diumenge, 18 de novembre del 2018

LAS TABLILLAS DE MALDICIÓN EN EL MUNDO GRECORROMANO



Escrito por Ana Sánchez



INTRODUCCIÓN
Toma plomo de una cañería de agua fría, haz una lámina y escribe con un estilo de bronce, como aparece después, y ponlo junto a un muerto prematuro:
(signos) Baquic (signos) aalougiki Eloai, Baincoooc (signos) eulamo phnoubene eizochor mobor pha chorba zachei anachia (signos) Forforba Forborba Semesilhm, Harquentecta, Asquelidonel, sujeta. (Luego, lo que desees.)” (PGM VII,17)


Con esta fórmula tenemos una receta “Para silenciar y someter y de posesión”. Se encuentra en una colección de encantamientos, fórmulas y rituales procedente de Egipto denominada Papiros Griegos Mágicos (PGM), un auténtico manual para magos y brujas. Estas recetas o fórmulas se llevaban a cabo de forma bastante literal. Lo que expresa la teoría se concreta en la práctica a través de las tablillas de maldición, llamadas defixiones en latín o κατάδεσμος (katádesmos) en griego, el modo más frecuente de maldecir en el mundo grecorromano. 

Sobre estas tablillas, auténticas pruebas de la práctica mágica maléfica de romanos y griegos, tratará el siguiente texto.


QUÉ SON LAS TABELLAE DEFIXIONUM

Se trata de encantamientos, conjuros, maldiciones y deseos personales en general escritos sobre un material no perecedero y enterrados utilizando una serie de rituales para garantizar su eficacia. Pertenecen al campo de la “magia agresiva” y su finalidad es, siempre, hacer daño a la víctima, incluso la muerte. Proceden del mundo griego -las más antiguas datan de los siglos VI y V aC- y pasan al mundo latino desde la Campania hacia el siglo II aC, donde encontraron un terreno abonado en la mentalidad supersticiosa de los romanos, impregnada del carácter animista, que considera que detrás de cualquier cosa se esconde un numen que puede favorecer o entorpecer la vida de los humanos. El uso de estas tablillas de maldición se prolonga hasta el siglo V dC.
Su nombre en griego es κατάδεσμος (katádesmos), que significa “ligadura, atadura mágica” y en latín es defixio, “fijación”, y en ambos casos se hace referencia al hecho de “atar” a la víctima, volverla impotente contra la maldición lanzada, así como también obligar a una divinidad a aliarse con el autor de la maldición.
Para que funcione, debe seguir un estricto ceremonial que contempla normas sobre la preparación del material, su colocación, la inscripción, las palabras y gestos que se deben pronunciar, el momento y el lugar para depositar la maldición… todo un conjunto de instrucciones que forman un ritual codificado en los “papiros mágicos”. Veamos los elementos clave de este ritual.

CÓMO PREPARAR UNA DEFIXIO

Una vez se tiene claro que se odia a alguien, bien por envidia, por despecho o simplemente por manía personal, y se tiene claro también que ese odio llega a tal extremo que hace que se desee el fracaso personal y hasta la muerte si hace falta de ese alguien, y una vez que se acepta que si no es con la ayuda de las fuerzas sobrenaturales no se va a conseguir fastidiar a ese alguien, entonces uno está preparado para encargar al mago profesional que le ayude a hacer una defixio.



Lo primero que necesitamos es construir una lámina en la que se deberá escribir la maldición. En los Papiros Mágicos Griegos se recomienda a menudo que esa lámina sea de plomo que, como hemos visto, se puede tomar de “una cañería de agua fría” (PGM VII,17). ¿Por qué plomo? Además de ser bastante maleable y relativamente fácil de conseguir -por ejemplo, en el frigidarium de los baños públicos-, el plomo se relaciona con la muerte y con las criaturas infernales en general. Es frío, gris, blando y lo que se pretende es que la víctima adquiera esas propiedades, es decir, se vuelva frío y blando, enfermo, débil, neutralizado.
Pero si no tenemos plomo a mano podemos utilizar otros materiales, lo importante es que nos permitan construir una lámina donde escribir la maldición. En ausencia de plomo, se puede recurrir a papiro, cera, arcilla, piedra de yeso (lapis specularis), estaño, plata, mármol, cinc y hasta conchas de mejillón.

Necesitamos también un instrumento para grabar la maldición, que puede ser “un estilo de bronce” (PGM XXXVI,10), “un clavo” (PGM LXXVIII), “una aguja de bronce sin cabeza” (PGM VII, 23), “un clavo de cobre de una nave que haya naufragado” (PGM VII,24)...

