Escrito por Sergio Alejo Gómez
La
guerra de Corinto fue un conflicto que tuvo lugar entre los años 395 y 387 a. C.,
y en el que se enfrentaron Esparta y algunas de las ciudades de su liga, la del
Peloponeso. Además, por supuesto de la recién vencida Atenas, que buscaba una
manera de resarcirse de la derrota que había sufrido unos pocos años atrás.
Pero comencemos por el principio, para que lo comprendáis mejor.
Contexto histórico
Finalizado el
cruento y longevo enfrentamiento entre Esparta y Atenas, conocido como las
guerras del Peloponeso, la situación geopolítica de la Grecia continental y de
la del otro lado del Egeo varió sustancialmente. La vencedora, que como todos
sabéis fue Esparta, se hizo con la hegemonía. En realidad, los vencedores no
habían sido sólo los espartanos, sino que debían parte de esa victoria a sus
aliados, a esas ciudades estado pertenecientes a su liga, la del Peloponeso.
Una vez derrotada
Atenas, los espartanos desoyeron los consejos de sus aliados, que les
insistieron en que lo mejor iba a ser arrasar Atenas y acabar de una vez por
todas con sus habitantes. En lugar de hacerlo, los dirigentes de la polis que
encabezaba la liga, optaron por instaurar un régimen oligárquico que dirigiría
la ciudad, el llamado de los Treinta Tiranos.
Eso no gustó a
ciudades como Tebas o Corinto, que además de ser ignoradas, tampoco habían sido
recompensadas por su contribución en la guerra como merecían. Los espartanos
fueron realmente los únicos que recibieron botín y el pago de los tributos por
parte de los derrotados. Eso tampoco agradó demasiado a los que habían luchado
hombro con hombro con ellos. Cada vez era más la distancia y los puntos de vista
dispares que separaban a Esparta de sus aliados, y eso sin duda sería
determinante en los planes futuros que tenía la ciudad laconia.
Y es que
llegado el momento, cuando fueron llamados por el rey Agesilao II, sucesor de
Agis, para que le acompañasen a Asía en su campaña de liberación de las
ciudades griegas del yugo persa, se negaron a hacerlo. Cabe decir, que no sólo
por estar molestos con ellos, sino que para ser justos deberíamos decir que el
oro de Artajerjes también tuvo algo que ver en su decisión. Los aqueménides no
habían perdido de vista en ningún momento a los griegos continentales. Así que
supieron aprovechar la oportunidad que se les presentaba. Los espartanos
seguían siendo una amenaza y todo lo que les perjudicase, obviamente era bien
recibido.
El oro del rey
de reyes dio el ánimo y el empujón necesario para que la guerra se llevase a
Grecia y obligase a Agesilao II a regresar de nuevo a su patria reclamado por
los suyos.
Síntomas de desunión
Como acabamos
de comentar, Tebas y Corinto, tras lo acontecido en los años previos, no
apoyaron la campaña del rey espartano Agesilao II en el imperio persa que se
inició en el 397 a. C. La intención que tenía uno de los dos reyes espartanos
era frenar la campaña que planeaba Artajerjes II contra Grecia. Y las ganas que
tenía de embarcarse en esta aventura eran tan fuertes que no se preocupó de que
no le acompañasen sus aliados. Pero el tiempo demostraría que su plan inicial
de liberar a las ciudades helenas no era más que una excusa para emprender la conquista
de las satrapías persas. La expedición de los Diez Mil que tuvo lugar unos
pocos años antes, había demostrado que el poderoso enemigo, tenía sus
debilidades. El rey espartano sabía que con recursos y organización podía
hacerle mucho daño a Artajerjes.
Y cabe decir
que la primera parte de su campaña fue exitosa. Los espartanos sometieron a
muchas ciudades persas. Pero como ya he comentado, los persas tenían a un
poderoso aliado: el dinero. Y se sirvieron de sus inagotables recursos para
hacer que los aliados de Esparta se alzasen contra ellos en Grecia. Así fue
como con un movimiento perfecto, Agesilao II se vio obligado a volver al
continente. Sin duda la estrategia fue muy buena. Se sacaron de encima al
molesto rey y le obligaron a combatir en su propio terreno.
Fractura de la Liga del Peloponeso
Tebas, Corinto
y otras ciudades, dolidas todavía por el trato recibido, aceptaron con las
manos abiertas las monedas de sus enemigos. Aunque ya no estaban tan claras las
lealtades. Los tebanos no actuaron de manera directa contra sus antiguos
aliados, por lo menos en un inicio, sino que se sirvieron de otras ciudades
para ello. Las escogidas fueron Lócrida y Fócida. Estas ciudades reclamaron su
intervención en su conflicto privado. Tebas apoyó la causa de la primera, por
lo que los otros recurrieron a Esparta. Eso ocurrió en el año 395 a. C., y como
podéis imaginaros, fue el detonante de la guerra entre los antiguos aliados.
