dissabte, 25 d’abril del 2020

EL SUICIDIO COLECTIVO EN ASTAPA


Escrito por Esperanza Varo Porras


La historia de las poblaciones es la de sus conquistas y reconquista. En el caso que nos ocupa, Astapa llevaba siglos perteneciendo a las influencias tartésicas, fenicias y púnicas, así que la llegada de los romanos les supuso tomar partido por los que durante siglos habían sido sus creadores y aliados. En este artículo hablaré del autogenocidio de un pueblo que optó por poner punto final a su historia para evitar ser aniquilados por otro pueblo. 

FENICIOS Y CARTAGINESES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA

Durante el período del final del Bronce, los fenicios, habitantes del Mediterráneo oriental, se prepararon para lanzarse al dominio de su extremo occidental. A lo largo del I milenio antes de Cristo, llevarían a cabo el establecimiento en distintos enclaves de las costas del norte de África, puntos de Sicilia, Córcega, Cerdeña, islas Baleares y el sur de la Península Ibérica y provocando una influencia decisiva en tierras del sur peninsular.

Los fenicios hacían largos viajes para comerciar fundamentalmente con la plata, el oro, el plomo e, incluso, el hierro que se encontraba lejos de su patria. A partir de esos contactos con los indígenas, los fenicios llevan a cabo las primeras fundaciones coloniales en tierras al otro extremo del Mediterráneo. La crisis del mundo micénico y por consiguiente la caída de su comercio marítimo es en cierto modo la causa de que los fenicios, retomando esas viejas rutas, se lanzaran al dominio comercial del Mediterráneo que, finalmente, los llevarían hasta la península ibérica.

En este proceso se propició un fuerte cambio entre las gentes de la península, donde se asistió a una fuerte jerarquización y a la existencia de unos reyes que acrecientan su poder con las riquezas económicas que les aportan la producción y el comercio del que se benefician.

Cesado el comercio con las gentes de Tiro, les sustituirán los púnicos de Cartago. Las viejas colonias fenicias pasan ahora a la órbita púnica. A partir del siglo III a.C., como resultado de la derrota de Cartago en su enfrentamiento con Roma durante la primera guerra púnica, se constata una fuerte presencia de cartagineses en tierras de Andalucía. Ello es debido a que en estas tierras los púnicos encontraron, en los metales y otros recursos que les brindaban  el territorio, medios suficientes para hacer frente a los fuertes pagos de guerra a que les había sometido Roma, tras aquellas primeras derrotas.

Cartago también obtenía de Andalucía hombres y medios que le capacitaron para llevar a cabo su revancha contra los romanos. Con generales como Amílcar, Asdrúbar y, sobre todo, Aníbal, los cartagineses dominarían el territorio, militarizándolo y provocando el estallido de la Segunda guerra púnica. En esta contienda reside la causa de la llegada y de la conquista de Andalucía por Roma, a finales del siglo III a.C.

Ante el dominio militar de Cartago  en la mayor parte de Andalucía y el levante de la península, Roma veía con preocupación la recuperación de su enemigo. Ya en el año 231 a.C. había enviado una embajada a Amílcar para pedirle explicaciones de sus actividades en el sur hispano. Los cartagineses las justificaron en la necesidad de obtener recursos para pagar el tributo al que Roma los sometía. Por ello, cuando Cartago quedó liberada de la deuda con Roma en el 226 a.C., temerosos de la expansión púnica, los romanos obligaron a Asdrúbal a firmar un nuevo tratado que fijaba el límite norte de los territorios hispanos bajo influencia de Cartago.

En Zama, el año 202 a.C., los ejércitos de Cartago eran vencidos poniendo esta batalla fin a la Segunda guerra púnica y quedando obligado el estado norteafricano a firma un humillante armisticio que suponía la pérdida de todos los territorios de su potente imperio.

ROMA ENTRA  EN EL DOMINIO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA


Roma entra en contacto con tierras andaluzas a finales del siglo III a.C. y comenzará, como antaño lo hicieran los cartagineses, a la explotación del territorio, especialmente sus minas y posteriormente incorporar estas tierras a sus dominios.  
 
