Escrito por Sergio Alejo Gómez
Autor de Las
Crónicas de Tito Valerio Nerva y Herederos de Roma
¿Qué tal amigos y seguidores de
Arraona Romana? Estoy de nuevo con vosotros para explicaros un tema que estoy
seguro de que os va a gustar muchos. Voy a hablaros sobre un período de la
historia de Roma que no es tan conocido y de un lugar del imperio que se escapa
quizás al conocimiento de alguno de vosotros. ¿Si os digo el nombre de
Constantinopla os suena de algo? Estoy convencido de que sí. ¿Y si os hablo de
un ente mayor, como por ejemplo el imperio romano de Oriente? Quizás muchos de
vosotros no lo conozcáis por ese nombre, pero si tal vez por el de imperio
bizantino. Ya tenéis más pistas seguro. Pues en ese imperio romano de oriente,
mal llamado bizantino, básicamente porqué ese término se acuñó una vez este
hubo caído bajo el empuje de los turcos otomanos allá por el año 1453, emergió
una figura allá por principios del siglo VI que se convirtió en un personaje de
gran importancia.
A todos os sonará el nombre de
Justiniano I, llamado el grande, uno de los emperadores más famosos de ese
siglo VI. A quién tal vez no conozcáis tanto es a uno de los hombres que más
estrechamente ligado estuvo a su figura. Me refiero ni más ni menos que al
general Flavio Belisario, al que las fuentes llamaron el último romano. De él
es de quien voy a hablaros. De su vida, de sus gestas y de sus logros, pues
consiguió mucho teniendo muy poco a su disposición, lo que le hizo ser más
grande aún. Pero vayamos por partes si os parece, y ahora que estáis más o
menos ubicados, vayamos a nuestro protagonista, ya que tenemos mucho que
explicar sobre él.
Vamos pues a sus orígenes, y
aunque poco se sabe sobre él, sí que es cierto que se estima que nació entre
los años 500 y 505 d. C. en una ciudad de la región de Tracia. Se sabe que
ascendió rápidamente en la escala de mando del ejército romano hasta ocupar
puestos de responsabilidad a una edad muy temprana. Por ejemplo, hay constancia
de que hizo méritos en la frontera danubiana y que eso le permitió ganarse el
favor del emperador. Como compensación por sus servicios, este le otorgó el
título de Dux de Mesopotamia y le
envió a esa parte de la frontera oriental junto a sus tropas de bucellarii para colaborar en la guerra
contra los persas sasánidas. Estos bucellarii
eran ejércitos de índole privada que servían a sus señores con lealtad (podría
decirse que como sus hombres de armas), y estos señores, como el caso de
Belisario, los ponían al servicio del emperador para combatir en su nombre.
La campaña
Oriental
Con su recién estrenado título de
dux, Belisario llegó en el año 527 hasta la frontera persa. Allí, participó en
una de las peores derrotas sufridas por los romanos en años: la sufrida en Mindous, donde el ejército romano de
Oriente cayó en una trampa de los persas por perseguirles cuando les creían
derrotados. Eso supuso que muchos hombres perecieran y que el ejército fuese
prácticamente aniquilado. Muy pocos lograron salvarse, aunque la fortuna o más
bien la inteligencia quiso que entre ellos estuviera nuestro protagonista junto
a sus hombres. El dux había tratado de convencer a los demás oficiales de no
usar la táctica que acordaron ya que había algo que no encajaba, pero al
tratarse de un joven no le hicieron mucho caso.
Tras aquel desastre, Belisario
fue ascendido a un cargo superior, el de Magister
Militum Per Orientem. Este era el más alto de todos los ejércitos de
oriente, por lo que pasó a convertirse en el comandante en jefe de todas las
tropas destinadas en esa frontera. Como hecho destacado y para que veáis que
tipo de hombre era, es bueno que sepáis que no llegaba aún a la treintena. Sería
a partir de ese momento cuando el joven general comenzara a demostrar de que
pasta estaba hecho, y es que tan sólo unos meses después de la fatal derrota,
en la fortaleza fronteriza de Dara, Belisario volvería a
enfrentarse a los persas. En esa ocasión, plantearía un sistema similar al que
sus enemigos usaron en Mindous. Pero a diferencia de sus predecesores en el
cargo, se encargó de recordar a sus hombres que bajo ningún concepto
persiguieran a sus enemigos si estos eran derrotados. Había aprendido muy bien
de los errores que los demás habían cometido en el pasado, y no estaba
dispuesto a repetirlos.
