dissabte, 22 de juny del 2019

FLAVIO BELISARIO, EL ÚLTIMO ROMANO




Autor de Las Crónicas de Tito Valerio Nerva y Herederos de Roma



¿Qué tal amigos y seguidores de Arraona Romana? Estoy de nuevo con vosotros para explicaros un tema que estoy seguro de que os va a gustar muchos. Voy a hablaros sobre un período de la historia de Roma que no es tan conocido y de un lugar del imperio que se escapa quizás al conocimiento de alguno de vosotros. ¿Si os digo el nombre de Constantinopla os suena de algo? Estoy convencido de que sí. ¿Y si os hablo de un ente mayor, como por ejemplo el imperio romano de Oriente? Quizás muchos de vosotros no lo conozcáis por ese nombre, pero si tal vez por el de imperio bizantino. Ya tenéis más pistas seguro. Pues en ese imperio romano de oriente, mal llamado bizantino, básicamente porqué ese término se acuñó una vez este hubo caído bajo el empuje de los turcos otomanos allá por el año 1453, emergió una figura allá por principios del siglo VI que se convirtió en un personaje de gran importancia.

A todos os sonará el nombre de Justiniano I, llamado el grande, uno de los emperadores más famosos de ese siglo VI. A quién tal vez no conozcáis tanto es a uno de los hombres que más estrechamente ligado estuvo a su figura. Me refiero ni más ni menos que al general Flavio Belisario, al que las fuentes llamaron el último romano. De él es de quien voy a hablaros. De su vida, de sus gestas y de sus logros, pues consiguió mucho teniendo muy poco a su disposición, lo que le hizo ser más grande aún. Pero vayamos por partes si os parece, y ahora que estáis más o menos ubicados, vayamos a nuestro protagonista, ya que tenemos mucho que explicar sobre él.

Vamos pues a sus orígenes, y aunque poco se sabe sobre él, sí que es cierto que se estima que nació entre los años 500 y 505 d. C. en una ciudad de la región de Tracia. Se sabe que ascendió rápidamente en la escala de mando del ejército romano hasta ocupar puestos de responsabilidad a una edad muy temprana. Por ejemplo, hay constancia de que hizo méritos en la frontera danubiana y que eso le permitió ganarse el favor del emperador. Como compensación por sus servicios, este le otorgó el título de Dux de Mesopotamia y le envió a esa parte de la frontera oriental junto a sus tropas de bucellarii para colaborar en la guerra contra los persas sasánidas. Estos bucellarii eran ejércitos de índole privada que servían a sus señores con lealtad (podría decirse que como sus hombres de armas), y estos señores, como el caso de Belisario, los ponían al servicio del emperador para combatir en su nombre.

La campaña Oriental

Con su recién estrenado título de dux, Belisario llegó en el año 527 hasta la frontera persa. Allí, participó en una de las peores derrotas sufridas por los romanos en años: la sufrida en Mindous, donde el ejército romano de Oriente cayó en una trampa de los persas por perseguirles cuando les creían derrotados. Eso supuso que muchos hombres perecieran y que el ejército fuese prácticamente aniquilado. Muy pocos lograron salvarse, aunque la fortuna o más bien la inteligencia quiso que entre ellos estuviera nuestro protagonista junto a sus hombres. El dux había tratado de convencer a los demás oficiales de no usar la táctica que acordaron ya que había algo que no encajaba, pero al tratarse de un joven no le hicieron mucho caso.

Tras aquel desastre, Belisario fue ascendido a un cargo superior, el de Magister Militum Per Orientem. Este era el más alto de todos los ejércitos de oriente, por lo que pasó a convertirse en el comandante en jefe de todas las tropas destinadas en esa frontera. Como hecho destacado y para que veáis que tipo de hombre era, es bueno que sepáis que no llegaba aún a la treintena. Sería a partir de ese momento cuando el joven general comenzara a demostrar de que pasta estaba hecho, y es que tan sólo unos meses después de la fatal derrota, en la fortaleza fronteriza de Dara, Belisario volvería a enfrentarse a los persas. En esa ocasión, plantearía un sistema similar al que sus enemigos usaron en Mindous. Pero a diferencia de sus predecesores en el cargo, se encargó de recordar a sus hombres que bajo ningún concepto persiguieran a sus enemigos si estos eran derrotados. Había aprendido muy bien de los errores que los demás habían cometido en el pasado, y no estaba dispuesto a repetirlos.

