Escrito por Mireia Gallego Verdejo
Mientras los libros de la historia
romana están prácticamente copados por las grandes figuras masculinas, grandes
generales, excéntricos emperadores, tiranos benevolentes y políticos corruptos
o dignos según los gustos del ensayista, las femeninas siempre han sido las
secundarias necesarias para rellenar los vacíos o para complementar la gran
biografía del marido, padre o hijo ilustre, haciendo especial hincapié en su
moralidad, en su compromiso con la historia o en su papel de emérita romana, es
decir no se le valora por sus acciones sino por sus características sociales,
por las que suman o restan valor a aquél varón que la acompaña, incluso cuando
intentamos hacer una valoración más pormenorizada de sus vidas nos topamos con
la triste realidad que sus biografías se reducen a un árbol genealógico y un
apellido ilustre que poco o nada tiene que ver con su carácter y que se
complica aun más cuando las fuentes que las reseñan lo hacen con la percepción
de que éstas sólo deben ser mostradas con la dignidad que sus hombres merecen.
Son mujeres traicionadas por la
historia y tremendamente ignoradas incluso cuando son parte activa de los
grandes cambios políticos y sociales de Occidente. Ahora que la mujer sigue luchando
por copar el lugar que merece y por la importancia que representa pretendo
hablaros de una de las féminas más importantes de la historia de finales de la
República y a la que los historiadores pasan de puntillas por tener tan
paupérrimas referencias, dificultando sobremanera su influencia en lo que
posiblemente fue el punto de inflexión política más estudiado de todos los
tiempos.
No os podéis imaginar la de veces que
he rehecho este artículo pues la dificultad no reside en escribirlo sino en ser
lo más fiel posible a la historia sin clásicos a los que aferrarme ni a datos
arqueológicos que pudiesen avalar mis argumentos. Con toda la sinceridad,
estimado lector, le aviso que a pesar que los datos que voy a dar son reales,
la visión que tengo de mi protagonista se basa en la especulación más objetiva
posible, en un cúmulo de sensaciones y en pensamientos contrapuestos analizados
una y otra vez que como siempre están sujetos a sus críticas.
Antecedentes
Estaremos todos de acuerdo que de
finales de la República sabemos prácticamente todo, desde la gran Conspiración
de Catilina de la mano de propio Cicerón, la enorme fortuna de Craso y su
habilidad para incendiar edificios para especular, o incluso la acomplejante e
incipiente alopecia de César, no en vano de esta época se han podido recopilar
obras escritas en primera persona por los mismos protagonistas, con una mezcla
de autobombo, propaganda y realidad, muy útil para los propósitos políticos.
Conocemos de primera mano cómo vivían, como sentían incluso me atrevería a
decir que podemos detectar los olores más putrefactos de una sociedad corrupta
y un senado abandonado a los placeres del dinero y del deseo desenfrenado de
poder.
De su segunda esposa Pompeya, sabemos
que era díscola y alocada, indigna de su marido, capaz de ultrajar no sólo el
buen nombre de César sino el de las costumbres sagradas romanas, pues en un
acto de rebeldía casi pueril, Pompeya en la celebración de Bona Dea
(celebración mistérica estrictamente femenina) dejó entrar a su cómplice,
Clodio, disfrazado de mujer. Este fue el detonante para que nuestro César
formulara la famosa frase “La mujer de César no sólo ha de serlo, ha de
parecerlo” y por qué no decirlo encontrara una excusa perfecta para divorciarse
de ella con el beneplácito de toda la sociedad romana. Eso sí, cree el lector
que Clodio fue tratado con tal dureza?, pues valga la pena decir que no sólo no
fue reprendido de forma igualitaria sino que el propio Julio César le ofreció
su apoyo para convertirse en Tribuno de la Plebe y con ello ganarse un aliado.
Tras Pompeya tenemos a la piadosa
Calpurnia, mujer ejemplar y discreta y por qué no decirlo tremendamente paciente,
la perfecta acompañante, ni un reproche público, ni un gesto de
desaprobación que pudiera hacer peligrar
su estatus, ella es la esposa que aguantó el desliz más sonado entre César y la
reina Cleopatra, la que tuvo que morderse la lengua cuando ésta llegó a Roma
entre la pompa faraónica y un sensual estilismo que impresionaba a propios y
extraños y la que debió de tragarse la bilis cuando César anunciaba el
nacimiento de Cesarión.