Además para fortuna suya, el
comandante persa, Peroces Mirran, subestimó al joven estratega romano y no le
vio como un rival digno. Las tropas de Belisario, fueron superiores a los
sasánidas, que pese a ser superiores en número fueron derrotados de manera
aplastante gracias a la táctica empleada por el joven general.
La
Batalla de Calinico
Pero todo no iba a ser tan
bonito, y es que la suerte tan pronto te puede sonreír como darte la espalda.
Eso fue lo que le sucedió a nuestro flamante Magister Militum Per Orientem, y es que muy a su pesar y quizás en
contra de su voluntad, por evitar un amotinamiento general de sus tropas, se
vio forzado a plantar batalla de nuevo a los persas en abril del 531. Fue la
presión de sus soldados lo que le llevó a atacar a sus enemigos y obviamente
eso les llevó a ser derrotados pese a la tenaz resistencia que ofrecieron los
romanos. De hecho el propio Belisario se las vio y se las deseó para poder
escapar de aquel desastre que podía haber sido mucho peor de no haber obrado con
la inteligencia que le caracterizaba. Podríamos decir que el hecho de perder su
cargo fue tan sólo un mal menor.
La situación en la frontera se
hizo complicada, y después de aquel nuevo desastre, el imperio se vio forzado a
firmar una paz con los sasánidas, una paz que fue llamada Eterna, aunque el
tiempo demostraría que sería más bien efímera. Fue un tratado bastante
desfavorable para los intereses romanos en la región y que como veréis traería
sus consecuencias internas.
Los disturbios de la Niká
A la firma de la paz Eterna se le unió el hecho de
que Justiniano tuvo que subir los impuestos para sufragar los pagos por
mantener ese tratado. Así que todos esos factores llevaron irremediablemente a
una revuelta. En enero de 532, nuestro protagonista fue llamado de nuevo a la
capital, donde, obedeciendo como siempre hizo a su emperador, participó en uno
de los episodios más oscuros de su mandato. Y es que la revuelta iniciada en el
hipódromo de la capital, pronto se extendió por toda la ciudad, y la masa
enfurecida se lanzó a las calles, quemando y saqueando lo que encontraba a su
paso al grito de “Niká” (victoria en griego). Fueron unos días muy complicados
para el emperador y para sus allegados, que se plantearon dejar Constantinopla
al ver peligrar su integridad. Pero la decisión de la emperatriz Teodora (según
cuentan las fuentes) hizo que Justiniano se replanteara la situación. Así pues,
el emperador trazó un plan mediante el cual reunió a los sublevados en el circo
de la capital imperial bajo el pretexto de que accedería a sus peticiones. Pero
nada más lejos de la realidad, ya que ordenó a sus hombres que acabaran con
todos los que se habían reunido en el edificio, un total de treinta mil muertos
dieron buena cuenta de lo que les esperaba a los que desafiaban la autoridad
imperial. Belisario fue uno de los oficiales que dirigió la operación, sin duda
esa sí que fue una prueba de fidelidad a su señor.
La Renovatio Imperii
Tras haber acabado con los problemas internos, y
tras tener a la frontera oriental en calma, Justiniano puso sus ojos en
Occidente. Y es que su plan siempre había sido recuperar la grandeza de Roma o
por lo menos del imperio de occidente. Los romanos de oriente se consideraban
herederos de la antigua tradición, por lo que ansiaban recuperar lo que les
había pertenecido antaño.