Además para fortuna suya, el comandante persa, Peroces Mirran, subestimó al joven estratega romano y no le vio como un rival digno. Las tropas de Belisario, fueron superiores a los sasánidas, que pese a ser superiores en número fueron derrotados de manera aplastante gracias a la táctica empleada por el joven general.

La Batalla de Calinico

Pero todo no iba a ser tan bonito, y es que la suerte tan pronto te puede sonreír como darte la espalda. Eso fue lo que le sucedió a nuestro flamante Magister Militum Per Orientem, y es que muy a su pesar y quizás en contra de su voluntad, por evitar un amotinamiento general de sus tropas, se vio forzado a plantar batalla de nuevo a los persas en abril del 531. Fue la presión de sus soldados lo que le llevó a atacar a sus enemigos y obviamente eso les llevó a ser derrotados pese a la tenaz resistencia que ofrecieron los romanos. De hecho el propio Belisario se las vio y se las deseó para poder escapar de aquel desastre que podía haber sido mucho peor de no haber obrado con la inteligencia que le caracterizaba. Podríamos decir que el hecho de perder su cargo fue tan sólo un mal menor.

La situación en la frontera se hizo complicada, y después de aquel nuevo desastre, el imperio se vio forzado a firmar una paz con los sasánidas, una paz que fue llamada Eterna, aunque el tiempo demostraría que sería más bien efímera. Fue un tratado bastante desfavorable para los intereses romanos en la región y que como veréis traería sus consecuencias internas.

Los disturbios de la Niká

A la firma de la paz Eterna se le unió el hecho de que Justiniano tuvo que subir los impuestos para sufragar los pagos por mantener ese tratado. Así que todos esos factores llevaron irremediablemente a una revuelta. En enero de 532, nuestro protagonista fue llamado de nuevo a la capital, donde, obedeciendo como siempre hizo a su emperador, participó en uno de los episodios más oscuros de su mandato. Y es que la revuelta iniciada en el hipódromo de la capital, pronto se extendió por toda la ciudad, y la masa enfurecida se lanzó a las calles, quemando y saqueando lo que encontraba a su paso al grito de “Niká” (victoria en griego). Fueron unos días muy complicados para el emperador y para sus allegados, que se plantearon dejar Constantinopla al ver peligrar su integridad. Pero la decisión de la emperatriz Teodora (según cuentan las fuentes) hizo que Justiniano se replanteara la situación. Así pues, el emperador trazó un plan mediante el cual reunió a los sublevados en el circo de la capital imperial bajo el pretexto de que accedería a sus peticiones. Pero nada más lejos de la realidad, ya que ordenó a sus hombres que acabaran con todos los que se habían reunido en el edificio, un total de treinta mil muertos dieron buena cuenta de lo que les esperaba a los que desafiaban la autoridad imperial. Belisario fue uno de los oficiales que dirigió la operación, sin duda esa sí que fue una prueba de fidelidad a su señor.

La Renovatio Imperii

Tras haber acabado con los problemas internos, y tras tener a la frontera oriental en calma, Justiniano puso sus ojos en Occidente. Y es que su plan siempre había sido recuperar la grandeza de Roma o por lo menos del imperio de occidente. Los romanos de oriente se consideraban herederos de la antigua tradición, por lo que ansiaban recuperar lo que les había pertenecido antaño.


