Escrito por Esperanza Varo Porras
La historia de las poblaciones es
la de sus conquistas y reconquista. En el caso que nos ocupa, Astapa llevaba
siglos perteneciendo a las influencias tartésicas, fenicias y púnicas, así que
la llegada de los romanos les supuso tomar partido por los que durante siglos
habían sido sus creadores y aliados. En este artículo hablaré del autogenocidio
de un pueblo que optó por poner punto final a su historia para evitar ser
aniquilados por otro pueblo.
FENICIOS
Y CARTAGINESES EN LA PENÍNSULA IBÉRICA
Durante el período del final del Bronce, los
fenicios, habitantes del Mediterráneo oriental, se prepararon para lanzarse al
dominio de su extremo occidental. A lo largo del I milenio antes de Cristo,
llevarían a cabo el establecimiento en distintos enclaves de las costas del
norte de África, puntos de Sicilia, Córcega, Cerdeña, islas Baleares y el sur
de la Península Ibérica y provocando una influencia decisiva en tierras del sur
peninsular.
Los fenicios hacían largos viajes para comerciar
fundamentalmente con la plata, el oro, el plomo e, incluso, el hierro que se
encontraba lejos de su patria. A partir de esos contactos con los indígenas,
los fenicios llevan a cabo las primeras fundaciones coloniales en tierras al otro
extremo del Mediterráneo. La crisis del mundo micénico y por consiguiente la
caída de su comercio marítimo es en cierto modo la causa de que los fenicios,
retomando esas viejas rutas, se lanzaran al dominio comercial del Mediterráneo
que, finalmente, los llevarían hasta la península ibérica.
En este proceso se propició un fuerte cambio entre
las gentes de la península, donde se asistió a una fuerte jerarquización y a la
existencia de unos reyes que acrecientan su poder con las riquezas económicas
que les aportan la producción y el comercio del que se benefician.
Cesado el comercio con las gentes de Tiro, les
sustituirán los púnicos de Cartago. Las viejas colonias fenicias pasan ahora a
la órbita púnica. A partir del siglo III a.C., como resultado de la derrota de
Cartago en su enfrentamiento con Roma durante la primera guerra púnica, se
constata una fuerte presencia de cartagineses en tierras de Andalucía. Ello es
debido a que en estas tierras los púnicos encontraron, en los metales y otros
recursos que les brindaban el
territorio, medios suficientes para hacer frente a los fuertes pagos de guerra
a que les había sometido Roma, tras aquellas primeras derrotas.
Cartago también obtenía de Andalucía hombres y
medios que le capacitaron para llevar a cabo su revancha contra los romanos.
Con generales como Amílcar, Asdrúbar y, sobre todo, Aníbal, los cartagineses
dominarían el territorio, militarizándolo y provocando el estallido de la
Segunda guerra púnica. En esta contienda reside la causa de la llegada y de la
conquista de Andalucía por Roma, a finales del siglo III a.C.
Ante el dominio militar de Cartago en la mayor parte de Andalucía y el levante de
la península, Roma veía con preocupación la recuperación de su enemigo. Ya en
el año 231 a.C. había enviado una embajada a Amílcar para pedirle explicaciones
de sus actividades en el sur hispano. Los cartagineses las justificaron en la
necesidad de obtener recursos para pagar el tributo al que Roma los sometía.
Por ello, cuando Cartago quedó liberada de la deuda con Roma en el 226 a.C.,
temerosos de la expansión púnica, los romanos obligaron a Asdrúbal a firmar un
nuevo tratado que fijaba el límite norte de los territorios hispanos bajo
influencia de Cartago.
En Zama, el año 202 a.C., los ejércitos de
Cartago eran vencidos poniendo esta batalla fin a la Segunda guerra púnica y
quedando obligado el estado norteafricano a firma un humillante armisticio que
suponía la pérdida de todos los territorios de su potente imperio.
ROMA
ENTRA EN EL DOMINIO DE LA PENÍNSULA IBÉRICA
Roma entra en contacto con tierras andaluzas a
finales del siglo III a.C. y comenzará, como antaño lo hicieran los
cartagineses, a la explotación del territorio, especialmente sus minas y
posteriormente incorporar estas tierras a sus dominios.
