Escrito por Ana Sánchez
INTRODUCCIÓN
“Toma plomo de una cañería de agua fría, haz
una lámina y escribe con un estilo de bronce, como aparece después, y ponlo
junto a un muerto prematuro:
(signos) Baquic (signos) aalougiki
Eloai, Baincoooc (signos) eulamo
phnoubene eizochor mobor pha chorba zachei anachia (signos) Forforba Forborba Semesilhm, Harquentecta,
Asquelidonel, sujeta. (Luego, lo que desees.)” (PGM VII,17)
Con
esta fórmula tenemos una receta “Para silenciar y someter y de posesión”. Se
encuentra en una colección de encantamientos, fórmulas y rituales procedente de
Egipto denominada Papiros Griegos
Mágicos (PGM), un auténtico manual para magos y brujas. Estas recetas o
fórmulas se llevaban a cabo de forma bastante literal. Lo que expresa la teoría
se concreta en la práctica a través de las tablillas
de maldición, llamadas defixiones en latín o κατάδεσμος (katádesmos) en griego, el modo
más frecuente de maldecir en el mundo grecorromano.
Sobre
estas tablillas, auténticas pruebas de la práctica mágica maléfica de romanos y
griegos, tratará el siguiente texto.
QUÉ SON LAS TABELLAE
DEFIXIONUM
Se
trata de encantamientos, conjuros, maldiciones y deseos personales en general
escritos sobre un material no perecedero y enterrados utilizando una serie de
rituales para garantizar su eficacia. Pertenecen al campo de la “magia
agresiva” y su finalidad es, siempre, hacer daño a la víctima, incluso la
muerte. Proceden del mundo griego -las más antiguas datan de los siglos VI y V
aC- y pasan al mundo latino desde la Campania hacia el siglo II aC, donde
encontraron un terreno abonado en la mentalidad supersticiosa de los romanos,
impregnada del carácter animista, que considera que detrás de cualquier cosa se
esconde un numen que puede favorecer
o entorpecer la vida de los humanos. El uso de estas tablillas de maldición se
prolonga hasta el siglo V dC.
Su
nombre en griego es κατάδεσμος (katádesmos),
que significa “ligadura, atadura mágica” y en latín es defixio, “fijación”, y en
ambos casos se hace referencia al hecho de “atar” a la víctima, volverla
impotente contra la maldición lanzada, así como también obligar a una divinidad
a aliarse con el autor de la maldición.
Para que funcione, debe seguir un estricto ceremonial que contempla normas sobre la preparación del
material, su colocación, la inscripción, las palabras y gestos que se deben
pronunciar, el momento y el lugar para depositar la maldición… todo un conjunto
de instrucciones que forman un ritual codificado en los “papiros mágicos”.
Veamos los elementos clave de este ritual.
CÓMO PREPARAR
UNA DEFIXIO
Una vez se tiene claro que se odia a alguien, bien por envidia,
por despecho o simplemente por manía personal, y se tiene claro también que ese
odio llega a tal extremo que hace que se desee el fracaso personal y hasta la
muerte si hace falta de ese alguien, y una vez que se acepta que si no es con
la ayuda de las fuerzas sobrenaturales no se va a conseguir fastidiar a ese
alguien, entonces uno está preparado para encargar al mago profesional que le
ayude a hacer una defixio.
Lo primero que necesitamos es construir una lámina en la que se deberá escribir la maldición. En los Papiros
Mágicos Griegos se recomienda a menudo que esa lámina sea de plomo que, como hemos visto, se puede
tomar de “una cañería de agua fría”
(PGM VII,17). ¿Por qué plomo? Además de ser bastante maleable y relativamente
fácil de conseguir -por ejemplo, en el frigidarium
de los baños públicos-, el plomo se relaciona con la muerte y con las
criaturas infernales en general. Es frío, gris, blando y lo que se pretende es
que la víctima adquiera esas propiedades, es decir, se vuelva frío y blando,
enfermo, débil, neutralizado.
Pero si no tenemos plomo a mano podemos utilizar otros
materiales, lo importante es que nos permitan construir una lámina donde
escribir la maldición. En ausencia de plomo, se puede recurrir a papiro, cera,
arcilla, piedra de yeso (lapis specularis),
estaño, plata, mármol, cinc y hasta conchas de mejillón.
Necesitamos también un instrumento para grabar la maldición, que
puede ser “un estilo de bronce” (PGM
XXXVI,10), “un clavo” (PGM LXXVIII),
“una aguja de bronce sin cabeza” (PGM
VII, 23), “un clavo de cobre de una nave
que haya naufragado” (PGM VII,24)...