Calpurnia era estimada en Roma, su
imagen de dómina patricia de exquisito postureo y que complementa las hazañas
de César le valió el cariño de los suyos, incluso ante el pavoneo de una
regente como Cleopatra, que aunque despertara una gran curiosidad y que
seguramente su legión de acompañantes exóticos dejara boquiabierto a más de
uno, no hacía más que despertar el rechazo más absoluto de una sociedad
tremendamente costumbrista y poco amiga de realezas y poderes absolutos. Es
Calpurnia quién en los idus de Marzo, despierta sudorosa y consternada por su
premonitorio sueño en la que su marido caía muerto en el Senado de Roma, es
ella quien entre sollozos implora que se quede en casa, es ella quien tras su
asesinato a los pies de la estatua de Pompeyo figura resignada pero
elegantemente entera en los fastuosos funerales de su esposo. Casi puedo verla,
casi puedo imaginar su pálida tez entre un llanto comedido y una entereza digna
del estatus que ocupa.
Bien y llegados aquí, veréis que he
hablado de las mujeres de César pero hay una de la que no he hecho referencia
alguna a pesar de que ella estuvo en su vida casi desde su primer matrimonio
hasta el último: Servilia, la eterna amante de César,
Qué sabemos de ella?
Algunos pensarán que Servilia engrosó
la densa agenda de amantes de César casi de manera igualitaria que las demás,
pero nada más lejos de la realidad, conocer a Servilia es entender la vida y
destino de su amante.
Servilia pertenecía a una de las
familias más importantes de la élite romana, esas que se remontan a épocas
épicas y hazañas de libros. Servilia, era hija de Quinto Servilio Cepión y de
Livia Drusa, ambos cónyuges tuvieron tres hijos, dos niñas con el mismo nombre
y un varón, que como marca la costumbre adoptó el mismo nombre que su padre,
pero las relaciones de ambos se vieron frustradas por las desavenencias de
Quinto con su suegro que acabó con un sonado divorcio y que obligó a los hijos
a vivir bajo la custodia del hermano de Livia, Marco Livio Druso. Quinto era un
militar sin grandes hazañas y sin demasiadas aptitudes, así que durante las
guerras Marsas cayó en una emboscada y murió decapitado y con las legiones
masacradas. Mientras su exmujer Livia Drusa, volvía a casarse con uno de los
políticos más eméritos, Marco Porcio Catón, con el que tuvo un varón con el
mismo nombre y una niña. A la muerte de sus padres, ambos niños nacidos de la
segunda relación pasaron también a formar parte de la casa del tío, es decir
Servilia era hermanastra de Marco Porcio Catón el joven, o lo que es lo mismo,
el mayor enemigo de César. Estos datos serán importantes para entender la
importancia de Servilia.
El tío de los niños era un político de
gran habilidad y con un gran sentido de Estado, es previsible que insuflara una
dosis enorme de historia republicana a los pequeños pero sobre todo a sus
sobrinos varones que debían iniciar el curso político con las lecciones bien
aprendidas y con la responsabilidad de representar aquello que les venía
otorgado por los lazos consanguineos.
Mientras, nuestra Servilia hizo lo que
se esperaba de ella y con escasos 13 o 14 años unió su apellido a una de las
familias más ilustres de Roma, desposándose con Marco Junio Bruto. Los Bruto
portaban el distinguido sello de ser los que acabaron con el último y más atroz
de sus reyes, Tarquinio, exiliándolo para siempre e instaurando el sistema
político republicano, una mezcla de orgullo patrio y épica maquillada que sin
embargo ensalzaba la defensa a ultranza del Senado como ente representativo de
toda la sociedad. Pero ese estigma era un arma de doble filo, pues las
generaciones siguientes debían procurar que el apellido siempre perpetuara ese
buen hacer republicano. Servilia tardó un año en dar a luz un varón que
adoptaría el mismo nombre que su padre, lo que él desconocía es que
efectivamente su apellido pasaría a ser uno de los más conocidos de la
historia, aunque no con el mismo propósito por el que fuera concebido.
Quiso el infortunio que el padre de la
criatura muriera repentinamente, y como no era corriente que una mujer joven
quedara viuda para siempre, Servilia volvió a desposarse con Décimo Julio
Silano, cónsul romano con el que tuvo tres hijos y que adoptó a Bruto bajo su
tutela.
Estimado lector, queda pues constatado
que la vida de Servilia quedó supeditada a los designios políticos, su piel
exudó república y formó parte de los entresijos de la vida del Senado, era la
anfitriona de ilustres hombres de Estado, era la oyente de las conversaciones
políticas más convulsas de su época y testigo de conspiraciones y alianzas de
alcoba.
Es previsible que fuera durante esta
época y no mucho antes cuando su relación con César se consolidara, a pesar que
se ha apuntado infinidad de veces que César era presumiblemente el padre de
Bruto, no hay ningún dato que lo avale, lo prematuro de su primer matrimonio y
contando que ambos, Servilia y César habían nacido por el mismo año, deja
entrever la dificultad de esa posibilidad, lo que no quiere decir que César no
fuera una influencia activa para Bruto.