Se considera opcional acompañar la lámina con una figurilla antropomorfa que represente a la víctima (kolossoi). Si se incluye, debe ser también de plomo, como la misma maldición. A menudo aparecen retorcidas y mutiladas, con los brazos o las piernas dobladas tras la espalda, atravesadas por objetos punzantes en la boca o en los ojos. En algunos casos aparecen dentro de un contenedor cerrado, tipo sarcófago. Y por si cabe alguna duda, algunas llevan inscrito el nombre de la víctima sobre ellas. Su uso se basa en uno de los principios básicos de la magia antigua, el de simpatía cósmica, según el cual “lo semejante produce lo semejante” (Frazer, 1981, pág. 34). Por ello se intenta dañar o neutralizar las acciones del destinatario de la defixio, representándolo en la figura y esperando actuar a distancia a través de ellas.
De la misma manera se pueden incluir pertenencias de la víctima, como cabellos, uñas o algún trozo de tela que le haya pertenecido. Esto asegura la efectividad del conjuro gracias al otro de los principios de la magia antigua, el principio de contigüidad o ley de contagio, según el cual “las cosas que una vez estuvieron en contacto se actúan recíprocamente a distancia, aun después de haber sido cortado todo contacto físico” (Frazer, 1981, pág. 34).

Una vez se han conseguido los materiales, necesitamos escribir el texto. Basándonos en las existentes y en las instrucciones de los Papiros Mágicos, hemos de decir que no hay una fórmula única, pero sí unos rasgos en común. Lo único imprescindible es que aparezca el nombre de la víctima, bien identificado. Puede aparecer, pero no es tan frecuente, el nombre de quien ha hecho la maldición (defigens), por medio del matrónimo. Es fácil que aparezca la petición, es decir, aquello que se desea, aunque no es imprescindible. Un ejemplo sería este: “Forzad a Gorgonia, a la que parió Nilogenia, a acudir a los baños, para Sofía, a la que parió Isara (...). Quema, abrasa, inflama su alma, su corazón, su hígado, su espíritu, de amor por Sofía, a la que parió Isara” (SGD 151). A veces no queda tan clara la intención, y se utilizan fórmulas generales del tipo “hago una atadura” seguido del nombre de la víctima.
Un buen número de defixiones presentan textos confusos que responden a fórmulas mágicas propias de cada conjuro. Abundan los dibujos y signos mágicos, la escritura de derecha a izquierda, las palabras mágicas repetidas, las series de vocales, el desorden de las letras del nombre de la víctima, el estilo repetitivo y las fórmulas llamadas similia similibus, del tipo “así como estos nombres están fríos, así también se congele Eutiquiano” (SDG 24).  Estas normas forman parte de un ceremonial estricto y si no se siguen al pie de la letra el conjuro puede fracasar. En los Papiros Mágicos se incluyen instrucciones incluso sobre las purificaciones que previamente debe haber hecho el defigens (“Habiéndote purificado de todo durante días … di esta fórmula a la salida del sol” PGM VII,51), las palabras que se deben pronunciar (“Mientras pinchas signos mágicos con el cálamo y realizas la atadura, di: ‘Yo encadeno a fulano a tal cosa: que no hable, que no se oponga, que no diga nada en contra’ (...)” PGM V,7) y los gestos, sacrificios o bálsamos que se deben hacer (“Con la luna llena, haciendo un sahumerio con las plantas aromáticas…  PGM LVIII).

El siguiente paso es doblar la tablilla, enrollarla, atarla, atravesarla con clavos… es decir, hacer la “atadura” que forzará el comportamiento o la suerte de la víctima. En los Papiros Mágicos encontramos fórmulas como “toma un hilo negro, échale 365 nudos y ata la placa por fuera” (PGM VII,23). De esta forma se “ata” la voluntad de la víctima y se fuerza a hacer lo que el defigens desea.

Lo siguiente será depositar la maldición en lugar apropiado. Parece que el mejor lugar para que esta sea efectiva es enterrarla en una tumba de uno que haya muerto prematuramente” (PGM V,7). Los espíritus de estos muertos prematuros (αωροι) estaban bastante enfadados con su condición difunta actual y por ello eran idóneos para ayudar al defigens en su maldición puesto que podían descargar en la víctima sus deseos de venganza. Dentro de este grupo de αωροι que no podían descansar en paz hasta haber completado el tiempo que realmente les estaba destinado en la tierra, se encuentran los que han muerto de forma violenta (Βιοθάνατοι), como los suicidas o los gladiadores, o también los niños o las mujeres muertas durante el parto. 