De ahí surgió la idea de reconquistar los territorios del antiguo imperio romano de Occidente, el proyecto conocido como la Renovatio Imperii o Recuperatio Imperii. El primer objetivo en el que se iban a centrar los romanos, iba a ser el reino Vándalo, que ocupaba las antiguas provincias africanas. Así pues, en el año 533, Belisario, que había recuperado el favor del emperador, se lanzó a la mar con un ejército de quince mil hombres bajo el pretexto de socorrer al rey vándalo depuesto, Gilderico. En septiembre de ese año, el ejército invasor desembarcó cerca de la ciudad de Leptis Magna y tras vencer en la batalla de Ad Decimum, se dirigió triunfante hacia Cartago. Allí, los mismos ciudadanos, muchos de ellos romanos, les abrieron las puertas y les recibieron como libertadores.

Batalla de Tricamerum

Pero el rey vándalo, Gelimer no se lo pondría tan fácil. Los vándalos, tocados pero no hundidos, pusieron la ciudad bajo asedio durante cerca de tres meses. Al final, Belisario decidió que era mejor plantar cara en campo abierto y los ejércitos se enfrentaron en la batalla de Tricamerum. Una batalla a priori desigual, ya que el ejército romano se lanzó a la carga con tan sólo ocho mil jinetes contra una fuerza muy superior. La fortuna o el buen hacer y la destreza militar hicieron el resto, y los hombres de Belisario derrotaron de nuevo a sus enemigos. Tras ello, el rey vándalo optó por huir a las montañas, aunque al cabo de unos meses fue capturado y entregado a Belisario, que con muy poco consiguió hacerse con un vasto reino. En apenas seis meses logró someterlo y reinstaurar la autoridad imperial, sin duda toda una gesta.

Pero como siempre sucede, las envidias aparecieron entre algunos de sus oficiales. Estos se encargaron de propagar rumores acerca de que Belisario pretendía hacerse con el reino vándalo para él. Lejos de amedrentarse, el general acudió a la llamada de su emperador y le volvió a demostrar su lealtad y que los rumores eran falsos. Tal era su fama en ese momento, que Justiniano se vio obligado a concederle un triunfo en la capital imperial. Las fuentes nos dicen que este fue el último que se otorgó a un general romano y de ahí el apelativo que le concedieron, el del último romano.


La primera fase de la Renovatio Imperii fue un éxito, lo que dio alas a los romanos de Oriente para avanzar en sus intenciones de recuperar lo que un día perteneció a sus hermanos occidentales.

La campaña de Italia

Tras el éxito conseguido en África, los romanos decidieron proseguir con el plan, o por lo menos eso era lo que ordenaba Justiniano. Y el siguiente objetivo era recuperar la antigua provincia de Italia, todo un emblema para el imperio. Esa acción significaba poder recuperar la antigua Roma, la cuna de su cultura y civilización. Por aquel entonces ese territorio estaba bajo el dominio de los ostrogodos. Estos se habían apoderado del reino que había pertenecido a los hérulos hasta hacia algún tiempo, los mismos que habían destronado a Rómulo Augústulo, el último emperador romano en el fatídico año 476.

En el año 534, el rey ostrogodo, todavía muy joven murió durante un banquete. Los nobles aprovecharon aquella tesitura para situar a su candidato en el trono, un tal Teodato, y Justiniano también aprovechó para intervenir  e inmiscuirse en los asuntos de los godos. Por ello escogió de nuevo a nuestro protagonista, y le puso al frente de la  campaña. Hay que decir que contaba con pocos hombres, como sería habitual a lo largo de su carrera militar y pese a ello comenzó la conquista con éxito. La isla de Sicilia cayó relativamente rápido y muy pocas de las ciudades opusieron resistencia a las tropas imperiales. Con todo ya controlado, Belisario se preparó para dar el salto a Italia, aunque en el último momento se vio obligado a cancelar los planes ya que se produjo una revuelta de las tropas romanas acantonadas en la provincia de África. El general tuvo que acudir en persona y tomarse su tiempo para sofocar el motín.