De ahí surgió la idea de reconquistar los
territorios del antiguo imperio romano de Occidente, el proyecto conocido como
la Renovatio Imperii o Recuperatio Imperii. El primer objetivo
en el que se iban a centrar los romanos, iba a ser el reino Vándalo, que
ocupaba las antiguas provincias africanas. Así pues, en el año 533, Belisario,
que había recuperado el favor del emperador, se lanzó a la mar con un ejército
de quince mil hombres bajo el pretexto de socorrer al rey vándalo depuesto,
Gilderico. En septiembre de ese año, el ejército invasor desembarcó cerca de la
ciudad de Leptis Magna y tras vencer en la batalla de Ad Decimum, se dirigió triunfante hacia Cartago. Allí, los mismos
ciudadanos, muchos de ellos romanos, les abrieron las puertas y les recibieron
como libertadores.
Batalla de Tricamerum
Pero el rey vándalo, Gelimer no se lo pondría tan
fácil. Los vándalos, tocados pero no hundidos, pusieron la ciudad bajo asedio durante
cerca de tres meses. Al final, Belisario decidió que era mejor plantar cara en
campo abierto y los ejércitos se enfrentaron en la batalla de Tricamerum. Una batalla a priori
desigual, ya que el ejército romano se lanzó a la carga con tan sólo ocho mil jinetes
contra una fuerza muy superior. La fortuna o el buen hacer y la destreza
militar hicieron el resto, y los hombres de Belisario derrotaron de nuevo a sus
enemigos. Tras ello, el rey vándalo optó por huir a las montañas, aunque al
cabo de unos meses fue capturado y entregado a Belisario, que con muy poco
consiguió hacerse con un vasto reino. En apenas seis meses logró someterlo y
reinstaurar la autoridad imperial, sin duda toda una gesta.
Pero como siempre sucede, las envidias aparecieron
entre algunos de sus oficiales. Estos se encargaron de propagar rumores acerca
de que Belisario pretendía hacerse con el reino vándalo para él. Lejos de
amedrentarse, el general acudió a la llamada de su emperador y le volvió a
demostrar su lealtad y que los rumores eran falsos. Tal era su fama en ese
momento, que Justiniano se vio obligado a concederle un triunfo en la capital
imperial. Las fuentes nos dicen que este fue el último que se otorgó a un
general romano y de ahí el apelativo que le concedieron, el del último romano.
La primera fase de la Renovatio Imperii fue un éxito, lo que dio alas a los romanos de
Oriente para avanzar en sus intenciones de recuperar lo que un día perteneció a
sus hermanos occidentales.
La campaña de Italia
Tras el éxito conseguido en África, los romanos
decidieron proseguir con el plan, o por lo menos eso era lo que ordenaba
Justiniano. Y el siguiente objetivo era recuperar la antigua provincia de Italia,
todo un emblema para el imperio. Esa acción significaba poder recuperar la
antigua Roma, la cuna de su cultura y civilización. Por aquel entonces ese
territorio estaba bajo el dominio de los ostrogodos. Estos se habían
apoderado del reino que había pertenecido a los hérulos hasta hacia algún
tiempo, los mismos que habían destronado a Rómulo Augústulo, el último
emperador romano en el fatídico año 476.
En el año 534, el rey ostrogodo, todavía muy joven
murió durante un banquete. Los nobles aprovecharon aquella tesitura para situar
a su candidato en el trono, un tal Teodato, y Justiniano también aprovechó para
intervenir e inmiscuirse en los asuntos
de los godos. Por ello escogió de nuevo a nuestro protagonista, y le puso al
frente de la campaña. Hay que decir que
contaba con pocos hombres, como sería habitual a lo largo de su carrera militar
y pese a ello comenzó la conquista con éxito. La isla de Sicilia cayó
relativamente rápido y muy pocas de las ciudades opusieron resistencia a las
tropas imperiales. Con todo ya controlado, Belisario se preparó para dar el
salto a Italia, aunque en el último momento se vio obligado a cancelar los
planes ya que se produjo una revuelta de las tropas romanas acantonadas en la
provincia de África. El general tuvo que acudir en persona y tomarse su tiempo
para sofocar el motín.