Los romanos al conquistar el territorio, lo
integraron administrativamente en la Provincia Hispania Ulterior y colonizaron
las mejores tierras de la que, en el futuro sería la Provincia Baetica.
ASTAPA. LA
LUCHA CONTRA LOS ROMANOS
El origen de Astapa hay que buscarlo
al final de la Edad del Bronce, entre los siglos X-IX a.C., cuando un gran
movimiento de pueblos que afectó a buena parte de la actual Andalucía culmina
con la fundación de numerosos poblados. En la zona donde actualmente se sitúa
la ciudad de Estepa, se estableció un primer asentamiento estable. La heredera
de aquel poblado sería una ciudad tartésica.
Esta ciudad fue aliada de
Cartago durante las guerras púnicas y destruida por tropas romanas. Las
circunstancias de la destrucción de la ciudad fueron narradas por Tito
Livio en su “Historia de Roma” en la que describe como los habitantes de la
ciudad prefirieron suicidarse en vez de vivir bajo el dominio romano. Los
habitantes de Astapa, al verse sitiados por los romanos, intentaron defenderse,
pero al ver la inutilidad de su empeño, resolvieron, antes que rendirse y morir
como esclavos, hacer una gran pira de leña y colocar en ella a los ancianos,
mujeres y niños junto con sus riquezas y morir. Los romanos entraron en la ciudad y pudieron comprobar como los habitantes se arrojaban y consumían
entre las llamas antes de perecer bajo la espada de Roma. La ciudad fue tomada,
pero sin botín de guerra ni cautivos.
LOS CLÁSICOS
NOS NARRAN LOS HECHOS DEL SUICIDIO COLECTIVO
APIANO DE
ALEJANDRÍA Iber 33. "Astapa era una ciudad que siempre había permanecido fiel a los
cartagineses. Sus habitantes convencidos plenamente de que si los romanos los
apresaban los iban a reducir a la esclavitud, reunieron todos sus enseres en la
plaza pública y tras apilarles alrededor troncos de madera, hicieron subir
sobre la pila a los niños y mujeres. Tomaron juramento, a cincuenta hombres
notables de entre ellos, de que, cuando la ciudad fuera apresada, matarían a
las mujeres y los niños, prenderían fuego a la pila y se degollarían a sí
mismos. Los astapenses, poniendo a los dioses por testigos de estas cosas, se
lanzaron a la carrera contra Marcio, que no sospechaba nada, por lo que
hicieron replegarse a sus tropas ligeras y a la caballería. Las tropas de los
astapenses eran, con mucho, las más destacadas por combatir a la desesperada,
pero, no obstante, se impusieron los romanos por el número, ya que por el valor
no fueron inferiores los de Astapa. Y cuando todos estuvieron muertos, los
cincuenta que quedaban degollaron a las mujeres y a los niños, prendieron el
fuego y se arrojaron a sí mismos a él, dejando a los enemigos una victoria sin
provecho. Marcio, sobrecogido por el valor de los de Astapa, no cometió ningún
acto de violencia contra sus casas.»
TITO LIVIO “HISTORIA DE ROMA”
XXVIII 22-23 «Mientras tanto, los
lugartenientes de Escipión no estaban en absoluto inactivos. Marcio cruzó el
Guadalquivir, llamado por los nativos Certis, y recibió la rendición de dos
ciudades sin combatir. Astapa era una ciudad que siempre ha estado del lado de
Cartago, pero no fue esto lo que la hizo digna de la ira, sino su extraordinario
odio contra los romanos, mucho mayor de lo que sería justificable por las
necesidades de la guerra. Ni la situación ni las fortificaciones de la ciudad
eran como para inspirar confianza a sus habitantes, pero su carácter proclive
al bandolerismo les indujo a hacer incursiones en los territorios de sus
vecinos, que eran aliados de Roma. En estas correrías tenían costumbre de
capturar cualquier soldado romano solitario, comerciante o cantinero que se
encontrasen. Como era peligroso viajar en pequeños grupos, se solía viajar en
grandes partidas y una de ellas, mientras cruzaba la frontera, fue sorprendida
por los bandidos que estaban al acecho, siendo asesinados todos sus miembros.
