dimecres, 15 d’agost del 2018

SERVILIA, LA MUJER QUE ACABÓ CON LA REPÚBLICA





Mientras los libros de la historia romana están prácticamente copados por las grandes figuras masculinas, grandes generales, excéntricos emperadores, tiranos benevolentes y políticos corruptos o dignos según los gustos del ensayista, las femeninas siempre han sido las secundarias necesarias para rellenar los vacíos o para complementar la gran biografía del marido, padre o hijo ilustre, haciendo especial hincapié en su moralidad, en su compromiso con la historia o en su papel de emérita romana, es decir no se le valora por sus acciones sino por sus características sociales, por las que suman o restan valor a aquél varón que la acompaña, incluso cuando intentamos hacer una valoración más pormenorizada de sus vidas nos topamos con la triste realidad que sus biografías se reducen a un árbol genealógico y un apellido ilustre que poco o nada tiene que ver con su carácter y que se complica aun más cuando las fuentes que las reseñan lo hacen con la percepción de que éstas sólo deben ser mostradas con la dignidad que sus hombres merecen.

Son mujeres traicionadas por la historia y tremendamente ignoradas incluso cuando son parte activa de los grandes cambios políticos y sociales de Occidente. Ahora que la mujer sigue luchando por copar el lugar que merece y por la importancia que representa pretendo hablaros de una de las féminas más importantes de la historia de finales de la República y a la que los historiadores pasan de puntillas por tener tan paupérrimas referencias, dificultando sobremanera su influencia en lo que posiblemente fue el punto de inflexión política más estudiado de todos los tiempos.

No os podéis imaginar la de veces que he rehecho este artículo pues la dificultad no reside en escribirlo sino en ser lo más fiel posible a la historia sin clásicos a los que aferrarme ni a datos arqueológicos que pudiesen avalar mis argumentos. Con toda la sinceridad, estimado lector, le aviso que a pesar que los datos que voy a dar son reales, la visión que tengo de mi protagonista se basa en la especulación más objetiva posible, en un cúmulo de sensaciones y en pensamientos contrapuestos analizados una y otra vez que como siempre están sujetos a sus críticas.


Antecedentes

Estaremos todos de acuerdo que de finales de la República sabemos prácticamente todo, desde la gran Conspiración de Catilina de la mano de propio Cicerón, la enorme fortuna de Craso y su habilidad para incendiar edificios para especular, o incluso la acomplejante e incipiente alopecia de César, no en vano de esta época se han podido recopilar obras escritas en primera persona por los mismos protagonistas, con una mezcla de autobombo, propaganda y realidad, muy útil para los propósitos políticos. Conocemos de primera mano cómo vivían, como sentían incluso me atrevería a decir que podemos detectar los olores más putrefactos de una sociedad corrupta y un senado abandonado a los placeres del dinero y del deseo desenfrenado de poder.

Como no podía ser de otra forma, César centra todos los estudios desde todas las perspectivas posibles, desde el tirano con ansias de regente hasta el salvador de Roma tras ser empujado a una necesaria guerra civil que pusiera al descubierto la debilidad de su república y pusiera de manifiesto la necesidad de reforma bajo el mando único y sin los impedimentos del inmovilismo senatorial, es decir el segmento va de los opuestos más absolutos, sin casi gama de grises, o blanco o negro. Pero la extensa y prolífica vida de nuestro general favorito, estuvo en gran parte supeditada a las protagonistas femeninas de su vida. Su primera mujer, Cornelia, fue el motivo principal por el que César se enfrentó, al entonces dictador Sila, al no sucumbir al deseo de éste último que le obligaba a repudiarla si no quería ser considerado enemigo de Roma. De Cornelia sabemos muy poco, sólo que fue la madre de su única hija Julia, a la que amaba profundamente y que resultó tener un fatídico final, poco más, es decir Cornelia aparece en la historia primigenia de César como una aparente buena mujer romana a la que César correspondió con su apoyo.