Pese a no dejarlo todo cerrado, decidió delegar en
sus oficiales y regresar a Sicilia para retomar la campaña en el punto en el
que la había dejado.
Conquista de Nápoles
El sur de la provincia cayó rápidamente en manos de
Belisario, muchas de las ciudades abrieron sus puertas a los romanos y les
trataron como libertadores, y es que hay que tener en cuenta que mucha de la
población de aquellos territorios todavía se consideraban romanos, al igual que
los habitantes de África. Pero no todo fue un paseo triunfal ni mucho menos, y
el ejército se encontró con el primer escollo en la ciudad de Neápolis, la
actual Nápoles. Pese a que les pusieron las cosas difíciles a los romanos,
mediante la suerte o la fortuna, los imperiales lograron entrar a la ciudad y
pasarla a sangre y fuego. Se dice que el saqueo duró varios días y fue tan
brutal que la imagen de liberadores que traían los romanos quedó un poco difuminada.
Quién sabe si esa permisividad por parte de Belisario iba más encaminada a dar
un aviso a las ciudades que se plantearan resistirse.
La cuestión fue que tras la caída de la ciudad,
Teodato fue depuesto por sus propios nobles por su ineptitud o pasividad y en
su lugar nombraron rey a un tal Vitiges.
La cosa tampoco pareció mejorar con el nuevo gobernante, ya que Belisario llegó
a Roma y entró victorioso a la ciudad eterna en septiembre del 536 a la vez que
la guarnición goda huía por la puerta norte. Pero en lugar de avanzar, nuestro
protagonista fue consciente que los enemigos no iban a seguir dejándole hacer,
y siendo previsor decidió reforzarlas murallas Aurelianas para defenderse de un
más que probable asedio.
El asedio de Roma
Pese a que los romanos volvían a recuperar su
antigua capital, la alegría no les duraría mucho. Vitiges y su poderoso y
numeroso ejército se plantaron en los alrededores de la ciudad e iniciaron un
largo asedio. Se establecieron varios campamentos para bloquear las vías de
abastecimiento de la urbe, concretamente siete, curiosamente el mismo número
que las colinas de la ciudad.
Tampoco voy a profundizar demasiado en este asedio
ya que se prolongó durante muchos meses y ocurrieron muchas cosas que nos
entretendrían demasiado. Tan sólo os diré que los romanos se hicieron fuertes
dentro de la ciudad y tras repeler el ataque de los godos, volvieron a
equivocarse en el planteamiento táctico. Pero no fue culpa de Belisario, sino más
bien de sus hombres que de nuevo le pidieron o más bien dicho casi le obligaron
a salir a atacar en campo abierto a los asediadores. De nuevo el general se vio
forzado a actuar por miedo a que se le amotinaran sus tropas.
Pero pese a la derrota romana, la defensa de la
ciudad siguió siendo férrea, y los hechos le dieron la razón a nuestro
protagonista. La cuestión fue que Vitiges, en septiembre del 537 decidió
negociar con los romanos, ya que sus tropas habían llegado al límite de sus
fuerzas. Aunque no sería hasta marzo de 538, cuando los ostrogodos decidieron
levantar el asedio y retirarse hacia su capital, Rávena. Tras dos duros años de
asedio, se fueron con las manos vacías, y dejando Roma en manos de los romanos,
que se habían apoderado de casi toda su antigua provincia.
Situación
hacia el año 540
Pero cuando todo parecía ir por buen camino, la situación
ese año se complicó, no en Italia pero si en la otra frontera que a priori
estaba pacificada: la de oriente. Los conflictos con los persas volvieron a activarse
y Belisario fue enviado de nuevo a oriente para tratar de frenar el avance
del rey Cosroes dejando sin concluir la campaña de Italia. Aunque debo
aclararos que los ostrogodos ya habían sido vencidos y la capital Rávena
conquistada.