Además de las tumbas, son válidos los lugares con agua, como pozos, fuentes, baños o manantiales, que conectaban directamente con el Hades, como pasa en la Fuente de Anna Perenna, en Roma, divinidad ancestral asociada al agua, donde han aparecido recientemente diferentes contenedores de plomo con figurillas antropomorfas colocadas con la cabeza hacia abajo, o en Aquae Sulis, en la actual Bath británica. También sirven los templos consagrados a divinidades ctónicas infernales, como la propia Sulis, diosa del inframundo. De hecho, en la plegaria se pide tanto la colaboración de un demon o espíritu de muerto como la de una de esas divinidades infernales. Estas son muy numerosas y se relacionan en general con el mundo de los muertos, como los Manes, Dis Pater, Perséfone, Proserpina, Hécate, Diana o Plutón. Pero también las divinidades maléficas extranjeras, a las que se acaban asimilando las griegas y romanas: las egipcias Isis, Osiris o Tifón-Seth, el babilonio Baal, los hebreos Yaveh y sus ángeles y arcángeles o la británica Sulis (López Jimeno, 2001, pág. 13).

El mejor momento para hacer todo el ritual es, como se puede imaginar, la noche (“cuando la luna se encuentre en posición diametralmente opuesta a la del sol” (PMG IV,17)).

MOTIVOS PARA HACER UNA DEFIXIO

En general, las tablillas de maldición se hacen para perjudicar a una víctima forzando su voluntad. Las tablillas de maldición se han clasificado en diferentes tipos atendiendo a su temática y sus intenciones:

-       amorosas o eróticas, que buscan atraer al ser amado y alejarlo de otros posibles amantes. Se suele pedir que la víctima no obtenga descanso hasta que no se cumpla la maldición, que obtenga todo tipo de dolor y perjuicio: “tráeme a Heronús, a la que parió Ptolemaide; mantenla apartada de la comida, la bebida, no permitas que Heronús tenga experiencia con otro hombre, sino solo conmigo, Posidonio, a quien parió Tsenubastis. Arrastra a Heronús de los pelos y las entrañas hacia mí, Posidonio (...)” (SGD 153). Aunque a veces, cuando se convierte en un imposible, se pide la muerte para la víctima: “Del mismo modo que el muerto que está ahí enterrado no puede hablar ni conversar, así Rhodine junto a Marco Licinio Fausto sea muerta y no pueda hablar ni conversar” (DT 139)

-       judiciales, que persiguen paralizar al adversario en un juicio, que no pueda ejercer la acusación, que no pueda hablar, o bien piden venganza y castigo del rival. Este tipo viene provocado por la sensación de indefensión en un juicio y el temor a perder un proceso. No suelen pedir la muerte del litigante sino solo su “inhibición”. Abundan las “fórmulas de enmudecer”. Algunos ejemplos: “Que todos estos queden encadenados para que no hablen en mi contra, ni murmuren, ni me echen mal de ojo, sino que se queden mudos, sordos, sin poder decir nada contra Capitolino” (SGD 169); “Y si hablan sus defensores, que esto se vuelva en contra de ellos” (SGD 168); “Adormeced las lenguas de mis oponentes, para que no pueda oponerse a mí en nada” (DT 32)

-       maldiciones agonísticas, contra los rivales de competiciones deportivas y del mundo del espectáculo: actores, coregos, gladiadores y, sobre todo, aurigas. Persiguen destruir directamente a la competencia. Especialmente abundantes son las maldiciones contra caballos y aurigas de la facción contraria en los juegos circenses, que suelen pedir que no puedan salir a correr y que caigan y mueran: “Átales la carrera, las patas, la victoria, el impulso, el alma, la velocidad, para que cuando vayan mañana al hipódromo no  puedan correr, ni tan siquiera caminar, ni vencer, ni tomar las curvas, sino que, por el contrario, se caigan con sus propios aurigas, Dionisio y Superstiano. Átales las manos, aparta de ellos la victoria, la salida y la vista, para que no puedan ver a los aurigas rivales, sino que caigan con sus propios aurigas” (DT 235)

-       maldiciones comerciales y de negocios: intentan arruinar la empresa o negocio del rival. Algún ejemplo: “Que su negocio no resulte rentable y se vaya a pique” (SGD 165); “hago una atadura a los médicos de este laboratorio, para que no trabajen, sino que estén inactivos” (SGD 124). Como  las judiciales, persiguen la inhibición de la víctima.

-       maldiciones contra ladrones, que persiguen que el objeto robado sea devuelto o, en su defecto, sea castigado el ladrón por los dioses infernales. Es un tipo especial al que se le llama también “plegarias de justicia” por su parecido con los textos y ofrendas votivas.  Ejemplo: “Consagra a Deméter y Core el manto que ha perdido. Si alguien me lo devuelve, séale propicia. Pero al que no me lo devuelva, ése que se vaya junto a Deméter y Core ardiendo en fiebre y que no los encuentre propicios hasta que me lo devuelva” (DT 6). Un número importante de este tipo de tablillas han aparecido en los santuarios britanos de la diosa Sulis en Bath y de Mercurio en Uley, y parece que respondían a una necesidad de justicia para compensar la lejanía del emperador.