De su segunda esposa Pompeya, sabemos que era díscola y alocada, indigna de su marido, capaz de ultrajar no sólo el buen nombre de César sino el de las costumbres sagradas romanas, pues en un acto de rebeldía casi pueril, Pompeya en la celebración de Bona Dea (celebración mistérica estrictamente femenina) dejó entrar a su cómplice, Clodio, disfrazado de mujer. Este fue el detonante para que nuestro César formulara la famosa frase “La mujer de César no sólo ha de serlo, ha de parecerlo” y por qué no decirlo encontrara una excusa perfecta para divorciarse de ella con el beneplácito de toda la sociedad romana. Eso sí, cree el lector que Clodio fue tratado con tal dureza?, pues valga la pena decir que no sólo no fue reprendido de forma igualitaria sino que el propio Julio César le ofreció su apoyo para convertirse en Tribuno de la Plebe y con ello ganarse un aliado.

Tras Pompeya tenemos a la piadosa Calpurnia, mujer ejemplar y discreta y por qué no decirlo tremendamente paciente, la perfecta acompañante, ni un reproche público, ni un gesto de desaprobación  que pudiera hacer peligrar su estatus, ella es la esposa que aguantó el desliz más sonado entre César y la reina Cleopatra, la que tuvo que morderse la lengua cuando ésta llegó a Roma entre la pompa faraónica y un sensual estilismo que impresionaba a propios y extraños y la que debió de tragarse la bilis cuando César anunciaba el nacimiento de Cesarión.

Calpurnia era estimada en Roma, su imagen de dómina patricia de exquisito postureo y que complementa las hazañas de César le valió el cariño de los suyos, incluso ante el pavoneo de una regente como Cleopatra, que aunque despertara una gran curiosidad y que seguramente su legión de acompañantes exóticos dejara boquiabierto a más de uno, no hacía más que despertar el rechazo más absoluto de una sociedad tremendamente costumbrista y poco amiga de realezas y poderes absolutos. Es Calpurnia quién en los idus de Marzo, despierta sudorosa y consternada por su premonitorio sueño en la que su marido caía muerto en el Senado de Roma, es ella quien entre sollozos implora que se quede en casa, es ella quien tras su asesinato a los pies de la estatua de Pompeyo figura resignada pero elegantemente entera en los fastuosos funerales de su esposo. Casi puedo verla, casi puedo imaginar su pálida tez entre un llanto comedido y una entereza digna del estatus que ocupa.

Bien y llegados aquí, veréis que he hablado de las mujeres de César pero hay una de la que no he hecho referencia alguna a pesar de que ella estuvo en su vida casi desde su primer matrimonio hasta el último: Servilia, la eterna amante de César,


Qué sabemos de ella?

Algunos pensarán que Servilia engrosó la densa agenda de amantes de César casi de manera igualitaria que las demás, pero nada más lejos de la realidad, conocer a Servilia es entender la vida y destino de su amante. 


Servilia pertenecía a una de las familias más importantes de la élite romana, esas que se remontan a épocas épicas y hazañas de libros. Servilia, era hija de Quinto Servilio Cepión y de Livia Drusa, ambos cónyuges tuvieron tres hijos, dos niñas con el mismo nombre y un varón, que como marca la costumbre adoptó el mismo nombre que su padre, pero las relaciones de ambos se vieron frustradas por las desavenencias de Quinto con su suegro que acabó con un sonado divorcio y que obligó a los hijos a vivir bajo la custodia del hermano de Livia, Marco Livio Druso. Quinto era un militar sin grandes hazañas y sin demasiadas aptitudes, así que durante las guerras Marsas cayó en una emboscada y murió decapitado y con las legiones masacradas. Mientras su exmujer Livia Drusa, volvía a casarse con uno de los políticos más eméritos, Marco Porcio Catón, con el que tuvo un varón con el mismo nombre y una niña. A la muerte de sus padres, ambos niños nacidos de la segunda relación pasaron también a formar parte de la casa del tío, es decir Servilia era hermanastra de Marco Porcio Catón el joven, o lo que es lo mismo, el mayor enemigo de César. Estos datos serán importantes para entender la importancia de Servilia.