Servilia y César eran los perfectos
amantes, es más que posible que se conocieran en uno de esos banquetes
organizados por interés con los hombres de poder más relevantes y que
sintetizaban la hipocresía de una sociedad enfermiza, pues sucumbir a los
placeres sexuales con la mujer de los rivales podía ser una arma poderosa y ser
utilizada con los fines más inverosímiles.
La relación se prolongó por más de 20
años, eso como mínimo y a pesar de las grandes ausencias por las numerosas
campañas bélicas o por sus obligaciones políticas, la pareja jamás dejó de
visitarse, jamás...
La relación se hizo pública en la
convulsa época en la que se descubrió la Conjura de Catilina y en la que un
Senado irritado dirigía el destino de Roma, quiénes eran algunos de los que
ocupaban los asientos entonces de la Curia romana? El grandilocuente Cicerón,
el hermanastro de Servilia; Catón el Jóven, el marido de nuestra protagonista,
y nuestro bien amado Julio César. Durante aquellos días la curia romana era un
hervidero de discusiones para discernir quiénes estaban tras el intento de
Golpe de Estado encabezado por Catilina así que muchos senadores aprovecharon
el escenario para dar rienda suelta a sus envidias y odios viscerales para
acusar a sus oponentes. En una de estas sesiones, César recibió una carta que
abrió con ”discreción moderada”, Catón visiblemente alterado señaló a César y
con voz grave le instó a leer en alto la misiva recibida ante la posibilidad
que pudiera tratarse de instrucciones del enemigo desde el campamento de
Catilina en las afueras de la ciudad, César, con una media sonrisa en sus
labios comienza a leer en alto la carta tratándose de una carta de amor de
Servilia entre las sonoras carcajadas de sus aliados y el estupor y vergüenza
de los demás, imaginaros la cara del esposo de Servilia y su hermanastro ante
tal deshonra. Si ambos amantes lo hicieron expresamente es un enigma, lo que
está claro es que es una jugada maestra y delirante, un jaque mate en un
tablero de ajedrez bien ideado.
La deshonra pública acabó en divorcio,
pero Servilia, por fin libre, continuaría su relación con César y éste a cambio
le obsequiaría con los regalos más lujosos y costosos a los que se podía
aspirar.
Servilia era muy consciente que ella no
era la única amante de César pero jamás mostró ningún conato de celos, los
compromisos romanos se establecían por intereses políticos o económicos,
teniendo claro el lugar que cada una ocupa y el respeto que cada fémina merece
en ese espacio privado y personal, siempre supeditado a un respeto público y
consensuado, es esta la razón por la que nos choca entender como no hay
demasiadas referencias a escenarios de ira irrefrenable entre el triángulo
amoroso, como mínimo, de Calpurnia, Cleopatra y Servilia.
Esta última fue el deseo más longevo de
César, la mujer a la que visitaba con frecuencia cuando volvía a Roma tras sus
gestas militares o cuando era requerido por sus obligaciones políticas, por la
que sentía una atracción controlada en sociedad y desatada en la intimidad de
su alcoba, Servilia ya no era la joven de piel tersa y muslos prietos, pero con
sus más de 40 primaveras seguía siendo la preferida y ella correspondiéndole
siempre en sus deseos más primarios, fue capaz de ofrecerle como amante a su
propia hija Tertia, algo que nos parece reprobable pero que sin duda para sus
intereses era altamente efectivo.
Hemos dejado a Bruto atrás, es más que
evidente que el tierno niño ahora convertido en político vio a César con los
ojos de un referente paterno y quién sabe si también como un asaltacamas, el
caso es que al menos César siempre mostró un gran afecto sobre él y se constató
que ambos fueron aliados políticos necesarios, pero los convulsos momentos
políticos iniciaron un camino de no retorno en el que los sentimientos de Bruto
chocaron diametralmente, las argucias senatoriales para obligar a César a
volver a Roma sin las legiones y ser juzgado y condenado como enemigo, obligó
al general a iniciar la Guerra Civil con Pompeyo y también por ende, contra el
Senado. La victoria de César y su ascenso como dictador perpetuo desató la ira
de senadores que vieron en él más a un regente que a un administrador y entre
la tenue luz de las lucernas de las domus romanas se empezó a gestar un golpe
de estado.
