmohezcan” (VIII,6). Tras la ceremonia de ostentación, anfitrión e invitados pasan a la sala del triclinio, donde tiene lugar un ritual llamado soleas deponere: los esclavos lavan los pies y cambian las sandalias de los invitados por otras más ligeras. Para comer en el triclinio los pies y las manos deben estar limpios, como corresponde a una ceremonia que, en su origen, tuvo carácter sagrado.

En la sala del triclinio

Ya en el comedor, el anfitrión no pierde la ocasión de continuar exhibiendo lujo y poder a través de todo aquello pensado para el goce y disfrute de los sentidos: los tapices que decoran la sala, las mesas, las flores, los perfumes, las fuentes, las lámparas… Lo que en apariencia está pensado para cubrir las necesidades de sus convidados, en realidad sirve para reafirmar la imagen social de quien invita, cuyo prestigio también se consolida por el gran número de servidores que posee. De entre todos, destacan el nomenclator, que ya hemos visto presentando a los invitados y que también los posicionará en el triclinio; el jefe de cocina o archimagirus; el scalcus, que trincha, trocea y reparte la carne; los cocineros, que pueden ser esclavos o no; y los ministratores, que sirven la cena y el vino, y son jóvenes, guapos y exóticos, tipo Ganímedes.

En realidad en el convivium la figura principal es siempre el anfitrión: todo, los platos servidos, las diversiones preparadas, su conversación y su actitud darán como resultado una imagen de prestigio reforzada o lo contrario. Un comportamiento inadecuado en la mesa es imperdonable, lo mismo que un exceso de ostentación. La elegancia, la mesura, la sorpresa, el toque exacto de diversión y de lujo es lo que hace que la cena sea un éxito y que el anfitrión aumente su imagen social.

Convivium

Llegados a este punto, los invitados son situados en el triclinio, compuesto por tres lechos que a su vez tienen capacidad para tres personas cada uno. Desde que se adoptó la moda de cenar recostados a la manera griega, no hay cena que no se haga en el triclinio. De acuerdo con las normas, el número ideal de comensales oscila entre tres y nueve, tal como aconseja Varrón: “que (el número) no sea inferior al de las Gracias ni superior al de las Musas” (Macr. Sat. 1,7), aunque esto no tiene por qué cumplirse siempre. Eso sí, cada invitado es situado en un lugar concreto del triclinio según la importancia que el anfitrión le otorga, ya que los puestos del triclinio están muy, muy jerarquizados.

Llega el momento de comenzar el convivium. Una cena romana consta de dos partes: la primera es la cena propiamente dicha, con muchos platos y un uso moderado de las bebidas; la segunda es la comissatio, una sobremesa donde abunda el vino y la juerga.

La cena

Ya tenemos a todos los invitados recostados en sus triclinios. Algunos están acompañados de sus esposas, otros de sus amantes. Incluso alguno se ha traído un amigo por su cuenta y ha dejado sin sitio al típico convidado que llega siempre tarde, y que esta vez tendrá que estar sentado en un escabel. La cena da comienzo con la gustatio, es decir, los aperitivos: alimentos ligeros y sabrosos que buscan despertar el apetito. La reputación de nuestro anfitrión depende también de la elección de los platos que se van a servir, que deberían impresionar de forma positiva a sus invitados. La gustatio es el momento de las verduras bien condimentadas, como los espárragos o los puerros; de las setas; de las golosinas del mar: las ostras, los mejillones, los erizos; de los caracoles; de los pollos picantones y de los lirones con miel… pero también de algunos platos marcados por la tradición, como los huevos. Era casi obligatorio comenzar una cena con huevos, y terminarla con manzanas: Ab ovo usque ad mala como reza el dicho popular recogido por Horacio (Serm. I,3). Y se tomaba vino mulsum, mezclado con miel y aderezado con pimienta, un vino que se permitían incluso hasta las matronas defensoras de la máxima moralidad.

El segundo servicio se llama prima mensa y es el momento en que se sirven los platos más sofisticados y espectaculares: pescado y carne en abundancia preparados de la manera más impactante y complicada posible, como corresponde al canon de elegancia. Abunda la carne, un alimento que antiguamente solo se consumía en las ceremonias religiosas, en los sacrificios, pero que pronto perdió ese carácter ritual y se convirtió, simplemente, en un alimento para momentos extraordinarios -como lo son los banquetes-.
 