Los romanos al conquistar el territorio, lo integraron administrativamente en la Provincia Hispania Ulterior y colonizaron las mejores tierras de la que, en el futuro sería la Provincia Baetica.

ASTAPA. LA LUCHA CONTRA LOS ROMANOS

El origen de Astapa hay que buscarlo al final de la Edad del Bronce, entre los siglos X-IX a.C., cuando un gran movimiento de pueblos que afectó a buena parte de la actual Andalucía culmina con la fundación de numerosos poblados. En la zona donde actualmente se sitúa la ciudad de Estepa, se estableció un primer asentamiento estable. La heredera de aquel poblado sería una ciudad  tartésica. Esta ciudad fue aliada de Cartago durante las guerras púnicas y destruida por tropas romanas. Las circunstancias de la destrucción de la ciudad fueron narradas por Tito Livio en su “Historia de Roma” en la que describe como los habitantes de la ciudad prefirieron suicidarse en vez de vivir bajo el dominio romano. Los habitantes de Astapa, al verse sitiados por los romanos, intentaron defenderse, pero al ver la inutilidad de su empeño, resolvieron, antes que rendirse y morir como esclavos, hacer una gran pira de leña y colocar en ella a los ancianos, mujeres y niños junto con sus riquezas y morir. Los romanos  entraron en la ciudad y pudieron comprobar  como los habitantes se arrojaban y consumían entre las llamas antes de perecer bajo la espada de Roma. La ciudad fue tomada, pero  sin botín de guerra ni cautivos.

LOS CLÁSICOS NOS NARRAN LOS HECHOS DEL SUICIDIO COLECTIVO

APIANO DE ALEJANDRÍA Iber 33. "Astapa era una ciudad que siempre había permanecido fiel a los cartagineses. Sus habitantes convencidos plenamente de que si los romanos los apresaban los iban a reducir a la esclavitud, reunieron todos sus enseres en la plaza pública y tras apilarles alrededor troncos de madera, hicieron subir sobre la pila a los niños y mujeres. Tomaron juramento, a cincuenta hombres notables de entre ellos, de que, cuando la ciudad fuera apresada, matarían a las mujeres y los niños, prenderían fuego a la pila y se degollarían a sí mismos. Los astapenses, poniendo a los dioses por testigos de estas cosas, se lanzaron a la carrera contra Marcio, que no sospechaba nada, por lo que hicieron replegarse a sus tropas ligeras y a la caballería. Las tropas de los astapenses eran, con mucho, las más destacadas por combatir a la desesperada, pero, no obstante, se impusieron los romanos por el número, ya que por el valor no fueron inferiores los de Astapa. Y cuando todos estuvieron muertos, los cincuenta que quedaban degollaron a las mujeres y a los niños, prendieron el fuego y se arrojaron a sí mismos a él, dejando a los enemigos una victoria sin provecho. Marcio, sobrecogido por el valor de los de Astapa, no cometió ningún acto de violencia contra sus casas.»