Pese a no dejarlo todo cerrado, decidió delegar en sus oficiales y regresar a Sicilia para retomar la campaña en el punto en el que la había dejado.

Conquista de Nápoles

El sur de la provincia cayó rápidamente en manos de Belisario, muchas de las ciudades abrieron sus puertas a los romanos y les trataron como libertadores, y es que hay que tener en cuenta que mucha de la población de aquellos territorios todavía se consideraban romanos, al igual que los habitantes de África. Pero no todo fue un paseo triunfal ni mucho menos, y el ejército se encontró con el primer escollo en la ciudad de Neápolis, la actual Nápoles. Pese a que les pusieron las cosas difíciles a los romanos, mediante la suerte o la fortuna, los imperiales lograron entrar a la ciudad y pasarla a sangre y fuego. Se dice que el saqueo duró varios días y fue tan brutal que la imagen de liberadores que traían los romanos quedó un poco difuminada. Quién sabe si esa permisividad por parte de Belisario iba más encaminada a dar un aviso a las ciudades que se plantearan resistirse.

La cuestión fue que tras la caída de la ciudad, Teodato fue depuesto por sus propios nobles por su ineptitud o pasividad y en su lugar nombraron rey a un tal Vitiges. La cosa tampoco pareció mejorar con el nuevo gobernante, ya que Belisario llegó a Roma y entró victorioso a la ciudad eterna en septiembre del 536 a la vez que la guarnición goda huía por la puerta norte. Pero en lugar de avanzar, nuestro protagonista fue consciente que los enemigos no iban a seguir dejándole hacer, y siendo previsor decidió reforzarlas murallas Aurelianas para defenderse de un más que probable asedio.

El asedio de Roma

Pese a que los romanos volvían a recuperar su antigua capital, la alegría no les duraría mucho. Vitiges y su poderoso y numeroso ejército se plantaron en los alrededores de la ciudad e iniciaron un largo asedio. Se establecieron varios campamentos para bloquear las vías de abastecimiento de la urbe, concretamente siete, curiosamente el mismo número que las colinas de la ciudad.

Tampoco voy a profundizar demasiado en este asedio ya que se prolongó durante muchos meses y ocurrieron muchas cosas que nos entretendrían demasiado. Tan sólo os diré que los romanos se hicieron fuertes dentro de la ciudad y tras repeler el ataque de los godos, volvieron a equivocarse en el planteamiento táctico. Pero no fue culpa de Belisario, sino más bien de sus hombres que de nuevo le pidieron o más bien dicho casi le obligaron a salir a atacar en campo abierto a los asediadores. De nuevo el general se vio forzado a actuar por miedo a que se le amotinaran sus tropas.

Pero pese a la derrota romana, la defensa de la ciudad siguió siendo férrea, y los hechos le dieron la razón a nuestro protagonista. La cuestión fue que Vitiges, en septiembre del 537 decidió negociar con los romanos, ya que sus tropas habían llegado al límite de sus fuerzas. Aunque no sería hasta marzo de 538, cuando los ostrogodos decidieron levantar el asedio y retirarse hacia su capital, Rávena. Tras dos duros años de asedio, se fueron con las manos vacías, y dejando Roma en manos de los romanos, que se habían apoderado de casi toda su antigua provincia.

Situación hacia el año 540

Pero cuando todo parecía ir por buen camino, la situación ese año se complicó, no en Italia pero si en la otra frontera que a priori estaba pacificada: la de oriente. Los conflictos con los persas volvieron a activarse y Belisario fue enviado de nuevo a oriente para tratar de frenar el avance del rey Cosroes dejando sin concluir la campaña de Italia. Aunque debo aclararos que los ostrogodos ya habían sido vencidos y la capital Rávena conquistada.  