Alimentos, MAN Nápoles
Las cenas romanas están llenas de capones, ocas, pavos reales, tórtolas, tordos, jabalíes, jamones, tetas de cerda, cabritos, liebres, lenguas de flamenco, salmonetes, morenas, lubinas, rodaballos, ventrescas de atún… en cualquier formato: asados, estofados, en salsas diversas, en albóndigas, guisados, rellenos… Recordemos que en los triclinios se comía en posición recostada. Esto quiere decir que el peso corporal recae sobre un brazo -el izquierdo- con el que se sostiene el plato, mientras que con la mano del otro brazo -el derecho- se toman los alimentos con los dedos. Apenas se usan cubiertos, alguna cuchara y poco más, porque las manos no están libres. Para eso están los esclavos: para trocear y servir. Aun así hay que tener cierta gracia en la mesa, lo cual revelará la educación de los comensales: “Toma los manjares con la punta de los dedos y no embadurnes toda la cara con las manos manchadas”, recomienda Ovidio (Ars Amandi 750-770). Y aunque el vino se servía con parsimonia, justo para degustar los alimentos y no acelerar la borrachera, lo cierto es que las formas y la buena educación podían peligrar. No sería raro ver a algún comensal molestando a otro que se ha quedado dormido en el lecho, o eructando o limpiándose el sudor de mala manera, o lanzándose apresuradamente sobre la comida para guardarse parte de la misma en la servilleta o, como vemos en las pintadas de los muros de la Casa del Moralista de Pompeya, buscando pelea y tirando los tejos lascivamente a la mujer de otro (CIL IV,7698). Pese a todo, lo más valorado en una cena es siempre la conversación agradable entre amigos, quienes ríen y disfrutan de la compañía mutua. Nos dice Cicerón que lo más adecuado a los banquetes son los temas ligeros, agradables, sugestivos, que llenen el espíritu, y que no sean inquietantes ni tristes (Ad fam. 9,26). Y hasta podemos encontrar quien celebra durante la cena una representación teatral o de mimos, una actuación musical o una lectura de textos literarios. Y tan malo es quien llena sus cenas con cotilleos y escenas de mal gusto como quien las llena con exceso de literatura, y hasta Marcial promete una cena agradable a un amigo: “no te recitaré nada, aunque tú nos vuelvas a leer de punta a cabo tus Gigantes o tus Geórgicas, próximas al inmortal Virgilio” (XI,52).

Lares
Entre el último servicio de la prima mensa y la secunda mensa, que corresponderá a los postres, se cambian las mesas y se trae la imagen de los Lares, los dioses del hogar. A ellos se les brindan libaciones de vino y ofrendas como forma de gratitud por los alimentos. También en este momento los esclavos scoparii barren el suelo y lo purifican cubriéndolo con azafrán en un acto llamado lustratio. Se consideraba que todo aquello que durante la cena había caído al suelo pertenecía al mundo de los Manes, los muertos familiares que viven en el inframundo. Así, los restos de comida que habían caído no se recogen cuando caen sino que se ofrecen a las divinidades y se recogen solo durante la lustratio. Junto a la religión, también está presente la superstición, mezclada con las creencias populares. Cualquier cosa puede interpretarse como presagio: no conviene el silencio si el número de invitados no es par; si alguien habla de incendios se tiene que derramar agua bajo la mesa; no se deben apagar las lámparas tras la comida porque el fuego está consagrado a los Lares y representa la prosperidad doméstica… Supersticiones que son una muestra del antiguo sentido sagrado de los banquetes, cuando tanto los alimentos como el fuego que los hacía posibles eran sagrados, y el banquete servía para renovar los lazos entre humanos y dioses.
 
Larvae convivialis, vaso plata Boscoreale
Entre conversaciones amenas y platos suculentos, se cuela en el banquete el recuerdo de la muerte, una costumbre heredada de los egipcios. La memoria de la muerte en forma de esqueletos que bailan o que participan del convite se aprecia en la decoración de la vajilla, en los mosaicos del pavimento o bien en forma de figuritas móviles (larvae convivialis) como la que traen los esclavos durante la cena de Trimalción: “un esqueleto de plata construido de modo que las extremidades y la columna vertebral mantenían el juego de las articulaciones y se doblaban en todos los sentidos” (Petr. Sat. XXXIV). Este memento mori permite reflexionar sobre la brevedad de la vida e invita a los convidados a aprovecharla al máximo.