Pero los
tebanos no eran tontos. Sabían que el ejército espartano era muy superior a ellos,
por lo que se valieron de la diplomacia para meter por medio a un antiguo
enemigo de los espartanos. ¿Os imagináis a quiénes me refiero? Pues sí, habéis
acertado. Enviaron una embajada a Atenas para pedirles su ayuda. Y estos, que
todavía estaban dolidos por la derrota en las guerras y por el posterior
gobierno de terror de los Treinta Tiranos, aceptaron sin pensárselo. Para
afianzar el acuerdo, ambas ciudades firmaron un tratado de paz perpetua.
Inicio de las operaciones
Así pues, el
caldo de cultivo ya estaba preparado. El primer choque entre los ejércitos tuvo
lugar en la ciudad de Haliarto. El encargado de encabezar ese ataque fue el
mismo Lisandro, el flamante héroe que había dirigido a la flota espartana que
derrotó a los atenienses en Egospótamos en el 405 a. C. El mismo general que al
poco tiempo tomó la ciudad de Atenas poniendo fin a la guerra. Pero su acción
no fue prudente. En lugar de aguardar la llegada del otro rey, Pausanias, que
acudía con otro ejército, se lanzó al ataque. Los espartanos fueron claramente
derrotados ante las murallas de la ciudad, y el mismo Lisandro perdió la vida
en el enfrentamiento.
Eso fue un duro
revés, y cuando Pausanias, llegó al lugar, tan sólo pudo llegar a un acuerdo
con los vencedores para poder recuperar los cuerpos de los espartanos caídos. Tras
esa dura derrota, otras ciudades que no tenían demasiado clara su
participación, como Corinto y Argos, entraron también en la guerra, uniéndose a
Tebas y Atenas. Otras ciudades de la liga del Peloponeso también desertaron de
la causa espartana para pasarse al otro bando. Todos los que abandonaron la
liga, lo hicieron porqué se dieron cuenta que Esparta podía ser derrotada
también por tierra.
Fue en ese
momento, a principios del año 394 a. C., cuando los espartanos decidieron que
había llegado el momento de avisar a Agesilao II para que regresase a Esparta,
dejando su campaña a medias. Aunque la amenaza que se cernía sobre ellos era
cada vez más grande y la urgencia hacía necesaria la presencia del numeroso
contingente que se había llevado el rey a Asia. En el momento en el que los
espartanos se marcharon, podéis imaginaros que los persas respiraron tranquilos
al sacárselos de encima.
La batalla de Nemea
En el 394 a.
C., los ejércitos de la confederación y de Esparta se encontraron cerca del
istmo de Corinto, concretamente a escasos cuatro quilómetros de la ciudad,
justo en el lecho seco del río Nemea. El ejército espartano, estaba compuesto
por casi veinte mil hoplitas, de los cuales casi seis mil eran espartanos. El resto
de los soldados pertenecían a ciudades de la liga que se habían mantenido
leales. El ejército enemigo estaba bajo las órdenes del ateniense Trasíbulo, y
estaba formado por unos veinticuatro mil hoplitas más algunas tropas ligeras.
La suerte, o la
mala suerte, hicieron que el enfrentamiento se iniciara cuando los atenienses
quedaron alineados frente al contingente espartano. Los temibles guerreros
lacedemonios derrotaron sin dificultad a los de Atenas, e incluso acabaron con
un gran número de argivos y de corintios, y eso, como podéis imaginar acabó
decantando la victoria al bando de la liga del Peloponeso.
En lo relativo
a los números de ese enfrentamiento, las fuentes clásicas nos hablan de que los
espartanos mataron a unos dos mil ochocientos enemigos. Mientras que ellos tan
sólo perdieron unos mil cien efectivos. Aunque consiguieron vencer, esa
victoria no fue decisiva, y la Confederación se mantuvo unida. A su vez, sabemos
que, en la primavera del mismo año, una flota persa bajo el mando del ateniense
Conón venció a una flota espartana frente a Cnido.
Mientras tanto,
el rey Agesilao II avanzaba con su ejército. Se deshizo sin dificultades de los
tesalios que le salieron al paso y se dirigió posteriormente hacia Beocia,
donde se encontraría con un ejército tebano en Coronea.
La batalla de
Coronea y sus consecuencias
Los tebanos
contaban con el apoyo de los argivos y eso les hacía ser ligeramente superiores
a los espartanos. Pese a ser inferiores, los espartanos dieron un golpe de
autoridad y derrotaron a las tropas de la confederación. Los tebanos se
replegaron ya que los argivos emprendieron la huida al ser superados. Se notaba
que las tropas de Agesilao II eran veteranas. Se sabe que, entre sus hombres,
combatían algunos mercenarios griegos de las ciudades jonias, así como también
un nutrido grupo de supervivientes de la famosa expedición de los Diez Mil. Sin
duda estos eran toda una garantía en el campo de batalla.