Cuando el ejército romano avanzó para atacar el lugar, los habitantes, plenamente
conscientes del castigo que merecía su crimen, supieron con seguridad que el
enemigo estaba demasiado indignado como para albergar cualquier esperanza de
seguridad mediante su rendición. Desesperados de que sus murallas o sus armas
les protegieran, resolvieron un acto igualmente cruel y horrible para con ellos
mismos y los suyos. Recogiendo lo más valioso de sus posesiones, las
amontonaron en una pila, en un lugar determinado de su foro. Sobre aquel montón
ordenaron sentarse a sus mujeres e hijos, amontonaron luego en torno a ellos
gran cantidad de madera y en la parte superior colocaron leña seca. Se encargó
a cincuenta hombres armados que cuidasen de sus pertenencias y de las personas
que les resultaban más queridas que sus posesiones, dándoles las siguientes
instrucciones: "Manteneos en guardia mientras la batalla esté dudosa; pero
si veis que resulta en nuestra contra y que la ciudad está a punto de ser
capturada, sabréis que a los que habéis visto marchar al combate nunca
regresarán vivos; os imploramos, por todos los dioses del cielo y del inferno,
en nombre de la libertad, libertad que terminará bien con una muerte honorable,
bien con una deshonrosa esclavitud, que no dejéis nada sobre lo que un enemigo
salvaje pueda descargar su ira. El fuego y la espada están en vuestras manos.
Es mejor que se produzca por manos fieles y amigas la partida de quien está
condenado a morir, y no que sea por la del enemigo que añadirá burla y
desprecio a la muerte". Estas advertencias fueron seguidas por una terrible
maldición sobre cualquiera que se apartara de su propósito por esperanza de
salvarse o por blandura de corazón. Luego abrieron las puertas y se lanzaron a
una carga tumultuosa. No había posiciones avanzadas lo bastante fuertes como
para enfrentarlos, pues lo último que se temía era que los sitiados se aventuraran
fuera de sus murallas. Unas pocas turmas de caballería e infantería ligera
fueron enviadas contra ellos desde el campamento, produciéndose una lucha feroz
e irregular en la cual la caballería, que había sido la primera en enfrentarse
con el enemigo, fue derrotada, provocando esto el pánico entre la infantería
ligera. El ataque podría haberles empujado hasta el mismo pie de la empalizada
de no haber podido formar las legiones, aún con muy poco tiempo, y permitirles
cubrirse tras sus líneas. Así las cosas, hubo al principio alguna vacilación
entre las primeras filas, pues el enemigo, cegado por la rabia, se lanzó con
loca temeridad para ser heridos por la espada. Luego, los soldados veteranos
que surgieron como apoyo, imperturbables ante el frenético ímpetu, destrozó las
filas frontales y detuvieron así el avance de las posteriores. Cuando, a su
vez, trataron de forzar al enemigo, se encontraron con que ninguno cedía terreno,
pues todos estaban resueltos a morir donde se encontraban. Ante esto, los
romanos extendieron sus líneas, lo que su superioridad en número les permitió
hacer fácilmente, hasta que desbordaron al enemigo que, luchando en un círculo,
murió hasta el último hombre.
Toda aquella matanza fue, en cualquier
caso, obra de unos soldados exasperados que se enfrentaron a sus enemigos
armados según las leyes de la guerra. Sin embargo, una carnicería mucho más
horrible tuvo lugar en la ciudad, donde una multitud débil e indefensa de
mujeres y niños fue masacrada por su propio pueblo; sus cuerpos fueron
arrojados, aún convulsos, a la pira encendida que casi llegó a extinguirse por
los ríos de sangre. Y por último de todo, los propios hombres, agotado por la
penosa masacre de sus seres queridos, se arrojaron sobre las armas en medio de
las llamas. Todos habían perecido para el momento en que los romanos llegaron a
la escena. En un primer momento se quedaron horrorizados ante tan espantosa
visión; pero al ver el oro y la plata fundida que fluía entre el resto de cosas
que componían la pila, la codicia propia de la naturaleza humana los impulsó a
tratar de arrebatar lo que pudieran sacar del fuego. Algunos quedaron atrapados
por las llamas y otros se quemaron con el aire caliente, pues los de delante no
se retiraban por culpa de la multitud que los presionaba por detrás. Así,
Estepa fue destruida por el hierro y el fuego sin dejar ningún botín a los
soldados».