El tío de los niños era un político de gran habilidad y con un gran sentido de Estado, es previsible que insuflara una dosis enorme de historia republicana a los pequeños pero sobre todo a sus sobrinos varones que debían iniciar el curso político con las lecciones bien aprendidas y con la responsabilidad de representar aquello que les venía otorgado por los lazos consanguineos.

Mientras, nuestra Servilia hizo lo que se esperaba de ella y con escasos 13 o 14 años unió su apellido a una de las familias más ilustres de Roma, desposándose con Marco Junio Bruto. Los Bruto portaban el distinguido sello de ser los que acabaron con el último y más atroz de sus reyes, Tarquinio, exiliándolo para siempre e instaurando el sistema político republicano, una mezcla de orgullo patrio y épica maquillada que sin embargo ensalzaba la defensa a ultranza del Senado como ente representativo de toda la sociedad. Pero ese estigma era un arma de doble filo, pues las generaciones siguientes debían procurar que el apellido siempre perpetuara ese buen hacer republicano. Servilia tardó un año en dar a luz un varón que adoptaría el mismo nombre que su padre, lo que él desconocía es que efectivamente su apellido pasaría a ser uno de los más conocidos de la historia, aunque no con el mismo propósito por el que fuera concebido.

Quiso el infortunio que el padre de la criatura muriera repentinamente, y como no era corriente que una mujer joven quedara viuda para siempre, Servilia volvió a desposarse con Décimo Julio Silano, cónsul romano con el que tuvo tres hijos y que adoptó a Bruto bajo su tutela.

Estimado lector, queda pues constatado que la vida de Servilia quedó supeditada a los designios políticos, su piel exudó república y formó parte de los entresijos de la vida del Senado, era la anfitriona de ilustres hombres de Estado, era la oyente de las conversaciones políticas más convulsas de su época y testigo de conspiraciones y alianzas de alcoba.

Es previsible que fuera durante esta época y no mucho antes cuando su relación con César se consolidara, a pesar que se ha apuntado infinidad de veces que César era presumiblemente el padre de Bruto, no hay ningún dato que lo avale, lo prematuro de su primer matrimonio y contando que ambos, Servilia y César habían nacido por el mismo año, deja entrever la dificultad de esa posibilidad, lo que no quiere decir que César no fuera una influencia activa para Bruto.

Servilia y César eran los perfectos amantes, es más que posible que se conocieran en uno de esos banquetes organizados por interés con los hombres de poder más relevantes y que sintetizaban la hipocresía de una sociedad enfermiza, pues sucumbir a los placeres sexuales con la mujer de los rivales podía ser una arma poderosa y ser utilizada con los fines más inverosímiles.

La relación se prolongó por más de 20 años, eso como mínimo y a pesar de las grandes ausencias por las numerosas campañas bélicas o por sus obligaciones políticas, la pareja jamás dejó de visitarse, jamás...