Se considera opcional acompañar
la lámina con una figurilla antropomorfa
que represente a la víctima (kolossoi). Si se incluye, debe ser
también de plomo, como la misma maldición. A menudo aparecen retorcidas y
mutiladas, con los brazos o las piernas dobladas tras la espalda, atravesadas
por objetos punzantes en la boca o en los ojos. En algunos casos aparecen
dentro de un contenedor cerrado, tipo sarcófago. Y por si cabe alguna duda,
algunas llevan inscrito el nombre de la víctima sobre ellas. Su uso se basa en
uno de los principios básicos de la magia antigua, el de simpatía cósmica, según el cual “lo semejante produce lo semejante” (Frazer, 1981, pág. 34). Por
ello se intenta dañar o neutralizar las acciones del destinatario de la defixio, representándolo en la figura y
esperando actuar a distancia a través de ellas.
De la misma manera se pueden incluir pertenencias de la víctima,
como cabellos, uñas o algún trozo de tela
que le haya pertenecido. Esto asegura la efectividad del conjuro gracias al
otro de los principios de la magia antigua, el principio de contigüidad o ley
de contagio, según el cual “las cosas
que una vez estuvieron en contacto se actúan recíprocamente a distancia, aun
después de haber sido cortado todo contacto físico” (Frazer, 1981, pág.
34).
Una vez se han conseguido los materiales, necesitamos escribir el texto. Basándonos en las existentes
y en las instrucciones de los Papiros Mágicos, hemos de decir que no hay una
fórmula única, pero sí unos rasgos en común. Lo único imprescindible es que
aparezca el nombre de la víctima, bien
identificado. Puede aparecer, pero no es tan frecuente, el nombre de quien
ha hecho la maldición (defigens), por
medio del matrónimo. Es fácil que aparezca la
petición, es decir, aquello que se desea, aunque no es imprescindible. Un
ejemplo sería este: “Forzad a Gorgonia, a
la que parió Nilogenia, a acudir a los baños, para Sofía, a la que parió Isara
(...). Quema, abrasa, inflama su alma, su corazón, su hígado, su espíritu, de
amor por Sofía, a la que parió Isara” (SGD 151). A veces no queda tan clara
la intención, y se utilizan fórmulas generales del tipo “hago una atadura” seguido del nombre de la víctima.
Un buen número de defixiones presentan textos confusos que responden a fórmulas mágicas propias de cada
conjuro. Abundan los dibujos y signos mágicos, la escritura de derecha a
izquierda, las palabras mágicas repetidas, las series de vocales, el desorden
de las letras del nombre de la víctima, el estilo repetitivo y las fórmulas
llamadas similia similibus, del tipo
“así como estos nombres están fríos, así
también se congele Eutiquiano” (SDG 24).
Estas normas forman parte de un ceremonial estricto y si no se siguen al
pie de la letra el conjuro puede fracasar. En los Papiros Mágicos se incluyen
instrucciones incluso sobre las purificaciones que previamente debe haber hecho
el defigens (“Habiéndote purificado de todo durante días … di esta fórmula a la
salida del sol” PGM VII,51), las palabras que se deben pronunciar (“Mientras pinchas signos mágicos con el
cálamo y realizas la atadura, di: ‘Yo encadeno a fulano a tal cosa: que no
hable, que no se oponga, que no diga nada en contra’ (...)” PGM V,7) y los
gestos, sacrificios o bálsamos que se deben hacer (“Con la luna llena, haciendo un sahumerio con las plantas aromáticas…” PGM LVIII).
El siguiente paso es doblar la tablilla, enrollarla, atarla,
atravesarla con clavos… es decir, hacer la “atadura” que forzará el comportamiento o la suerte de la víctima.
En los Papiros Mágicos encontramos fórmulas como “toma un hilo negro, échale 365 nudos y ata la placa por fuera” (PGM
VII,23). De esta forma se “ata” la voluntad de la víctima y se fuerza a hacer
lo que el defigens desea.
Lo siguiente será depositar la maldición en lugar apropiado.
Parece que el mejor lugar para que esta sea efectiva es enterrarla en una tumba “de uno que haya muerto prematuramente” (PGM V,7). Los espíritus de
estos muertos prematuros (αωροι) estaban bastante
enfadados con su condición difunta actual y por ello eran idóneos para ayudar
al defigens en su maldición puesto
que podían descargar en la víctima sus deseos de venganza. Dentro de este grupo
de αωροι que no podían descansar en paz hasta haber completado el tiempo
que realmente les estaba destinado en la tierra, se encuentran los que han
muerto de forma violenta (Βιοθάνατοι),
como los suicidas o los gladiadores, o también los niños o las mujeres muertas
durante el parto.