EFICACIA DE LAS DEFIXIONES

Sin duda este tipo de prácticas era muy común, afectaba a todas las clases sociales y se extiende por todos los rincones del Mediterráneo a lo largo de muchos siglos. Esta práctica se vincula al pensamiento mágico, a la creencia firme en una naturaleza animada donde todo, cualquier cosa, oculta un numen que puede ser benéfico o maléfico según el comportamiento que se tenga con él. Las tablillas reflejan la presencia de todos los estratos de la sociedad y el hecho de creer en su eficacia está ligado al animismo propio de las sociedades antiguas, como la griega o la romana, y no a un estrato social bajo.

Así pues, como se creía en ellas y se temían, se puede decir que sí surtían efecto, que eran eficaces. Creer que se era víctima de una maldición podía provocar, al menos, un cuadro de trastorno somatomorfo. Las fuentes escritas están llenas de ejemplos que reflejan la creencia ciega y generalizada en el poder efectivo que tenían estas maldiciones. Un ejemplo extraído de la epigrafía es la inscripción fúnebre de Lambaesis, en la provincia romana de Numidia, encargada por Proculinus, tribuno de la III Legión Augusta, para su esposa Fructuosa, fallecida víctima de una maldición:
Aquí yace Fructuosa (...) que no recibió la clase de muerte que merecía. Execrada por conjuros, yació muda largo tiempo y su vida le fue arrebatada violentamente antes que dada a la naturaleza. Que los Manes o los dioses celestiales venguen este execrable crimen que se ha perpetrado” (CIL VIII, 2756).
 
 Las fuentes literarias nos proporcionan aún más muestras de la firme creencia generalizada en la efectividad de las maldiciones. El escritor y científico Plinio el Viejo así lo expresa: “No hay nadie que no tema ser víctima de maldiciones o palabras de imprecación” (NH XXVIII,19).
El poeta Horacio pone estas palabras en boca de la bruja Canidia: “¿O es que yo, que puedo hacer que se muevan las imágenes de cera, según tú mismo sabes por curioso, y arrancar del cielo la luna con mis voces, y que puedo resucitar a muertos reducidos a cenizas (...)” (Ep.XVII 75-76).
El poeta Virgilio hace esta referencia al uso de las maldiciones eróticas: “Llevad a casa desde la ciudad, conjuros míos, llevad a Dafnis. Comienzo por ceñir alrededor de ti tres veces cada uno de estos tres hilos de tres colores diferentes, y por tres veces alrededor de estos altares llevo tu imagen” (Ec. VIII,74).
El poeta Ovidio se pregunta si su fracaso a la hora de satisfacer a una mujer se debe a algún hechizo: “¿No será que mi cuerpo languidece embrujado por algún veneno de Tesalia?; ¿no será que ensalmos y hierbas, ¡desgraciado de mí!, me están haciendo daño, o que una hechicera ha grabado mi nombre en amarillenta cera y una afilada aguja ha penetrado en medio de mi hígado?” (Am.III,7).
Por último, el historiador Tácito da noticia de la importancia que tuvo para Germánico encontrar pruebas de maldiciones realizadas contra él hasta el punto de favorecer su muerte, seguramente por envenenamiento a manos del gobernador sirio Cneo Calpurnio Pisón: “El convencimiento de haber sido envenenado por Pisón aumentaba la terrible virulencia de su mal; aparecían en el suelo y por las paredes restos desenterrados de cadáveres humanos, fórmulas y sortilegios, y también el nombre de Germánico esculpido en unas planchas de bronce, cenizas a medio quemar e impregnadas de sangre putrefacta y otros maleficios con los que, según se cree, se consagran las almas a los dioses infernales” (Ann.2,69).

Pruebas todas de esta práctica común, de esta creencia en el poder de la magia, que llega a todos los estamentos y todos los rincones del mundo antiguo, mezclándose con otras culturas, incluida la cristiana, y manteniendo así la creencia en los dioses antiguos.



BIBLIOGRAFÍA:

CALVO MARTÍNEZ, J.L.; SÁNCHEZ ROMERO, M.D. (1987). Textos de magia en papiros griegos. Madrid: Gredos
FRAZER, S.J.G. (1981) La rama dorada. Magia y religión. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
LÓPEZ JIMENO, AMOR (2001) Textos griegos de maleficio. Madrid: Akal
LÓPEZ JIMENO, AMOR (1997) La finalidad de las tablillas mágicas de maldición (defixiones). Revista de Estudios Clásicos, 112
MARCO SIMÓN, FRANCISCO (2011) La propiciación de la muerte en los rituales mágicos. Revista Digital de la Escuela de Historia, 4
VELÁZQUEZ, ISABEL (2001) Magia y conjuro en el mundo romano: las defixiones. Codex Aquilarensis, 17