La relación se hizo pública en la convulsa época en la que se descubrió la Conjura de Catilina y en la que un Senado irritado dirigía el destino de Roma, quiénes eran algunos de los que ocupaban los asientos entonces de la Curia romana? El grandilocuente Cicerón, el hermanastro de Servilia; Catón el Jóven, el marido de nuestra protagonista, y nuestro bien amado Julio César. Durante aquellos días la curia romana era un hervidero de discusiones para discernir quiénes estaban tras el intento de Golpe de Estado encabezado por Catilina así que muchos senadores aprovecharon el escenario para dar rienda suelta a sus envidias y odios viscerales para acusar a sus oponentes. En una de estas sesiones, César recibió una carta que abrió con ”discreción moderada”, Catón visiblemente alterado señaló a César y con voz grave le instó a leer en alto la misiva recibida ante la posibilidad que pudiera tratarse de instrucciones del enemigo desde el campamento de Catilina en las afueras de la ciudad, César, con una media sonrisa en sus labios comienza a leer en alto la carta tratándose de una carta de amor de Servilia entre las sonoras carcajadas de sus aliados y el estupor y vergüenza de los demás, imaginaros la cara del esposo de Servilia y su hermanastro ante tal deshonra. Si ambos amantes lo hicieron expresamente es un enigma, lo que está claro es que es una jugada maestra y delirante, un jaque mate en un tablero de ajedrez bien ideado.

La deshonra pública acabó en divorcio, pero Servilia, por fin libre, continuaría su relación con César y éste a cambio le obsequiaría con los regalos más lujosos y costosos a los que se podía aspirar. 

Servilia era muy consciente que ella no era la única amante de César pero jamás mostró ningún conato de celos, los compromisos romanos se establecían por intereses políticos o económicos, teniendo claro el lugar que cada una ocupa y el respeto que cada fémina merece en ese espacio privado y personal, siempre supeditado a un respeto público y consensuado, es esta la razón por la que nos choca entender como no hay demasiadas referencias a escenarios de ira irrefrenable entre el triángulo amoroso, como mínimo, de Calpurnia, Cleopatra y Servilia. 

Esta última fue el deseo más longevo de César, la mujer a la que visitaba con frecuencia cuando volvía a Roma tras sus gestas militares o cuando era requerido por sus obligaciones políticas, por la que sentía una atracción controlada en sociedad y desatada en la intimidad de su alcoba, Servilia ya no era la joven de piel tersa y muslos prietos, pero con sus más de 40 primaveras seguía siendo la preferida y ella correspondiéndole siempre en sus deseos más primarios, fue capaz de ofrecerle como amante a su propia hija Tertia, algo que nos parece reprobable pero que sin duda para sus intereses era altamente efectivo.

Hemos dejado a Bruto atrás, es más que evidente que el tierno niño ahora convertido en político vio a César con los ojos de un referente paterno y quién sabe si también como un asaltacamas, el caso es que al menos César siempre mostró un gran afecto sobre él y se constató que ambos fueron aliados políticos necesarios, pero los convulsos momentos políticos iniciaron un camino de no retorno en el que los sentimientos de Bruto chocaron diametralmente, las argucias senatoriales para obligar a César a volver a Roma sin las legiones y ser juzgado y condenado como enemigo, obligó al general a iniciar la Guerra Civil con Pompeyo y también por ende, contra el Senado. La victoria de César y su ascenso como dictador perpetuo desató la ira de senadores que vieron en él más a un regente que a un administrador y entre la tenue luz de las lucernas de las domus romanas se empezó a gestar un golpe de estado.

A pesar de la victoria de César y de un magnífico ordenamiento administrativo, incluso con la falsa benevolencia de no castigar a sus opositores, César facilitó propiedades confiscadas a precios de subasta para Servilia. La comidilla romana, especialmente la de Cicerón era que César había vendido por valor de un “Tertio” refiriéndose al paralelismo con el nombre de la hija de Servilia, terrenos a precios de coste. Por tanto, ésta continuaba beneficiándose de esa relación personal con su amante, y esto obliga a formularse varias preguntas: Si Bruto fue tan profundamente republicano por qué no obligó a su madre y hermana a romper sus escarceos con César? Por qué mantuvo la relación intacta con su madre? Pudiera ser acaso Servilia conspiradora o instigadora del fin de la dictadura de su amante? Quizás en la penumbra de su lecho César había facilitado información valiosa y personal tras décadas de relación, quizás había mostrado aspiraciones que justificaran una acción conjunta de los opositores del dictador, es pues posible que Servilia fuera conocedora de los hechos que marcarían los idus de Marzo?