Los persas habían aprovechado la poca presencia romana en sus fronteras para atacar varias de sus ciudades. Belisario se encargó de restablecer la situación en ese punto, pero justo entonces comenzó un gran brote de una epidemia de peste que asoló a las tropas romanas. Además, llegaron rumores de que el emperador  estaba contagiado en la capital. Los generales del estado mayor (excepto Belisario, que siempre se mantuvo al margen de esas cosas), se reunieron de urgencia con la intención de llegar a un acuerdo y no elegir a ningún sucesor hasta que llegasen a Constantinopla. En esa reunión, algunos aprovecharon y acusaron a nuestro protagonista de quedarse con parte del botín de las campañas vándalas y góticas. Ese movimiento no pretendía más que ponerle en una posición de desventaja y es que la envidia era y es muy mala.

Mientras en Italia

En Italia las cosas no iban mucho mejor para los romanos, y es que los ostrogodos, de la mano de un nuevo rey, llamado Totila, decidieron seguir la guerra contra los romanos. Y Belisario pese a estar bajo sospecha y con una investigación abierta, fue enviado de nuevo a la provincia para tratar de reconducir la situación. Así pues, en el año 544 desembarcó en Salona con un ejército novel y como siempre escaso para la tarea que se le asignaba. Se dirigió a Rávena para reclutar tropas, pero no lo consiguió, sobretodo fruto de la subida de impuestos imperiales que había sido una medida muy impopular.

Mientras tanto Totila se centró en la ciudad de Roma. Tras recuperar el centro de la península, se dirigió a la ciudad eterna. La asedió de nuevo y se hizo con ella en diciembre del 546. Aunque tampoco se puede decir que se quedaran allí mucho tiempo, ya que el rey ostrogodo decidió derruir las murallas de la ciudad y exiliar a sus habitantes dejándola vacía. Así fue como Belisario la recuperó sin pelear y se dedicó con ahínco a la rehabilitación de la misma, preparándola para la defensa y para resistir un nuevo asedio.


Y le fue de poco, ya que Totila al enterarse de que los romanos volvían a estar en la ciudad, mandó dar media vuelta y atacar. La fortuna y el buen hacer de nuestro general, le llevó de nuevo a obtener una victoria en las ya habituales condiciones de inferioridad numérica. Totila se retiró derrotado y Roma volvió a ser propiedad de las tropas imperiales.

Pero cuando Belisario parecía haber recuperado el favor del emperador, allá por el 548, una triste noticia le llegó, y es que la emperatriz Teodora falleció, parece ser que por causas naturales. Justiniano reclamó a su amigo y le mantuvo cerca, en el capital, ajeno al ejército y a las intrigas imperiales que tanta desgracia le habían traído en el pasado. Parecía que gozaba de un merecido retiro. Pero en el año 559 de nuevo la situación se volvió adversa para los intereses de los romanos, y es que aunque rondaba ya nuestro protagonista los sesenta años, s ele exigió prestar su último gran servicio al emperador. Todo se inició con una gran invasión de pueblos bárbaros, una mezcla de hunos, eslavos y búlgaros. Estos cruzaron el río Danubio congelado y se adentraron en los territorios del Imperio. Una parte de esa numerosa horda se dirigió hacia lo que es hoy Grecia, y la otra hacia Constantinopla.

Belisario apareció en escena como el único salvador. Pero como le pasó una y otra vez, no disponía de demasiadas tropas, tan sólo contaba con unas escasas tropas palaciegas, más aptas para pasar revista que para el combate. Por lo que tuvo que recurrir a sus influencias. Logró reunir un pequeño contingente de veteranos de sus campañas. Hombres leales que habían servido bajo sus órdenes durante muchos años. En cambio, el resto de tropas que reunió fueron de menos calidad, se trataba de reclutados a la fuerza y con prisas. Pese a ser inferiores en número, el general romano volvió a dar una lección de estrategia.