Además de las tumbas, son válidos los lugares con agua, como pozos, fuentes, baños o
manantiales, que conectaban directamente con el Hades, como pasa en la Fuente de Anna Perenna, en Roma,
divinidad ancestral asociada al agua, donde han aparecido recientemente
diferentes contenedores de plomo con figurillas antropomorfas colocadas con la
cabeza hacia abajo, o en Aquae Sulis,
en la actual Bath británica. También sirven los templos consagrados a divinidades ctónicas infernales, como la
propia Sulis, diosa del inframundo. De hecho, en la plegaria se pide tanto la
colaboración de un demon o espíritu
de muerto como la de una de esas divinidades
infernales. Estas son muy numerosas y se relacionan en general con el mundo
de los muertos, como los Manes, Dis Pater, Perséfone, Proserpina, Hécate, Diana
o Plutón. Pero también las divinidades maléficas extranjeras, a las que se
acaban asimilando las griegas y romanas: las egipcias Isis, Osiris o
Tifón-Seth, el babilonio Baal, los hebreos Yaveh y sus ángeles y arcángeles o
la británica Sulis (López Jimeno, 2001, pág. 13).
El mejor momento para hacer todo el ritual es, como se puede
imaginar, la noche (“cuando la luna se encuentre en posición
diametralmente opuesta a la del sol” (PMG IV,17)).
MOTIVOS PARA
HACER UNA DEFIXIO
En general, las tablillas de maldición se hacen para perjudicar
a una víctima forzando su voluntad. Las tablillas de maldición se han
clasificado en diferentes tipos atendiendo a su temática y sus intenciones:
-
amorosas o eróticas, que
buscan atraer al ser amado y alejarlo de otros posibles amantes. Se suele pedir
que la víctima no obtenga descanso hasta que no se cumpla la maldición, que
obtenga todo tipo de dolor y perjuicio: “tráeme
a Heronús, a la que parió Ptolemaide; mantenla apartada de la comida, la
bebida, no permitas que Heronús tenga experiencia con otro hombre, sino solo
conmigo, Posidonio, a quien parió Tsenubastis. Arrastra a Heronús de los pelos
y las entrañas hacia mí, Posidonio (...)” (SGD 153). Aunque a veces, cuando
se convierte en un imposible, se pide la muerte para la víctima: “Del mismo modo que el muerto que está ahí
enterrado no puede hablar ni conversar, así Rhodine junto a Marco Licinio
Fausto sea muerta y no pueda hablar ni conversar” (DT 139)
-
judiciales, que persiguen
paralizar al adversario en un juicio, que no pueda ejercer la acusación, que no
pueda hablar, o bien piden venganza y castigo del rival. Este tipo viene
provocado por la sensación de indefensión en un juicio y el temor a perder un
proceso. No suelen pedir la muerte del litigante sino solo su “inhibición”.
Abundan las “fórmulas de enmudecer”. Algunos ejemplos: “Que todos estos queden encadenados para que no hablen en mi contra, ni
murmuren, ni me echen mal de ojo, sino que se queden mudos, sordos, sin poder
decir nada contra Capitolino” (SGD 169); “Y si hablan sus defensores, que esto se vuelva en contra de ellos”
(SGD 168); “Adormeced las lenguas de mis
oponentes, para que no pueda oponerse a mí en nada” (DT 32)
-
maldiciones agonísticas, contra los rivales de competiciones deportivas y del mundo del
espectáculo: actores, coregos, gladiadores y, sobre todo, aurigas. Persiguen
destruir directamente a la competencia. Especialmente abundantes son las
maldiciones contra caballos y aurigas de la facción contraria en los juegos
circenses, que suelen pedir que no puedan salir a correr y que caigan y mueran:
“Átales la carrera, las patas, la
victoria, el impulso, el alma, la velocidad, para que cuando vayan mañana al
hipódromo no puedan correr, ni tan
siquiera caminar, ni vencer, ni tomar las curvas, sino que, por el contrario,
se caigan con sus propios aurigas, Dionisio y Superstiano. Átales las manos,
aparta de ellos la victoria, la salida y la vista, para que no puedan ver a los
aurigas rivales, sino que caigan con sus propios aurigas” (DT 235)
-
maldiciones comerciales y de negocios: intentan arruinar la empresa o negocio del rival. Algún
ejemplo: “Que su negocio no resulte
rentable y se vaya a pique” (SGD 165); “hago
una atadura a los médicos de este laboratorio, para que no trabajen, sino que
estén inactivos” (SGD 124). Como las
judiciales, persiguen la inhibición de la víctima.