Los persas habían aprovechado la poca presencia
romana en sus fronteras para atacar varias de sus ciudades. Belisario se
encargó de restablecer la situación en ese punto, pero justo entonces comenzó
un gran brote de una epidemia de peste que asoló a las tropas romanas. Además,
llegaron rumores de que el emperador estaba contagiado en la capital. Los
generales del estado mayor (excepto Belisario, que siempre se mantuvo al margen
de esas cosas), se reunieron de urgencia con la intención de llegar a un
acuerdo y no elegir a ningún sucesor hasta que llegasen a Constantinopla. En
esa reunión, algunos aprovecharon y acusaron a nuestro protagonista de quedarse
con parte del botín de las campañas vándalas y góticas. Ese movimiento no
pretendía más que ponerle en una posición de desventaja y es que la envidia era
y es muy mala.
Mientras en Italia
En Italia las cosas no iban mucho mejor para los
romanos, y es que los ostrogodos, de la mano de un nuevo rey, llamado Totila,
decidieron seguir la guerra contra los romanos. Y Belisario pese a estar bajo
sospecha y con una investigación abierta, fue enviado de nuevo a la provincia
para tratar de reconducir la situación. Así pues, en el año 544 desembarcó en
Salona con un ejército novel y como siempre escaso para la tarea que se le
asignaba. Se dirigió a Rávena para reclutar tropas, pero no lo consiguió,
sobretodo fruto de la subida de impuestos imperiales que había sido una medida muy
impopular.
Mientras tanto Totila se centró en la ciudad de
Roma. Tras recuperar el centro de la península, se dirigió a la ciudad eterna.
La asedió de nuevo y se hizo con ella en diciembre del 546. Aunque tampoco se
puede decir que se quedaran allí mucho tiempo, ya que el rey ostrogodo decidió
derruir las murallas de la ciudad y exiliar a sus habitantes dejándola vacía. Así
fue como Belisario la recuperó sin pelear y se dedicó con ahínco a la
rehabilitación de la misma, preparándola para la defensa y para resistir un
nuevo asedio.
Y le fue de poco, ya que Totila al enterarse de que
los romanos volvían a estar en la ciudad, mandó dar media vuelta y atacar. La
fortuna y el buen hacer de nuestro general, le llevó de nuevo a obtener una
victoria en las ya habituales condiciones de inferioridad numérica. Totila se
retiró derrotado y Roma volvió a ser propiedad de las tropas imperiales.
Pero cuando Belisario parecía haber recuperado el
favor del emperador, allá por el 548, una triste noticia le llegó, y es que la
emperatriz Teodora falleció, parece ser que por causas naturales. Justiniano
reclamó a su amigo y le mantuvo cerca, en el capital, ajeno al ejército y a las
intrigas imperiales que tanta desgracia le habían traído en el pasado. Parecía
que gozaba de un merecido retiro. Pero en el año 559 de nuevo la situación se
volvió adversa para los intereses de los romanos, y es que aunque rondaba ya
nuestro protagonista los sesenta años, s ele exigió prestar su último gran
servicio al emperador. Todo se inició con una gran invasión de pueblos
bárbaros, una mezcla de hunos, eslavos y búlgaros. Estos cruzaron el río Danubio
congelado y se adentraron en los territorios del Imperio. Una parte de esa
numerosa horda se dirigió hacia lo que es hoy Grecia, y la otra hacia
Constantinopla.
Belisario apareció en escena como el único
salvador. Pero como le pasó una y otra vez, no disponía de demasiadas tropas,
tan sólo contaba con unas escasas tropas palaciegas, más aptas para pasar
revista que para el combate. Por lo que tuvo que recurrir a sus influencias.
Logró reunir un pequeño contingente de veteranos de sus campañas. Hombres leales
que habían servido bajo sus órdenes durante muchos años. En cambio, el resto de
tropas que reunió fueron de menos calidad, se trataba de reclutados a la fuerza
y con prisas. Pese a ser inferiores en número, el general romano volvió a dar
una lección de estrategia.