El conflicto
estaba lejos de acabarse y parecía estar en un punto muerto. Tebas y Atenas
estaban fortalecidas, ya que el oro persa les había ayudado mucho. Incluso
sabemos que, en ese periodo de relativa calma, se reconstruyeron las murallas
de la ciudad que los espartanos destruyeron al finalizar las guerras del
Peloponeso. En el año 392 a. C., la situación cambió, ya que los corintios
parecía que no tenían claras las cosas. Incluso algunos de los aristócratas de
la polis buscaron suavizar tensiones con Esparta, y obviamente eso no gusto a
sus opositores políticos. El conflicto entre ambas facciones se recrudeció y
acabó con la instauración de una guarnición espartana en las afueras de la
ciudad.
Así fue como en
el año 392 a. C., las potencias organizaron una reunión en la ciudad de Sardes
(Asía Menor) para solventar el conflicto. Se estaban gastando muchos recursos y
la cosa se alargaba ya demasiado. Pero tras arduas negociaciones, ninguna de
las partes se puso de acuerdo con la otra. Así que en el 391 a. C., se
reanudaron las operaciones bélicas de nuevo, dejando en nada lo acontecido en
la reunión de Sardes.
Tras el
reinicio de las hostilidades, los espartanos optaron por construir otra flota y
lanzarse nuevamente a las campañas marítimas. Y no les fueron nada más las
cosas, ya que muchas de las ciudades de la confederación estaban agotadas
económicamente. La única que tenía la capacidad suficiente para mantenerse era
Atenas. Así que, aunque no tuvieran más que el apoyo moral de sus aliados, decidieron
proseguir con la guerra contra sus acérrimos enemigos por su cuenta. Sabemos
que en esos años tuvieron lugar algunos enfrentamientos más, aunque ninguno de
ellos acabó decantando la situación en favor de uno o de otro. Hay constancia
de que los atenienses fueron capaces de derrotar a los espartanos ese mismo año
en la batalla de Lequeo, toda una gesta si se tiene en cuenta que las tropas
atenienses, dirigidas por Ifícrates, eran mayormente peltastas, o lo que es lo
mismo, infantería ligera. La ciudad de Tebas aportó escasa cantidad de recursos
en lo que quedaba de guerra, mientras que las otras ciudades importantes, como
Argos y Corinto, tan sólo pudieron defenderse de los ataques.
La Paz de Antálcidas
Así llegamos a
la fase final del conflicto. Fue entonces cuando los espartanos, de la mano de
Antálcidas, entablaron negociaciones con los persas. Los medos, que
inicialmente habían apoyado la causa de la confederación anti espartana, habían
optado por cambiar de estrategia. El hecho determinante que les había impulsado
a brindar su ayuda a la liga del Peloponeso fue el apoyo que los atenienses dieron
a varias revueltas contra Artajerjes.
Tras ese cambio
de papeles, y sin el oro persa, los atenienses se mostraron dispuestos a
escuchar las propuestas. Y es que ellos también habían llegado al límite. En el
año 387 a. C., bajo influencia de los persas, se puso fin a la guerra de
Corinto. Se firmó entonces un acuerdo de paz que pasó a ser conocido como la
paz del Rey, obviamente en honor al Gran Rey persa. Aunque sabemos que también
fue llamada paz de Antálcidas, en honor al oficial espartano que la hizo
posible.
A todo esto,
los únicos perjudicados fueron los griegos, ya que, en el tratado de paz, Persia
se quedó con Chipre y la zona de Jonia. A su vez, recibió algunas zonas del
Egeo que habían sido reconquistadas no hacía mucho tiempo por los atenienses. En
cuanto a los griegos, tras la firma, los espartanos quedaron como la potencia hegemónica
en Grecia y hay constancia de que llegaron a organizar algunas campañas contra
ciudades que suponían una amenaza para sus intereses y quizás para castigarlas
por haber desertado en su día de la liga que comandaban.
Por su parte, Atenas
también obtuvo algunos beneficios. Había podido reconstruir su flota y sus murallas
y eso era mucho más de lo que tenía antes de que se iniciase la guerra. La
mayor perjudicada en todo esto fue la ciudad de Tebas, que fue obligada a
deshacer su propia liga, la llamada Beocia. Entre otras medidas de control, los
espartanos instalaron una guarnición en la ciudad y devolvieron el poder a la
facción política más afín a sus intereses, la que dirigía Leontíades. Este
último personaje instauró un gobierno de terror contra sus propios
conciudadanos que obligó a que unos trescientos de ellos se exiliasen a Atenas
para salvar sus vidas. Toda esta situación acabaría por estallar en un nuevo conflicto,
pero esa es ya otra historia que os explicaré llegado el momento