-
maldiciones contra ladrones, que persiguen que el objeto robado sea devuelto o, en su
defecto, sea castigado el ladrón por los dioses infernales. Es un tipo especial
al que se le llama también “plegarias de justicia” por su parecido con los
textos y ofrendas votivas. Ejemplo: “Consagra a Deméter y Core el manto que ha
perdido. Si alguien me lo devuelve, séale propicia. Pero al que no me lo
devuelva, ése que se vaya junto a Deméter y Core ardiendo en fiebre y que no
los encuentre propicios hasta que me lo devuelva” (DT 6). Un número
importante de este tipo de tablillas han aparecido en los santuarios britanos
de la diosa Sulis en Bath y de Mercurio en Uley, y parece que respondían a una
necesidad de justicia para compensar la lejanía del emperador.
EFICACIA DE LAS
DEFIXIONES
Sin duda este tipo de prácticas era muy común, afectaba a todas
las clases sociales y se extiende por todos los rincones del Mediterráneo a lo
largo de muchos siglos. Esta práctica se vincula al pensamiento mágico, a la
creencia firme en una naturaleza animada donde todo, cualquier cosa, oculta un numen que puede ser benéfico o maléfico
según el comportamiento que se tenga con él. Las tablillas reflejan la
presencia de todos los estratos de la sociedad y el hecho de creer en su
eficacia está ligado al animismo propio de las sociedades antiguas, como la
griega o la romana, y no a un estrato social bajo.
Así pues, como se creía en ellas y se temían, se puede decir que
sí surtían efecto, que eran eficaces. Creer que se era víctima de una maldición
podía provocar, al menos, un cuadro de trastorno
somatomorfo. Las fuentes escritas están llenas de ejemplos que reflejan la
creencia ciega y generalizada en el poder efectivo que tenían estas
maldiciones. Un ejemplo extraído de la epigrafía
es la inscripción fúnebre de Lambaesis, en la provincia romana de Numidia,
encargada por Proculinus, tribuno de la III Legión Augusta, para su esposa
Fructuosa, fallecida víctima de una maldición:
“Aquí yace Fructuosa (...)
que no recibió la clase de muerte que merecía. Execrada por conjuros, yació
muda largo tiempo y su vida le fue arrebatada violentamente antes que dada a la
naturaleza. Que los Manes o los dioses celestiales venguen este execrable
crimen que se ha perpetrado” (CIL VIII, 2756).
Las fuentes literarias
nos proporcionan aún más muestras de la firme
creencia generalizada en la efectividad de las maldiciones. El escritor y
científico Plinio el Viejo así lo
expresa: “No hay nadie que no tema ser
víctima de maldiciones o palabras de imprecación” (NH XXVIII,19).
El poeta Horacio pone
estas palabras en boca de la bruja Canidia: “¿O es que yo, que puedo hacer que se muevan las imágenes de cera, según
tú mismo sabes por curioso, y arrancar del cielo la luna con mis voces, y que
puedo resucitar a muertos reducidos a cenizas (...)” (Ep.XVII 75-76).
El poeta Virgilio hace
esta referencia al uso de las maldiciones eróticas: “Llevad a casa desde la ciudad, conjuros míos, llevad a Dafnis. Comienzo
por ceñir alrededor de ti tres veces cada uno de estos tres hilos de tres
colores diferentes, y por tres veces alrededor de estos altares llevo tu imagen”
(Ec. VIII,74).
El poeta Ovidio se
pregunta si su fracaso a la hora de satisfacer a una mujer se debe a algún
hechizo: “¿No será que mi cuerpo
languidece embrujado por algún veneno de Tesalia?; ¿no será que ensalmos y
hierbas, ¡desgraciado de mí!, me están haciendo daño, o que una hechicera ha
grabado mi nombre en amarillenta cera y una afilada aguja ha penetrado en medio
de mi hígado?” (Am.III,7).
Por último, el historiador Tácito
da noticia de la importancia que tuvo para Germánico encontrar pruebas de maldiciones realizadas contra él
hasta el punto de favorecer su muerte, seguramente por envenenamiento a manos
del gobernador sirio Cneo Calpurnio Pisón: “El
convencimiento de haber sido envenenado por Pisón aumentaba la terrible
virulencia de su mal; aparecían en el suelo y por las paredes restos
desenterrados de cadáveres humanos, fórmulas y sortilegios, y también el nombre
de Germánico esculpido en unas planchas de bronce, cenizas a medio quemar e
impregnadas de sangre putrefacta y otros maleficios con los que, según se cree,
se consagran las almas a los dioses infernales” (Ann.2,69).
Pruebas todas de esta práctica común, de esta creencia en el
poder de la magia, que llega a todos los estamentos y todos los rincones del
mundo antiguo, mezclándose con otras culturas, incluida la cristiana, y
manteniendo así la creencia en los dioses antiguos.
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