Una cosa está clara, Servilia no alertó, al menos que se sepa, de los extraños movimientos de los aliados de su hijo, quizás no lo supiera pero una mujer de tal experiencia política y con un bagaje personal tan extenso, acostumbrada a escuchar día tras día los entresijos de una república moribunda, debía sospechar que tras  las furtivas reuniones algo se estaba gestando en la Curia romana. 

Tras el asesinato de César en manos de su propio hijo y de su yerno Casio, la sempiterna amante no huyó, permaneció en Roma aceptando, con la resignación que sólo una mujer de su estatus podía, la muerte de gran parte de los varones de su familia, la de su estirpe, la de sus antepasados, asimilando que su apellido y el de sus hijos estaría intrínsecamente unido al fin del Senado, que los ancestros de su hijo que una vez acabaron con el último rey de Roma, se revolverían en el Averno al contemplar como a través de ellos se daba fin a la República.

Servilia perdió al amor de su vida en manos de su hijo, de su yerno y del sistema político que arrasó toda su existencia. Ni Octavio ni Marco Antonio, herederos políticos de César, acusaron a Servilia de conspiración, no fue juzgada, ni se emplazó a una condena pública, se fue en silencio, sin venganza, con el dolor de haber perdido todo cuanto estimaba. Este hecho posiblemente confirma que César la amó por encima de todas las demás, y quizás y solo quizás, respetada por ese sentimiento de afecto conocido por todos, fue condonada con la pena de soportar la vergüenza y el dolor de la perdida. Servilia murió pocos años después, en la villa que un amigo le había cedido tras la tragedia, quién sabe si con la seguridad de haber hecho lo correcto por el bien de la República o con la culpa de haber ignorado la conspiración.

Toda la vida de Servilia denota un patrón de conducta fascinante, de principio a fin, algo que no pasó desapercibido para el Primer Hombre de Roma, él eligió a Servilia de entre todas, permitidme pues que fantasee...Esta mujer criada entre leyes y decretos mamó política de sus padres, tíos, hijos, maridos, hermanos y amantes, podría ser acaso ajena a las facciones opositoras que se reunían en  la calidez de su morada o en los fastuosos banquetes de sus villas? Una mujer con su experiencia y su conocimiento político debía ser parte activa o disuasoria de las decisiones, de los consejos, jamás una mera observadora solícita y sometida. La templanza de sus pasiones, la aceptación de su posición social, la conciencia de la historia ancestral que representa en su apellido no puede relegarla a una mera “amante”, fue parte activa de la educación de su primogénito basada en el respeto de los valores republicanos, fue posiblemente de forma consciente o no, a través de sus actos o de sus palabras la artífice del mayor cambio político de Roma desde la caída de la regencia, desde el totalitarismo del mando único.

Servilia, la más amada entre todas, superando incluso la fastuosidad y encanto de la reina egipcia, fue la compañera del hombre más importante de su tiempo, sería justo, por tanto, otorgarle el valor que las mujeres de su tiempo precisan, darle el espacio de relevancia histórica que merece, otorgarle el papel que el patriarcado histórico ha querido borrar. Nunca sabremos si Servilia fue parte activa del asesinato de su amante pero nadie puede negarle que de una forma u otra fue la mujer que acabó con la República. 



Bibliografía:

-            Cayo Suetonio Tranquilo : Vida de los doce Césares Ed. Gredos
-       Dion Casio: Historia Romana Ed. Gredos
-       Plutarco: Vidas Paralelas Tomo VIII “Catón el Menor”  Ed.Gredos
-       Apiano: De Bellis Civilibus Ed. Gredos
-       Vicente Díez Canseco: Diccionario Bibliográfico universal de Mujeres Célebres  Ed.     
         Palacios, 1844

Novela:

-       Colleen McCullough: Las mujeres de César