TITO LIVIO “HISTORIA DE ROMA” XXVIII 22-23 «Mientras tanto, los lugartenientes de Escipión no estaban en absoluto inactivos. Marcio cruzó el Guadalquivir, llamado por los nativos Certis, y recibió la rendición de dos ciudades sin combatir. Astapa era una ciudad que siempre ha estado del lado de Cartago, pero no fue esto lo que la hizo digna de la ira, sino su extraordinario odio contra los romanos, mucho mayor de lo que sería justificable por las necesidades de la guerra. Ni la situación ni las fortificaciones de la ciudad eran como para inspirar confianza a sus habitantes, pero su carácter proclive al bandolerismo les indujo a hacer incursiones en los territorios de sus vecinos, que eran aliados de Roma. En estas correrías tenían costumbre de capturar cualquier soldado romano solitario, comerciante o cantinero que se encontrasen. Como era peligroso viajar en pequeños grupos, se solía viajar en grandes partidas y una de ellas, mientras cruzaba la frontera, fue sorprendida por los bandidos que estaban al acecho, siendo asesinados todos sus miembros. Cuando el ejército romano avanzó para atacar el lugar, los habitantes, plenamente conscientes del castigo que merecía su crimen, supieron con seguridad que el enemigo estaba demasiado indignado como para albergar cualquier esperanza de seguridad mediante su rendición. Desesperados de que sus murallas o sus armas les protegieran, resolvieron un acto igualmente cruel y horrible para con ellos mismos y los suyos. Recogiendo lo más valioso de sus posesiones, las amontonaron en una pila, en un lugar determinado de su foro. Sobre aquel montón ordenaron sentarse a sus mujeres e hijos, amontonaron luego en torno a ellos gran cantidad de madera y en la parte superior colocaron leña seca. Se encargó a cincuenta hombres armados que cuidasen de sus pertenencias y de las personas que les resultaban más queridas que sus posesiones, dándoles las siguientes instrucciones: "Manteneos en guardia mientras la batalla esté dudosa; pero si veis que resulta en nuestra contra y que la ciudad está a punto de ser capturada, sabréis que a los que habéis visto marchar al combate nunca regresarán vivos; os imploramos, por todos los dioses del cielo y del inferno, en nombre de la libertad, libertad que terminará bien con una muerte honorable, bien con una deshonrosa esclavitud, que no dejéis nada sobre lo que un enemigo salvaje pueda descargar su ira. El fuego y la espada están en vuestras manos. Es mejor que se produzca por manos fieles y amigas la partida de quien está condenado a morir, y no que sea por la del enemigo que añadirá burla y desprecio a la muerte". Estas advertencias fueron seguidas por una terrible maldición sobre cualquiera que se apartara de su propósito por esperanza de salvarse o por blandura de corazón. Luego abrieron las puertas y se lanzaron a una carga tumultuosa. No había posiciones avanzadas lo bastante fuertes como para enfrentarlos, pues lo último que se temía era que los sitiados se aventuraran fuera de sus murallas. Unas pocas turmas de caballería e infantería ligera fueron enviadas contra ellos desde el campamento, produciéndose una lucha feroz e irregular en la cual la caballería, que había sido la primera en enfrentarse con el enemigo, fue derrotada, provocando esto el pánico entre la infantería ligera. El ataque podría haberles empujado hasta el mismo pie de la empalizada de no haber podido formar las legiones, aún con muy poco tiempo, y permitirles cubrirse tras sus líneas. Así las cosas, hubo al principio alguna vacilación entre las primeras filas, pues el enemigo, cegado por la rabia, se lanzó con loca temeridad para ser heridos por la espada. Luego, los soldados veteranos que surgieron como apoyo, imperturbables ante el frenético ímpetu, destrozó las filas frontales y detuvieron así el avance de las posteriores. Cuando, a su vez, trataron de forzar al enemigo, se encontraron con que ninguno cedía terreno, pues todos estaban resueltos a morir donde se encontraban. Ante esto, los romanos extendieron sus líneas, lo que su superioridad en número les permitió hacer fácilmente, hasta que desbordaron al enemigo que, luchando en un círculo, murió hasta el último hombre.


Toda aquella matanza fue, en cualquier caso, obra de unos soldados exasperados que se enfrentaron a sus enemigos armados según las leyes de la guerra. Sin embargo, una carnicería mucho más horrible tuvo lugar en la ciudad, donde una multitud débil e indefensa de mujeres y niños fue masacrada por su propio pueblo; sus cuerpos fueron arrojados, aún convulsos, a la pira encendida que casi llegó a extinguirse por los ríos de sangre. Y por último de todo, los propios hombres, agotado por la penosa masacre de sus seres queridos, se arrojaron sobre las armas en medio de las llamas. Todos habían perecido para el momento en que los romanos llegaron a la escena. En un primer momento se quedaron horrorizados ante tan espantosa visión; pero al ver el oro y la plata fundida que fluía entre el resto de cosas que componían la pila, la codicia propia de la naturaleza humana los impulsó a tratar de arrebatar lo que pudieran sacar del fuego. Algunos quedaron atrapados por las llamas y otros se quemaron con el aire caliente, pues los de delante no se retiraban por culpa de la multitud que los presionaba por detrás. Así, Estepa fue destruida por el hierro y el fuego sin dejar ningún botín a los soldados».