Consiguió emboscar a sus enemigos, colocando dos
grupos en los flancos, ocultos. Él se situó en el centro para aguantar la
acometida. Tras conseguir resistir el empuje feroz de sus rivales, los flancos
cayeron sobre los bárbaros y los masacraron. Estos al verse superados huyeron
despavoridos. Los romanos, cautos como siempre ordenaba su general no les
persiguieron. Otra victoria agónica y en inferioridad para este magnífico
general. Pero de poco le sirvió salvar a Constantinopla, pues en lugar de
agradecerle los servicios a Belisario, Justiniano se dejó convencer de nuevo
por los envidiosos nobles. Estos no cejaban en su empeño de atacar al ya
anciano general y continuaron sembrando la duda la mente del emperador, diciéndole que
el militar ambicionaba quedarse con el trono.
La última etapa de la vida de Belisario
Con esta nueva conjura contra su persona, entramos
en la última fase de la vida de nuestro protagonista. A favor de Belisario se
debe decir, y creo que es más que justo, que jamás conspiró para derrocar al
emperador. Podría decirse que más bien ocurrió todo lo contrario, siempre se
mostró como un leal servidor de
Justiniano. Incluso cuando estuvo relegado a un segundo plano regresó para
servirle. Pero la mentira en ocasiones vence, y eso fue lo que le ocurrió de
nuevo. En diciembre del 562 a Belisario se le retiraron las distinciones y
privilegios que había obtenido tras un alarga vida de servicios, y por si eso
no fuera poco, fue condenado a una especie de arresto domiciliario ya que de
nuevo fue acusado de conspiración.
Es aquí cuando se mezclan la realidad y el mito,
siempre presente. Las fuentes medievales, muy posteriores en el tiempo,
explicarían lo que para mí es una exageración. Dijeron que Justiniano, en el
momento de dictar su sentencia, mandó que le arrancaran los ojos al general y
le obligó a mendigar por Constantinopla hasta el fin de sus días. Aunque siendo
realistas, esa versión es poco creíble. Es posible que el emperador se creyera
lo que sus nobles le dijeran sobre Belisario, o tal, y digo sólo tal vez, que
decidiera castigar a su general para salvar la situación y evitar un mal mayor.
Pero no creo que fuera tan desagradecido como para arrancarle los ojos a un
hombre que le había servido siempre con lealtad extrema. Por fortuna para
nosotros, tenemos otro dato histórico que desmonta esa teoría y es que en julio
de 563 Belisario fue declarado inocente de los cargos que se le imputaban y se
le devolvieron todos sus bienes confiscados. Por lo menos pasaría sus últimos años
de vida en relativa paz y tranquilidad, ya que en marzo del 565, el último
romano falleció. Tan sólo ocho meses después, Justiniano le seguiría al más
allá.
Conclusiones del autor
Para finalizar el repaso a la vida de este gran
personaje me gustaría aclarar unos cuantos conceptos. Pese a las tesituras y
obstáculos que encontró en su vida, siempre mantuvo una actitud recta y fue un
hombre de principios. Tuvo oportunidades de hacerse con el poder, pero no
lo hizo, sino que se mantuvo fiel y leal a su señor por poco que le creyera
cuando tuvo que defender su inocencia. Desde mi punto de vista hizo mucho con
lo poco que tuvo, es decir, muchas gestas con muy pocos soldados.
Tuvo mucha visión estratégica para plantear
tácticas en las que siendo inferior, prefirió no arriesgar las vidas de los
suyos. Supo utilizar también la negociación para evitar batallas, y eso dice
mucho de él. Estoy convencido de que sí hubiese dispuesto de recursos humanos
suficientes, como los que tuvieron algunos de los grandes generales romanos del
alto imperio, habría conseguido hacer muchas más cosas. Belisario en época de
César, o de Trajano, habría dado mucho que hablar, de ello estoy convencido.
Para finalizar, tan sólo decir que cada cual saque
sus conclusiones sobre este gran hombre. Yo sin duda le admiro… Y es por ello
que mi última novela versa sobre este personaje y el momento en el que vivió. Si
queréis profundizar en ese complejo momento de la historia de Roma, no os
podéis perder: "HEREDEROS DE ROMA". Estoy convencido que no os dejará
indiferentes.
Un placer como siempre compartir un poco de
historia con vosotros aquí en Arraona Romana. Nos vemos.