A pesar de la victoria de César y de un
magnífico ordenamiento administrativo, incluso con la falsa benevolencia de no
castigar a sus opositores, César facilitó propiedades confiscadas a precios de
subasta para Servilia. La comidilla romana, especialmente la de Cicerón era que
César había vendido por valor de un “Tertio” refiriéndose al paralelismo con el
nombre de la hija de Servilia, terrenos a precios de coste. Por tanto, ésta
continuaba beneficiándose de esa relación personal con su amante, y esto obliga
a formularse varias preguntas: Si Bruto fue tan profundamente republicano por
qué no obligó a su madre y hermana a romper sus escarceos con César? Por qué
mantuvo la relación intacta con su madre? Pudiera ser acaso Servilia
conspiradora o instigadora del fin de la dictadura de su amante? Quizás en la
penumbra de su lecho César había facilitado información valiosa y personal tras
décadas de relación, quizás había mostrado aspiraciones que justificaran una
acción conjunta de los opositores del dictador, es pues posible que Servilia
fuera conocedora de los hechos que marcarían los idus de Marzo?
Una cosa está clara, Servilia no
alertó, al menos que se sepa, de los extraños movimientos de los aliados de su
hijo, quizás no lo supiera pero una mujer de tal experiencia política y con un
bagaje personal tan extenso, acostumbrada a escuchar día tras día los
entresijos de una república moribunda, debía sospechar que tras las furtivas reuniones algo se estaba
gestando en la Curia romana.
Tras el asesinato de César en manos de
su propio hijo y de su yerno Casio, la sempiterna amante no huyó, permaneció en
Roma aceptando, con la resignación que sólo una mujer de su estatus podía, la
muerte de gran parte de los varones de su familia, la de su estirpe, la de sus
antepasados, asimilando que su apellido y el de sus hijos estaría
intrínsecamente unido al fin del Senado, que los ancestros de su hijo que una vez
acabaron con el último rey de Roma, se revolverían en el Averno al contemplar
como a través de ellos se daba fin a la República.
Servilia perdió al amor de su vida en
manos de su hijo, de su yerno y del sistema político que arrasó toda su
existencia. Ni Octavio ni Marco Antonio, herederos políticos de César, acusaron
a Servilia de conspiración, no fue juzgada, ni se emplazó a una condena
pública, se fue en silencio, sin venganza, con el dolor de haber perdido todo
cuanto estimaba. Este hecho posiblemente confirma que César la amó por encima
de todas las demás, y quizás y solo quizás, respetada por ese sentimiento de
afecto conocido por todos, fue condonada con la pena de soportar la vergüenza y
el dolor de la perdida. Servilia murió pocos años después, en la villa que un
amigo le había cedido tras la tragedia, quién sabe si con la seguridad de haber
hecho lo correcto por el bien de la República o con la culpa de haber ignorado
la conspiración.
Toda la vida de Servilia denota un
patrón de conducta fascinante, de principio a fin, algo que no pasó
desapercibido para el Primer Hombre de Roma, él eligió a Servilia de entre
todas, permitidme pues que fantasee...Esta mujer criada entre leyes y decretos
mamó política de sus padres, tíos, hijos, maridos, hermanos y amantes, podría
ser acaso ajena a las facciones opositoras que se reunían en la calidez de su morada o en los fastuosos
banquetes de sus villas? Una mujer con su experiencia y su conocimiento
político debía ser parte activa o disuasoria de las decisiones, de los
consejos, jamás una mera observadora solícita y sometida. La templanza de sus
pasiones, la aceptación de su posición social, la conciencia de la historia
ancestral que representa en su apellido no puede relegarla a una mera “amante”,
fue parte activa de la educación de su primogénito basada en el respeto de los
valores republicanos, fue posiblemente de forma consciente o no, a través de
sus actos o de sus palabras la artífice del mayor cambio político de Roma desde
la caída de la regencia, desde el totalitarismo del mando único.
Servilia, la más amada entre todas,
superando incluso la fastuosidad y encanto de la reina egipcia, fue la
compañera del hombre más importante de su tiempo, sería justo, por tanto,
otorgarle el valor que las mujeres de su tiempo precisan, darle el espacio de
relevancia histórica que merece, otorgarle el papel que el patriarcado
histórico ha querido borrar. Nunca sabremos si Servilia fue parte activa del
asesinato de su amante pero nadie puede negarle que de una forma u otra fue la
mujer que acabó con la República.
Bibliografía:
-
Cayo Suetonio Tranquilo :
Vida de los doce Césares Ed. Gredos
-
Dion Casio: Historia Romana
Ed. Gredos
-
Plutarco: Vidas Paralelas
Tomo VIII “Catón el Menor” Ed.Gredos
-
Apiano: De Bellis Civilibus
Ed. Gredos
-
Vicente Díez Canseco:
Diccionario Bibliográfico universal de Mujeres Célebres Ed.
Palacios, 1844
Palacios, 1844
Novela:
-
Colleen McCullough: Las
mujeres de César