A la cena solo le queda el tercer servicio, la secunda mensa, que corresponde a los dulces y la fruta. Está a punto de acabar la cena propiamente dicha, y en las mesas circulan uvas, higos, dátiles, peras, manzanas, melocotones, granadas, castañas asadas, pastelitos, queso fresco… Se hace tarde y está a punto de empezar la comissatio, dedicada a la conversación, la bebida y la juerga. Se hacen las últimas libaciones a los Lares antes de dar por finalizada la cena. Algunos invitados aprovecharán ahora para marcharse, como los abstemios o las matronas, o quienes quieren mantener cierta reputación. Otros llegarán justo ahora, procedentes de otras cenas, de otras fiestas. La comissatio, adaptación del simposium griego, está a punto de comenzar.

La comissatio

Tras lavarse las manos y quizá cambiarse la vestis cenatoria, se queman perfumes y se reparten coronas de flores a los participantes. Estas coronae convivialis tienen la función de retrasar los efectos de la borrachera y se componen de plantas conocidas por sus efectos beneficiosos para el portador: violetas, laurel, hiedra, rosas, mirto, nardos y hasta perejil y apio. Para Isidoro de Sevilla el origen del uso de la corona convivialisproviene de un tal Liber” (Or. XIX,30), que es un dios itálico de la fertilidad y el vino que acabó asimilándose a Baco. Coronados de flores, los participantes dan inicio a la comissatio honrando a Liber y haciendo libaciones en su honor.

Se necesita, sin embargo, un árbitro que regule el ritmo de los brindis y las libaciones: es el magister bibendi o rex convivii. A menudo es el propio anfitrión y es el responsable de que la fiesta mantenga cierta moderación o acabe en borrachera, ya que es quien determina la proporción de agua y vino que debe mezclarse en la crátera y quien dicta el número de copas que han de beber los convidados. El vino, elemento de civilización, requiere siempre sus propias normas.
 
Zaugma, banquete y vino
Durante la comissatio se bebe, se bebe mucho: Falerno, Cécubo, Albano... Los brindis se alternan con la conversación, los cánticos patrióticos y la diversión preparada por nuestro anfitrión: músicos, cantantes, lecturas literarias, bufones bromistas (derisores), representaciones de cómicos, acróbatas, enanos, juegos de dados, cotilleos, bailarinas provocativas de Cádiz… De nuevo se bebe, se hacen libaciones a Liber, se brinda por las mujeres amadas, se beben tantas copas como letras tiene el nombre de la amada: “Por Laevia tengo que beberme seis copas, siete por Justina, cinco por Licis, cuatro por Lide y tres por Ida” (Marcial I,71), se brinda por un convidado presente, al grito de “bene tibi, N., feliciter!”, vaciando el contenido de la copa y volviendo a llenarla para el homenajeado. Beber vino en compañía da chispa a la conversación y hace placentera la sobremesa: “me gustan las noches que entre copas alegres se prolongan” (Marcial XI,104); está pensado para tomarlo en compañía y solo es peligroso si se bebe en solitario.

El vino se acompaña de nuevos aperitivos, platillos salados para despertar la sed: en el banquete de Trimalción los servidores traen a los ebrios participantes ostras, vieiras y caracoles a la parrilla (Petron. 70); pero también circulan aceitunas, pescaditos, quesos y frutos secos. El protagonismo en la comissatio es la bebida, es la borrachera bajo ciertas reglas, no la comida.

Se reparten también regalos a los invitados (apophoreta), regalos que pueden ser muy dispares: un perfume, un cuchillo, un vaso de cristal, una caja de marfil, unos dados, un mondadientes, un peine, una lámpara, un pájaro, unas sandalias, un colador de nieve, unas nueces, un esclavo…

El convivium finaliza avanzada la noche. Los invitados piden sus sandalias y se llevan los regalos y las sobras del convite. El anfitrión ha representado su papel, con más o menos éxito. El espectáculo ha finalizado.





BIBLIOGRAFÍA:


-       Cerchiai, Claudia (2004): Cibi e banchetti nell’antica Roma. Roma, Libreria dello Stato.
-       Dipartimento per la ricerca, per l’innovazione e organizzazione. L’Alimentazione nell’Italia antica [en línea] Ministerio per i Beni e le Attività Culturali. http://www.beniculturali.it/mibac/multimedia/MiBAC/minisiti/alimentazione/sezioni/etastorica/roma/index.html
-       Dosi, A; Schnell F. (1986): Le abitudini alimentari dei romani. Roma, Quasar
-       Fernández Vega, P. (2003): La casa romana. Madrid, Akal.
-       Guillén, José (1986): Urbs Roma. Vida y costumbres de los romanos II. La vida pública. Salamanca, Ediciones Sígueme.