Consiguió emboscar a sus enemigos, colocando dos grupos en los flancos, ocultos. Él se situó en el centro para aguantar la acometida. Tras conseguir resistir el empuje feroz de sus rivales, los flancos cayeron sobre los bárbaros y los masacraron. Estos al verse superados huyeron despavoridos. Los romanos, cautos como siempre ordenaba su general no les persiguieron. Otra victoria agónica y en inferioridad para este magnífico general. Pero de poco le sirvió salvar a Constantinopla, pues en lugar de agradecerle los servicios a Belisario, Justiniano se dejó convencer de nuevo por los envidiosos nobles. Estos no cejaban en su empeño de atacar al ya anciano general y continuaron sembrando  la duda la mente del emperador, diciéndole que el militar ambicionaba quedarse con el trono.

La última etapa de la vida de Belisario

Con esta nueva conjura contra su persona, entramos en la última fase de la vida de nuestro protagonista. A favor de Belisario se debe decir, y creo que es más que justo, que jamás conspiró para derrocar al emperador. Podría decirse que más bien ocurrió todo lo contrario, siempre se mostró como  un leal servidor de Justiniano. Incluso cuando estuvo relegado a un segundo plano regresó para servirle. Pero la mentira en ocasiones vence, y eso fue lo que le ocurrió de nuevo. En diciembre del 562 a Belisario se le retiraron las distinciones y privilegios que había obtenido tras un alarga vida de servicios, y por si eso no fuera poco, fue condenado a una especie de arresto domiciliario ya que de nuevo fue acusado de conspiración.


Es aquí cuando se mezclan la realidad y el mito, siempre presente. Las fuentes medievales, muy posteriores en el tiempo, explicarían lo que para mí es una exageración. Dijeron que Justiniano, en el momento de dictar su sentencia, mandó que le arrancaran los ojos al general y le obligó a mendigar por Constantinopla hasta el fin de sus días. Aunque siendo realistas, esa versión es poco creíble. Es posible que el emperador se creyera lo que sus nobles le dijeran sobre Belisario, o tal, y digo sólo tal vez, que decidiera castigar a su general para salvar la situación y evitar un mal mayor. Pero no creo que fuera tan desagradecido como para arrancarle los ojos a un hombre que le había servido siempre con lealtad extrema. Por fortuna para nosotros, tenemos otro dato histórico que desmonta esa teoría y es que en julio de 563 Belisario fue declarado inocente de los cargos que se le imputaban y se le devolvieron todos sus bienes confiscados. Por lo menos pasaría sus últimos años de vida en relativa paz y tranquilidad, ya que en marzo del 565, el último romano falleció. Tan sólo ocho meses después, Justiniano le seguiría al más allá.

Conclusiones del autor

Para finalizar el repaso a la vida de este gran personaje me gustaría aclarar unos cuantos conceptos. Pese a las tesituras y obstáculos que encontró en su vida, siempre mantuvo una actitud recta y fue un hombre de principios. Tuvo oportunidades de hacerse con el poder, pero no lo hizo, sino que se mantuvo fiel y leal a su señor por poco que le creyera cuando tuvo que defender su inocencia. Desde mi punto de vista hizo mucho con lo poco que tuvo, es decir, muchas gestas con muy pocos soldados.

Tuvo mucha visión estratégica para plantear tácticas en las que siendo inferior, prefirió no arriesgar las vidas de los suyos. Supo utilizar también la negociación para evitar batallas, y eso dice mucho de él. Estoy convencido de que sí hubiese dispuesto de recursos humanos suficientes, como los que tuvieron algunos de los grandes generales romanos del alto imperio, habría conseguido hacer muchas más cosas. Belisario en época de César, o de Trajano, habría dado mucho que hablar, de ello estoy convencido.

Para finalizar, tan sólo decir que cada cual saque sus conclusiones sobre este gran hombre. Yo sin duda le admiro… Y es por ello que mi última novela versa sobre este personaje y el momento en el que vivió. Si queréis profundizar en ese complejo momento de la historia de Roma, no os podéis perder: "HEREDEROS DE ROMA". Estoy convencido que no os dejará indiferentes.

Un placer como siempre compartir un poco de historia con vosotros aquí en Arraona Romana. Nos vemos.